El silencio en el auto era denso, como si las palabras se hubieran quedado atrapadas en el aire. Alejandro conducía con concentración, lanzando miradas fugaces a Valeria. Ella, sentada en el asiento trasero, tenía la vista fija en la ventana, observando el paisaje nocturno de la ciudad, como si intentara encontrar respuestas en la oscuridad.
—¿Está bien? —preguntó él finalmente, rompiendo el silencio. Valeria giró ligeramente el rostro y le dedicó una sonrisa rápida, casi automática. —Sí, sólo estoy cansada. Alejandro asintió, aunque no parecía del todo convencido. —No pareció muy feliz con mi nuevo trabajo —comentó en tono neutro—. Pero le prometo que seré su mejor aliado. Valeria le lanzó una mirada fugaz antes de volver a fijarse en la ventana. —Digamos que no estaba de humor para este nuevo arrebato de mi esposo. Alejandro dejó el comentario en el aire. No insistió. Sabía que debía ganarse su confianza, poco a poco, tal como Renato le había sugerido. —Trabajar con el señor Lombardi puede ser intenso —dijo después de un momento—. ¿Tiene algún consejo para alguien nuevo como yo? Valeria entrecerró los ojos por un segundo. ¿Era una pregunta casual o estaba buscando algo más? —No confíes en nadie —respondió finalmente, con una media sonrisa—. Ese sería mi consejo. Alejandro soltó una leve risa. —Parece un buen consejo. El auto se detuvo frente a la mansión. Alejandro apagó el motor y giró ligeramente el rostro hacia ella. —Bueno… que descanse, señora Lombardi. Valeria sintió un escalofrío al escuchar su apellido en su boca. Le recordaba a quién pertenecía en papeles, pero no por mucho tiempo. —Gracias, Alejandro. Buenas noches. Salió del auto y se dirigió hacia la casa sin voltear atrás. A cada paso que daba, su determinación se afianzaba más. Cuando cerró la puerta de su habitación, exhaló hondo. Miró el reloj: faltaban pocas horas para que comenzara su primer movimiento. Se sentó en la cama, tomó un cuaderno pequeño de su mesita de noche y abrió una página en blanco. Su trazo era firme cuando escribió: Obtener acceso a la empresa. Si quería destruir a Renato, tendría que hacerlo en su propio terreno. Había aprendido a soportarlo, a fingir, a moldear su carácter para no quebrarse. Ahora usaría todo eso a su favor. La humillación al verlo con Victoria, la rabia contenida, la manipulación… todo lo usaría en su contra. A las 11:30 pm, cuando escuchó los pasos de Renato acercándose al pasillo, apagó la lámpara de su mesita de noche y se metió bajo las sábanas. Cerró los ojos y se quedó completamente quieta, respirando con suavidad, como si ya estuviera profundamente dormida. La puerta se abrió lentamente. Renato entró sin hacer ruido, como si pensara que ella estaba descansando. Se deshizo de su ropa con gestos rápidos, y antes de meterse en la cama, miró hacia ella por un momento. Sus ojos recorrieron su figura recostada, pero no hizo ningún comentario. Simplemente se acomodó a su lado, dándole la espalda. El aire en la habitación estaba cargado, pero Valeria no movió ni un dedo. Sabía que ese era el momento perfecto para sembrar la semilla de la duda. Quería que él pensara que seguía siendo la misma mujer sumisa y distante, que no estaba al tanto de sus juegos. Cuando escuchó la respiración profunda de Renato, que indicaba que finalmente se había quedado dormido, se relajó. Con un último suspiro, se permitió un sueño ligero, sabiendo que a las 6:00 am, él ya se habría ido. A esa hora, como siempre, el reloj despertó con su sonido implacable. Valeria se incorporó, se estiró lentamente y miró a su alrededor. Renato no estaba. Como cada mañana, él ya se había marchado antes de que ella abriera los ojos. Se levantó de la cama con calma, se duchó y eligió su atuendo con precisión. Nada de colores suaves ni vestidos delicados. Optó por un conjunto sobrio: pantalón negro de corte impecable y una blusa de seda color vino, lo justo para proyectar seguridad sin parecer desafiante. A las 9:00 am exactas, Valeria entró en las oficinas de Lombardi Corp. Los empleados la miraban con sorpresa y curiosidad. No era habitual verla allí, y menos a esa hora. —Señora Lombardi —la saludó la recepcionista con educación—, ¿desea que anuncie su llegada al señor Renato? —No es necesario —respondió con una sonrisa impecable—. Él me está esperando. No era cierto, pero no importaba. Atravesó los pasillos con paso firme hasta llegar a la puerta de su esposo. Sin anunciarse, giró el picaporte y entró. Renato estaba sentado detrás de su enorme escritorio, hojeando unos documentos. Alzó la vista con una ceja arqueada, claramente sorprendido. —Vaya, esto sí que es una sorpresa. ¿A qué debo el honor? Valeria cerró la puerta detrás de sí y se cruzó de brazos. —Quiero un trabajo. Renato soltó una carcajada breve. —¿Un trabajo? ¿Aquí? —Sí. En la empresa. Quiero hacer algo más que ser tu esposa. Renato la observó con una sonrisa calculadora. —Interesante. ¿Y qué te hace pensar que estás calificada para trabajar aquí? Valeria mantuvo su mirada, fría y fija. —Porque soy Valeria de la Vega. No necesito que tú me digas de qué soy capaz. El aire en la oficina se cargó de tensión. Renato apoyó los codos en el escritorio, entrelazó los dedos y la observó en silencio por un momento. —Sabes que esto no es un juego, ¿verdad? Valeria inclinó ligeramente la cabeza. —No, Renato. Esto es un doble juego. Y él aún no sabía quién estaba a punto de perder.Victoria caminaba por los pasillos de Lombardi Corp con el ceño fruncido y pasos decididos. Su impecable traje beige contrastaba con la tormenta que se gestaba en su interior. No se detuvo hasta llegar a la oficina de Renato, ignorando las miradas curiosas de los empleados. Abrió la puerta sin previo aviso y la cerró de un golpe tras de sí.Renato, que estaba revisando unos documentos, alzó la vista con calma, como si ya hubiera esperado su arrebato.—¡Dime que esto es una broma!—exigió Victoria, con los ojos encendidos de furia.Renato suspiró, se acomodó en su asiento y entrelazó los dedos sobre el escritorio.—No sé de qué hablas, Victoria.—No te hagas el inocente—espetó ella, cruzando los brazos—. ¿Por qué Valeria está aquí? ¿Por qué ahora trabaja en la empresa?Renato esbozó una sonrisa ladeada, como si la situación le divirtiera.—Valeria decidió que quería un puesto. No veía razón para negárselo.Victoria soltó una risa incrédula.—¡No seas ridículo! Esa mujer ha pasado años i
El sonido de sus tacones resonaba con fuerza sobre el mármol pulido del edificio de Lombardi Corp. Valeria avanzó con paso firme, su porte inquebrantable reflejaba que ya no era la misma mujer de antes. Ahora, la fragilidad que Renato había impuesto sobre ella se desmoronaba con cada decisión calculada que tomaba. —Buenos días, señora Lombardi —saludó la recepcionista con voz titubeante. Valeria le dedicó una sonrisa fugaz y siguió su camino sin detenerse. Había estudiado bien los movimientos de Renato en la empresa, sus reuniones, sus aliados, sus enemigos. Ahora era su turno de entrar en el juego. Cuando llegó a su oficina, notó que la puerta estaba entreabierta. Frunció el ceño y entró, solo para encontrar a Alejandro de pie junto a su escritorio, sosteniendo el sobre que alguien había dejado para ella. Lo miraba con el ceño fruncido, como si tratara de descifrar su contenido. —¿Desde cuándo entras sin permiso a mi oficina? —preguntó Valeria cerrando la puerta tras de sí. Ale
La noche envolvía la ciudad con su velo de sombras mientras Valeria contemplaba su reflejo en el espejo de su habitación. Había ganado una batalla en la empresa, pero la guerra estaba lejos de terminar. Desde su regreso al mundo de Lombardi Corp, sentía el peso de cada mirada, especialmente la de Renato. Sabía que él no era un hombre que aceptara sorpresas, y menos aún de alguien que consideraba una pieza inmóvil en su tablero. Bajó las escaleras con paso firme. No podía mostrar inseguridad. En el comedor, Renato estaba esperándola, con una copa de whisky en la mano y una expresión indescifrable. —Tienes buen instinto para los negocios —dijo él sin preámbulos—. Me sorprende que no lo hayas explotado antes. Valeria tomó asiento frente a él, su mirada serena. —No me lo permitiste —respondió sin titubeos. Renato sonrió de lado y dejó su copa sobre la mesa con un leve tintineo. —Tal vez subestimé lo que eres capaz de hacer. Las palabras flotaron en el aire como un desafío. Valeria
La lluvia caía con fuerza aquella noche, golpeando las ventanas del majestuoso pero frío hogar de los Lombardi. Valeria de la Vega observaba cómo las gotas resbalaban por el cristal mientras sujetaba una copa de vino con manos temblorosas. Aquella mansión, que para muchos simbolizaba el éxito y la perfección, para ella no era más que una cárcel con lujos. Habían pasado cinco años desde que Renato la obligó a casarse con él, cinco años de vivir bajo su control, de soportar sus desprecios y de fingir una sonrisa ante el mundo. Valeria no podía evitar ver los detalles de la vida que una vez pensó que deseaba. Los candelabros de cristal tallado, los sofás de terciopelo y las alfombras persas daban un aire de lujo a cada rincón, pero todo eso no significaba nada para ella. Nada podía llenar el vacío que sentía dentro de sí. A pesar de tener todo el dinero y la comodidad del mundo, se sentía vacía, atrapada en una vida que no había elegido. Sus ojos, de un verde intenso, se reflejaban en
Valeria llevaba días encerrada en su habitación. Su mente no dejaba de dar vueltas a la revelación de la fiesta, pero no se sentía capaz de enfrentarse al mundo exterior. Estaba atrapada en una espiral de dudas y miedo que no lograba disipar. Ni siquiera Renato había insistido en que se levantara de la cama; parecía entender, o tal vez no quería presionar. Cuando él le preguntó por qué no había salido de la habitación, su respuesta salió automáticamente, casi sin pensarlo. Le dijo que se había enfermado repentinamente, y añadió que era una pena, citando las mismas palabras que él le había dicho en la fiesta.Él la miró con sospecha antes de responder:—Ah, ya llegó el nuevo empleado que te mencioné —dijo, saliendo de la habitación.Valeria caminó descalza por el pasillo en penumbra, con una punta de su camisón de seda levantada por la brisa. Renato se reúne con invitados en el estudio esta noche, su único breve respiro. Buscó a tientas la dirección de la puerta trasera y sus dedos ape
Valeria se encontraba sentada en el sofá de la casa de Marina, aún sumida en pensamientos caóticos. Lo que había descubierto en aquella fiesta, la incomodidad de los días recientes y por supuesto la llegada de Alejandro, seguían rondando su mente sin cesar. No sabía por qué la presencia de ese hombre la inquietaba tanto, pero algo en él la desestabilizaba. Su forma de mirarla, de hablarle, parecía cargar con una intensidad que no podía explicar.Marina, por su parte, observaba a su amiga con preocupación, pero no encontraba las palabras adecuadas para aliviarla. Decidió no presionar, dejándola procesar a su propio ritmo. Sin embargo, todo cambió en el instante en que el timbre sonó.Valeria levantó la mirada, sorprendida. ¿Quién sería a esta hora? No esperaba a nadie.Marina, al igual que Valeria, parecía sorprendida. Se levantó rápidamente, con una leve sonrisa que intentaba esconder su desconcierto.—Voy a ver quién es —dijo Marina, mientras Valeria la observaba en silencio.Unos se