Cuidado

La noche envolvía la ciudad con su velo de sombras mientras Valeria contemplaba su reflejo en el espejo de su habitación. Había ganado una batalla en la empresa, pero la guerra estaba lejos de terminar. Desde su regreso al mundo de Lombardi Corp, sentía el peso de cada mirada, especialmente la de Renato. Sabía que él no era un hombre que aceptara sorpresas, y menos aún de alguien que consideraba una pieza inmóvil en su tablero.

Bajó las escaleras con paso firme. No podía mostrar inseguridad. En el comedor, Renato estaba esperándola, con una copa de whisky en la mano y una expresión indescifrable.

—Tienes buen instinto para los negocios —dijo él sin preámbulos—. Me sorprende que no lo hayas explotado antes.

Valeria tomó asiento frente a él, su mirada serena.

—No me lo permitiste —respondió sin titubeos.

Renato sonrió de lado y dejó su copa sobre la mesa con un leve tintineo.

—Tal vez subestimé lo que eres capaz de hacer.

Las palabras flotaron en el aire como un desafío. Valeria supo en ese instante que no la dejaría avanzar sin obstáculos. Él empezaría a vigilar cada uno de sus pasos.

Al día siguiente, el sol filtraba su luz tenue a través de los ventanales de la mansión. Era fin de semana, y Valeria tenía todo preparado. Había convencido a Renato de pasar un par de días en una cabaña exclusiva en las montañas. Lo presentó como una escapada para relajarse, pero en el fondo, era una jugada más de su estrategia.

Alejandro, no tardó en recibir la noticia. No tenía opción, él también debía ir.

El trayecto fue silencioso. Valeria iba en el asiento del copiloto junto a Renato, mientras Alejandro conducía con la vista fija en la carretera. Cada tanto, su mirada se desviaba al espejo retrovisor, observando los gestos de Valeria.

Cuando llegaron, la cabaña de lujo los recibió con su estructura rústica pero imponente. Rodeada de bosque y con una chimenea encendida, el ambiente era perfecto para cualquier pareja que buscara intimidad.

La cena fue una prueba de resistencia. Alejandro, como buen empleado, se mantuvo apartado, en la cocina, comiendo solo mientras escuchaba el murmullo lejano de Valeria y Renato. No era su lugar estar en la misma mesa que ellos, y tampoco deseaba presenciar lo que fuera que Valeria intentaba conseguir. Sin embargo, desde su posición podía escuchar la voz grave de Renato, intercalada con el tono dulce y calculado de Valeria.

Renato la observaba de manera diferente esa tarde. Había algo en su esposa que, por primera vez en años, lo intrigaba. La manera en que jugaba con el borde de su copa de vino, su risa baja y suave, la forma en que sostenía su mirada sin titubear. No era la Valeria sumisa que él recordaba. Esta nueva versión tenía algo peligroso, algo que de alguna manera lo atraía.

—No imaginé que planearas algo como esto —comentó él, apoyándose en el respaldo de su silla mientras la examinaba.

—Tal vez deberías empezar a imaginar más cosas sobre mí —respondió ella, esbozando una sonrisa sutil.

El aire entre ellos se volvió más espeso. Renato inclinó ligeramente la cabeza, disfrutando del desafío implícito en sus palabras.

Más tarde, cuando la noche cayó y la lluvia comenzó a golpear los ventanales, Alejandro salió al porche para despejarse. La cabaña estaba en completo silencio. O casi.

Desde el interior, Renato se sirvió otro trago, recostándose en el sofá mientras Valeria se acercaba, sentándose a su lado con elegancia estudiada.

—No me gusta deberle nada a nadie —murmuró él, girando el vaso en su mano.

—No te lo tomes como una deuda —susurró Valeria, apoyando una mano sobre su rodilla con suavidad—. Es solo un cambio de perspectiva.

Renato entrecerró los ojos. Podía ver lo que estaba haciendo. Podía sentirlo. Y lo peor era que, por primera vez, no tenía ganas de detenerlo.

Afuera, Alejandro se quedó de pie bajo el alero del porche, sintiendo la lluvia salpicar su rostro. No quería pensar en lo que ocurría dentro de la cabaña, pero su mente no le daba tregua. No entendía por qué Valeria jugaba ese juego con Renato. Y, peor aún, no entendía por qué a él le importaba tanto.

El viento sopló con fuerza y Alejandro sintió, por primera vez, que el verdadero peligro de aquella misión no era protegerla, sino evitar lo que estaba empezando a sentir por ella.

De repente, un crujido proveniente del bosque captó su atención. Su mano fue instintivamente a la parte trasera de su chaqueta, donde guardaba su arma. Frunció el ceño, atento. No era un animal. Había algo… alguien allí afuera.

Se giró lentamente, su mirada escaneando la oscuridad. La lluvia dificultaba ver con claridad, pero Alejandro no estaba dispuesto a ignorar esa sensación. Dio un paso hacia adelante, con el corazón acelerado. Justo cuando estuvo a punto de avanzar hacia la maleza, un destello metálico atrapó su atención. Algo brilló entre los árboles. Un reflejo de luz sobre una superficie pulida.

No estaba solo.

Volvió la vista hacia la cabaña y en ese instante supo que Valeria y Renato no tenían idea de lo que se cernía sobre ellos. No era un simple viaje de placer.

Era una trampa.

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