4. Subiremos al tejado.

Ella caminó hasta el mueble bar de la habitación y tomó un par de copas poniéndolas en la bolsa con delicadeza, luego lo observó de arriba a abajo y negó.

— ¿Está seguro que a su edad será capaz de subir por esa escalera?

Y sin decir nada más caminó hasta la ventana y salió por esta vigilando muy bien de poner los pies en los peldaños correctos de la escalera para no volver a resbalar.

Enrico casi suelta una gran carcajada al escuchar como esa joven desvergonzada y confiada insinuaba que era viejo. Debía admitir que ella tenía un buen punto, su apariencia lo hacía lucir más grande de lo que era, como mínimo dos años más de la edad que realmente tenía.

— Parece que debo recordarle que a pesar de mi edad y apariencia, no era yo quien estuvo a punto de caer de cuatro pisos.

Desde fuera, la chica, asomó por la ventana de la habitación, no pensaba debatir eso porque sabía que sin duda tenía razón, además, tal vez si se veía mayor, pero era el hombre más atractivo que había tenido delante nunca.

— Vamos, sígame, subiremos al tejado como los gatos, ellos siempre son libres y no dejan que nadie les diga lo que deben hacer.

Subió con cuidado cada peldaño de la escalera guiando a su nuevo amigo ¿Ya podía llamarle así, cuando debía considerarse alguien amigo?

Enrico la siguió subiendo a la baranda del balcón tras de ella, maldiciendo internamente por no haber sido el quién guiará el recorrido al creer que este se trataba de un viaje descendente y no ascendente como el que estaban dando.

— ¿Dígame, señorita, está usted acostumbrada a este tipo de actividad?—Le pregunto desde abajo tratando de pensar en algo más y no comportarse como un adolescente ante el bello panorama que observaba desde su posición.

Debía de comportarse, era un hombre de cuarenta y ocho años, no un joven de veinticuatro como su hijo, lo peor es que dudaba que su hijo se comportara de esa manera, aunque tampoco podía decir lo contrario, ese pensamiento lo hizo consciente de lo poco que conocía a su único hijo; sin embargo, no tuvo tiempo para divagar más sobre el asunto o sobre la joven que subía por arriba de él al llegar a la pequeña terraza que se encontraba en la azotea del hotel.

—Desde aquí podemos estar tranquilos y observar la luna, hoy especialmente brilla con fuerza— aseguró sacando la botella y las dos copas de su bolsa.

— ¿Puedo preguntar algo? — mencionó de pronto al ver la botella que ella sacaba de la bolsa de papel — ¿Qué hace una joven italiana en nueva York y sola? — Enrico no tenía duda que la chica no era americana a pesar de su inglés perfecto, sin embargo, la prueba más contundente para hacerle esa pregunta fue la botella de vino en sus manos, ningún americano elegiría ese vino. Solo un buen italiano podía apreciar el sabor robusto y afrutado de esa marca en especial.

Ella se sentó en un bordillo de la azotea, observándolo mientras sacaba del bolsillo de su pantalón una peculiar navaja suiza, de un llamativo color rosa chicle.

— Es raro que a mi edad no se pueda beber alcohol, pero si pueda llevar armas de todo tipo, este país es extraño ¿No cree?

Extendió la herramienta de la navaja suiza que servía de sacacorchos y se dispuso a abrir la botella, pero antes de hacerlo se la pasó a él — ¿Le importaría? — simplemente hacía tiempo a la hora de contestar a su pregunta.

— ¿Y por qué no debería? Hay una gran comunidad italiana en Nueva York, además quería conocer mundo, antes de encerrarme en la cárcel de oro que mis padres preparan para mí.

Enrico no tuvo ninguna duda de lo que decía la chica; era cierto. América era un lugar extraño, que permitía a sus adolescentes tener un arma antes de beber alcohol. Tomó la botella que le ofrecía la joven dando un buen sorbo.

— Si es curioso. América tiene una forma rara de criar a sus jóvenes.—Debía de recordarse a sí mismo la diferencia de edad entre ellos al notar su repentino interés en la joven.— Así que intentas saber lo que es ser libre...— Le devolvió a la joven la botella, se recargó de espaldas en la pequeña barda a un lado de ella, llevando su cabeza hacia atrás.

— Ojalá todos pudieran hacer eso... Escapar.

Llenó las dos copas y le dio una a él.

— Pero no es así, yo no puedo escapar porque mi destino ya está escrito, posiblemente antes de que naciera.—Levantó su copa para checarla levemente con la de él en un brindis y se la llevó a los labios.— Debe mirarme a los ojos o tendrá siete años de mal sexo ¿No querrá eso, verdad? — Después de decir aquello, la chica clavó sus grandes y verdes ojos en los del hombre y bebió delicadamente de su copa sin apartar la vista de él.

— Sabe hay algo que quisiera hacer antes de que mi padre me encarcele o mejor dicho me ponga lo grilletes. — Se acercó un poco más a él, ¿Por qué no ser descarada? Posiblemente jamás volvería a saber nada más de aquel hombre.— Besar a un desconocido, así que no puede decirme su nombre o dejará de ser desconocido y no es tan fácil encontrar a uno que me apetezca tanto besar.

Pasó los brazos tras su cuello, se alzó de puntillas y juntó sus labios con los de él en un suave beso en el que terminó cerrando los ojos simplemente por inercia.

Fue tomado por sorpresa por la joven, pero una vez la tuvo cerca no pudo evitar dejarse llevar, dejando de lado el tema de las edades, era más que claro que ella era mucho más joven que él, pero incluso saber eso no impidió que su cuerpo reaccionara de la forma en que lo hizo.

Chiara gimió contra su boca, pegándose más a aquel cuerpo fuerte, adulto, que la apretaba con destreza y experiencia. Manos grandes y esos brazos que parecían atraparla y no dejarla marchar. ¿Y ella quería irse? No, no quería, solo quería permanecer así y seguir fundiéndose en ese beso tan distinto a los pocos que había compartido hasta entonces con chicos de su edad.

Algo debía de estar mal con él, para Enrico era imposible que una chica que bien podría ser su hija le resultara más atractiva que su propia prometida, unos años mucho más mayor y mucho más adecuada para él. Parecía haber rejuvenecido un par de años, de pronto no era el hombre de cuarenta y ocho años, sino alguien mucho más joven.

"Enrico debes parar"

Se recriminó, pero una cosa es pensar en hacerlo y otra hacerlo, sobre todo cuando su cuerpo parecía haber adquirido autonomía propia, sus manos rodearon la cintura ajena atrayendo a la joven un poco más hacia su cuerpo. ¿Por qué no hacerlo? Porque no dejarse llevar, no era como si volviera a encontrarse otra vez con la joven, la ciudad donde estaban no era tan pequeña y, aunque lo fuera, era una de las ciudades más pobladas del todo el mundo.

Además, como resistirse a tan grácil y desvergonzada joven. Enrico simplemente no pudo hacerlo y tampoco dejaría que la joven olvidará ese beso fácilmente.

— Yo... — Por fin ella consiguió alejarse, debía hacerlo, no podía seguir, dejándose llevar en esa azotea o no habría retorno — Debo marcharme. — volvió a ponerse de puntillas para darle un último beso, mucho más corto, un simple toque de despedida — Gracias por esta noche, señor desconocido.

Y tras decir eso, se escabulló de sus brazos para volver a bajar por la escalera de incendios sin mirar atrás, una nueva experiencia que sumar a todas las que pensaba tener en los tres años y medio que le quedaban de libertad.

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