10. Estás en mis manos.

Al joven heredero Dumas le encantaba la entrega que su amante le demostraba en ese momento, sobre todo al ver como se retorcía para buscarlo en cada nuevo embiste, le excitaba la forma en la que se arqueaba su espalda, alzando su hermoso trasero y pidiendo más, escucharla gemir a causa del placer que él le daba, el olor y el sabor de su piel que no dudaba en morder, besar y saborear. Por lo que no dudó en inclinarse más sobre ella y morderle el cuello y el hombro mientras sus caderas no paraban de reclamar todo de ella.

— Te castigaré por ir sin bragas, sin mi permiso, sabes que no puedes hacerlo, me perteneces …

El hombre aminoró el ritmo de sus movimientos solo para desabrochar y quitarse la camisa rápidamente, luego se llevó las manos al pantalón para sacar el cinturón de las presillas de sus pantalones.

— Las manos sobre la cabeza. — le exigió por alguna extraña razón, jamás dejaba que sus amantes lo tocaran, él debía tener el control absoluto de
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