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IV. Charlotte Liddell

Una ráfaga de recuerdos borrosos circulaba en la mente de Charlotte, que había sido disparada y capturada horas antes. Las imágenes no eran claras; sonidos de casquillos de caballos circulando, gritos de hombres y mujeres, un niño llorando, y un hombre de traje blanco, tan resplandeciente que apenas podía ver su silueta. Luego los recuerdos se hicieron más familiares, su llegada a Londres, la persecución anterior que había sufrido, y ahora el impacto de la bala entrando por su frente y saliendo detrás de su cráneo.

El recuerdo del sonido aturdidor hizo que se despertara de golpe. Su reacción primordial fue mover los brazos y piernas, pero era en vano, estaba atada con esposas de plata a los brazos y patas de una silla de hierro. Sabía que eran de plata pues sus muñecas y tobillos ardían en carne viva. En medio de todo, se dio cuenta que estaba en una oficina señorial, con una extensa alfombra color vino y muebles antiguos con ornamentos dorados. Las ventanas estaban cubiertas con pesadas cortinas, al menos sus captores habían tenido consideración con no dejarla expuesta al sol.

Pronto, la enorme puerta de madera a un lado de la habitación se abrió, y dejó pasar a un hombre mayor en bastón, barbudo y de cabellos grises; era Arthur.

- Oh, ya despertaste. – Dijo él al cerrar la puerta. – Tardaste mucho menos de lo que pensé.

- ¿Dónde estoy? – Preguntó ajetreada, intentando liberarse de las esposas. En vano, estaba muy débil. - ¿Quién es usted?

- Tranquila, no tienes por qué tener miedo, nadie te hará daño. – Arthur se aproximó a su escritorio, que estaba justo en frente de la chica, y se sentó en el borde de este.

- ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? – Con voz quebradiza intentaba mantener la compostura, pero no habría logrado calmarse.

- Platicar un poco. – Dijo sin borrar una sonrisa compasiva de sus labios.

- ¿Entonces por qué estoy atada?

- Te recuerdo que atacaste a mis cazadores.

- Ellos me atacaron primero. – Acusó con rabia.

- Y lamento mucho eso.

Ella claramente no se esperaba una disculpa. Se quedó en silencio por un momento, pensó que no había sentido en pedir disculpas a alguien que estás próximo a asesinar. Así que decidió bajar la guardia y dejar de forcejear con las esposas.

- Lamento haberlos atacado también.

- Está bien, nadie murió de todas formas. Te liberaré si me prometes que no intentaras huir.

- ¿Cómo puedo confiar en usted?

- Si te quisiera muerta, ya lo estuvieras. – La sonrisa de Arthur desapareció de inmediato para hacerle saber que hablaba en serio. – Tengo un equipo de 200 hombres que saben cómo quitarte la vida.

No había otra manera, la mejor idea era cooperar. No importaba si él mentía, la pequeña posibilidad de platicar para salvar su vida era lo único que tenía en ese momento.

- Está bien. – Bajó la cabeza resignada. Entonces Arthur se aproximó a ella tambaleándose con el bastón, sacó un llavero con cuatro llaves y procedió a abrir las esposas de sus manos. Acto siguiente le entregó el llavero en sus manos. Anonadada, ella solo le dedicó una mirada de desconcierto.

- Las dos últimas llaves te quitarán las esposas que llevas en tus pies. – Indicó mientras se retiraba a una mesa de té que se encontraba junto a las ventanas. – Tendrás que hacerlo tu misma, yo no puedo inclinarme, pero ten cuidado de no hacerte tanto daño.

Ahora Charlotte entendía menos la situación que antes, pero tenía en sus manos las llaves de su libertad, y no de forma simbólica. Pero luego pensó en lo que había dicho aquel hombre: “Tengo un equipo de 200 hombres que saben cómo quitarte la vida”. Con la demostración de poder al ser perseguida no había duda de lo que decía. Vio la enorme puerta de madera con tentación, pero si aprovechaba la oportunidad para escapar ¿Qué le encontraría detrás de esa puerta? ¿Una serie de bestias armadas en su territorio en medio del día? Ella estaba en total desventaja y lo sabía, así que por los momentos sólo le quedaba escuchar lo que tenía el anciano para decir.

Entonces, se dedicó a quitarse las esposas de los tobillos. El humo emanó de sus heridas abiertas causadas por la plata, pero poco a poco la piel fue regenerándose. Arthur aún estaba en frente de la mesa de té, de espaldas a ella, haciendo chocar la porcelana mientras servía té negro y azúcar. Se dio la vuelta y volvió aproximarse a ella con una taza.

- ¿Quieres algo de té? – Preguntó cordialmente al poner la taza en frente de ella. Charlotte la tomó con las manos temblorosas y la colocó sobre su regazo. Arthur soltó una pequeña risa. – Tranquila, yo también tomaré para que te asegures que no está envenenado.

Él se devolvió hacia la mesa y recogió su taza llena, caminó hasta reposarse en la esquina del escritorio una vez más. Le dio un sorbo a su té y espero que ella hiciera lo mismo.

- Me llamo Arthur van Helsing, soy el director del Hospital van Helsing y cabeza de la organización van Helsing, cazamos vampiros. Eso último creo que ya lo sabes. Mis intereses van más allá de eso, yo creo que los vampiros como tú son seres excepcionales que pueden ayudar a la humanidad con sus atributos.

- ¿Atributos? – Definitivamente era una charla extraña, todos estos años los había pasado huyendo de cazadores. Ahora un cazador intentaba decirle que su especie era excepcional.

- Ya sabes, lo que ustedes pueden hacer y nosotros no. Levantar toneladas como si nada, la longevidad y regenerarse heridas graves en minutos. Creo también que tú eres el perfecto sujeto para iniciar mis investigaciones.

Ante esa declaración, Charlotte solo pudo quedarse viendo a su propio reflejo en el té negro en su taza ¿Qué era lo que Arthur van Helsing estaba queriendo decir?

- ¿Yo? – Preguntó con suspicacia mientras le devolvía la mirada al anciano.

- Se que no eres un vampiro común. – Afirmó mientras dejaba su taza en el escritorio.

- ¿Cómo puede saberlo?

- ¿Acaso es mentira? Las heridas de plata en tus muñecas y tobillos sanaron en cuestión de minutos. El balazo que te dieron también era plata pura, y sanó en menos de dos horas. Y no te has alimentado ¿Verdad? En todos mis años como cazador jamás había visto eso. – Se acercó a ella y la miró fijamente a los ojos. - ¿Por qué no me dices tu nombre?

- Charlotte Liddell.

- ¿Dónde naciste?

- Berlín.

- ¿Y tus padres?

- Soy huérfana.

- Charlotte, sé que todo eso es mentira.

- ¿Qué? – Su tono de voz se volvió a la defensiva. – Claro que es verdad.

- Dime la verdad, si cooperas, yo te ayudaré a ti.

- ¿Cómo puede usted ayudarme? – Una vez más, con suspicacia en sus palabras.

- Mira, Charlotte, comando una organización caza vampiros y no te he matado aún ¿Te parece suficiente ayuda?

Otra vez, no pudo evitar dejarse convencer por esa afirmación. Colaborar aún era la única pequeña posibilidad de salir de allí. Bajó los hombros y suspiró al mismo tiempo en que reposaba la taza en su regazo una vez más.

- Charlotte Liddell es el nombre que tengo en mi último registro en Berlín hace 60 años, sé que tengo más de 500 años, pero no puedo recordar más de hace 60.

- ¿Por qué viniste a Londres?

- Desde que puedo recordar alguien me envía cartas que dicen lo que tengo que hacer, a donde ir; también pasaportes y boletos, me envía cosas como la motocicleta y ropa. Hace unas semanas me llego una carta con un boleto a Londres. No sé quién lo hace pero...

- Quería que vinieras aquí. – Terminó por ella- Entonces no puedes recordar nada, ni quién eres ni de donde provienes ¿Verdad? ¿Qué pasaría si te digo que haré que recuperes la memoria?

Un silencio perpetuo invadió la habitación; la mirada de Charlotte quedó fijamente perdida hacia su regazo. Una mezcla se esperanza e incertidumbre se había apoderado de ella en ese momento. Tenía toda una vida viviendo con incertidumbre, pero jamás con esperanza.

- ¿Puede hacerlo?

- Así es, a cambio de que te sometas a una serie de experimentos que ayudarán en mi investigación.

- ¿Cómo lo hará? – Volvió a ponerse a la defensiva, dudosa de la propuesta. - ¿Qué le hace creer que confiaré en usted?

- Charlotte, ¿No has sentido que tu existencia no tiene motivo por el hecho de no recordar de dónde vienes, quien fuiste, o quién eres? ¿No crees que estás dejando algo muy importante en el olvido? ¿Crees que llegaste aquí por pura casualidad? Yo no creo en las casualidades, alguien con tanto poder y potencial como tú no perdió su memoria por una casualidad.

Todas esas preguntas provocaron que ella no pudiera contener su propia respiración, la taza temblaba gracias a sus manos y un dolor punzante invadía su cabeza. Arthur se había dado cuenta de la reacción, era lo que él esperaba; ponerla en un estado en que ella pudiese confiar en él y aceptar su propuesta. En un acto de familiaridad, se acercó y se inclinó a ella para retirar la taza de sus temblorosas manos. Charlotte lo miró fijamente mientras lo hacía y se incorporaba una vez más ante ella.

- Si no lo quieres hacer, puedes retirarte, te prometo no cazarte mientras no nos causes problemas. Y si aceptas y no logramos hacer volver tu memoria, que lo dudo que pase, ¿Qué es más puedes perder?

- Lo haré. – Lo dijo con firmeza sin desviar su mirada a la de Arthur.

- Excelente. – Respondió, con una sonrisa paternal en sus labios.

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