3.

— Señor, sea bienvenido. Es un honor tener su visita en este lugar. — Pronuncia un hombre entrando al sótano, Harvey necesitó agudizar el oído para escucharlo por encima de la estruendosa música del popular club nocturno.

Balanceó la cabeza hacia un lado, luego hacia otro, mirando las paredes una a una.

— Deberías limpiar este lugar más seguido, apesta como la m****a. — Comenta Harvey. — ¿Es aprueba de sonido? Este tipo hace demasiado ruido y yo mismo te mataré si alguien de afuera lo llega a escuchar.

Henry -El hombre que entró solo para saludar a su cliente más importante- se dirigió hacia la persona detrás de Harvey, un pobre hombre atado de manos y pies a la pared mientras estaba de cabeza, había algunos cuchillos encajados a la pared y otro que se ha enterrado en su pierna.

—  Estamos jugando a los dardos ¿Ves? — Al tiempo en que termina de hablar arroja un cuchillo, la precisión con la que se clavó en el cuerpo del agonizante chico retorció el estómago de Henry. — Solo es un juego, relájate. Ni siquiera acerté una zona vital, no morirá… Al menos no lo hará rápido como seguro lo debe estar deseando.

¿Cómo podía relajarse cuando alguien estaba siendo torturado brutalmente por un desquiciado en su propio negocio?  El pobre hombre estaba lleno de golpes, líquidos extraños y fétidos manchando su ropa rasgada y lleno de cortes en la piel, jamás había visto una escena así de macabra.

Y eso era algo que solo Harvey Ludwing era capaz de hacer.

— ¿Entonces está o no está insonorizada la habitación?

— Completamente señor. — Contesta Henry al final, con ganas de devolver lo que rato atrás había consumido debido al nauseabundo olor a sangre y muerte. — No importa qué, ningún ruido saldrá al exterior.

— Entonces retírate.

No hico falta que Ludwing se lo dijera dos veces, ni siquiera había terminado de hablar cuando Henry ya estaba cruzando el umbral de la puerta, sin embargo, ni bien se detuvo a abrirla escuchó un golpe seco, limpio, preciso. Justo sucedido de un grito que se ahogó, se trataba del golpe que Harvey le dio al hombre en la boca del estómago, se escuchó tan intenso que fue como si golpearan directamente a Henry, quien de solo escucharlo lo sintió casi en carne propia.

— E-es un monstruo. — Musitó, pálido del susto.

Se abrazó a sí mismo, las piernas le temblaban al salir.

Había exactamente cuatro hombres detrás cuidando las espaldas de Harvey, otros dos más asegurando la puerta por dentro y otros dos más en el exterior, siendo en total ocho personas acompañándolo.

Ahora, la ropa de Harvey estaba manchada de una sangre que no era la suya, sino del hombre con el que estaba jugando a las torturas, enojado porque, a pesar de estar a punto de morir seguía dando batalla.

— Al parecer es verdad que no piensas hablar, alguien te cerró bien la boca. — Harvey cargó su arma de alto calibre, alzándola en manos mientras apuntaba directo a la cabeza. — Pero no hay cerradura ni cerrojo que yo no sea capaz de abrir.

Aquel hombre estaba temblando, también continuaba tragándose el terror, pero no llora. Se había abstenido de derramar lágrima alguna desde el momento en que descubrió que su sufrimiento solo hacía que aquel psicópata se pusiera feliz.

— Entonces te daré una última oportunidad de hablar: ¿Dónde está ella? — La mano de Harvey no tembló al mantenerse apuntándole, listo para disparar. — Todos aquí sabemos que tú le diste trabajo en tu patética prensa así que habla ya ¿En dónde está ahora? Si no me respondes no solo tú lo vas a pagar, también toda tu familia,

Lo dejó caer al piso cuando lo vio dispuesto a hablar, pero siguió encadenado y, para que realmente no quedara ninguna esperanza de poder escapar, Harvey hizo que todos los suyos le apuntaran, un movimiento en falso y lo último que comería serán balas.

— E-ella nunca d…decía nada sobre su … Vida. — Repitió por quincuagésima vez, pero no fue hasta que Harvey le puso el arma en la quijada que se sobresaltó, probablemente fue el hecho de estar al borde de la muerte que un vago recuerdo llegó a su cabeza — ¡El sur! E-ella habló por teléfono una vez y-y… Al parecer… Aa-alguien la estaría esperan-d-do…

Harvey bajó el arma, pensativo.

— Toda su familia está muerta ¿Quién podría estarla esperando? — Meditó un poco en la respuesta, pero ningún nombre llegaba a su mente.

Al menos no hasta que lo interrumpieron.

— Quizá sea una amistad, señor. — Propuso uno de sus guardias.

Harvey se ríe

— ¿Una amistad? ¿Quién sería amigo de una mujer tan ruin? ¿Por qué no solo dices bien lo que piensas? Te refieres a un hombre ¿Verdad? — Acotó con voz dura, concentrada en ira. — No solamente huye sin permiso, sino que se atreve a irse con alguien más, oh Violette ¿Con qué debería hacerte pagar tal desgracia?

El cautivo volvió a tener su atención cuando habló:

— D-debe ser rápido… Señor, ella también dijo… algo sobre irse del país cuando… Hubiera borrado por completo su historial…

Se permitió reírse nuevamente, esta vez de manera descarada. — Eso suena como algo que esa cobarde mujer haría. Bien, amigo ¿No es mejor cuando accedes a hacer las cosas por las buenas? — Harvey le dedicó una sonrisa torcida, lejos de inspirar confianza, girándose hacia sus hombres — Suelten ahora al pobre chico y curen sus heridas, ya ha dicho todo lo que tenía que decir.

Tomó un pañuelo que le ofrecieron para limpiarse la sangre del rostro y las manos, aproximando el paso pesado de sus botas a la salida.

— Desháganse de él, envíen uno de sus dedos a alguno de sus familiares como recuerdo. — Ordenó a los hombres que cuidaban la puerta. — No podemos dejar testigos, que parezca un accidente o un ajuste de cuentas.

Ellos se encargarían del resto.

— ¿Todo listo, señor Daniels? — Harvey le hizo entrega de su saco y guantes sucios a Rogers, quien le estaba abriendo la puerta del vehículo. — ¿Era ese el hombre?

— Definitivamente era, tu contacto tuvo razón. Recuérdame recompensarlo más tarde. — Miró la hora en su reloj de muñeca. — Prepara el avión, esta noche haremos un pequeño viaje al sur.

Rogers no preguntó, solo obedeció.

*     *     *

— Lo siento por tener que arrastrarte hasta aquí, Michael. — No pudo más que disculparse otra vez. — Hari solo siguió insistiendo en que debías venir con nosotras, ella realmente te aprecia.

Particularmente hubiese preferido que Michael se negara, todavía sentía cierta incomodidad al estar a su lado.

— Está bien, siempre puedo tomarme un descanso si es para pasar el tiempo con ustedes. — Miró a Hari entusiasmada por la feria caminando delante de ellos, entonces sonrió y se giró hacia Kate. — Me alegra que hayas decidido traerla a la feria de este año, se dice que es tres veces más grande que los años anteriores por la celebración del cincuenta aniversario de la ciudad.

Y no se trataba de una mentira.

Había tantas atracciones y puestos de comida que a Kate le resultaba difícil creer que se trataba de la realidad, cada año solía verlo a través de la pantalla y Hari siempre se emocionó, tal vez por eso le hizo especial ilusión llevarla por primera vez en su vida.

Pero la cantidad de personas que asistieron parece haberse triplicado también.

— ¡Mira mamá, Michael, ese señor está haciendo acrobacias! — Hari señaló a un hombre con un curioso disfraz de payaso. — ¿Por qué se viste así de raro? ¡Sus zapatos son enormes! ¿Realmente su pie es tan grande? ¿Por qué tiene la nariz roja? ¿Es porque tiene parásitos?

Por supuesto, el payaso estaba escuchando cada una de las palabras de la pequeña.

Rápidamente Kate cubrió la boca de su hija y la apartó del payaso haciendo gestos de incomodidad. — Lo siento, señor. — Llevó a Hari a otro sitio. — Cariño, no puedes decir ese tipo de cosas sobre otras personas en frente de ellos ¿De dónde sacaste lo de los parásitos?

— La abuela una vez me leyó un libro sobre renos en navidad y decía que su nariz se volvía roja porque tenían parásitos y ponen huevos en la nariz ¡Y luego sale-!

Michael se atragantó con su propia risa, Kate lo miró mal mientras calló la plática entusiasta y a pleno pulmón de su hija, como si necesitara arruinar las próximas navidades de los demás niños.

Se aseguraría de tener una conversación con su abuela sobre los tipos de libros que le lee a Hari mientras no está.

— De acuerdo, ¿Recuerdas cuando hablamos sobre qué cosas estaba bien decir y qué cosas era mejor no decir en público? Definitivamente no puedes comparar las narices rojas de los payasos con los huevos de parásitos en los renos ¿De acuerdo? Mejor dicho, olvida lo de los renos ¿Sí? — Su pequeña hija hizo un puchero desanimado, pero al final terminó accediendo. — Muy bien, recuerdas cuáles son las reglas que hicimos para venir aquí ¿Verdad?

— No debo acercarme a los desconocidos, tampoco aceptar lo que un desconocido me regale sin el permiso de mamá… —Hari empezó a contar con los dedos de sus manos conforme iba hablando. — No debo alejarme de mamá o de Michael… ¡Ah! Y tampoco comer demasiados dulces porque luego me dolerá mi pancita.

— Sí… Todo está correcto.

Aún si su hija conocía las reglas no pudo evitar morderse el labio con ansiedad, Kate miró a Hari de manera insistente, su nenita, su pequeña hija a la que había criado con trabajo duro y mucho esfuerzo, ¿Y si en realidad estaba cometiendo un error terrible?

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