El cuerpo tenso de Gianluca pierde un tanto el equilibrio al oír las palabras de Billy. Acrecienta el enervar que se apodera de cada rincón, y que no hay como apaciguarlo.Ahora se consume por completo, y de pies a cabeza, en su mente, no se salva de ver algo que lo está consumiendo peor que antes.—¿Dónde —comienza Gianluca, perdiendo la cordura—, está mi esposa?—La señora Elena se marchó con una de sus amigas-Gianluca no lo deja termina porque no quiere ni mirar la carpeta que Billy está mostrando. Su desesperación lo lleva directo a una sola salida, donde no tiene escapatoria, donde no puede ver con una buena percepción ya que no existe lo suyo, lo de ellos. Para Gianluca la simple idea de escuchar “Se fue” está arrastrándolo al abismo. Esto es una completa locura.Enojado, eufórico. ¿Dónde está y ha dónde ha ido? Es irónico que tan sólo ésta mañana la tuvo entre sus brazos, y para ésta madrugada, donde sus cuerpos no se juntan ni para darse calor el uno al otro, abrazados
—¿Elena?Bañada en lágrimas, enrojecida por la falsedad de las palabras y sintiendo cómo su corazón se retuerce en mil pedazos, Elena está frente a frente a la puerta de Cristina en su hogar, al otro lado de la ciudad.No aceptó que Tito o Billy la llevaran a ninguna parte. tan sólo exigió por llamada a Orlando que le mandara a ese hombre documentos del divorcio y no lo dejó ni responder.Colgó, furiosa. Y desapareció de la casa, jurando nunca más volver. Manejó por si sola mientras apretaba los volantes, fija en la carretera mientras todos los recuerdos que habían hecho los dos se rompían como un papel.La mirada que había recibido de Gianluca estropeó lo que habían armado juntos, los sueños que habían querido formar. La familia que querían tener.Ahora se encuentra hecha un mar de lágrimas frente a Cristina, una vez más vulnerable, rígida, sin saber a dónde ir. Pérdida, lo mismo que ocurrió cuando salió de prisión.—¿Amiga? —Cristina la jala para abrazarla, asustada—, ¿Qué sucedió,
—¿Estás segura que quieres hacer algo así? Sería dejar…toda la vida que has tenido aquí.Cristina le ofrece una taza de té horas después de haberse calmado. Todo sucedió tan repentino, fuera de la nada, que incluso así le cuesta procesar lo que escuchó, cómo lo escuchó y las últimas palabras de Gianluca. “Por favor.” Sonó como una súplica en medio del pitido en sus oídos.No ha logrado calmarse, y pasará mucho tiempo para calmarse.Tampoco quiere verlo. Sabía que no podría con tanto, que no lograría aguantar otro momento lejos suyo.—Cuánto antes —ya ha amanecido. El color naranja del amanecer se encuentra con su rostro moribundo—, no puedo pasar otro día más aquí. Si él no quiere abrir ningún caso en mi contra, no me interesa. El abogado que estaba ayudándome con representarme para limpiar mi nombre del escandalo de A Lá Móde me acaba de traicionar y no confiaré en nadie. He labrado mi propio camino hasta ahora, y este matrimonio no me arruinará.Elena se pone de pie, quitándose el
Ha pasado una semana. Una jodida semana desde que Gianluca no sabe nada de ella.Está caminando de un lado al otro en su oficina. Son las 8 de la mañana, no ha dormido y tampoco fue a la casa. No quiero tocar esa casa, no quiere entrar a ese cuarto y no quiere tocar esa cama.Frustrado, enojado. Jamás se le había visto así antes. Desesperado.Renata ya fue dada de alta, y quiere que traigan a la niña a la oficina. De Renata no quiere saber nada. Es más, para Gianluca no existe otra mujer en el mundo que una sola.Su esposa.Sí, su esposa. Cada vez que llega un nuevo documento del divorcio lo rompe en dos. No firmará nada. Y ahora que lleva una semana buscándola sin parar su cuerpo pierde la cordura y así lo lleva a la desesperación.Ha tratado de localizarla por todas partes y no tiene respuesta. Cristina no sabe nada, pero en realidad no quiere decirle. También se dio cuenta que Gaby se marchó de la casa, y posiblemente con ella. Si encuentra a Gaby, la encuentra a ella.No come, no
—Y cuando seamos grandes me casaré contigo. Un pequeño de seis años corrió tras la niña de hermosos cabellos rizados y largos por el camino de arena lejos de sus casas. Un rincón oculto al que siempre acudían. Donde el niño la invitaba a jugar, donde no existía otra cosa que sus inocentes juegos de piratas, de aventuras, y de una princesa a la cual debía siempre rescatar en los castillos de arenas. En ese momento, corrían por el camino de piedras hacia las praderas, cerca de un arroyo de río que los esperaba todo el tiempo. El cielo azul, nítido, sin verse nubes borrascosas en la llanura. —¡Eso no puede ser posible! —la pequeña niña de cinco años repitió con risas, tomando su vestido para correr, sin detenerse, mientras atrás de ella un osado y valiente pequeño también la seguía. —Nos casaremos como mi mamá y mi papá —el niño se acercó a la pequeña, quien se detuvo frente al parque. Inmensos arreboles verdes con frutos, un pasto verde y llamativo que había florecido por las ante
20 años después. —¡Hey tú! ¡Muévete! Aquí no hay sitio para que duermas, princesita. ¡Apresúrate! —una mujer alta y fumando un cigarro es quien exclama, empujando a la otra mujer delante de ella—, ¡Aquí comemos todas la misma basura! Su empuje hace que su contrincante se tambalee hacia adelante, y la bandeja de aluminio donde lleva la comida caiga al suelo en un fuerte y doloroso estruendo. Es tan abrupto el golpe que inclusive se puede creer que se ha fracturado uno de los huesos. —¡Demuéstrale que manda, Vidente! —¡Dile a esa zorra que deje de hacerse la víctima! —Y haz que coma tierra. En medio de la cocina de la prisión, el ruido es fuerte, estruendoso, casi rompe las paredes oscuras de éste lugar. El bullicio alejado empieza a murmurar. A reírse en voz baja. A mirar con indiferencia a la mujer que está en el suelo. —Déjame levanto a la princesa. ¡Oigan, déjenme y levanto a Su Majestad! —la misma mujer todavía con su cigarro, a quien gritan como “Vidente”, observa a la mujer
Elena no lo cree hasta que la reja de su celda se abre, y desde la distancia es Vidente quien observa con incredulidad todo esto. En el pasillo hacia la salida, las visitas a las reclusas están ya permitidas pero no ve a nadie conocido. Sólo lleva el vestido que lavó la noche anterior y nada más que una manta doblada en su brazo.—Rápido, camina —Elvira la empuja con fuerza. Está indignada y furiosa—, ¡Muévete!—Me sigues empujando y te voy arrancar el cuello —se zafa Elena de su agarre.Sin embargo, una voz retumba entre todas las voces en la sala de las visitas.—¡¿Es que cómo se te ocurre decirme qué no?! ¡A mí! Pagué mucho por ti y estás aquí por evadir impuestos ¿sabes cuánto dinero perdí por tu culpa? ¡No sabes!Los gritos pueden escucharse desde aquí hasta el centro de la ciudad, o hasta el centro del caribe, y es el único sonido que se oye en todo el lugar. Mientras se acerca Elena al final del pasillo, vuelve a oír la voz: pertenece a una mujer que ya ha visto en el patio.—¿
—Sé que quieres recuperar la empresa y tu reputación, Gianluca. Lo mejor es que te concentres ahora en tu boda —el hombre que está bebiéndose su whiskey, mira a su primo con su traje negro frente al espejo.A quien se dirige tiene el cabello peinado hacia un lado. Lo bastante atractivo como para que sea difícil apartar la mirada, y una taciturna personalidad que es la fuente de su encanto. Se arregla las mangas del traje y responde:—Della Famiglia es mía, Valentino —es una respuesta contundente.—Era, primo. Era tuya —responde Valentino, levantándose y dejando el vaso de whiskey en la mesa—, Enrico ya tiene en su poderío todo lo que era tuyo. Y me parece que está convencido de que no dejará nada ni para ti ni para nadie. Además, Renata no estará contenta de que pienses en esa clase de cosa. Eres ambicioso. Tu prometida será más escandalosa que antes —dice Valentino.Se da la vuelta y recibe el saco de su mayordomo. —Esto es simple compromiso —se acomoda su reloj—, Renata y yo no es