23. Deja al dolor marcharse

*Horas antes*

Jamás había sentido esa clase de conmoción qué dejaba sin habla y revolvía el estómago hasta el punto de vomitar. Y era lo que ocurría en en ese momento. Las manos de Elena de pronto habían temblado peor de lo qué alguna vez imaginó, e incluso más cuando el juez la sentenció a pasa tantos años en la cárcel.

Las manos de Elena sudaron frío, y casi se tambaleó hacia atrás.

—¿Usted cómo sabe eso?

—¿No lo niega? —el señor Orlando preguntó aún con las manos entrelazadas. Seguía teniendo una expresión de piedra, como si le reprochara con la mirada. Había pasado demasiado tiempo desde qué sentía miedo por alguien. En realidad, pavor.

Las palabras de Elena se las llevó el viento. ¿Ahora qué sería de su vida? ¿Ahora qué iba a ser de su futuro y de su sed de venganza?

Nadie. Absolutamente nadie debía saber la verdad de su pasado y del porqué se cambió el nombre. ¡Nadie!

Era pavor lo que sus gestos guardadan, rígidos por lo qué había escuchado. Sin saber qué hacer, qué de
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