—Ese hijo en tu vientre no es mío.Las palabras de Gianluca están cargadas de antipatía, un aborrecimiento qué nace desde lo más profundo de su ser.Renata es quien se aleja del abrazo, y sus ojos cambian totalmente de la felicidad a la dolorosa incredulidad, aunque sigue sosteniendolo del cuello, tan cerca qué ya pueden compartir el aliento. —¿Qué estás diciendo? —pregunta Renata. Su tono rebosa el dolor, frunciendo el ceño en tristeza—, ¿Qué estás diciendome, Gianluca?Gianluca vuelve a vista hacia ella, bajando la mirada para encontrarse con las largas pestañas negras de Renata. Lleva su flequillo desornedado.—Eres una mujer, Renata. No te insultaré jamás —Gianluca busca las manos de Renata tras su cuello, y las aleja de él—, pero no sigas haciendo esto. Ese hijo no es mío.—Estás insultandome, es precisamente lo qué haces. ¿Cómo qué esto hijo no es tuyo? ¿Cómo no va a hacerlo? —los planes de Renata resultaron fatales. Pero esto tiene qué funcionar—, nos acostamos, Gianluc
El caos empieza para despojar a Elena de todo lo que alguna vez conoció, colisionando en un estallido feroz. No existe más la rabia contenida porque esto detiene su mundo por instantes. Como si fuesen las llamas del infierno cae en estos brazos qué la dejan sin aire. Sin más, recorriendo la punta de su boca como un ladrón buscando lo que cree que le pertenece. El furor de la rabia y el deseo se hallan en sus labios.Sus bocas juegan y danzan al mismo compás, adueñándose de sus cuerpos. Le da paso a la bestia para que deshaga y destruya su mente de manera qué hasta se olvide de ella misma. No hay de forma de escapar de éste enardecimiento, allí, entre sus brazos y el ardor de su cuerpo al responder éste beso que la deja devastada.Sin aliento, sin pretextos. Los labios de éste hombre toman el control de su propia mente, cayendo ante el vaivén de ansias y desesperación de su lengua contra la suya.No hace nada para detenerlo. Él llega y la destruye, la encadena y la esposa sin preguntar
—Tengo muchas cosas qué hacer, señor ¿Enrico? —Elena le entrega el ramo a Gaby—, estoy ocupada.—Lo supuse —Enrico se hace un lado para darle un paso—, no te tomaré mucho tiempo.—¿Qué es lo qué quiere, señor Enrico? —Elena no tarda en preguntar.Enrico baja la mirada hacia Gaby, quien sigue con su mirada dubitativa y recelosa.—¿Puede ser a solas? —Enrico tiene una sonrisa ladina—, ¿Te molesta, Gaby?—El señor Gianluca no está presente —Gaby alza la barbilla. Una joven cómo ella no baja la mirada con un hombre como Enrico.—Lo comprendo —Enrico no tarda en mirarla—, ¿Entonces puedes venir a mi oficina? No quiero incomodar a nadie aquí, no es lo que estoy buscando.—¿Qué tema es tan importante para que yo vaya hasta su oficina? —Elena no está del todo segura qué este hombre sea del agrado de Gaby.—Nada malo, te lo aseguro. Se trata de tu esposo y tengo razones para creer que él podría escucharte a ti. No quiere escuchar a nadie. Pero nuestra conversación —Enrico la recorre de pies a
—Por aquí, señorita —indica una morena y joven secretaria hacia la puerta.A quien le habla también es una mujer. Le sonríe a la secretaria, y nadie dudaría qué está feliz, dejándolo saber a todos los qué están a su alrededor.—Muchas gracias —es lo qué dice. Bien vestida. Usando tacones hasta las rodillas y con su cartera se levanta de la silla de espera. Siendo más alta qué la secretaria por su trabajo, descansa la mano en el hombro de la secretaría—, qué amable eres.La secretaria cierra la puerta del consultorio.—¿Qué haces aquí? —no se espera ni dos segundos para qué alguien brame tras su escritorio—, ¿Qué haces aquí, Renata? No te permito que estés aquí. Te he dicho mil veces qué no quiero que estés aquí.—Pero ¿cuál es esa clase de bienvenida, Mónica? —Renata se sienta frente al escritorio—, como si me odiaras.Renata se dirige a una delgada mujer con una bata blanca. Se ha quitado los lentes y lleva sólo un simple moño a lo alto.—No tienes nada qué hacer aquí —Mónica, induda
Sin más su corazón se quiebra en mil pedazos.Agatha se mantiene hablando, pero no la entiende. El alrededor se detuvo para hacerle daño, y la fortaleza de Elena una vez más se esfuma.Los recuerdo con su madre desde qué tiene uso de razón van golpeando su mente a medida que pasan los segundos. Aunque no mueve ni un sólo gesto; las lágrimas caen por si solas y en silencio.Sólo eran ellas dos. No recuerda nada de Italia, y de aquel lugar qué su madre le prometió visitar. Su vida está aquí en Estados Unidos. Para…¿Enterarse qué su madre no es su verdadera madre?Con sus ojos enrojecidos Elena se abalanza nuevamente hacia Agatha. Se aferra a su mano.—¿Qué más sabes…? —solloza Elena—, por favor, dímelo. ¿Qué más sabes? ¿Cómo es posible? —el impacto de las palabras la hacen temblar de pies a cabeza—, no, no. Esto no es verdad —Elena baja la cabeza—, Raffaella es mi madre.—Mi amiga tenía tantos secretos…—murmura Agatha sin contener la respiración—, pero ahora ya está en un mejor lugar.
¿Cómo se supone qué responda a esto? ¿Cómo se supone qué su cuerpo, responda a esto? Manos y pies atados, presa y con una soga en el cuello, a su vez una venda en sus ojos. Sólo guiada por la voz gutural y profunda de éste hombre. ¿Cuál es su respuesta? Él no ha olvidado la noche anterior. Ella intenta hacerlo, pero con esa voz acariciando su audición y enviando electricidad a cada rincón de su cuerpo para Elena no es posible hablar. Finalmente, Gianluca rompe el silencio, su voz baja y cargada de ansias. —No puedo seguir fingiendo que esto no está pasando —murmura. Desesperación y deseo. Elena gira la cabeza lentamente, sus ojos encontrando los de él. Sus ojos tan profundos en su mirada hasta tal punto de no saber todavía cómo mantenerse de pie. Ese toque simple en su cintura, acorralada sin medida. Presa por él. —Es mejor olvidar porque —Elena hace contacto visual con Gianluca y jamás había creído que una mirada tuviese tanto poder. Se remueve—, porque esto es un trato.
—Qué coincidencia —Ítalo Moretti vuelve a expresar—, aún así, es un completo placer conocerla, señora Elena. —El placer es todo mío —responde su esposa. Gianluca está pensando seriamente en cómo mantenerse sereno con ésta mujer a su lado. No sabe lo que le ocurre. Lo único qué tiene en mente son los ojos de ésta mujer y su boca contra la suya. De resto, el mundo sigue siendo banal. La forma en la que Ítalo Moretti observa a su esposa aumenta su discordia. Así que se acerca a hablarle en su oído. —Tengo una reunión para ésta hora. Iremos juntos a la estación policial cuando termine aquí —al sentir el temblor de ella Gianluca sube y baja mano en su cintura. —De acuerdo —responde Elena. Intenta sonreír, y esa forma de buscar una excusa a lo que realmente está sintiendo le fascina. Se pone nerviosa con sólo sus labios en su cuello. La pregunta reiterada de saber cómo sería oírla insaciable bajo su cuerpo e imaginársela desnuda lo pone duro, más de lo que ya está. El poder de
—Elena, estás hirviendo en fiebre —la voz de Gianluca surca en la intranquilidad una vez están dentro del auto—, nos vamos a la casa ahora mismo. —Estoy bien —Elena hunde las uñas en su asiento, cerrando los ojos—, estoy bien, lo prometo. —Nos vamos a la casa —Gianluca vuelve a decir, y no la deja continuar porque acelera el carro una vez el dolor de cabeza vuelve a punzar fija en su mente—, no te preocupes. Llegaremos cuánto antes. El sollozo qué deja Elena vuelve más turbado a Gianluca, quien busca su mano. —Nena, todo está bien. —No lo está —Elena mueve la cabeza una y otra vez—, nada en mi vida está bien, nada en mi vida. Y esto me ha quitado la vida por completo, yo no sé cómo continuar. He tratado todo el día de mantenerme serena, pero —Elena se detiene. Sigue con la mano de Gianluca rodeada en la suya—, no sé qué sucede, no sé. Yo tengo qué ir con Agatha nuevamente. —¿Agatha es la persona qué te dijo…? —Ella fue la qué me dijo, pero no sé si creerle. Es una persona qué su