28. Capaz de entregar el alma

Sin más su corazón se quiebra en mil pedazos.

Agatha se mantiene hablando, pero no la entiende. El alrededor se detuvo para hacerle daño, y la fortaleza de Elena una vez más se esfuma.

Los recuerdo con su madre desde qué tiene uso de razón van golpeando su mente a medida que pasan los segundos. Aunque no mueve ni un sólo gesto; las lágrimas caen por si solas y en silencio.

Sólo eran ellas dos. No recuerda nada de Italia, y de aquel lugar qué su madre le prometió visitar. Su vida está aquí en Estados Unidos. Para…

¿Enterarse qué su madre no es su verdadera madre?

Con sus ojos enrojecidos Elena se abalanza nuevamente hacia Agatha. Se aferra a su mano.

—¿Qué más sabes…? —solloza Elena—, por favor, dímelo. ¿Qué más sabes? ¿Cómo es posible? —el impacto de las palabras la hacen temblar de pies a cabeza—, no, no. Esto no es verdad —Elena baja la cabeza—, Raffaella es mi madre.

—Mi amiga tenía tantos secretos…—murmura Agatha sin contener la respiración—, pero ahora ya está en un mejor lugar.

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