La gente alrededor se agacha en menos de un segundo. Los gritos de sobresalto atrapan toda la calle de forma qué se siente incapaz de oír de nuevo la voz de Gianluca.Sigue abrazando su cuello.—¡Señor! —Flavio intenta empujarlos hacia atrás. Hay una estación policial no muy lejos de dónde están, y el único sonido de disparo ha llamado la atención de las autoridades—, ¡Al edificio!—¡Elena! —Gianluca sube las manos hacia su rostro, y se separan del abrazo, olvidándose un momento del mundo a su alrededor.—¿Estás bien? —con el corazón en el cuello y la garganta seca Elena pregunta sin apartarle la mirada —, ¡¿Estás bien?!—Estoy bien, mia cara. Pero tú —la expresión de Gianluca es de desconcierto y de sobresalto a la misma vez—, ¿Qué fue lo qué pasa? ¿Qué sucede?—Vi a un hombre extraño dirigiéndose hacia ti —Elena traga saliva, calmando la respiración—, venía hacia ti, Gianluca. Y yo-—¿Qué cosas estás diciendo? —la mirada de Gianluca cambia a la desesperada molestia, tomando su rostr
—¿Qué relación tiene? ¿quién lo envió? Es la voz de Gianluca lo que se escucha con fuerza. Está de brazos cruzados, sus bíceps trabajados sobresaliendo de su camisa, y con su altura intimida incluso al oficial qué está hablando con él. Gianluca tiene qué mirar siempre hacia abajo para encontrar a las personas. —Confesó qué la orden fue hecha en anonimato. Recibió unos miles de dólares para llevar el acometido, qué según él, sólo fue para asustarlo, fue lo qué dijo —responde el oficial, escribiendo en la pequeña nota—, ¿dónde está la dama qué estaba con usted? —Mi esposa está ocupada en estos momentos. —El sospechoso estará en prisión hasta qué el gobierno pueda otorgarle un abogado. —Ese hombre no saldrá de donde está —habla Gianluca con severidad—, atentó en medio de la calle. Mujeres y niños estaban presentes, mi esposa incluida. Puede qué su confesión sea un intento de susto, pero el intento de homicidio es un hecho. No sólo conmigo, sino con mi esposa hace un par de días.
*Horas antes*Jamás había sentido esa clase de conmoción qué dejaba sin habla y revolvía el estómago hasta el punto de vomitar. Y era lo que ocurría en en ese momento. Las manos de Elena de pronto habían temblado peor de lo qué alguna vez imaginó, e incluso más cuando el juez la sentenció a pasa tantos años en la cárcel. Las manos de Elena sudaron frío, y casi se tambaleó hacia atrás.—¿Usted cómo sabe eso? —¿No lo niega? —el señor Orlando preguntó aún con las manos entrelazadas. Seguía teniendo una expresión de piedra, como si le reprochara con la mirada. Había pasado demasiado tiempo desde qué sentía miedo por alguien. En realidad, pavor.Las palabras de Elena se las llevó el viento. ¿Ahora qué sería de su vida? ¿Ahora qué iba a ser de su futuro y de su sed de venganza? Nadie. Absolutamente nadie debía saber la verdad de su pasado y del porqué se cambió el nombre. ¡Nadie! Era pavor lo que sus gestos guardadan, rígidos por lo qué había escuchado. Sin saber qué hacer, qué de
—Ese hijo en tu vientre no es mío.Las palabras de Gianluca están cargadas de antipatía, un aborrecimiento qué nace desde lo más profundo de su ser.Renata es quien se aleja del abrazo, y sus ojos cambian totalmente de la felicidad a la dolorosa incredulidad, aunque sigue sosteniendolo del cuello, tan cerca qué ya pueden compartir el aliento. —¿Qué estás diciendo? —pregunta Renata. Su tono rebosa el dolor, frunciendo el ceño en tristeza—, ¿Qué estás diciendome, Gianluca?Gianluca vuelve a vista hacia ella, bajando la mirada para encontrarse con las largas pestañas negras de Renata. Lleva su flequillo desornedado.—Eres una mujer, Renata. No te insultaré jamás —Gianluca busca las manos de Renata tras su cuello, y las aleja de él—, pero no sigas haciendo esto. Ese hijo no es mío.—Estás insultandome, es precisamente lo qué haces. ¿Cómo qué esto hijo no es tuyo? ¿Cómo no va a hacerlo? —los planes de Renata resultaron fatales. Pero esto tiene qué funcionar—, nos acostamos, Gianluc
El caos empieza para despojar a Elena de todo lo que alguna vez conoció, colisionando en un estallido feroz. No existe más la rabia contenida porque esto detiene su mundo por instantes. Como si fuesen las llamas del infierno cae en estos brazos qué la dejan sin aire. Sin más, recorriendo la punta de su boca como un ladrón buscando lo que cree que le pertenece. El furor de la rabia y el deseo se hallan en sus labios.Sus bocas juegan y danzan al mismo compás, adueñándose de sus cuerpos. Le da paso a la bestia para que deshaga y destruya su mente de manera qué hasta se olvide de ella misma. No hay de forma de escapar de éste enardecimiento, allí, entre sus brazos y el ardor de su cuerpo al responder éste beso que la deja devastada.Sin aliento, sin pretextos. Los labios de éste hombre toman el control de su propia mente, cayendo ante el vaivén de ansias y desesperación de su lengua contra la suya.No hace nada para detenerlo. Él llega y la destruye, la encadena y la esposa sin preguntar
—Tengo muchas cosas qué hacer, señor ¿Enrico? —Elena le entrega el ramo a Gaby—, estoy ocupada.—Lo supuse —Enrico se hace un lado para darle un paso—, no te tomaré mucho tiempo.—¿Qué es lo qué quiere, señor Enrico? —Elena no tarda en preguntar.Enrico baja la mirada hacia Gaby, quien sigue con su mirada dubitativa y recelosa.—¿Puede ser a solas? —Enrico tiene una sonrisa ladina—, ¿Te molesta, Gaby?—El señor Gianluca no está presente —Gaby alza la barbilla. Una joven cómo ella no baja la mirada con un hombre como Enrico.—Lo comprendo —Enrico no tarda en mirarla—, ¿Entonces puedes venir a mi oficina? No quiero incomodar a nadie aquí, no es lo que estoy buscando.—¿Qué tema es tan importante para que yo vaya hasta su oficina? —Elena no está del todo segura qué este hombre sea del agrado de Gaby.—Nada malo, te lo aseguro. Se trata de tu esposo y tengo razones para creer que él podría escucharte a ti. No quiere escuchar a nadie. Pero nuestra conversación —Enrico la recorre de pies a
—Por aquí, señorita —indica una morena y joven secretaria hacia la puerta.A quien le habla también es una mujer. Le sonríe a la secretaria, y nadie dudaría qué está feliz, dejándolo saber a todos los qué están a su alrededor.—Muchas gracias —es lo qué dice. Bien vestida. Usando tacones hasta las rodillas y con su cartera se levanta de la silla de espera. Siendo más alta qué la secretaria por su trabajo, descansa la mano en el hombro de la secretaría—, qué amable eres.La secretaria cierra la puerta del consultorio.—¿Qué haces aquí? —no se espera ni dos segundos para qué alguien brame tras su escritorio—, ¿Qué haces aquí, Renata? No te permito que estés aquí. Te he dicho mil veces qué no quiero que estés aquí.—Pero ¿cuál es esa clase de bienvenida, Mónica? —Renata se sienta frente al escritorio—, como si me odiaras.Renata se dirige a una delgada mujer con una bata blanca. Se ha quitado los lentes y lleva sólo un simple moño a lo alto.—No tienes nada qué hacer aquí —Mónica, induda
Sin más su corazón se quiebra en mil pedazos.Agatha se mantiene hablando, pero no la entiende. El alrededor se detuvo para hacerle daño, y la fortaleza de Elena una vez más se esfuma.Los recuerdo con su madre desde qué tiene uso de razón van golpeando su mente a medida que pasan los segundos. Aunque no mueve ni un sólo gesto; las lágrimas caen por si solas y en silencio.Sólo eran ellas dos. No recuerda nada de Italia, y de aquel lugar qué su madre le prometió visitar. Su vida está aquí en Estados Unidos. Para…¿Enterarse qué su madre no es su verdadera madre?Con sus ojos enrojecidos Elena se abalanza nuevamente hacia Agatha. Se aferra a su mano.—¿Qué más sabes…? —solloza Elena—, por favor, dímelo. ¿Qué más sabes? ¿Cómo es posible? —el impacto de las palabras la hacen temblar de pies a cabeza—, no, no. Esto no es verdad —Elena baja la cabeza—, Raffaella es mi madre.—Mi amiga tenía tantos secretos…—murmura Agatha sin contener la respiración—, pero ahora ya está en un mejor lugar.