Habían pasado tres horas. Rosario caminaba por todos lados dentro de su casilla intentando pensar en donde estarían sus hijos. Comió desaforada las galletitas, hacía tiempo no pasaba. « ¿Dónde están?, ¡¿Dónde están?! »Se preguntaba una y otra vez cuando su cuerpo empezaba a sentir la abstinencia « Pensá en tus hijos Rosario» se tiró nuevamente en un rincón, lloraba y se golpeaba la cabeza con fuerza. Buscaba bloquear los pensamientos de consumir algo urgente « A la policía. Voy a llamar a la policía» comenzó a tomar sus cosas a moco tendido « No, no. A la policía no» Exclamaba en voz baja nerviosa y volvía a tirar todo. Entendía que posiblemente la llenarían de preguntas incomodas que no podría responder “¿Por qué sus hijos salen a esa hora solos?”, “¿Qué hace usted habitualmente que no está con ellos?”, y muchísimas otras que el sólo hecho de pensarlas se ponía peor. Debía tranquilizarse.
Se levantó como pudo. Volvió a la fiambrería buscando algo que la ayude para tranquilizarse. Caminaba casi al trote por su desesperación. — ¿Otra vez … — Carlos la vio y no terminó su pregunta. Su cara se transformó, no podía creer su rostro — ¿Qué te pasa nena?— Intentaba abrir la reja cuando ella finalmente se acercó. — Dame algo de tomar. — Respondió sin medir palabra con la voz cortada, la garganta cerrada. — ¿Qué te pasa Rosario? Te duró poco la abstinencia. — Retrucó relajándose, creyendo que era sólo una etapa de su necesidad de su adicción. — ¡hijo de puta!— Gritaba y golpeaba la reja. — ¡¿Dónde están mis hijos?!, ¡hijo de mil puta!— Sacudía la reja, intentaba tirarla abajo, golpeaba con sus pies con toda sus fuerzas. — ¡para loca!, ¡¿Qué haces negra cabeza!?— Se tiraba para atrás del susto que le generaba lo que hacía Rosario. Su gordo cuerpo no podía achicarse más de lo que lo había hecho. — ¡Hijo de mil puta!, ¡Gato! Devolveme a mi hijos!— Continuaba. Su energía no se agotaba. — ¡Para!, ¡Yo no tengo nada!— Contestaba casi entre llanto.— ¡Tranquilizate!— La vecina, próxima al almacén, entró desesperada al escuchar tantos gritos. Creyó que habían asaltado a alguien, algo normal en el barrio precario en el cual vivían. — ¡¿Qué pasó Carlos?!— Exclamó eufórica, asustada. — ¡Tranquiliza a esta loca!— Decía desde el piso. — ¡Devolvemelos!— Repetía una y otra vez Rosario. — ¡Shh!, ! Nena!, ¡Tranquilizate!— La señora la dio vuelta y la apoyó con fuerza frente a su pecho. Rosario no paraba de llorar. Sin embargo, dejaba de lado la presencia de Carlos que de a poco volvía a incorporarse en su local. Cada tanto alguien se acercaba sin meterse mucho en la situación. Eran más de curiosos que de ayuda. «Tranquila hijita, tranquila» le susurraba al oído como una madre hace con sus hijos pequeños cuando están desolados. Se ahogaba en su llanto, pensaba en qué quién debería estar abrazando un hijo era ella y no que la consuele una extraña, la cual no sabía ni porque intentaba tranquilizarla. — ¡Carmen, sacala de acá!— Exigía gesticulando con sus manos, nervioso, Carlos. — ¡Para vos también!, ¿No ves que está mal?— Respondió sin soltarla a Rosario. — Los hijos se borraron como todos los días y me viene hacer quilombo a mí. Yo no tengo nada que ver. Ya bastantes quilombos me traen las madres de mis hijos para que esta loca me venga a reclamar algo. Sacala de acá. — Replicaba haciendo chasquear sus dedos sin importarle lo que le sucedía. — ¡Deja de ser tan pelotudo! Espera un poco y me la llevo. — Exclamó Carmen. En tanto Rosario no se separaba de sus brazos, – Nena, ¿Qué paso?— Le preguntó en voz baja, casi intima. — ¡Mis hijos, mis hijos!— El llanto la invadía lentamente, otra vez. —Tranquilizate y explícame por favor. — Mantenía su cabeza de costado. Sus ojos parpadeaban a gran velocidad, demostrando que su tic nervioso aparecía aún más cuando algo no andaba bien o no le gustaba. — Mis hijos se fueron. ¡Perdoname por favor!— Esta vez no pudo evitar llorar desesperada. Suplicaba piedad pero a la vez intentaba que alguien la entienda. Tomaba de la ropa a Carmen y cubría su rostro entre tanto se ahogaba con el pecho de la señora. — Tranquilizate.— Contestó firme con un pequeño suspiro, seco. Carmen era una madre que sostuvo a cinco hijos. Casi como todas las que estaban en la villa. No obstante, también entendía que las cosas cambiaron, fuera y dentro del barrio. Luchaba contra la droga desde su humilde lugar. Dos de sus hijos eran adictos y el otro lo habían matado por salir a robar. No tenía ninguna hija. Siempre creyó que fue una afortunada porque teniendo tanta cantidad de criaturas no iba a poder darle el cuidado que una niña necesitaba entre un entorno tan duro, precario y hostil. Sacó a Rosario a la calle. Se sentó con ella teniéndola en sus brazos, sobre un pequeño bloque de cemento que estaba al lado de la calle de barro.— ¿Cómo es tu nombre mamita?— Le preguntó con un poco más de ternura.— Rosario.— Tartamudeaba entre lagrimeos.— Bueno Rosarita. Explicame que te pasó.— Retrucó mientras la hamacaba como cuando necesitan dormir a un bebe.— Me desperté y mis hijos no estaban.—-¿Pero qué edades tienen?, ¿quién se los pudo llevar?— Hizo una pausa— ¿El padre?— Cuestionó.— No señora. No tienen padre.— Contestó casi sonriendo por la pregunta ingenua.— Barbita tiene 5 añitos, el negrito 9 y Cachi 12.—— ¿Entonces nena?— Ella sabía cuál podría ser la respuesta— ¿Cómo pudieron haberse ido?—— La verdad doña, yo…— Hizo una pausa. Tragó saliva y lanzó lo que se predecía.— Yo consumo paco señora. Tomó mucho alcohol señora.— Se la veía compungida, dolida, pero también intentaba demostrar que se estaba intentando hacer cargo de su realidad.— ¿Entonces querida?— Si bien le costaba no alejarse, Carmen trataba de mostrarse lo más comprensible y cerca de ella.— Entonces doñita, yo me drogaba o tomaba, o me iba sin saber nada de ello. Cada tanto sabía que ello se iban a buscar pa comer pero hace mucho se fueron. ¡No puedo más!— Se lanzó de nuevo en el pecho de Carmen. Su lagrimal estaba seco pero su dolor era eterno.— Bueno, vamos a la policía.— Replicó al instante.— ¡no!— Pegó el grito en el cielo separándose de la señora.— No van a decirte nada. Vamos.— Insistió Intentando volver a agarrarla.— ¡No, no, no! Voy a ir a buscarlo yo como pueda, pero a la policía no.— —Se paró rápido y salió corriendo para su casilla. Los pies los sentía pesados por el barro en sus zapatos pero también, por la poca fuerza que tenía en su cuerpo.
Volvió a su casa, agarró lo que le quedaba de plata y salió de allí en la búsqueda de sus tres pequeños hijos. Carmen la siguió. Estaba al lado de la puerta de salida. Sin decir una palabra se colocó al lado intentando darle todo el apoyo posible. La señora había entendido que era la única forma de ayudarla. * * * Eran las 11:45 am, el tren ingresaba en constitución. Si bien la salida parecía aún más complicada que la entrada de La Plata, durante el viaje Walter planificó todo. El ruido del tren parecía tranquilizarlo.— Ahora vamo a pedir algo de comer a esto que venden pancho.— Les decía ayudando a bajar a su hermana. – Despué me siguen a mí, ¿ tendieron?— Los miraba fijo como si fuese el padre. Los dos asintieron con la cabeza Si bien Cachi tenía 12 años, conocía muy bien sus virtudes pero mucho más sus debilidades. Cuando decía de ir a pedir comida entendía que las probabilidades estaban más a favor de su hermano, pero muchísimas más chances tenía su hermana menor. Walter hizo un intento con el primer panchero pero no hubo éxito. A lo lejos, veía a sus dos hermanos que buscaban la forma de conseguir algo. Ramiro tomó de la mano a su hermana y les pedían a todos, entre súplicas, algo de comer. No obtenían resultados. El negrito decidió usar su última idea. Pellizco a Bárbara y ésta largó un lloriqueo fuerte, agudo y doloroso << ¿No ve doña? Tenemo mucho hambre.>> intentaba demostrar mucha más lastima sacando su labio inferior por fuera pero no parecía hacer falta. La señora del puesto de panchos les armó dos y se los dio. Salieron disparando para donde estaba Walter que los observaba feliz. Por lo menos comerían algo.— Mira Cachi. Mira.— Señalaba el pancho Ramiro.— ¡Bien Negrito!, hoy comemo.— Puso sus manos para que le den un pedazo.— No, para.— Frenó a su hermana. Evitó que le dé un pedazo.— Vo dijiste que cada uno tenía que rebuscársela. ¿Qué hiciste vo?— Retrucó haciéndolo preso de sus palabras.Masticó bronca, pero si algo tenía Walter era viveza y no tardó en responder.— Cuchame una cosa enano. Yo tengo la forma de salir, así que sé muy bien lo que es resolversela cada uno, ¡eh!. Si quieren salir denmen un pedazo.— Abrió sus ojos. Sin dudarlo cada uno le dio una ración. No pudieron disfrutarlo. Comieron al instante. Cachi miró el reloj de pared. No lo entendió porque eran rayitas quietas y otras dos que se movían. Sólo sabía ver números pero no rayitas. No obstante, comprendía que pronto vendría el tren, pues la gente comenzaba a llegar a la plataforma. A lo lejos escuchó la locomotora. Le hizo gestos a sus hermanos y les pidió que se acercasen lo más cerca de la puerta de salida, por supuesto sin ser vistos. Quedaron al lado del vendedor de diarios, pasaban desapercibidos. El tren ingresó a la plataforma. Frenó y las puertas se abrieron, una oleada de personas salió corriendo. Las puertas de salida se desplegaron, Cachi tomó a sus hermanos y los tres salieron disparando. El guardia no había llegado a sentarse para pedir boletos, que ya estaban del otro lado. Cruzaron la enorme salida y la calle se había presentado ante ellos. Cientos de autos pasaban a gran velocidad. Tanto el negrito como Barby estaban atormentados por tanto movimiento, pero se mantenían cerca de su hermano mayor. Este les hizo gestos y comenzaron a caminar hacía una calle paralela, un poco más tranquila.-¿A dónde vamo?— Preguntaba Bárbara con su voz aniñada desde su pequeña altura tomada de la mano de Ramiro.— Vamo a sentarno por acá.— Cachi respondió sin mirarlos, pensando hacía donde ir.— ¿Tene idea dónde tamos?— Cuestionó el negrito preocupado y con angustia de por medio por la incertidumbre.
— Si negro, ¡si!— Lo miró desafiante.— ¡No es la primera ve que vengo acá, eh!— Retrucó altanero.
— Ta bien gil. Habla bien.— Contestó firme, haciéndose valer.
— ¡¿Qué me dijite gato?!— Cachi se frenó y se le puso cara a cara, lo tomó del cuello.
— Dale gil pégame, igual que lo hace mami. ¡Dale que vo so igual de cagón!— Exclamaba con el ceño fruncido, con los ojos llenos de lágrima.
— No entende nada— Lo soltó. – Acá tene que ganarte todo. Rebuscarsela gil. Si va a hacerte el gallo tene que pelear. Sabelo.— Siguió caminando masticando odio, bronca, aunque en realidad también le estaba dando una enseñanza a su hermano.
Caminaron durante 20 minutos y Bárbara no paraba de quejarse. Imploraba descansar un rato <<Quiero a mamá, ¿Cuándo volvemo?>> hablaba en voz alta pero ninguno le contestaba. Ambos estaban más preocupados en encontrar un refugio para estar un poco más tranquilos.— Cachi, para.— Lo tomó del brazo. Este frenó. – Vamo a descansar y esperar que esta pendeja se tranquilice. No la soporto má.— Le dijo ya sentado en el escalón de un edificio.— No sé para que la trajimo a esta.— Contestó en voz alta moviendo y agitando sus brazos ofuscado.— No sé ni pa que vine con ustede do.— Los señalaba.
— Porque somo hermanos y sufrimo lo mismo.— Le escupió Ramiro firme, demostrando su personalidad y la verdadera razón por la cual seguían juntos. – Tenemo que encontrar donde dormir—
— Si.— Se tranquilizó Cachi. – Hay una plaza por acá nomá. Hoy dormimo ahí, despué vamo a ver.— Concluyó sin dar lugar a discusión.
El negrito no tenía mucha idea de donde estaban y era la primera vez que se alejaba tanto de su barrio, aunque honestamente no tenía noción de lo lejos que se encontraban. Bárbara descansaba y poco a poco se tranquilizaba. Walter sacaba todo lo que había en su mochila y le pedía a sus hermanos que hagan lo mismo que él. La hermana de ambos sacó una frazada y se tapó por un rato. Ramiro tenía un tenedor, un cuchillo y algunas que otras cosas que no tenían importancia.— ¿Qué estará haciendo mama?— Le preguntó El negrito a Walter.— Se debe estar metiendo algo. Qué se yo.— Contestó secó. – Ahora tamo acá. Hay que resolver la cosa, ¿no?— Retrucó más relajado y comprensible.
— Tene razón pasa que…— Se acercó al oído de su hermano mayor— ¿Qué vamo hacer con la enana esta?— Gesticuló y señalo con su boca y parte del rostro a Bárbara.
— Lo que vamo hacer es seguir acá y ver que pasa. Adema, vamo a estar igual o mejor que en casa. Mira este lugar.— Le mostraba a su alrededor girando en el mismo lugar. – Vamo a estar bien hermanito.— Lo abrazó y los dos, por primera vez, reían.
No parecían tener 12 y 9 años porque demostraban una madurez sin igual. Sin embargo, la realidad los llevó a crecer de golpe. Respiraban y suspiraban el aire impuro de la nueva ciudad. Ya no veían el barro y hasta incluso observaban luces y tecnología de lujos, personas sin ropa rota y con modernos celulares que en rara ocasión lo veían en su barrio. La plaza se encontraba radiante y llena de vida. La juventud y la vejez se unían sin interferir unos con otros. Durante esa tarde Walter recorrió cada rincón para visualizar el mejor lugar para descansar. Un monumento podría ser el mejor aliado de la noche. Sin embargo, este, seguro estaría ocupado por alguien o más de uno. No podían correr el riesgo de empezar una pelea el primer día, debían ahorrar energía. Bárbara jugó con la muñeca que llevaba en su mochila. Rota, casi sin pelo y sin un ojo, pero con una sonrisa intacta que hacia un juego perfecto para la pequeña. El negrito la persiguió por todos lados con la misión de no perderla. Ni a ella, ni a su hermano mayor. La retaba a cada instante, parecía un abuelo intentando que no se mueva mucho, aunque su voz cortada, fina y aguda, casi punzante al oído demostraba la verdadera edad que tenía. —Barby, veni para acá.— Le decía. —Enana volvé, no te aleje.— Insistía corriéndola entre los árboles y arbustos— ¿Qué hace acá tirada?— le preguntó casi entre risas viendo como estaba arrinconada entre los altos pastos y un árbol que formaban una casita. – etoy durmiendo.— jugaba que cerraba sus ojos e intentaba silbar, simulando los ronquidos. Ramiro, lo observó unos instantes, entre sonrisas pensaba en cómo iban a subsistir. No obstante, lo importante era pasar la primera noche. Dejó por unos segundos a su hermanita. Visualizó a Cachi y corrió hacia él. Lo hacía como un niño que juega a la mancha aunque no era ningún juego infantil.—Cachi…— Estaba agitado. —Ya encontré donde vamo a dormir.— Seguime.— Tomó una bocanada inmensa y volvió a toda velocidad, seguido por las piernas relajadas de su hermano mayor, que demostraba estar habituado a las corridas. Comenzó a meterse entre los matorrales y Bárbara continuaba ahí, pegada al árbol, hecha un bicho bolita, esta vez completamente dormida. Walter no lo dudó y afirmó con la cabeza. Era el lugar correcto. Lo poco que le quedaba de luz al día, intentaron buscar algo de comer pero solo obtuvieron agua para hidratarse. No venía para nada mal en un día de tanta agitación. La noche se hizo presente. Los tres estaban pegados al árbol y uno al lado del otro. Bárbara lloriqueaba de miedo y los dos hermanos mayores intentaban tranquilizarla. Cachi, por primera vez, dejó su egoísmo de lado. Se colocó junto a ella y la apoyó en sus piernas.— tene que dormir barby.— acariciaba su pelo.— Sh… Tranquila, shh.— intentaba tararear alguna melodía linda y dulce, y si bien no era el mejor, servía para que se relaje. La balanceaba despacio con sus brazos y lentamente consiguió el sueño.—Cachi, tengo miedo.— Le decía en voz baja, entre cortada.— Yo también negrito.— Walter tragaba saliva. Estaba casi igual pero con más fortaleza. Miraba el corto horizonte.-¿Y si volvemo con mamá?— preguntó nostálgico y con un nudo en la garganta que le trababa las palabras.— Yo no vuelvo. Ella no nos quiere. Si quere llevate a Bárbara. Yo me quedo a vivir acá.— Fue tajante, sin titubeos. Tenía temores pero su madurez lo mantenía con fuerza. Se notaba los años de calle.— eta bien. Somo hermano, así que estamo junto.— contestó con certezas y dudas.— Si. Ahora dormí un rato. Yo los cuido.— Acarició la cabeza de Ramiro y este se acurrucó entre medio del árbol y el delgado cuerpo de Walter. <<No sé cuánto duraremo. No sé cuánto viviremo.>> exclamó en su mente tocando el pelo de sus dos hermanos mientras él seguía pendiente de su entorno.Rosario recorrió todo el barrio preguntando, con vergüenza, si algún vecino podría haber visto a sus hijos. Cada tanto volvía a su casa, siempre por el mismo camino, pasando frente al almacén de Carlos. El hombre la miraba con sus treinta y largos años, al principio con sus ojos desafiantes. Sin embargo, con el pasar de las horas, entendía que esa mujer estaba desesperada. Al rededor de las 20 horas, tal vez en uno de los últimos recorridos que se cruzarían, decidió hablarle.— Rosario, espera.— Intentó correr para cruzar la calle de barro, llena de cráteres.-¿Qué quere?— Respondió seca, agresiva, creyendo que podía volver a atacarla con sus palabras.-¿No sabe nada de lo nenes?— Sus parpados mostraron clemencia y tregua, aunque sea por ese instante.— No.— Exclamó firme, p
Durante los siguientes cinco días Rosario estuvo encerrada en su casa. No estaba resignada a encontrar a sus hijos pero sí sabía que no podía volver a caer en las adicciones. Además, con la fuerte reacción que tuvo con Brian temía por su vida. Carlos tomó consciencia y dejó de lado sus diferencias y le proveía de alguna que otra comida. Por supuesto, quien más se acercó fue Carmen. Ella entendía que Rosario no podía estar demasiado tiempo sola, además era una de las pocas que conocía el dolor de perder un hijo y de que esté pierda su familia por culpa de la droga. Lo entendía pero no lo aceptaba. Sabía que conformarse no era una opción válida para mejorar dentro de ese entorno.-¡ Rosario!— gritó Carlos cuando tocaba las palmas en la casilla de ella -¡Rosario!— gritó otra
—Miren, no hubo mejoría pero tampoco empeoró— Les dijo la enfermera a Carlos y Carmen con voz delicada intentando poner las palabras justas— Es importante que pase esta noche, ¿sí?— Los miró compungida y se alejó lentamente esperando que alguno de los dos dijese algo. Sin embargo, esto no ocurrió. Ambos se turnaron para volver un rato a sus casa para bañarse, cambiarse, comer algo y alejarse, aunque sea un rato de un ambiente que no les daba lindos momentos. Pasaron las horas, Carlos fue el primero en irse y volver. Se hicieron las doce y un minuto de la noche. Apoyó su cabeza en la pared, y su cuerpo en el respaldo del asiento de plástico y suspiró. Sintió que había soportado un día. Trató de pensar en otra cosa, en lo que le diría cuando se despierte <<te amo. Siempre te amé>&g
La misma enfermera de siempre se acercaba, en esta oportunidad con una leve sonrisa.— Bueno, tenemos lindas noticias— Comenzó con sus manos en los bolsillos de la chaqueta verde— Rosario se despertó— Carlos y Carmen se abrazaron, sus lágrimas caían de alegría. El chancho moqueaba y con el puño de su buzo percudido secaba su nariz y sus ojos. Carmen prestaba atención a la enfermera y que debían esperar al horario de visita para verla. La enfermera hizo una reverencia con la cabeza y se alejó de ellos. La señora, la siguió a su ritmo—Disculpeme señorita…— Se puso al lado de ella-…¿puedo hacerle una pregunta?——Si— Afirmó poniéndose frente a ella—Mire… honestamente necesito saber que sucedió con la chica— Hablaba en voz baja mirando
— ¡¿Quién so vo gordo pelotudo?!— Se acercaba un joven prepotente, altanero, con la frente en alto y moviendo sus brazos intentando cubrir mayor espacio— ¿Vos sos Brian hijo de puta?— Le preguntó Carlos, agresivo, descolocado-¿Qué quere gil?— Replicó riéndose casi cara a cara Carlos tomó distancia, metió su mano bajo la remera, sacó un arma y le disparo tres veces. Los tiros retumbaron en el barrio, los perros comenzaron a ladrar. El joven se derrumbó a los gritos, con la boca abierta, pidiendo ayuda, con lo que le quedaba de aire. El chancho se quedó duro, con el arma todavía apuntando al baleado. Apenas comenzaron a salir las personas él se subió a la camioneta y salió a gran velocidad. Finalmente había cumplido su cometido Pa
Habían pasado poco más de un mes. Rosario había retornado a su precaria casa. Volvió a la búsqueda de sus hijos. Con más fuerza, pero con menos fortuna. Recorrió su barrio y los alrededores. Trataba de pasar desapercibida, para que ningún conocido de Brian la vea, aunque esto era imposible. Este tenía demasiados informantes alrededor. Sobre Carlos, no tenía noticias. Carmen, estaba cerca de ella, atenta, sabiendo que se encontraba en el medio de la tormenta si seguía cerca de la chica. La joven, se propuso mantenerse lejos de las drogas. Sentía que todo lo vivido, previo, y dentro del hospital, le servía de aprendizaje. También entendía que era necesario conseguir un trabajo decente para subsistir. — Su nombre es…— Una chica, bastante más joven que ella, miraba una planilla— Rosario Celestino, &iques
Rosario estaba frustrada. La comida no le alcanzaba y no conseguía trabajo. En una noche, donde la temperatura parecía bajar más rápido de lo normal, se encontraba débil, sin fuerzas y por sobre todas las cosas, vulnerable. Decidió irse de esas cuatro chapas que la encerraban. Comenzó a caminar y era consciente a donde ir. Recorrió varias cuadras, a la velocidad que pudo. Se puso en el frente de una casa de material, con dos ventanas al frente y tocó las palmas, alguien salió. — Carmen, ¿tene algo de comer?— Le dijo desde la puerta de la casa, alrededor de las 9 de la noche. — Nena, ¿Qué haces acá?— Se asomó, tapándose su cuerpo con un saco enorme y viejo. — Tengo mucho hambre.— Respondió sin energía, agarrando
Rosario sin dudarlo abrió la puerta. Quedó frente a un escritorio, por demás destruido, con una señora con anteojos que sólo miraba su celular. —Disculpe señora.— Se acercó tímida, Rosario. Quien estaba frente a ella no reaccionaba, continuaba en lo suyo.— Señora, disculpe-— Esta vez, le colocó su mano entremedio de su vista y el celular. - ¿Qué haces nena?— Se sobresaltó y recogió su celular, guardándolo en su bolsillo. — Disculpe, pero le etoy hablando.— Respondió Rosario, con una voz suave, tratando de demostrarle que no buscaba problemas. —Esta bien, esta bien, ¿Qué necesitas?— Le preguntó, tomando una agenda y buscando la fecha de ese día.