Rosario apoyaba su cabeza en la ventanilla del camión de Alberto. Su mirada, se perdía en el horizonte. Sus ojos tristes imaginaban, entre medio del costado de esa ruta interminable, a sus hijos correr « Los amo mucho, donde quieran que estén» En su mente, los recordaba, aunque de una forma diferente a la que quizás habían crecido. « Barbarita debe tener el pelo tan largo, ojalá que limpio, no como la tuve atendidita yo, casi toda su vida. ¡Ay! Ojalá el negrito y Cachi estén bien unidos, como familia. Se van a peliá, pero ellos se quieren» Se respondía continuamente.
En cada tramo, en cada pueblo, en cada carga y descarga que realizaba junto a Alberto, pensaba en todo lo que tuvo y en todo lo que perdió. Su alma lloraba, su corazón se partía. Las grandes distancias la acorralaban y le demostraban que si antes se sentía débil e incapLa ruta era interminable, árida por momentos, húmeda por otros, pero siempre triste y vacía. Cada cientos de kilómetros, un puesto de comida, en general una parrilla que ofrecía sus servicios, además de salames, quesos, dulces, vinos pateros y en algunos casos verduras o productos típicos de aquella región. Rosario no tenía interés. Comía poco, porque ella así lo quería y porque Alberto casi que le daba las sobras. —Ceba unos mates. — Le ordenó Alberto.Rosario se agachó y comenzó a sacar todo. No hablaba. — Trata de hacerlo bien esta vez, así no vuelco nada.— Le dijo con un tono arrogante, soberbio, despreciable. —Si, discúlpame. — Respondió, con la mirada perdida y la garganta cerrada
Rosario despertó. Miró a su lado y Alberto no estaba. caminaba agitada y mareada por el costado de la ruta. Creía ir rápido, pero cada vez que volteaba hacía atrás el depósito de descarga estaba sólo unos metros alejados. Ella hacia señas a los pocos autos que pasaban por allí, ninguno osaba a frenar. La miraba, tal vez bajaban la velocidad pero todos seguían de largo. Miraba de nuevo a sus espaldas y la distancia era casi la misma <<ayuda, por favor, ayuda>> repetía constantemente en su interior pero también en voz baja. Una voz tan débil y frágil como su delgado y golpeado cuerpo. Tocaba su nariz de forma compulsiva, sentía su garganta cerrada y tenía espasmos a cada paso que daba<<si tuviese un línea estaría volando. Que rico, una línea.>> Se hablaba internamente tocando su nariz. Tocaba su tabi
Rosario salió del prostíbulo clandestino como pudo. Su cuerpo sólo lo cubría una pequeña toalla. Estaba desnutrida, su cuerpo se le podía notar flácido. Sus manos tenían marcas de las sogas que la ataban a la cama, su rostro demacrado. Rubor corrido, del poco que le quedaba. Ojeras interminables y ojos lastimados con la primera luz que sentía después de mucho tiempo. Trató de taparse pero no tenía fuerza para eso. Caminó por la ruta, parecía un zombie. Lo hacía por inercia, ni siquiera por convicción. Arrastraba sus pies, no tenía fuerzas. Sus tobillos dejaban ver lo flaca que estaba. Los huesos se le marcaban al igual que las costillas. Los labios percutidos y la nariz partida de tanta droga que le daban. —Ayuda, ayuda. — repetía al aire a cada paso que conseguía dar. Su única esperanza era acercarse al asfalto. M
Rosario se demoró varios días en volver a su barrio. Eran las 7 am cuando bajó del colectivo y quedó frente a la entrada principal. Dejó pasar varios vehículos. Respiraba profundo, todavía estaba débil. Colocó un pie en la calle y se dispuso a entrar, Agachó la cabeza. Intentaba taparse el rostro con un precario y roto saco de lana. Caminó por las primeras calles asfaltadas. Parecía que todo seguía igual. Las mismas casas, las mismas caras, aunque tal vez no todos se encuentren en el barrio o vivos. Traspasó las primeras esquinas a toda velocidad, algunos viejos vecinos se voltearon a verla porque creían reconocerla o porque tenía una actitud sospechosa. Rosario, sin embargo, trató pasar desapercibida. «Ojalá siga viva.» Se decía dentro suyo cuando se acercaba a la casa de Carmen. Se colocó frente
Ramiro llegó a la estación de Constitución. Sacó su boleto hacía La Plata y decidió dejar pasar dos trenes para poder ir sentado. Observó el reloj de la terminal, eran las 9:45 de la mañana. Se reclinó hacía atrás y cruzó sus brazos. « Pensar que hace varios años creíamos estar tan lejos de casa. » Hablaba dentro de su mente recordando cuando recién habían llegado a Constitución «seguramente Ramón se reiría» Hizo una pausa entre tanto alboroto dentro suyo «No, en realidad él no se reiría. Seguro tendría palabras muy elaboradas para explicar porque nos parecía todo tan lejos… Si tan sólo estaría aquí» una lágrima cayó de su hijo derecho. Pasó un instante y vo
Ese mediodía Ramiro decidió quedarse junto a Julián. Sentía que en medio de tantos sentimientos encontrados era bueno una distracción, aunque en su cabeza resonaba si debía decirle a Bárbara lo ocurrido, o sí debía ocultarlo. — ¿Fuiste al edificio?— Le preguntó Ramiro — ¡Pss! Ma bien. Vi ahí lo que me dijiste pero vi otro nombre…— Julián hizo una pausa — ¿Cuál?— Frunció el ceño Ramiro — Mmmm… No lo recuerdo, ¿Róman?— Lo miró confundido — Ramón— Susurró Ramiro agachando su cabeza —¿Y ese quien e?— — Fue el señor que
Ramiro llegó justo cuando todos los alumnos salían. Miraba por arriba de la muchedumbre de personas que retiraba a sus hijos pero no podía visualizar mucho más allá del tumulto. Agitado se metía entre las personas. —¿Ya salieron los del último año?— Le preguntaba a las personas que sólo miraban hacia adelante gritando el nombre de sus hijos. Ramiro se detuvo, miró para atrás y Julian se había quedado en el cordón esperándolo. Siguió su camino entre las personas, parecía como si su cuerpo había quedado en el tiempo y mantenía la agilidad y la capacidad de pasar desapercibido, como cuando era un niño. Tardó segundo en colocarse al lado de la puerta. De su mismo lado, la portera. — Marita, Marita— Le hablaba Ram
— ¡Ah, ah! – Gemía Rosario en su casilla mientras sus tres hijos, Bárbara de 5 años, Ramiro de 9 y Walter de 12 años se tapaban los oídos intentando no oír los placeres que le propinaba la reciente pareja de su madre — ¡Dale gato!, ¡Dale! — Gritaba sin importarle que entre ella y sus pequeños sólo los separara una chapa. La misma que unía el cuarto de los nenes, la cocina, el living y comedor. — Cachi, ¿qué e eso?— Le preguntaba Bárbara a Walter, su hermano mayor — Tapate lo oídos— Le exigía, no sólo por autoridad, sino que también para evitar que ella se acerque al cuarto y sea salvajemente golpeada como le sucedió a él —Cachi, ¿Quié