— ¡Ah, ah! – Gemía Rosario en su casilla mientras sus tres hijos, Bárbara de 5 años, Ramiro de 9 y Walter de 12 años se tapaban los oídos intentando no oír los placeres que le propinaba la reciente pareja de su madre — ¡Dale gato!, ¡Dale! — Gritaba sin importarle que entre ella y sus pequeños sólo los separara una chapa. La misma que unía el cuarto de los nenes, la cocina, el living y comedor.
— Cachi, ¿qué e eso?— Le preguntaba Bárbara a Walter, su hermano mayor — Tapate lo oídos— Le exigía, no sólo por autoridad, sino que también para evitar que ella se acerque al cuarto y sea salvajemente golpeada como le sucedió a él —Cachi, ¿Quién es ete tipo?— Ahora hablaba Ramiro, o el negrito, el hermano del medio — No sé pero cayensen— Dijo Walter cuando tapó a los tres con la frazada menos agujereada al escuchar que el hombre había finalizado. — ¿Cómo es tu nombre, nena?— preguntaba con voz ronca el señor — Rosario— Contestaba agitada —Bien pendeja, bien. Tenes futuro en esto— Abrochaba su pantalón— —Llevame, por favor— suplicaba en tanto lo tomaba de los brazos casi llorando. — Salí de acá— La apartó —Tenés tres pendejos. Yo no mantengo a nadie y menos a putas con hijos y faloperas. Tomá la plata y esto, para que te compres algo más lindo.— Sobre la cama arrojó ciento cincuenta pesos y un billete aparte de cien, su extra. El señor cruzó la cortina, acomodó su ropa. Miró para donde intentaban taparse los pequeños. Se río socarronamente al ver que la frazada estaba apolillada y que se los podía ver. Salió y minutos después apareció Rosario « ¡Me cagaron la vida! » repetía mordiéndose los dientes con los pelos desprolijos, ojeras y un cigarrillo ya comenzado. Se acercó a ellos. Estos miraban y lloraban sabiendo el calvario que vendría « ¡me cagaron la vida basuras! » gritaba pegándoles con el cinto. Los gritos de los tres se mezclaban entre el ruido de la cama, sus quejidos, las suplicas de que parase y la hebilla del cinturón que golpeaba en sus frágiles cuerpos. La paliza duró más de 10 minutos. Cachi había tomado una decisión — Cuando se vaya a dormir mama nos vamos— susurró al oído de sus dos hermanos menores — ¡¿Qué?! ¿Estás loco, quien va a cuidarla?— Cuestionó Ramiro — No para de pegarnos Rami— Lloraba intentando secarse sus lágrimas, Bárbara — Ustedes no entienden, ella está enferma— Retrucaba agitando sus manos para no gritar de más y que lo escuche — Negro, nos vamos a ir— Se puso cara a car con Ramiro. Este no opuso resistencia alguna. Giró y se hecho a dormir mufando. Walter no parecía de la edad que tenía. Su madurez la había obtenido en la calle, de algún hermano. Con sus 12 años se las rebuscaba para intentar llevar algo de comer para él y sus hermanos. Su madre sólo se prostituía para conseguir un poco de comida y también cubrir sus adicciones con la droga. El mayor de los tres hermanos debía hacerse cargo de Ramiro y Bárbara. No tenían padres, ni abuelos, ni algún familiar que los resguarde. — Vamos levántense— Los despertó sigilosos Cachi — ¡Ey!— los golpeó a los dos mirando detenidamente la cortina del cuarto de su madre suplicando que no se despierte— Vamos arriba. Tenemos que irnos— Los apuraba entre tanto ponía en sus mochilas, por demás rotas, sus pocas ropas y algún que otro elemento que pueda ayudarlos en el futuro. — ¿Qué hora es?— Preguntó el Negro — Es hora de irnos. Agarra a tu hermana y vamonos. Ya tengo todo— Respondió nervioso escuchando los ronquidos de Rosario — Barby, arriba. Tenemo que irnos— Ramiro la abrazaba y la levantaba despacio para que no haga ruido. La cargo en sus brazos y le hizo gestos a Walter de que ya estaban preparados para irse. Cachi abrió lentamente la puerta, el ruido fue apenas perceptible. Hicieron unos pasos en puntas de pie. «Vamo, apúrensen» Dijo el hermano mayor, acelerando el paso. Ramiro, con Bárbara todavía en sus brazos, luchaba para que su hermana no se caiga y que tampoco se despierte y genere un berrinche que despierte a medio barrio. « Anda más despacio» le decía mentalmente Ramiro a su hermano mayor. Él no estaba en su cabeza para escucharlo y si así fuese seguramente no le haría caso. Tal vez si pero demasiado enojado, era tozudo y cabeza dura. Rosario se levantó pensando en que aquél día, luego de su ataque de locura debería intentar cambiar lo sucedido. En su cabeza luchaba constantemente contra sus adicciones. Sentía un tic tac sin parar en la parte superior de su cuerpo que le pedía a gritos ingerir alguna droga. Su garganta suplicaba alcohol y en medio su alma pedía piedad ante tanto calvario. Antes de salir miro hacia el costado izquierdo. Allí estaban sus tres hijos. «Los amo, tengo tantas ganas de cambiar y darles una mejor vida» fantaseaba en su mente, entre tanto lagrimeaba en silencio evitando despertarlos. El reloj acusaba las 8 de la mañana. Decidió salir a comprar unas galletitas y una leche. Hacía tiempo sus hijos no desayunaban como todos los chicos que se encuentran en mejor condición que ellos. — Buen día, Rosario— contestó de forma despectiva, el almacenero. — Hola Carlos, ¿podes darme una leche y unas galletitas— buscaba en su ropa agujereada la plata — No Rosario— puso sus manos fuertes en la heladera mostrador— No voy a fiarte nada. Si queres algo deja de drogarte. Acá no te fio más— sentenció — No Carlos, acá tengo plata— abrió sus manos y tenía 50 pesos. Arrugados como se los había tirado el camionero — ¡ja! se ve que te fue bien ayer – acercó su panza a la puerta de la heladera con su actitud fría— Por lo menos hoy te acordaste de que tenes hijos— concluyó buscando un par de galletitas sin preguntar cuales quería — Vos porque sos un gordo resentido que jamás quisiste pagar. Zorete— respondió frunciendo el ceño, con bronca y dolor— yo no te pedí estas galletitas— se las arrojó— son para mis hijos, estas me gustan a mí— concluyó — ¿te das cuenta pendeja? Primero crees que para mí vales algo, segundo te crees que todo pasa por lo que yo quise con vos y tercero ni siquiera conoces los gustos de tus hijos— tomó nuevamente las galletitas y se las puso con fuerza sobre el mostrador que los separaba una reja— lamentablemente tienen el mismo gusto que vos. Espero que solo sea en esto— tomó el dinero, abrió la registradora y le dio el vuelto— chau nena. Ojala cambies— Rosario recogió las cosas y se fue. En algo Carlos tenía razón, ella ya se había olvidado de quienes eran sus hijos. Sólo importaban sus vicios. Paso por el único local de ropa que tiene su barrio, el reflejo la pintaba de cuerpo entero. Se veía desprolija, flaca, con ojeras, el rímel viejo corrido al igual que el pinta labios « ¿en qué me convertí? » se cuestionaba. Recordaba a su madre que era igual que ella pero todavía más repugnante pues para subsistir con 6 hijos debía prostituirse mucho más que ella << jamás ella estaría orgullosa de mi>> se alejó de allí perturbada por su cabeza. No sólo la alteraba la droga, pensaba en el calvario que sufrían sus hijos, en lo que sufrió ella y en las pocas posibilidades que tuvo. Abrió la precaria puerta de su casa, si así se la podría llamar – vamos a levantarse— gritó mientras ponía a calentar la leche y acomodaba las galletitas – ¡ ey! Bárbara, cachi, Negro— se acercó a la cama – Levántense— rectificó moviendo las frazadas. Al sacarlas sus hijos no estaban. Sus ojos se abrieron, su mirada se agudizó. Intentó tranquilizarse y pensar que quizás habían salido temprano a levantar cartones, buscar comidas o tal vez a otra cosa que ni ella sabía. Sintió el dolor de haber caído tanto en las adicciones y perderse lo más valiosos, sus hijos. De refilón vio una botella de vodka barato, de alcohol etílico, tenía un poco. Puso la botella en medio de la mesa. Se sentó en la cama y la miraba « no vas a ganarme hija de puta» repetía una y otra vez tomándose del pelo, de los brazos« vos y el paco me sacaron todo» lloraba y tiraba pequeños sobres vacíos, donde antes había paco «dónde están mis hijos» preguntaba al aire desesperada buscando entre las 4 paredes que tiene su casilla de chapa« ¡donde carajo están!, ¡Hijooos» gritaba desde la puerta desesperada, tirada en el piso, llorando. Se reprochaba cada día de su vida. Tomó un cuchillo, volvió a la cama. Miró el paquete vacío, la botella de vodka y las galletitas servidas « ¿esto queré de mi hija de puta» escupía la botella, el sobrecito aunque se puteaba a ella. Sintió el vacío de sus hijos. Presionó el cuchillo en sus venas. Cerró los ojos llenos de lágrimas. Colocó su cabeza hacia arriba, abrió la boca, suspiro y comenzó a presionar. Lentamente el cuchillo lo metía dentro de su piel. “Pss, pss” el ruido de la leche desbordada en la hoya la volvió en sí. Arrojó el cuchillo « no me vas a ganar» el alma le volvía al cuerpo, ya lo abandonaba pero su mente pudo un rato más. Agarró la botella y la lanzó lo más lejos posible al arroyo que costeaba su casa. Se tiró en el piso, ahogada en llanto. Su cabeza sólo pensaba en si sus tres hijos se habían ido para siempre o en realidad era normal que sucediera esto. En general ella no pasaba mucho tiempo con ellos y menos durante la mañana. * * * Eran las 8 y 20 de la mañana, luego de caminar durante más de una hora y media, los tres pequeños llegaron a la gran estación de La Plata — ¿Y ahora qué hacemo?— preguntó Ramiro — Ahora vamo a tomar el tren— Señaló el armatoste metálico que jamás habían visto Ramiro y Bárbara — ¿Eso es una nave espacial?— Consultaba boquiabierta Bárbara sorprendida por lo que tenía frente a sus ojos. Ellos no habían nunca de su barrio. Por el contrario Cachi, al tener 12 años de edad se movía con más fluidez — Si nenes. Dejen de poner esas caras y síganme— Caminó unos pasos tomando de la mano a ambos y se puso contra una columna frente a las entradas. Allí un tumulto de personas generaba que los guardias puedan perderse de pedirle el boleto a algún que otro pasajero. Sin embargo Cachi prefería estar un poco más adelantado y comenzó a recoger papeles del piso — ¿Qué haces Cachi?— Lo miraba extraño Ramiro — Busco boletos, ayúdenme— Se quejó mirándolos de reojo -¿Cómo son los boletos?— preguntó ingenuamente la hermana menor de ambos — ¡Esto es un boleto!— Sonrió Ramiro tomando un papel — No salame, eso es otra cosa— Levantó la mirada y observó como los que recién llegaban a la ciudad arrojaban sus papeles en un tacho de b****a. Salió corriendo y se paró al lado. Se hacía el distraído pero estaba más atento que nunca. Entre tanto le hacía gestos a sus hermanos para que se acercaran — Tienen que estar más despiertos, tontos— Le contestaba enojado — ¿Por qué no pedimos plata?— Preguntó su hermano menor — Porque nos va a llevar mucho tiempo Negro— Retrucó observando que se aproximaban varios pasajeros – Apenas tiren los boletos a la b****a saquémoslos— Se colocó aún más cerca pero no tanto para que no pensaran que tal vez se abalanzarían sobre ellos. El primer pasajero arrojo el suyo. Ramiro hábil lo tomó casi al momento que lo tiraba. Los dos segundos siguieron de largo sin arrojar siquiera un papel sin importancia. El tercero lo tiro y Walter también consiguió agarrarlo. Bárbara por su parte sólo podía mirar alrededor«¿Qué hace esta piba» se preguntaba en voz baja Walter —Dale nena, agarra uno— Golpeó el brazo de la niña con suavidad -¿Que tengo que hacer?— Preguntaba perdida con voz aniñada y angelical —Agarra un boleto, ahí viene gente— Le respondió Walter Bárbara seguía en su mundo. Se detuvo dos segundos en prestar atención con lo que le decía su hermano pero no hubo caso, volvió a observar el tren y ahora también las palomas. Cachi la miraba y se enojaba, sentía que perdía tiempo con ellos a su lado. Ramiro, por su parte no había abandonado su posición. Los pasajeros cada vez se reducían y sólo quedaban unos pocos retrasados, que caminaban con mayor liviandad. El último pasó y arrojo su boleto ya usado. Ramiro espero un instante y sin que lo viera nadie lo recogió de entre la b****a — Barby, ya tengo el tuyo— Respondió Ramiro —Gracias Negro— Contestó con voz aguda su hermana — ¿Qué haces?— Lo tomó del brazo Walter — Le consigo el boleto así nos vamos— Contestó mostrando signos del dolor — A donde vamos a ir no hay ayuda. Cada uno tiene que resolverse sus problemas— Le soltó el brazo con enojo y se colocó delante de ellos – Ahora hay que esperar el próximo tren— Resopló enojado -¿Y cuanto tarda eso?— cuestionó Ramiro — 15 minutos— Señaló el reloj -¿Qué, no sabes leer números?— Se rió sabiendo la respuesta. Ramiro negó con la cabeza y si bien no quería demostrar su debilidad un poco angustiado se encontraba. Aunque en realidad, la angustia era un sentimiento constante en ellos – Vas a tener que aprender— Retrucó Walter —Enseñame— contestó sin perder tiempo, Ramiro. — Ya te dije, a donde vamos no hay ayuda— Respondió contundente — Somo hermanos, ¿Por qué so a si?— le suplicó.Lo tomo del cuello de la agujereada remera— Porque yo ya fui y vi todo lo que hay ahí. Los hago más fuertes— su bronca era constante. El mayor de los tres siempre fue desafiante. Era algo coherente, siempre debió encargarse de sus hermanos ya que su madre siempre estuvo ausente. Pasaron los minutos, Ramiro intentaba entender los signos que mostraban en la pantalla mientras de reojo miraba a Bárbara que jugaba con alguna paloma. Cachi, por su parte, caminaba de un lado al otro pasando desapercibido, buscando algo de comer. Entendía muy bien cómo moverse. Demostraba que él ya había estado allí y que seguramente había practicado esa capacidad de esconderse entre las personas para que nadie lo notase. Su altura no era mucha y su delgadez lo ayudaba. Era ágil con sus manos y cada sobra que dejaban en el plato o tiraban a los tachos él lo recogía sin que nadie se dé cuenta. De alguna forma debía compensar su rostro mal humorado y enojado, que generaba miedo y lo tenía todo el día. — Tomen, algo de comer. — Les dio un pedazo de medialuna a cada uno — Mmm… Que rico— Se relamía Bárbara con una sonrisa de oreja a oreja— Nunca comí esto— Sus sorpresas eran constantes — Esta muy buena— Ramiro hablaba con la boca llena — Por suerte esta bastante limpia— Walter la miraba disfrutando su conquista – ¡uy! Levántense que ahí viene el tren! — Los tres se pararon de forma inmediata. El ruido del tren se asomaba y Cachi buscaba el mejor lugar para esperar la formación – En cuanto empiezan a salir todos y del otro lado quieren entrar nos metemos por el medio y les damos los boletos. Tienen que darles el boleto, sino nos van a sacar cagando— Les explicaba detenidamente sin perder la vista del momento justo donde debían actuar— No se suelten de mí. Dame la mano Negro y vos Bárbara, dale la mano a él— Ordenó y ambos le hicieron caso. Era el guía de ambos. Esperaron instantes. Una primera oleada de personas bloqueó casi en su totalidad el entrar y salir. Iban saliendo y ellos más se acercaban. Walter tomó coraje y los empujó para adelante, al igual que hace un tren con los vagones. — ¡boletos en la mano!— Gritaba el guardia de la puerta— ¡Vamos que sale el tren!— Gritó cuando el tren hacía sonar su bocina para anunciar su próxima partida. En el medio del último envión caminaban, casi en el aire los tres hermanos. Cachi le dio su boleto, y Ramiro el suyo y de su hermana. El guardia los miró de reojo. Walter al ver que podrían ser atrapados, ante la desesperación gritó << ¡Esperanos mamá!>> y los tironeo a ambos para salir. El guardia no tuvo tiempo y los perdió entre la muchedumbre. Subieron al ante último vagón. Se sentaron en el piso y los tres suspiraron mientras el tren comenzaba a salir — ¡Uff! Al fin salimos— dijo Walter agitado — ¿Cuándo volvemos?— Le preguntó a ambos su hermana — No sé barby— respondió el negro casi en su oído — ¿A dónde vamos, Cachi?— Se acercó al hombro de su hermano. Miró fijo hacia el afuera y Walter respondió — Vamos a la capital—Habían pasado tres horas. Rosario caminaba por todos lados dentro de su casilla intentando pensar en donde estarían sus hijos. Comió desaforada las galletitas, hacía tiempo no pasaba. « ¿Dónde están?, ¡¿Dónde están?! »Se preguntaba una y otra vez cuando su cuerpo empezaba a sentir la abstinencia « Pensá en tus hijos Rosario» se tiró nuevamente en un rincón, lloraba y se golpeaba la cabeza con fuerza. Buscaba bloquear los pensamientos de consumir algo urgente « A la policía. Voy a llamar a la policía» comenzó a tomar sus cosas a moco tendido « No, no. A la policía no» Exclamaba en voz baja nerviosa y volvía a tirar todo. Entendía que posiblemente la llenarían de preguntas incomodas que no podría responder “¿Por qué sus hijos salen a esa hora
Rosario recorrió todo el barrio preguntando, con vergüenza, si algún vecino podría haber visto a sus hijos. Cada tanto volvía a su casa, siempre por el mismo camino, pasando frente al almacén de Carlos. El hombre la miraba con sus treinta y largos años, al principio con sus ojos desafiantes. Sin embargo, con el pasar de las horas, entendía que esa mujer estaba desesperada. Al rededor de las 20 horas, tal vez en uno de los últimos recorridos que se cruzarían, decidió hablarle.— Rosario, espera.— Intentó correr para cruzar la calle de barro, llena de cráteres.-¿Qué quere?— Respondió seca, agresiva, creyendo que podía volver a atacarla con sus palabras.-¿No sabe nada de lo nenes?— Sus parpados mostraron clemencia y tregua, aunque sea por ese instante.— No.— Exclamó firme, p
Durante los siguientes cinco días Rosario estuvo encerrada en su casa. No estaba resignada a encontrar a sus hijos pero sí sabía que no podía volver a caer en las adicciones. Además, con la fuerte reacción que tuvo con Brian temía por su vida. Carlos tomó consciencia y dejó de lado sus diferencias y le proveía de alguna que otra comida. Por supuesto, quien más se acercó fue Carmen. Ella entendía que Rosario no podía estar demasiado tiempo sola, además era una de las pocas que conocía el dolor de perder un hijo y de que esté pierda su familia por culpa de la droga. Lo entendía pero no lo aceptaba. Sabía que conformarse no era una opción válida para mejorar dentro de ese entorno.-¡ Rosario!— gritó Carlos cuando tocaba las palmas en la casilla de ella -¡Rosario!— gritó otra
—Miren, no hubo mejoría pero tampoco empeoró— Les dijo la enfermera a Carlos y Carmen con voz delicada intentando poner las palabras justas— Es importante que pase esta noche, ¿sí?— Los miró compungida y se alejó lentamente esperando que alguno de los dos dijese algo. Sin embargo, esto no ocurrió. Ambos se turnaron para volver un rato a sus casa para bañarse, cambiarse, comer algo y alejarse, aunque sea un rato de un ambiente que no les daba lindos momentos. Pasaron las horas, Carlos fue el primero en irse y volver. Se hicieron las doce y un minuto de la noche. Apoyó su cabeza en la pared, y su cuerpo en el respaldo del asiento de plástico y suspiró. Sintió que había soportado un día. Trató de pensar en otra cosa, en lo que le diría cuando se despierte <<te amo. Siempre te amé>&g
La misma enfermera de siempre se acercaba, en esta oportunidad con una leve sonrisa.— Bueno, tenemos lindas noticias— Comenzó con sus manos en los bolsillos de la chaqueta verde— Rosario se despertó— Carlos y Carmen se abrazaron, sus lágrimas caían de alegría. El chancho moqueaba y con el puño de su buzo percudido secaba su nariz y sus ojos. Carmen prestaba atención a la enfermera y que debían esperar al horario de visita para verla. La enfermera hizo una reverencia con la cabeza y se alejó de ellos. La señora, la siguió a su ritmo—Disculpeme señorita…— Se puso al lado de ella-…¿puedo hacerle una pregunta?——Si— Afirmó poniéndose frente a ella—Mire… honestamente necesito saber que sucedió con la chica— Hablaba en voz baja mirando
— ¡¿Quién so vo gordo pelotudo?!— Se acercaba un joven prepotente, altanero, con la frente en alto y moviendo sus brazos intentando cubrir mayor espacio— ¿Vos sos Brian hijo de puta?— Le preguntó Carlos, agresivo, descolocado-¿Qué quere gil?— Replicó riéndose casi cara a cara Carlos tomó distancia, metió su mano bajo la remera, sacó un arma y le disparo tres veces. Los tiros retumbaron en el barrio, los perros comenzaron a ladrar. El joven se derrumbó a los gritos, con la boca abierta, pidiendo ayuda, con lo que le quedaba de aire. El chancho se quedó duro, con el arma todavía apuntando al baleado. Apenas comenzaron a salir las personas él se subió a la camioneta y salió a gran velocidad. Finalmente había cumplido su cometido Pa
Habían pasado poco más de un mes. Rosario había retornado a su precaria casa. Volvió a la búsqueda de sus hijos. Con más fuerza, pero con menos fortuna. Recorrió su barrio y los alrededores. Trataba de pasar desapercibida, para que ningún conocido de Brian la vea, aunque esto era imposible. Este tenía demasiados informantes alrededor. Sobre Carlos, no tenía noticias. Carmen, estaba cerca de ella, atenta, sabiendo que se encontraba en el medio de la tormenta si seguía cerca de la chica. La joven, se propuso mantenerse lejos de las drogas. Sentía que todo lo vivido, previo, y dentro del hospital, le servía de aprendizaje. También entendía que era necesario conseguir un trabajo decente para subsistir. — Su nombre es…— Una chica, bastante más joven que ella, miraba una planilla— Rosario Celestino, &iques
Rosario estaba frustrada. La comida no le alcanzaba y no conseguía trabajo. En una noche, donde la temperatura parecía bajar más rápido de lo normal, se encontraba débil, sin fuerzas y por sobre todas las cosas, vulnerable. Decidió irse de esas cuatro chapas que la encerraban. Comenzó a caminar y era consciente a donde ir. Recorrió varias cuadras, a la velocidad que pudo. Se puso en el frente de una casa de material, con dos ventanas al frente y tocó las palmas, alguien salió. — Carmen, ¿tene algo de comer?— Le dijo desde la puerta de la casa, alrededor de las 9 de la noche. — Nena, ¿Qué haces acá?— Se asomó, tapándose su cuerpo con un saco enorme y viejo. — Tengo mucho hambre.— Respondió sin energía, agarrando