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2 Otra vez con los malditos lobos

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El lobo la miró dulcemente mientras ella caminaba sobre la nieve, no sentía frío, sus sentidos se enfocaban en la respiración acompasada de su ángel guardián mientras seguía avanzando un paso a la vez.

—Me gusta que me visites… aunque sea en sueños, me siento a salvo cuando estoy contigo….

Le dijo Helena a la enorme mole peluda junto a ella.

El lobo hizo un sonido bajo como un gorjeo y se inclinó hacia ella para que le rascara la cabeza.

—Sé que estoy soñando, y que es estúpido que a mi edad sueñe estas cosas… pero me da alivio imaginar que estás vivo y que eres mi amigo, como si fueras una persona… tal vez tengo algo mal en la cabeza, debió zafárseme un tornillo cuando me caí por esa peña… pero eso no importa, tú eres real para mí aquí… como me gustaría que lo fueras en el mundo real…

El lobo se detuvo a su lado regalándole esa mirada que le indicaba que no estaba loca, que comprendía su sentimiento.

—A veces quisiera ser como tú… — Él ladeó la cabeza como si no lo aprobara — No me mires así, tú eres libre, yo sigo aquí tratando de encajar, viviendo una vida que no sé si es mía… debí haber muerto esa vez… debe ser por eso que no me siento parte de nada y me cuesta tanto socializar…

El lobo seguía negando con la cabeza.

—Sería lindo, ser como tú, correr libre en el bosque, contigo a mi lado, que fueras real, que este sueño lo fuera…

El despertador comenzó a sonar sacando a Helena de su sueño, en los últimos años tenía ese mismo sueño recurrente, en dónde hablaba y caminaba junto a su lobo, luego despertaba abrazando a la almohada y con la sensación de no haber estado sola, sino acompañada por alguien, como si la observara y la protegiera desde el anonimato.

Una vez, siendo una niña, se lo comentó a su terapeuta, y la respuesta que recibió fue que tenía que alejar esas ideas de su cabeza porque le hacían daño, después de eso nunca se lo dijo a nadie.

Nadie creyó nunca la historia del lobo, el psicólogo siempre dijo que la niña había sufrido un trauma tan severo, que confundía en su mente la realidad, poniendo en el lugar del salvador al verdugo, pero ella lo sabía, sabía que no era cierto, sabía la verdad.

Pero si estaba mal, o no, a ella poco le importaba, amaba tener esos sueños, en ellos no tenía que aparentar ser algo que no era, era simplemente Helena y su amigo imaginario que a sus casi veinte años seguía viniendo a visitarla.

Se estiró para desperezarse y se levantó pesadamente, tomó su móvil para ver la hora y reparó en la fecha.

— ¡Me lleva el díabl...!

Soltó con fastidio.

— ¡Ni siquiera lo recordaba, la gente va a estar fastidiosa todo el día, debería hacerme pasar por enferma y ya!

Helena dejó que el agua corriera por su espalda, no había nada más relajante que abandonarse bajo el agua, pasó la mano sobre su muslo desnudo sintiendo las marcas de las cicatrices de aquel terrible ataque de su niñez, las cicatrices le recodaban constantemente lo afortunada que había sido, y traían a su mente el anhelo de volver a verlo… a él…

Ese evento la había marcado volviéndola retraída durante sus años en la preparatoria, alejándola de todo y de todos…

Apenas si conservaba la amistad con Abby, después de todo, ella era la única que la entendía, que la escuchaba en silencio cuando entraba en pánico sin razón aparente y que sabía de su obsesión con los lobos.

Pero es que ni siquiera había podido tener un novio, cuando el chico que le gustaba se había acercado a ella para invitarla al baile de graduación, Helena había corrido despavorida, sin saber por qué, había esperado mucho ese momento, y cuando al fin lo consiguió solo huyó.

Pasó el resto de la noche sentada en un banco del patio de la escuela, y aunque nadie la acompañaba, lo extraño es que no se sentía sola. Estaba bien, en todo caso ya no tenía sentido liarse con el sujeto si ya iba a la universidad.

Ahí de pie, en la ducha, mientras el agua caía sobre ella y sola con sus pensamientos, seguía acariciando en silencio la piel marcada, como marcada tenía su alma.

El teléfono sonó con insistencia y Helena salió disparada del baño, corriendo envuelta en una toalla para tomar el móvil. Era Abby. Comenzó a secarse la larga melena roja como el fuego mientras respondía la llamada.

—Entonces pecas, ¿Vas a venir conmigo esta tarde? Sabes que no puedo hacer compras sin ti…

Helena dejó salir el aire con suavidad cerrando los ojos, no le gustaba mucho estar en lugares públicos, asistía a las clases porque debía hacerlo, pero se sentía mejor sola, en la tranquilidad del patio de su casa.

Sí, en la casa de sus padres, a esas alturas, a la víspera de su cumpleaños número veinte y siendo ya estudiante universitaria, todavía no la habían dejado mudarse.

—Abby ya tienes todo lo que necesitas, sabes que tengo que estudiar, vamos, ¿Qué más vas a comprar?

—Helena, necesito cosas, ¡C o s a s! — Deletreando la última palabra para hacer énfasis — No consigo los rollos para mi vieja cámara.

Helena rodó los ojos y suspiró.

— ¿En serio vas a seguir con eso?

—Anda, compláceme, sabes lo mucho que me gusta la fotografía, necesito esos benditos rollos y creo que el único lugar donde los vi la última vez fue en aquella tienda…

Helena sabía a cuál se refería, entraba muy poco al lugar, pero era cierto, vendían cosas ahí que ya no existían en ninguna otra parte.

—Está bien, pero debes prometerme que no vas a aliarte con mi madre con el tema del cumpleaños.

Abby vaciló, ya se había confabulado con Susan para hacerle una fiesta sorpresa, pero claro, si quería que Helena la acompañara a ir de compras debía jurar hasta la muerte que no lo haría.

—Sabes que tu madre siempre quiere celebrarte el cumpleaños, yo no puedo evitarlo… — Saliéndose por la tangente.

—Abby…

—No seré parte de eso si es lo que quieres, ¡ok!

—Sabes que no me gusta mi cumpleaños… prefiero pasarlo sola con un bote de helado y frente al televisor.

—Sí, y tampoco te gustan las sorpresas…

— ¡Exacto! Así que iré contigo de compras si podemos pasar una tarde normal.

—Define "normal"...

—Abby…

— ¿Puede haber helado y frituras? ¡Estoy harta de la dieta!

—Preferiblemente con helado y frituras — Dijo mientras se elevaban las comisuras de sus labios y se le formaba un hoyuelo en la mejilla.

— ¡Perfecto! Pasaré por ti, no dejaré que conduzcas en esa máquina mortal de tu coche, ni pienso volver a subir a él tampoco.

— ¿Qué tiene?

— ¿Cómo qué tiene? — Exclamó cómo si fuera obvio — Se está desbaratando a pedazos y te deja tirada en todas partes.

—Ok, ven por mí...

Suspiró.

— ¡Listo, allá estaré! Más te vale que estés lista.

Después del almuerzo, Helena buscó algo que ponerse para estar lista antes de que llegara su amiga, se ponía insoportable cuando tenía que esperarla, así que tomó del armario lo primero que encontró y se visitó sin mucha pompa y circunstancia.

Unos vaqueros ajustados, camiseta blanca de algodón, un jersey abrigado y botines corte alto pero de tacón bajo. Nada del otro mundo.

Toc, toc. Un par de golpecitos en la puerta le anunciaron la llegada de Abby.

— ¡Hey! ¿Estás lista? Hay mucho que ver hoy — Dijo al cruzar la puerta.

—Hola Abby, también estoy bien, ¡Gracias por preguntar por mí! — Le devolvió en tono sarcástico por no haber si quiera saludado al entrar.

—Hola, hola, hola… — Dijo moviendo la mano de lado a lado mientras se miraba en el espejo de la entrada y acomodaba una mechón dorado de su larga melena — ¡Dime que no irás vestida así! — Escaneándola con la vista de arriba abajo.

— ¿Qué tiene? Estoy cómoda, ven ya es hora — Le respondió tomándola de la mano y tirando suavemente de ella para llevarla hasta la salida y evitar que la hiciera cambiarse de ropa.

Abby simplemente puso los ojos en blanco y se dejó llevar. Afuera esperaba su auto parqueado en frente de la casa de los Anastasiou.

— ¿Por qué siempre tienes que ser tan parca para arreglarte Helena? ¿Acaso no ves lo hermosa que eres?

Comentó Abby poniendo el auto en marcha.

—Pues yo no me siento hermosa, ¿Cómo lo sería? Has visto mis cicatrices, ni siquiera puedo ponerme un bikini sin que la gente me vea como un fenómeno.

Las chicas iban entretenidas conversando cuando de pronto, de la nada, desde el bosque saltó un animal enorme y Abby estuvo a punto de arrollarlo. La cica pisó con fuerza el freno haciendo que el vehículo rapara sobre el pavimento dibujando una media luna en él.

— ¿Lo viste? Abby ¿Lo viste?

— ¿Qué cosa?, ¡Solo vi una mancha oscura enorme que se nos vino encima! ¡Casi nos mata esa cosa!

— ¡Era un lobo!

Abby se giró para ver a su amiga con los ojos desorbitados, ya estaba otra vez con el cuento de los malditos lobos.

—No me mires así, no estoy loca, se lo que vi, en todo caso, ¡Ya no importa, arranca!

—Creo que mejor seguimos hacia la ciudad, no es buena idea estar en plena carretera…

Abby resolvió poner en marcha el motor y tratar de controlar sus nervios, estaba hasta la coronilla de que Helena relacionara todo con los lobos, bien podría haber sido cualquier otro animal, ¡Pero ella veía lobos! ¡Ya estaba otra vez pensando en los malditos lobos!

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