Hace siete años:
— ¿Bob? ¿Bob? — La voz fina e infantil de Helena se escuchó insistentemente por toda la casa mientras llamaba a su cachorro — ¡Bob!
—Debe estar afuera, no te preocupes — Contestó Abby distraída con unas fotos familiares.
—Debo buscarlo, afuera está helando, ya es tarde… — Helena estaba realmente preocupada, hacía rato que lo llamaba y el animal no respondía.
Abby puso los ojos en blanco, no quería salir del calor de la casa para ir a buscar al pulgoso. Seguía sentada bajo el adorno de globos que pendía del techo mientras terminaba con las migajas del pastel de cumpleaños de Helena.
No podía entender por qué los intereses de Helena iban directo hacia cualquier cosa con patas que se moviera.
—Está bien — Dijo de mala gana, mientras se abrigaba para salir en busca del estúpido perro.
Ambas niñas, de doce y trece años, llamaron y buscaron al cachorro por todo el terreno sin éxito alguno, pero Helena era insistente, cuando se le metía algo en la cabeza no había quien se lo sacara.
Helena dirigió la mirada hacia el fondo del patio, al lugar en donde terminaba el claro y comenzaba la espesura de los árboles, su amiga supo de inmediato cuáles eran sus intenciones.
—Es una broma, ¿Verdad?
Helena hizo caso omiso a la actitud de su amiga y se encaminó hacia el bosque con paso firme, iría por su mascota.
—Helena, ¿Qué haces?
— ¿Qué parece que hago? ¡Voy por mi perro!
—Es tarde, pronto oscurecerá, deja que tu papá lo busque cuando llegue — Protestó la chiquilla cruzándose de brazos.
—Entra en la casa, yo iré por él, seguramente no está lejos.
Contestó la otra sin siquiera mirarla, ya iba en el límite en dónde comenzaban los abetos a cubrir totalmente el terreno.
Abby se sintió culpable, exhaló con fuerza y echó a andar tras Helena, prácticamente obligada a hacerlo.
— ¡Bob! ¡Bob!
Las voces de ambas resonaban en la espesura, solo acompañadas de vez en cuando por el crepitar de las últimas hojas otoñales caídas en el suelo.
El invierno avanzaba inminente y cortante como una navaja helando todo a su paso, mientras los primeros copos de nieve se dejaban caer sobre el bosque. Con forme lo llamaban, la inquietud crecía en el corazón de Helena.
— ¡Va a morir congelado! — Razonó Helena con angustia en su voz y los ojos llenos de lágrimas — ¡No sé qué más hacer, no puedo dejarlo morir así!
— ¡Mira! Ya está nevando.
A Helena se le hizo un nudo en la garganta, pensando en las mil maneras de morir durante el invierno en aquel bosque para un pequeño e indefenso cachorro.
La oscuridad comenzaba a llenarlo todo, Helena avanzaba delante de su amiga tratando de cubrir terreno cuando de pronto Abby escuchó un grito desgarrador y luego un golpe sordo.
— ¿Helena? ¡Helena!
Helena no contestó, en su lugar el canto de un búho le erizó los vellos del cuello.
— ¡Helena!
Un dolor desgarrador la sacó de su trance, Helena intentó abrir los ojos pesadamente, pero el dolor y el frío eran más fuertes que cualquier cosa que ella hubiera experimentado antes.
Escuchó un jadeo y su corazón se alegró.
— ¡Bob! — Pensó.
El sonido siguió a otro parecido, un jadeo tras otro, y otro más… no era uno, eran varios, de pronto algo tiró de sus ropas con tanta fuerza que su corazón se detuvo del susto.
Escuchó sus vaqueros desgarrarse y con ellos el ardor lacerante de su propia piel en carne viva. Unas patas con garras escarbando a su lado y mordiscos entre ellos.
Ahogó un grito a mitad de su garganta mientras seguía escuchando como una manada de lobos olisqueaba todo su cuerpo, los escuchaba gruñir, oler, desgarrar…
Se obligó a abrir los ojos y la luz de la luna llena iluminaba lo suficiente como para poder ver las siluetas que la rodeaban.
Helena se sintió sola, más sola que nunca, abandonada y triste, sabía que era inevitable, era una chiquilla, sí, pero podía comprender su futuro inmediato y la negra suerte que se avecinaba sobre ella.
El aullido de los lobos la hizo temblar de pánico.
Unos ojos tan fríos como el hielo, de una azul profundo, avanzaron sobre ella.
La bestia se acercó demasiado, tanto que el corazón de Helena se aceleró como un caballo desbocado, queriendo salírsele del pecho, quiso gritar, pero ni siquiera tenía fuerzas para hacerlo, cerró los ojos con fuerza.
Pero el dolor la hizo gritar tan fuerte que le retumbaron sus propios oídos, al sentir las dentelladas hundirse en su tierna carne y volver a encontrarse con esos helados ojos. Le había desgarrado un muslo.
Casi al instante, tras ella, escuchó un rugido ensordecedor y creyó que algo tiraba de ella con fuerza, se giró para ver y unos ojos ambarinos con destellos dorados la miraron y sintió como la arrastraban sobre la nieve antes de perder el conocimiento de nuevo.
Cuando Helena volvió en sí, lo primero que vio frente a ella fueron esos ojos, enormes e insondables y se sobrecogió de terror, la enorme bestia de pelaje espeso y plateado estaba a cuatro patas sobre ella, con el hocico a escasos centímetros de su rostro.
Helena ahogó un grito, el animal se inclinó sobre ella y le lamió el rostro, la mejilla, justo sobre un arañazo.
Ella se quedó quieta, él, podía sentir cómo el cuerpo de la pequeña se tensaba en cada fibra haciendo esfuerzos por alejar el miedo, pero él no iba a lastimarla.
Ella esperó… esperó a que el horror prosiguiera luego de que el lobo hubiera probado su sangre, pero él solo seguía mirándola de esa forma tan… humana…
Era la forma en que aquella bestia la miraba lo que comenzó a alejar el temor poco a poco, como si entendiera que ella había corrido peligro.
El cuerpo le dolía como el demonio, el lobo siguió lamiendo sus heridas, las de las manos, el cuello y finalmente el horrible tajo que tenía en la pierna dándole una pequeña sensación de bienestar y calor en medio del miedo.
— ¡Ah! — Se quejó al sentir una punzada al intentar moverse — duele mucho…
Le dijo al ver que llamaba la atención del animal en cuanto se quejaba
—Eres muy bonito…
Le dijo con suavidad admirando su pelaje en el que brillaban los diminutos copos de nieve.
—Gracias…
El lobo inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, mirándola con ternura.
—Habría muerto de no ser por ti…
El lobo volvió a acercar el hocico lentamente y se detuvo cuando tuvo sus ojos al mismo nivel de los de Helena, la chiquilla levantó una mano para llevarla hasta la cabeza del animal.
Al principio con duda, el lobo pareció entender su intensión e inclinó ligeramente la cabeza para que ella pudiera acariciarle entre las orejas.
El pelaje denso y grueso al principio abrió paso a uno lanudo y suave, debajo mucho más cálido, era agradable al tacto, a él parecía gustarle que lo tocara, hizo un sonido bajo y gutural como un gruñido, pero inofensivo.
Era tan inteligente como feroz, parecía incluso como si la razón estuviera por encima de su aparente barbarie, era estúpido pensarlo claro, ya que solo era un lobo, hasta Helena con sus escasos trece años sabía que las hadas y Santa Claus no existían, pero algo en él era mucho más humano de lo que algunas personas pueden llegar a ser.
De pronto el lobo levantó las orejas y se irguió buscando con la vista y agudizando el oído.
— ¿Bob? — Helena apenas musitó al ver al pequeño cachorro aparecer de la nada ladrando con fiereza a la enorme mole que estaba sobre ella.
Al lobo no le importó el perro, pero dentro de la casa, Susan, la madre de Helena, abrió la puerta que daba hacia al patio y se encontró con la terrorífica visión de un gigantesco lobo parado sobre su hija.
— ¡Auxilio! ¡Auxilio! — Gritó desesperada — alguien ayúdeme, ¡Un lobo! ¡Un lobo ataca a mi hija!
Mientras Susan gritaba con consternación, en el fondo del patio aparecieron dos lobos, unos ojos brillantes asomaron de entre la espesura y avanzaron de forma sigilosa hacia ella y hacia su lobo.
Pudo reconocer a la loba roja, el lobo plateado les había arrebatado a su presa y ahora venían por ella, eran dos, y Helena solo estaba acompañada de uno solo, Helena tragó saliva.
El lobo plateado se tensó de inmediato y un gruñido bajo y amenazador comenzó a crecer en su pecho, subiendo de intensidad a medida que se giraba amenazante hacia los otros dos.
— ¡Auxilio! ¡Auxilio! — Seguía gritando Susan.
Helena pensó que con tanto ruido las bestias se asustarían y correrían de regreso al bosque, pero no fue así, continuaron acercándose, acechando al lobo plateado con los ojos inyectados en sangre.
El negro se apartó de su compañera y buscó otro flanco por el cual atacar, mientras la hembra continuaba moviendo una pata delante de la otra sin intención de detenerse.
El trío aterrador de las tres bestias en medio del patio, sobre la nieve y a escasos metros del cuerpo maltrecho y manchado de sangre de su hija, hizo que Susan se desplomara contra el suelo.
El lobo plateado dio un respingo y el negro aprovechó para atacar y lanzarse de lado contra él, pero pareció como si se hubiera ido de frente contra un muro de concreto, no logró moverlo un solo centímetro, rebotando y regresando al lado de su compañera con el rabo entre las patas y el hocico lastimado.
La loba roja gruñó con fiereza al ver como su macho alfa no había podido hacer nada contra aquel lobo que los aventajaba por mucho en tamaño y fuerza.
Se le quedó mirando, estudiando su punto débil, y de pronto lo había encontrado, echando a correr hacia Helena, era claro que la pequeña era su debilidad.
Pero el lobo plata la interceptó a mitad de camino, golpeándola con tal fuerza que la lanzó varios metros más allá contra la nieve. Ella apenas pudo levantarse y huir cojeando junto a su compañero.
Dentro de la casa, un grupo de personas que habían venido para ayudar a buscar a la chica se agolpó en la puerta al escuchar la refriega, y dos hombres con escopetas salieron a empujones con toda la intensión de descargar sus armas sobre lo que hubiera en el patio.
— ¡No!
Helena quería gritarles que no lo lastimaran, que él era el responsable de que continuara con vida, que era su salvador, pero no hubo forma, su voz salió parecida a un murmullo, un hilillo apenas audible para el agudo sentido del lobo, pero para nadie más.
El animal corrió al escuchar el primer disparo, movido por el instinto de conservación y seguido de los hombres hasta adentrarse en la espesura del bosque, desde donde varias detonaciones estremecieron a Helena una detrás de la otra, dejando a la chica con el corazón en un puño.
En la actualidad: El lobo la miró dulcemente mientras ella caminaba sobre la nieve, no sentía frío, sus sentidos se enfocaban en la respiración acompasada de su ángel guardián mientras seguía avanzando un paso a la vez. —Me gusta que me visites… aunque sea en sueños, me siento a salvo cuando estoy contigo…. Le dijo Helena a la enorme mole peluda junto a ella. El lobo hizo un sonido bajo como un gorjeo y se inclinó hacia ella para que le rascara la cabeza. —Sé que estoy soñando, y que es estúpido que a mi edad sueñe estas cosas… pero me da alivio imaginar que estás vivo y que eres mi amigo, como si fueras una persona… tal vez tengo algo mal en la cabeza, debió zafárseme un tornillo cuando me caí por esa peña… pero eso no importa, tú eres real para mí aquí… como me gustaría que lo fueras en el mundo real… El lobo se detuvo a su lado regalándole esa mirada que le indicaba que no estaba loca, que comprendía su sentimiento. —A veces quisiera ser como tú… — Él ladeó la cabeza como si
Hubo un largo e incómodo silencio durante el trayecto hasta el centro comercial, Abby todavía estaba asustada, pudieron haber tenido un accidente muy grave si no hubiera frenado a tiempo. Helena, por su parte, estaba abstraída en sus pensamientos, hacía mucho que no veía lobos, y no era usual que ellos cruzaran la carretera a plena luz del día, se suponía que eran animales más bien nocturnos, aunque no del todo, ¿Pero arriesgarse a salir así con el tráfico vehicular? Tal vez algo amenazaba su hábitat. —Llegamos… creo que mejor vamos por algo dulce para que nos pase el susto, y después de compras… ¿Qué dices? Propuso la rubia un poco más calmada. Helena asintió, era mejor avanzar, lo había aprendido bien, toda su vida se había basado en eso, avanzar al siguiente nivel, no quedarse atrás ni enfrascarse en los pensamientos autodestructivos, por difícil que fuera. —Vamos, quiero una montaña de helado, y hoy no te puedes negar, ¡Estoy de cumpleaños! — Dijo ofreciéndole una amplia sonri
—Gracias por acompañarme, te llamo más tarde — se despidió Abby al dejarla en frente de su casa. Helena entró y se encontró con su madre haciendo una lista en un trozo de papel. Bob saltó sobre ella moviendo la cola y haciendo círculos a su alrededor. —Preciosa, no sabía que estabas en la calle, te habría llamado para pedirte un favor… Su madre la miró con expresión culpable mientras levantaba la nota en el aire. — ¿Qué necesitas mama? —Es que olvidé ir de compras esta semana y mira, ya no quedan comestibles, no quiero tener que llamar por una pizza para la cena, me gustaría hacer sabroso hoy… — ¿Necesitas que vaya a comprar eso? — Se ofreció la joven. Susan sonrió y se acomodó un mechón rojo detrás de la oreja. — ¿No te molesta? —No, para nada, en realidad me gusta la idea de volver a salir, no quiero estar aquí encerrada lo que queda de la tarde. — ¡Eres un sol! Entonces espero por las compras — y levantando la mirada como si quisiera darle un mensaje subliminal añadió — Tó
Vasil cerró el vehículo de un portazo y avanzó sin miedo mientras Helena se mordía las uñas, presa del pánico, estaba segura de que los lobos atacarían al empresario, era testigo de lo terribles que podían llegar a ser. Sin embargo, hacía mucho tiempo que Vasil no experimentaba el temor, prácticamente ya no lo recordaba era, por supuesto, producto de una larga vida llena de horrores y pérdidas, una vida como la suya ya tenía una coraza prácticamente impenetrable. Lanzó una mirada furibunda en dirección al par de perros rabiosos que osaban insistir en reclamar como presa a su preciada Helena. Más les valía que se enterraran vivos, porque si dejaban que él les pusiera una garra encima no podrían vivir para contarlo. A medida que caminaba, Vasil solo podía pensar en destripar a aquellos sacos de pelo con pulgas, en sacarles los ojos, el corazón y las vísceras. Casi podía sentir el sabor de su sangre esparcida por todas partes. Inspiró profundo, obligándose a dominarse a sí mismo y exha
El auto se detuvo frente a la verja de madera del jardín, la vegetación lucía triste y opaca en esa época del año. De niña, Helena siempre quiso poder tener un cumpleaños bonito como todos los demás, bajo el sol del verano, con una fiesta de piscina o en un parque. Pero ella, de su grupo de estudio en la escuela, era la única que cumplía años en temporada fría. —Pero ¡Qué aburrida eres Helena! Hasta para cumplir años eres pesada. Recordaba con tristeza las bromas de sus compañeros, los niños suelen ser crueles con sus comentarios. Además, después de que sucedió aquel desafortunado incidente, no era como que los demás niños quisieran asistir por lástima a la fiesta de la niña traumada, ni mucho menos que sus padres les permitieran ir hasta esa zona tan peligrosa en donde las bestias atacan a las niñas. En fin, Vasili detuvo el coche y Helena abrió la puerta para bajarse, pero antes de cerrar se giró para verlo a la cara una vez más. —Creo que empezamos con el pie izquierdo, tengo
Vasil apretó la mandíbula y cerró ambas manos en puños a los lados de su cuerpo sin retirar la mirada depredadora del mísero hombrecito, se le asemejaba a una presa fácil, un pequeño bocadillo. Sus ojos chispearon de tal manera que, incluso Richard con su borrachera supo que no era normal, que había algo siniestro y profundo en el pozo sin fondo de esa mirada, alguien más lo observaba desde los ojos del poderoso empresario. Una entidad desconocida. El universitario apartó las manos del brazo de Helena de mala gana, no era de asustarse con facilidad, pero el tipo que la acompañaba parecía ser una clara amenaza, y no iba a quedarse ahí para averiguarlo. — ¿Es tu novio? — Vasil preguntó siguiendo al chico con la vista como quien sigue una presa. —No — Contestó enfática — Lo siento… Se disculpó Helena sintiendo la vergüenza en la cara, nunca se hubiera imaginado estar en una situación tan embarazosa. —Hacía mucho tiempo que no lo veía… ni siquiera sé qué hace él aquí… —No te disculp
— ¿Podrías darme eso? Susan preguntó mientras terminaba de recoger el desorden de la casa. Ya todos los invitados se habían ido y no quería dejar mucho de limpiar para el día siguiente. —Bueno, chicas, creo que me iré a descansar, estoy cansado y mañana tengo cosas que hacer en el trabajo. — ¿Ya te vas a dormir papá? —Si tesoro, hace mucho frío, creo que el solsticio de invierno este año entró con mucha fuerza… —Pensé que hablaríamos un rato, además, creo que ustedes dos me deben una explicación… Apuntó la chica refiriéndose al hecho de que habían planeado la fiesta a pesar de su deseo de no querer celebrar nada. Su padre hizo un gesto gracioso como cuando alguien sabe que ha metido la pata. —Me declaro culpable — dijo en tono risueño levantando la mano — Teníamos que hacerlo preciosa, nunca sales a divertirte con tus compañeros y jamás quieres que se celebre tu cumpleaños, además, este es especial, ya no eres más una niña, ¡Son tus veinte! No podíamos solo dejarlo pasar… Exp
Helena se dio una ducha caliente, dejó que agua corriera por su cuerpo para relajarse, había sido un día pesado y diferente, muy diferente a los aburridos días de siempre. Se vistió con algo cómodo y abrigado y tan pronto puso la cabeza sobre la almohada, se hundió en un profundo sueño mientras el agotamiento le ganaba la partida. Comenzó a caminar sobre un prado hermoso y verde, era un campo enorme cuyos linderos se veían a mucha distancia, terminando en una cordillera montañosa de un lado, y el mar del otro. No reconocía el paisaje y, sin embargo, le parecía absolutamente familiar. El ambiente era cálido en esa estación del año. Casi podía sentir como se mezclaban el aire cargado a salitre con el puro y lleno del aroma a madera que venía de las montañas. Inspiró profundo llenando sus pulmones, era tranquilizador. De pronto alguien se acercó por la espalda tomando su cintura por detrás y le susurró algo al oído. —Mi gorrión... ya estás aquí... La voz ronca y profunda pareció un