Luciana se quedó petrificada al ver a Rodolfo. Su corazón empezó a bombear con fuerza, tanto que podía escucharlo en resonar en sus oídos. ¿Qué hacía él allí? Se suponía que su esposo estaba en un viaje de negocios y que no volvería hasta el día siguiente. Aun así, estaba sentado en la sala con un vaso de whisky en la mano.
—¿Qué.. qué haces aquí? —preguntó con la voz temblorosa.
Se ordenó relajarse para no despertar sus sospechas, ni su furia. Los moretones en sus brazos debido a su último enfrentamiento todavía no habían terminado de desaparecer.
—Es mi casa. ¿Dónde más estaría? —Rodolfo miró la maleta que ella sostenía—. ¿A dónde ibas?
Pensó en una mentira tan rápido como pudo.
—Iba a visitar a una amiga, me invitó a pasar la noche con ella. Me siento demasiado sola sin ti aquí. No sabía que regresarías antes, pero me alegro. Debería llamarla para…
—¡Silencio!
Dio un brinco por el susto y asintió.
—¿Amiga? Qué curioso, jamás mencionaste a una amiga. —Rodolfo se levantó y caminó hasta ella. Con su mano libre la sujetó del mentón con fuerza y la obligó a inclinar la cabeza hacia atrás—. Inténtalo de nuevo, cariño, y esta vez espero que me digas la verdad. —Sus ojos brillaban con furia.
Luciana tembló. Rodolfo era un ser despiadado y no tendría reparos en lastimarla tan pronto se enterará de sus intenciones. No es que fuera a detenerse incluso si no lo averiguaba. Él disfrutaba lastimándola y cualquier cosa era una “buena” excusa para castigarla.
Recordó entonces el test de embarazo oculto en su pequeña maleta. Se había hecho la prueba la tarde anterior, después de pasarse una semana vomitando por las mañanas. Había estado tan asustada y había deseado que el resultado fuera negativo. Se había cuidado a escondidas, pero al final no había servido de nada. Estaba embarazada.
Después llorar durante un tiempo, la idea se había asentado y empezó a planear su escape. No iba a dejar que su bebé pasara por el mismo infierno que ella.
Miró a Rodolfo directo a los ojos. Era hora de enfrentarlo.
—Me voy —dijo en un susurro—. Te dejo —declaró un poco más fuerte esta vez, pero incluso en esa ocasión su voz tembló.
Rodolfo soltó una carcajada carente de diversión.
Luciana quería escapar lejos, a un lugar donde el jamás pudiera encontrarla, pero su cuerpo se negaba a obedecer sus órdenes.
—¿Crees que será así de fácil?
Rodolfo bebió un sorbo de su vaso con tranquilidad y en un movimiento repentino le volteó la cara con un golpe con la otra mano.
Debería haberlo visto venir. El ardor se extendió por su mejilla y se mordió la mejilla interior para contener un quejido.
—¿Creíste qué podrías largarte y llevarte mis cosas? ¡Eres mía, al igual que todo lo que tienes! ¡Sin mí no eras nada! —Rodolfo le volteó el rostro de otra cachetada—. ¡Eres una perr@ malagradecida!
Él tiró el vaso al suelo. Este impacto con un fuerte sonido y se hizo añicos.
Luciana dio un respingo y en automático retrocedió un par de pasos. Tenía que poner distancia. Por experiencias pasadas sabía que él no se detendría allí. Miró más allá de él y por primera vez no esperó quieta a que los golpes comenzaran. No lo pensó, tan solo esquivó a Rodolfo y corrió en dirección hacia el pasillo que llevaba a la puerta.
Estaba tan cerca cuando él la tomó de los cabellos y la estampó contra la puerta, luego tiró de ella hacia atrás.
—¡¿A dónde demonios crees que vas?!
Luciana cayó al suelo con un fuerte gemido. El dolor se extendió desde su cadera a todo su cuerpo, pero no dejó que eso la detuviera. Aquellos golpes no eran nada de lo que sabía que se avecinaba.
Se apoyó en sus manos e intentó ponerse pie. Él estuvo encima de ella antes de que lo lograra llegar muy lejos.
—¡Suéltame! —gritó mientras pateaba y arañaba. No le importaba donde le diera, solo necesitaba sacarlo de encima.
Vio a Rodolfo gesticular algunas palabras, pero estaba más allá de escucharlo. Lo único que podía escuchar era su voz interna diciéndole que luchara, que no se diera por vencida.
No, no se iba a rendir. No esta vez.
—¡Te dije que te quedes quieta!
Rodolfo alzó un mano y le dio un puñetazo.
Un ruido sordo llenó sus oídos y su visión se tornó borrosa. Sus fuerzas menguaron, pero no se desmayó.
—Te odio —susurró, el sabor metálico de su propia sangre filtrándose a su paladar—. Odio el día que apareciste en mi vida.
—¡Cállate! —Rodolfo se puso de pie y le escupió—. ¡Eres una zorr@! Seguro te abriste de piernas para alguien más y te ofreció algo mejor. Pues ya deberías saberlo, no hay nadie mejor que yo. —Entonces la primera patada llegó.
Luciana soltó un gemido lastimero y mientras las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas. Se colocó en posición fetal con lo poco de fuerza que le quedaba y se protegió el vientre.
Rodolfo la pateó una vez y luego otra. El hombre que un día había prometido cuidar de ella, había roto su promesa tantas veces.
Después de un tiempo las patadas cesaron, pero Luciana estaba demasiado adolorida como para intentar hacer cualquier movimiento. Dejó que la inconsciencia se la llevara esperando que solo se tratara de un mal sueño. Despertaría en un lugar mejor.
—Mujer de veintiséis años. Conmoción cerebral y múltiples contusiones —informó el paramédico que había llegado hace unos segundos empujando una camilla.Ignazio miró a la mujer en la camilla y se abstuvo de hacer una mueca al ver su rostro. Ella había recibido al menos un par de golpes en la cara y ambos ya habían comenzado a hincharse. Su labio inferior estaba partido y tenía una mancha de sangre.—¿Qué fue lo que le pasó? —preguntó mientras evaluaba la dilatación de sus pupilas con una linterna.—Su esposo llamó a urgencias. Al parecer llegó a casa y encontró todo destrozado y a su esposa tirada en el suelo. Un robo que salió mal, dijo.Le dio un vistazo al paramédico.—No pareces creerlo —comentó mientras continuaba con su evaluación—El esposo tenía los nudillos heridos y algunos arañazos. Si no estaba cuando todo sucedió ¿cómo fue que terminó herido?—Buena pregunta. ¿Dónde está él?—Afuera, llenando formularios. Asintió.Guardó la información que le había dado el paramédico pa
Luciana se despertó con un sobresalto y empezó a luchar por instinto incluso antes de abrir los ojos. Sus recuerdos estaban borrosos, pero sabía que estaba en peligro. —Tranquila —dijo alguien—. Estas a salvo. Dejó de luchar y buscó con la mirada a quien había hablado. Sus sentidos recién se estaban poniendo al día. La voz del hombre parecía haber venido de lejos, pero él estaba de pie a lado de su cama. Usaba una bata blanca sobre su ropa y tenía una tableta en la mano. —Intenta respirar pausadamente —indicó el hombre—¿Cómo te sientes? ¿Algún dolor? Seguía escuchando su voz como un eco proveniente de otro lugar y aunque las palabras eran claras, no podía entenderlas. Incapaz de dar una respuesta, recorrió la habitación con la mirada. Paredes blancas, un par de puertas, un sofá largo y pisos de mayólica. Era la habitación de un hospital, concluyó. Cerró los ojos unos segundos cuando se sintió algo mareada. Se sentía agotada y solo quería seguir durmiendo. —¿Señora Olivieri? —
—Señora Olivieri, ¿es cierto lo que su esposo le dijo a la policía? —insistió Ignazio al no obtener respuesta. La mujer estiró las piernas con una mueca de dolor. Se había encogido hacia la cabecera cuando su esposo intentó acercarse. Una muestra de que su esposo la asustaba. No era la primera vez que trataba a una mujer abusada. Los signos eran evidentes. Se acercó a ella y la sujetó con delicadeza para ayudarla a acomodarse. Su paciente estaba en condiciones de realizar mucho esfuerzo. Ella lo miró con recelo, pero no rechazó su ayuda. —Cuando ingresaste —continuó al ver que ella permanecía en silencio—, noté algunos moretones en tus brazos que no fueron provocados durante tu último ataque. —¿Qué importa lo que yo diga? —preguntó ella con resignación—. Él ya le contó a la policía lo que sucedió y nadie se atreverá a cuestionarlo. ¿O vio a algún policía interesado en tomar mi declaración? Ignazio hizo una mueca. Se había preguntado un par de veces porque nadie se había acercado
Luciana prefería no pensar en lo que haría al salir del hospital o a dónde iría. Había pasado por mucho y solo quería dejarse llevar por la falsa sensación de seguridad que estaba experimentando en aquella habitación de hospital. Además, no le iban a dar el alta hasta dentro de algunos días. Pese a que se estaba recuperando muy bien —según los doctores—, aun no estaba en condiciones de ir a ningún lado. Los moretones se tomarían su tiempo desaparecer y tenía suerte de tan solo tener una costilla fracturada con la cantidad de golpes que había recibido. Pero el verdadero problema era su cabeza. Los mareos continuaban, en especial cuando se levantaba.Pasarse el día en cama sin hacer nada no era para nada de su agrado. Sin embargo, no había vuelto a ver a Rodolfo desde que vino a verla dos días atrás. Eso de por sí ya era una ventaja. Sabía que debía enfrentarlo, pero —después de vivir tantos años atemorizada— no se sentía capaz de hacerlo.«Algún día —pensó no muy convencida».No podí
Ignazio caminó apresurado en dirección a admisión. Una de las enfermeras le había llamado para informarle que Rodolfo estaba allí acompañado por un par de policías que exigían ver a Luciana. En el corto trayecto trató de encontrar una manera para evitar que él la viera.Dio la vuelta hacia la derecha y unos metros más allá vio a la jefa de enfermeras hablando con los policías. Ella estaba delante de ellos bloqueándoles el paso. Era claro que estaba decidida a no dejarlos pasar a la habitación de Luciana. De no ser por la situación en la que estaban, habría soltado una carcajada por su determinación. Siempre había estado orgulloso del equipo que tenía.Notó a su mamá de pie a unos pasos de los oficiales justo unos segundos antes de que ella girara la cabeza y lo viera. Sus ojos se encontraron y supo que ella había escuchado lo que sea que los policías estuvieran diciendo.Su mamá caminó hacia él, pero no se detuvo.—Me encargaré de ella —dijo al pasar.No sabía lo que iba a hacer, pero
El día que se mudó con esposo, él le había dejado claro que no tenía permitido cambiar nada. En su ingenuidad había creído que era porque no estaba acostumbrado a compartir su espacio con otra persona y que con el tiempo le dejaría hacer cambios para que se viera como la habitación de una pareja. Como en tantas otras cosas, había estado equivocada. —¿Te gusta? —preguntó Lia, la madre del doctor De Luca. —Sí, gracias —respondió con una sonrisa—. ¿Segura que no es mucha molestia? Durante el viaje, Lia le había contado sobre el refugio que dirigía y Luciana había asumido que era allí donde la iba a llevar. Es por eso que se mostró sorprendida cuando se bajaron del auto y Lia le dio la bienvenida a su casa. —Para nada, esta casa es enorme y será bueno tener a alguien más por aquí. Además, aun estás delicada y, aunque el refugio cuenta con un doctor y una enfermera en todo momento, ellos no podrán estar pendiente solo de ti. Esta es la mejor opción hasta que te hayas recuperado. No ent
Ignazio salió del baño secándose el cabello húmedo con una toalla. Se sentía renovado después de una noche de sueño ininterrumpida, algo que no conseguía con la frecuencia que le gustaría. Aun así, no cambiaría lo que hacía por un trabajo más tranquilo.Sus ojos se posaron en la cama donde Elise aún descansaba. Le daba pena despertarla, pero tenían que visitar a sus padres y se estaba haciendo tarde.Colocó la toalla en su cuello y se acercó a la cama. Se sentó a un lado y colocó una mano en su espalda. Ella ni siquiera se movió, siempre dormía tan profundo.—Eli —llamó—. Es hora de levantarse —movió su mano a lo largo de su espalda—. Vamos, Eli.Ella se removió y soltó un quejido. Abrió los ojos y arqueó el cuerpo en la cama estirándose.—Buenos días, cariño —saludó.—Buenos días. ¿Qué hora es?—Falta poco para las ocho.—¿Y qué haces levantado tan temprano un fin de semana? —Se quejó ella con un puchero. Lo tomó del cuello con una mano y lo jaló hasta tenerlo a su alcance—. Regresa
Luciana se levantó de la cama con algo de esfuerzo. A pasos lentos se dirigió hacia el baño. Le tomó bastante tiempo. Debido a la falta de actividad, sus músculos estaban adormecidos. Tenía que ir usándolos más si quería recuperarse. El dolor de los golpes ya no era tan intenso como los primeros días y los mareos era cada vez menos. Llegó al baño e hizo sus necesidades. Luego se acercó al lavabo para lavarse las manos. Hizo una mueca al verse en el espejo. Su rostro ya no estaba hinchado, pero los moretones seguían estando allí. Habían pasado de ser morados a un verde oscuro nada atractivo. Llevó las manos hasta el bordillo de su camiseta y la levantó para poder ver su espalda. Esa era quizás una de las zonas que más le molestaba. Observó los golpes, tenían la misma apariencia que las de su rostro, solo que allí se notaban mejor debido a que su piel no estaba tan bronceada como la de su rostro. Una sensación de ahogo la invadió. Empezó a recordar cada golpe y patada como si volviera