Luciana extrañaba tener a Ignazio sujetándola de la mano. Aquel era el primer evento en público al que asistía y había estado bastante nerviosa. Sus preocupaciones no habían estado, por completo, infundadas. Tan pronto atravesó la puerta algunas miradas se habían dirigido a ella y los susurros al pasar no habían faltado. Rodolfo nunca la había llevado a eventos como aquel, algunos ni siquiera sabían que él estaba casado, pero, después de la manera que se habían desarrollado los eventos, muchos estaban al tanto ahora. Luciana no había dejado que la intimidaran, había caminado con seguridad entre la multitud. Ella no había hecho nada malo y no tenía por qué sentir vergüenza. Tener a Ignazio acompañándola mientras hablaba con algunas de los asistentes, había ayudado de mucho. Pero él había tenido que dejarla un rato para unirse al resto de sus primos sobre el escenario. Lia había conseguido que, entre sus sobrinos e hijos de conocidos, quince personas participaran en la subasta. Son
Luciana jugó con sus manos mientras el juez terminaba de revisar algunos papeles. Su abogado y el de Rodolfo ya habían presentado sus descargos. Había sido una tortura sentarse allí mientras su pronto ex esposo inventaba una y otra mentira para tratar de cubrir su actitud violenta.El juez golpeó los papeles sobre la mesa para acomodarlos y luego alzó la mirada. Sus ojos se encontraron y ella creyó ver por un breve instante algo parecido a admiración.—Después de leer las pruebas presentadas por ambas partes y escucharlos a los dos, he llegado a la conclusión que este matrimonio está irremediablemente roto. Es por ello que no veo motivo para que ambos permanezcan casados.—¡No voy a firmar el divorcio! —clamó Rodolfo.Ese hombre no iba a cambiar nunca. Estaba mal de la cabeza y necesitaba ayuda, pero no era más su problema.—Por suerte para usted, no necesita firmar nada.Giacomo se aclaró la garganta, aunque detrás de su puño ocultaba una sonrisa.—El estado—continuó el juez— me ha o
Ignazio saludó a cada uno de los invitados. La mayoría era miembros de su familia —ellos solos llenaban el jardín de la casa de sus padres—, pero también había algunos amigos de la universidad de Luciana. —Todo se ve muy bonito —comentó la amiga de su novia—. Gracias por invitarnos. —Por supuesto. —En serio no quería ser descortés con nadie, pero estaba demasiado distraído tratando de encontrar la manera de desaparecer sin llamar la atención. Vio a lo lejos a Cloe y Laila, pero su hermana no estaba por ningún lado, así que ella debía seguir con Luciana. Sonrió a las dos personas en frente de él. —Si me disculpan, tengo que ir a ver un asunto. —Por supuesto. Se alejó de la multitud y dobló por una esquina de la casa. Caminó hacia la zona de la piscina, esa zona estaba en silencio y pudo colarse por la puerta sin ningún problema. Los pasadizos estaban en silencio y no había personas a la vista. Subió los escalones de dos en dos, todavía corría el riesgo de que alguien lo atrapara
Ignazio estaba agotado. Durante la noche había sucedido un accidente automovilístico y habían llegado varios heridos. Entre estabilizar a los más graves y monitorizarlos constantemente, él y su equipo no habían descansado ni un poco. —Buen trabajo —dijo mirando a las enfermeras—. Nos vemos en unos días. —Que descanse, doctor. Salude a su esposa de nuestra parte. Las enfermeras estaban encantadas con Luciana. Ella había ido a visitarlo al hospital en más de un par de ocasiones. Siempre llevaba algunos bocadillos y pasaba un tiempo conversando con ellas. —Lo haré —se despidió y salió arrastrando los pies. En cuanto entró a su departamento, el silencio lo recibió. —Estoy en casa —anunció adentrándose en la sala, pero no recibió respuesta. El personal no trabajaba los fines de semana, pero esperaba encontrar a Luciana. Ella no tenía clases y tampoco le había avisado que fuera a salir. Tal vez solo se había quedado dormida, algo que no sucedía a menudo. Pese a que tenían una cocinera
Luciana se recostó en la camilla con ayuda de Ignazio. Estaba segura de que él iba a ser su sombra durante los próximos meses y se aseguraría de que alguien tomara su lugar cuando no pudiera estar presente.—¿Estás lista? —preguntó la doctora.Asintió con la cabeza.Su prueba de sangre había confirmado su embarazo y ella casi había comenzado a llorar de felicidad otra vez. Ahora iban a conocer a su bebé por primera vez, necesitaba aquello para asegurarse de que todo estaba bien con él o ella.—Bueno, vamos a comenzar. Sentirás una pequeña incomodidad, pero será solo por un momento.—Está bien.La doctora introdujo un dispositivo en su interior.Ignazio la tomó de la mano y le dio un apretón. Luciana le dio una sonrisa antes de fijar la mirada en la pantalla un metro más allá. —Esto es…Miró a la doctora tratando de saber que estaba pasando. Intentó no entrar en pánico.—¿Es lo que creo que es?Su doctora e Ignazio compartieron una mirada, luego ella asintió. De pronto su esposo se p
Ignazio no hizo ni una sola mueca mientras Luciana apretaba su mano. Dolía, pero no podría compararse al dolor que ella debía estar experimentando. Además, había sido ella quien no la había tenido nada fácil los meses del embarazo.Las náuseas habían sido implacables y ella había necesitado tomar algunas medicinas para controlarlas. En el quinto mes, había presentado algunas complicaciones y no le había quedado más remedio que estar en reposo los meses posteriores. Luciana no se había quejado ni una sola vez, todo lo contrario, había tomado las recomendaciones de la doctora muy en serio. Gracias a eso el embarazo había llegado hasta el final y podría dar a luz de manera natural como ella quería.—¡Diablos! —gritó ella mientras volvía a estrujarle la mano, esta vez más fuerte que la última vez—. ¡Quiero la maldita epidural!—Es algo tarde para eso —dijo casi en un susurro y tragó saliva cuando ella lo miró con los ojos ardiendo en furia.—Esto es tu culpa.—Lo sé.—Jamás volverás a pon
—Te tengo. —Ignazio acorraló a Luciana contra una de las paredes. Luciana soltó una risa baja. —Deberías estar escondiéndote. Después del desayuno que Luciana había preparado para su esposo con ayuda de sus hijos. Los niños les habían suplicado jugar a las escondidas mientras esperaban que su familia llegara. —Eso es lo que hago, pero también puedo aprovechar para pasar algo de tiempo a solas con mi esposa. No sé cuándo será la próxima vez que tenga una oportunidad como esta. Aunque no creo que dure más que un par de minutos, nuestra hija encontrara a los gemelos pronto. Eso probablemente era cierto. Su pequeña de dos años y medio comenzaría a llorar si no encontraba a los gemelos pronto y, por supuesto, ellos saldrían de su escondite de inmediato con el único propósito de consolarla. La pequeña Lia conocía el poder que ejercía sobre sus hermanos y no le importaba usarlo cada vez que tenía oportunidad. Su hija menor había nacido tres años después de los gemelos, Mirko y Benek, j
Luciana se quedó petrificada al ver a Rodolfo. Su corazón empezó a bombear con fuerza, tanto que podía escucharlo en resonar en sus oídos. ¿Qué hacía él allí? Se suponía que su esposo estaba en un viaje de negocios y que no volvería hasta el día siguiente. Aun así, estaba sentado en la sala con un vaso de whisky en la mano. —¿Qué.. qué haces aquí? —preguntó con la voz temblorosa. Se ordenó relajarse para no despertar sus sospechas, ni su furia. Los moretones en sus brazos debido a su último enfrentamiento todavía no habían terminado de desaparecer. —Es mi casa. ¿Dónde más estaría? —Rodolfo miró la maleta que ella sostenía—. ¿A dónde ibas? Pensó en una mentira tan rápido como pudo. —Iba a visitar a una amiga, me invitó a pasar la noche con ella. Me siento demasiado sola sin ti aquí. No sabía que regresarías antes, pero me alegro. Debería llamarla para… —¡Silencio! Dio un brinco por el susto y asintió. —¿Amiga? Qué curioso, jamás mencionaste a una amiga. —Rodolfo se levantó y cam