Ignazio saludó a cada uno de los invitados. La mayoría era miembros de su familia —ellos solos llenaban el jardín de la casa de sus padres—, pero también había algunos amigos de la universidad de Luciana. —Todo se ve muy bonito —comentó la amiga de su novia—. Gracias por invitarnos. —Por supuesto. —En serio no quería ser descortés con nadie, pero estaba demasiado distraído tratando de encontrar la manera de desaparecer sin llamar la atención. Vio a lo lejos a Cloe y Laila, pero su hermana no estaba por ningún lado, así que ella debía seguir con Luciana. Sonrió a las dos personas en frente de él. —Si me disculpan, tengo que ir a ver un asunto. —Por supuesto. Se alejó de la multitud y dobló por una esquina de la casa. Caminó hacia la zona de la piscina, esa zona estaba en silencio y pudo colarse por la puerta sin ningún problema. Los pasadizos estaban en silencio y no había personas a la vista. Subió los escalones de dos en dos, todavía corría el riesgo de que alguien lo atrapara
Ignazio estaba agotado. Durante la noche había sucedido un accidente automovilístico y habían llegado varios heridos. Entre estabilizar a los más graves y monitorizarlos constantemente, él y su equipo no habían descansado ni un poco. —Buen trabajo —dijo mirando a las enfermeras—. Nos vemos en unos días. —Que descanse, doctor. Salude a su esposa de nuestra parte. Las enfermeras estaban encantadas con Luciana. Ella había ido a visitarlo al hospital en más de un par de ocasiones. Siempre llevaba algunos bocadillos y pasaba un tiempo conversando con ellas. —Lo haré —se despidió y salió arrastrando los pies. En cuanto entró a su departamento, el silencio lo recibió. —Estoy en casa —anunció adentrándose en la sala, pero no recibió respuesta. El personal no trabajaba los fines de semana, pero esperaba encontrar a Luciana. Ella no tenía clases y tampoco le había avisado que fuera a salir. Tal vez solo se había quedado dormida, algo que no sucedía a menudo. Pese a que tenían una cocinera
Luciana se recostó en la camilla con ayuda de Ignazio. Estaba segura de que él iba a ser su sombra durante los próximos meses y se aseguraría de que alguien tomara su lugar cuando no pudiera estar presente.—¿Estás lista? —preguntó la doctora.Asintió con la cabeza.Su prueba de sangre había confirmado su embarazo y ella casi había comenzado a llorar de felicidad otra vez. Ahora iban a conocer a su bebé por primera vez, necesitaba aquello para asegurarse de que todo estaba bien con él o ella.—Bueno, vamos a comenzar. Sentirás una pequeña incomodidad, pero será solo por un momento.—Está bien.La doctora introdujo un dispositivo en su interior.Ignazio la tomó de la mano y le dio un apretón. Luciana le dio una sonrisa antes de fijar la mirada en la pantalla un metro más allá. —Esto es…Miró a la doctora tratando de saber que estaba pasando. Intentó no entrar en pánico.—¿Es lo que creo que es?Su doctora e Ignazio compartieron una mirada, luego ella asintió. De pronto su esposo se p
Ignazio no hizo ni una sola mueca mientras Luciana apretaba su mano. Dolía, pero no podría compararse al dolor que ella debía estar experimentando. Además, había sido ella quien no la había tenido nada fácil los meses del embarazo.Las náuseas habían sido implacables y ella había necesitado tomar algunas medicinas para controlarlas. En el quinto mes, había presentado algunas complicaciones y no le había quedado más remedio que estar en reposo los meses posteriores. Luciana no se había quejado ni una sola vez, todo lo contrario, había tomado las recomendaciones de la doctora muy en serio. Gracias a eso el embarazo había llegado hasta el final y podría dar a luz de manera natural como ella quería.—¡Diablos! —gritó ella mientras volvía a estrujarle la mano, esta vez más fuerte que la última vez—. ¡Quiero la maldita epidural!—Es algo tarde para eso —dijo casi en un susurro y tragó saliva cuando ella lo miró con los ojos ardiendo en furia.—Esto es tu culpa.—Lo sé.—Jamás volverás a pon
—Te tengo. —Ignazio acorraló a Luciana contra una de las paredes. Luciana soltó una risa baja. —Deberías estar escondiéndote. Después del desayuno que Luciana había preparado para su esposo con ayuda de sus hijos. Los niños les habían suplicado jugar a las escondidas mientras esperaban que su familia llegara. —Eso es lo que hago, pero también puedo aprovechar para pasar algo de tiempo a solas con mi esposa. No sé cuándo será la próxima vez que tenga una oportunidad como esta. Aunque no creo que dure más que un par de minutos, nuestra hija encontrara a los gemelos pronto. Eso probablemente era cierto. Su pequeña de dos años y medio comenzaría a llorar si no encontraba a los gemelos pronto y, por supuesto, ellos saldrían de su escondite de inmediato con el único propósito de consolarla. La pequeña Lia conocía el poder que ejercía sobre sus hermanos y no le importaba usarlo cada vez que tenía oportunidad. Su hija menor había nacido tres años después de los gemelos, Mirko y Benek, j
Luciana se quedó petrificada al ver a Rodolfo. Su corazón empezó a bombear con fuerza, tanto que podía escucharlo en resonar en sus oídos. ¿Qué hacía él allí? Se suponía que su esposo estaba en un viaje de negocios y que no volvería hasta el día siguiente. Aun así, estaba sentado en la sala con un vaso de whisky en la mano. —¿Qué.. qué haces aquí? —preguntó con la voz temblorosa. Se ordenó relajarse para no despertar sus sospechas, ni su furia. Los moretones en sus brazos debido a su último enfrentamiento todavía no habían terminado de desaparecer. —Es mi casa. ¿Dónde más estaría? —Rodolfo miró la maleta que ella sostenía—. ¿A dónde ibas? Pensó en una mentira tan rápido como pudo. —Iba a visitar a una amiga, me invitó a pasar la noche con ella. Me siento demasiado sola sin ti aquí. No sabía que regresarías antes, pero me alegro. Debería llamarla para… —¡Silencio! Dio un brinco por el susto y asintió. —¿Amiga? Qué curioso, jamás mencionaste a una amiga. —Rodolfo se levantó y cam
—Mujer de veintiséis años. Conmoción cerebral y múltiples contusiones —informó el paramédico que había llegado hace unos segundos empujando una camilla.Ignazio miró a la mujer en la camilla y se abstuvo de hacer una mueca al ver su rostro. Ella había recibido al menos un par de golpes en la cara y ambos ya habían comenzado a hincharse. Su labio inferior estaba partido y tenía una mancha de sangre.—¿Qué fue lo que le pasó? —preguntó mientras evaluaba la dilatación de sus pupilas con una linterna.—Su esposo llamó a urgencias. Al parecer llegó a casa y encontró todo destrozado y a su esposa tirada en el suelo. Un robo que salió mal, dijo.Le dio un vistazo al paramédico.—No pareces creerlo —comentó mientras continuaba con su evaluación—El esposo tenía los nudillos heridos y algunos arañazos. Si no estaba cuando todo sucedió ¿cómo fue que terminó herido?—Buena pregunta. ¿Dónde está él?—Afuera, llenando formularios. Asintió.Guardó la información que le había dado el paramédico pa
Luciana se despertó con un sobresalto y empezó a luchar por instinto incluso antes de abrir los ojos. Sus recuerdos estaban borrosos, pero sabía que estaba en peligro. —Tranquila —dijo alguien—. Estas a salvo. Dejó de luchar y buscó con la mirada a quien había hablado. Sus sentidos recién se estaban poniendo al día. La voz del hombre parecía haber venido de lejos, pero él estaba de pie a lado de su cama. Usaba una bata blanca sobre su ropa y tenía una tableta en la mano. —Intenta respirar pausadamente —indicó el hombre—¿Cómo te sientes? ¿Algún dolor? Seguía escuchando su voz como un eco proveniente de otro lugar y aunque las palabras eran claras, no podía entenderlas. Incapaz de dar una respuesta, recorrió la habitación con la mirada. Paredes blancas, un par de puertas, un sofá largo y pisos de mayólica. Era la habitación de un hospital, concluyó. Cerró los ojos unos segundos cuando se sintió algo mareada. Se sentía agotada y solo quería seguir durmiendo. —¿Señora Olivieri? —