—Mujer de veintiséis años. Conmoción cerebral y múltiples contusiones —informó el paramédico que había llegado hace unos segundos empujando una camilla.
Ignazio miró a la mujer en la camilla y se abstuvo de hacer una mueca al ver su rostro. Ella había recibido al menos un par de golpes en la cara y ambos ya habían comenzado a hincharse. Su labio inferior estaba partido y tenía una mancha de sangre.
—¿Qué fue lo que le pasó? —preguntó mientras evaluaba la dilatación de sus pupilas con una linterna.
—Su esposo llamó a urgencias. Al parecer llegó a casa y encontró todo destrozado y a su esposa tirada en el suelo. Un robo que salió mal, dijo.
Le dio un vistazo al paramédico.
—No pareces creerlo —comentó mientras continuaba con su evaluación
—El esposo tenía los nudillos heridos y algunos arañazos. Si no estaba cuando todo sucedió ¿cómo fue que terminó herido?
—Buena pregunta. ¿Dónde está él?
—Afuera, llenando formularios.
Asintió.
Guardó la información que le había dado el paramédico para después, en ese momento debía enfocarse en su paciente. El bulto en su cabeza indicaba que había recibido al menos uno o más golpes de importancia. Eso podría traer muchos problemas.
Cambiaron a la mujer a la cama del hospital y el paramédico se despidió luego de darle algunos detalles más sobre la paciente. Ignazio junto a su equipo se hicieron cargo de la paciente.
—Vamos a administrarle analgésicos y antinflamatorios. Pediré que le realicen un examen de sangre completo —indicó mientras escribía las órdenes en su tableta.
—Doctor —llamó la enfermera y le mostró la ropa interior de la mujer. Presentaba leves rastros de sangre.
—Maldición —susurró—. Pediré que le hagan un ultrasonido. —Sumó la orden a la lista de exámenes que ya había anotado.
La siguiente hora fue un torbellino. Realizó una evaluación más exhaustiva para determinar las consecuencias de los golpes.
A lo largo de su trabajo había visto todo tipo de cosas y aun así le sorprendió que la mujer siguiera respirando después de lo que había sufrido. Se veía demasiado frágil y su peso estaba por debajo de lo esperado para alguien de su tamaño. Solo un cobarde podría haberla golpeado.
Encontró algunos hematomas que parecían ser de mayor antigüedad. Tal vez el paramédico no se había equivocado y el esposo era el responsable de que aquella mujer estuviera allí. No sería la primera vez. La organización de su madre cuidaba de muchas mujeres que habían escapado de maridos abusadores.
Con cada minuto se sentía más furioso, aunque lo disimuló muy bien. No podía dejar que sus emociones dictaran sus acciones.
—Manténganme informado ante cualquier cambio —ordenó a la enfermera y salió de la habitación.
Se detuvo a un lado de la puerta para tomarse un respiro. Estaba agotado. Había estado de turno por casi veinticuatro y apenas había logrado conseguir un par de horas de sueño. Su único plan al acabar su turno, era llegar a casa y dormir por al menos ocho horas seguidas.
—Doctor, el esposo de la señora Olivieri quiere hablar con usted.
Asintió y se dirigió hacia la sala de espera.
—¿Señor Olivieri? —preguntó al llegar.
Un hombre se acercó a él de inmediato. Si su paciente se había enfrentado a él, no había tenido alguna posibilidad de ganar. El señor Olivieri era un hombre alto y bien conservado.
Sus ojos se encontraron con el rasguño en su rostro, difícil de pasar desapercibido y le habría sorprendido que la policía no lo hubiera visto también.
—Soy yo —dijo el hombre con una mirada preocupada—. ¿Cómo está mi esposa? ¿Puedo pasarla a ver?
Ignazio podía reconocer cuando alguien mostraba preocupación sincera y, por más que tuviera sus sospechas, aquel hombre parecía estar realmente preocupado por su esposa.
—Ella está estable. Sin embargo, los golpes que recibió causaron muchos daños. Le haremos algunas pruebas para descartar complicaciones.
—Lo que sea necesario. No escatimen, por favor. El dinero no es problema.
—No se preocupe, cuidaremos de ella.
—¿Puedo pasar a verla?
No había ningún motivo para negarle la entrada, pero sus instintos le gritaron mantenerlo alejada de su paciente hasta que ella despertara. Hasta descartar sus sospechas, no sabía si él representaba un peligro para la vida de su paciente.
—Lo siento, pero no va ser posible por el momento. Ella está bastante delicada, así que decidimos mantenerla dormida. Tan pronto despierte le informaremos.
Podría mantenerlo alejado con eso al menos durante un tiempo, pero pronto él volvería a insistir. Un rastro de molestia se reflejó en los ojos del hombre, aunque siguió con aquella expresión de tristeza. Alguien más distraído no lo habría notado, pero él nunca pasaba nada por alto.
—¿Seguro que no puedo pasar a verla? Prometo que no tardaré mucho. Es solo que… —El hombre tragó saliva como si quisiera llorar—. No sabe el estado en el que la encontré. Necesito asegurarme de que está bien.
—No, lo siento. Le prometo que no tiene de que preocuparse, ella está en buenas manos.
—Yo… está bien, muchas gracias.
La sensación de que había algo extraño se hizo más intensa.
—Lamento mucho por lo que está atravesando. ¿Atraparon a los que la atacaron?
Esperaba algún gesto que lo delatara, pero él no vaciló mientras respondía.
—No, los policías aun no me han comunicado nada.
—Espero que lo hagan pronto. Hasta luego.
Dejó al hombre atrás y fue directo al estar de enfermeras. Tenía que asegurarse de que el hombre no usaba alguna artimaña para tratar de llegar a su esposa.
—Nadie puede entrar a la habitación de la paciente de la 120 —informó a la jefa de piso Sabía que podía confiar en ella—. No hasta que confirmemos lo que le sucedió.
—Me aseguraré de que así sea, doctor.
Se dirigió hasta su consultorio para revisar algunas historias.
Los resultados de los exámenes de sangre de la señora Olivieri llegaron alrededor de una hora después. Ignazio había comenzado a revisarlos cuando su teléfono empezó a sonar. Cambió su mirada de la computadora a su celular.
—Elise —saludó al responder.
—Hola, cariño. ¿Sigues en el hospital?
—Sí, mi turno no acaba hasta dentro de un par de horas.
—Trabajas demasiado.
Podía escuchar la molestia en su voz. Ella estaba en lo cierto, pero así era su trabajo, aunque a veces su novia parecía olvidarlo. Habían tenido algunas discusiones en el pasado a causa de ello.
—Lo sé —se limitó a decir.
—Espero que no hayas olvidado que prometiste salir conmigo mañana.
Lo había hecho. En su defensa había estado demasiado ocupado como para recordarlo.
—No —mintió—. Estaré en tu departamento temprano.
Podría haber intentado cambiar sus planes, quedarse en casa sonaba mejor, pero eso solo la habría irritado.
—Estupendo, nos vemos mañana entonces.
—Está bien. —Regresó su atención a los resultados de su paciente—. Tengo que seguir con el trabajo.
—Te quiero —dijo Elise y dio por terminada la llamada.
Algo llamó su atención de los resultados. El nivel de la hormona gonadotropina era elevado.
—Mierda —musitó.
—¿Llegó en un mal momento?
Levantó la cabeza y se encontró con Ana, ella era la gineco-obstetra del hospital.
—Solo ha sido un día largo. Pasa, por favor.
—Tengo los resultados del ultrasonido que solicitaste con urgencia.
—Ella está embarazada —dijo— sus resultados de sangre llegaron hace poco.
—Bueno, ya no lo está —informó la doctora confirmando sus sospechas iniciales—. Perdió el feto. Pudo ser por el estrés al que se vio sometida…
—O por los golpes que recibió.
—Sabes que, en las primeras semanas del embarazo, la causa de un aborto no siempre es tan clara; pero sí, existe la probabilidad.
¿Sabría el señor Olivieri que su esposa había estado embarazada?
—Gracias por venir tan rápido —dijo cambiando de tema—. Sé lo ocupada que sueles estar.
—No es que tu situación sea mejor. Este lugar siempre está lleno. —Ana se despidió y lo dejó a solas.
Ignazio fue a la habitación de su paciente sin dejar de pensar lo que ella había pasado y lo que aún tenía que soportar. Sintió compasión por la pobre mujer. Tal vez era una bendición que no estuviera despierta, pero tarde o temprano despertaría y tendría que enfrentarse al dolor de haber perdido a su hijo.
En el cambio de turno se aseguró de compartir sus sospechas con su colega para que le dijera lo mismo al esposo.
—¿Enserio crees que él hizo esto? —preguntó él.
—Sí y hasta que ella no despierte, no podemos descartarlo.
—Sabes que su esposo es tiene mucho dinero ¿verdad?
Frunció el ceño.
—¿Olivieri? —musitó su colega—. De industrias navieras Olivieri. Vamos, tú mejor que nadie debes saber de lo que te habló.
Hasta aquel momento no había hecho ninguna conexión, pero ahora empezaba a hacerlo. Aunque no estaba muy involucrado en el mundo de los negocios como el resto de su familia, reconoció las empresas de las que su colega le estaba hablando.
—He escuchado sobre ellos.
—Entonces debes saber que el esposo de la mujer en esta cama es el dueño y director general de navieras Olivieri, una de las empresas más ricas del país.
Luciana se despertó con un sobresalto y empezó a luchar por instinto incluso antes de abrir los ojos. Sus recuerdos estaban borrosos, pero sabía que estaba en peligro. —Tranquila —dijo alguien—. Estas a salvo. Dejó de luchar y buscó con la mirada a quien había hablado. Sus sentidos recién se estaban poniendo al día. La voz del hombre parecía haber venido de lejos, pero él estaba de pie a lado de su cama. Usaba una bata blanca sobre su ropa y tenía una tableta en la mano. —Intenta respirar pausadamente —indicó el hombre—¿Cómo te sientes? ¿Algún dolor? Seguía escuchando su voz como un eco proveniente de otro lugar y aunque las palabras eran claras, no podía entenderlas. Incapaz de dar una respuesta, recorrió la habitación con la mirada. Paredes blancas, un par de puertas, un sofá largo y pisos de mayólica. Era la habitación de un hospital, concluyó. Cerró los ojos unos segundos cuando se sintió algo mareada. Se sentía agotada y solo quería seguir durmiendo. —¿Señora Olivieri? —
—Señora Olivieri, ¿es cierto lo que su esposo le dijo a la policía? —insistió Ignazio al no obtener respuesta. La mujer estiró las piernas con una mueca de dolor. Se había encogido hacia la cabecera cuando su esposo intentó acercarse. Una muestra de que su esposo la asustaba. No era la primera vez que trataba a una mujer abusada. Los signos eran evidentes. Se acercó a ella y la sujetó con delicadeza para ayudarla a acomodarse. Su paciente estaba en condiciones de realizar mucho esfuerzo. Ella lo miró con recelo, pero no rechazó su ayuda. —Cuando ingresaste —continuó al ver que ella permanecía en silencio—, noté algunos moretones en tus brazos que no fueron provocados durante tu último ataque. —¿Qué importa lo que yo diga? —preguntó ella con resignación—. Él ya le contó a la policía lo que sucedió y nadie se atreverá a cuestionarlo. ¿O vio a algún policía interesado en tomar mi declaración? Ignazio hizo una mueca. Se había preguntado un par de veces porque nadie se había acercado
Luciana prefería no pensar en lo que haría al salir del hospital o a dónde iría. Había pasado por mucho y solo quería dejarse llevar por la falsa sensación de seguridad que estaba experimentando en aquella habitación de hospital. Además, no le iban a dar el alta hasta dentro de algunos días. Pese a que se estaba recuperando muy bien —según los doctores—, aun no estaba en condiciones de ir a ningún lado. Los moretones se tomarían su tiempo desaparecer y tenía suerte de tan solo tener una costilla fracturada con la cantidad de golpes que había recibido. Pero el verdadero problema era su cabeza. Los mareos continuaban, en especial cuando se levantaba.Pasarse el día en cama sin hacer nada no era para nada de su agrado. Sin embargo, no había vuelto a ver a Rodolfo desde que vino a verla dos días atrás. Eso de por sí ya era una ventaja. Sabía que debía enfrentarlo, pero —después de vivir tantos años atemorizada— no se sentía capaz de hacerlo.«Algún día —pensó no muy convencida».No podí
Ignazio caminó apresurado en dirección a admisión. Una de las enfermeras le había llamado para informarle que Rodolfo estaba allí acompañado por un par de policías que exigían ver a Luciana. En el corto trayecto trató de encontrar una manera para evitar que él la viera.Dio la vuelta hacia la derecha y unos metros más allá vio a la jefa de enfermeras hablando con los policías. Ella estaba delante de ellos bloqueándoles el paso. Era claro que estaba decidida a no dejarlos pasar a la habitación de Luciana. De no ser por la situación en la que estaban, habría soltado una carcajada por su determinación. Siempre había estado orgulloso del equipo que tenía.Notó a su mamá de pie a unos pasos de los oficiales justo unos segundos antes de que ella girara la cabeza y lo viera. Sus ojos se encontraron y supo que ella había escuchado lo que sea que los policías estuvieran diciendo.Su mamá caminó hacia él, pero no se detuvo.—Me encargaré de ella —dijo al pasar.No sabía lo que iba a hacer, pero
El día que se mudó con esposo, él le había dejado claro que no tenía permitido cambiar nada. En su ingenuidad había creído que era porque no estaba acostumbrado a compartir su espacio con otra persona y que con el tiempo le dejaría hacer cambios para que se viera como la habitación de una pareja. Como en tantas otras cosas, había estado equivocada. —¿Te gusta? —preguntó Lia, la madre del doctor De Luca. —Sí, gracias —respondió con una sonrisa—. ¿Segura que no es mucha molestia? Durante el viaje, Lia le había contado sobre el refugio que dirigía y Luciana había asumido que era allí donde la iba a llevar. Es por eso que se mostró sorprendida cuando se bajaron del auto y Lia le dio la bienvenida a su casa. —Para nada, esta casa es enorme y será bueno tener a alguien más por aquí. Además, aun estás delicada y, aunque el refugio cuenta con un doctor y una enfermera en todo momento, ellos no podrán estar pendiente solo de ti. Esta es la mejor opción hasta que te hayas recuperado. No ent
Ignazio salió del baño secándose el cabello húmedo con una toalla. Se sentía renovado después de una noche de sueño ininterrumpida, algo que no conseguía con la frecuencia que le gustaría. Aun así, no cambiaría lo que hacía por un trabajo más tranquilo.Sus ojos se posaron en la cama donde Elise aún descansaba. Le daba pena despertarla, pero tenían que visitar a sus padres y se estaba haciendo tarde.Colocó la toalla en su cuello y se acercó a la cama. Se sentó a un lado y colocó una mano en su espalda. Ella ni siquiera se movió, siempre dormía tan profundo.—Eli —llamó—. Es hora de levantarse —movió su mano a lo largo de su espalda—. Vamos, Eli.Ella se removió y soltó un quejido. Abrió los ojos y arqueó el cuerpo en la cama estirándose.—Buenos días, cariño —saludó.—Buenos días. ¿Qué hora es?—Falta poco para las ocho.—¿Y qué haces levantado tan temprano un fin de semana? —Se quejó ella con un puchero. Lo tomó del cuello con una mano y lo jaló hasta tenerlo a su alcance—. Regresa
Luciana se levantó de la cama con algo de esfuerzo. A pasos lentos se dirigió hacia el baño. Le tomó bastante tiempo. Debido a la falta de actividad, sus músculos estaban adormecidos. Tenía que ir usándolos más si quería recuperarse. El dolor de los golpes ya no era tan intenso como los primeros días y los mareos era cada vez menos. Llegó al baño e hizo sus necesidades. Luego se acercó al lavabo para lavarse las manos. Hizo una mueca al verse en el espejo. Su rostro ya no estaba hinchado, pero los moretones seguían estando allí. Habían pasado de ser morados a un verde oscuro nada atractivo. Llevó las manos hasta el bordillo de su camiseta y la levantó para poder ver su espalda. Esa era quizás una de las zonas que más le molestaba. Observó los golpes, tenían la misma apariencia que las de su rostro, solo que allí se notaban mejor debido a que su piel no estaba tan bronceada como la de su rostro. Una sensación de ahogo la invadió. Empezó a recordar cada golpe y patada como si volviera
Ignazio había disfrutado el día que pasó con sus padres y Luciana. Le había ayudado a olvidarse de sus problemas al menos por un día. Él se había quedado hasta tarde. La compañía de Luciana lo hacía sentirse relajado. Eso había sido hace una semana y desde entonces había ido a ver a Luciana al menos una vez cada dos días. A veces era difícil ir seguido debido a su trabajo, pero procuraba llamarla esos días para asegurarse que todo estaba bien. Sus llamadas podían extenderse a veces por una hora. Era él quien hablaba más, pero de vez en cuando lograba sacarle alguna que otra historia sobre su vida antes de conocer a Rodolfo. Si no habían sido amigos antes, ahora lo eran. O al menos eso quería creer él. Su estado de salud había mejorado bastante. Había dejado de tomar la mayoría de pastillas y los mareos casi habían desaparecido. Aun así, él estaba preocupado. Las ojeras delataban lo poco que dormía, incluso si ella intentaba negarlo. Podía estar mejor por fuera, pero por dentro er