—Señora Olivieri, ¿es cierto lo que su esposo le dijo a la policía? —insistió Ignazio al no obtener respuesta.
La mujer estiró las piernas con una mueca de dolor. Se había encogido hacia la cabecera cuando su esposo intentó acercarse. Una muestra de que su esposo la asustaba.
No era la primera vez que trataba a una mujer abusada. Los signos eran evidentes.
Se acercó a ella y la sujetó con delicadeza para ayudarla a acomodarse. Su paciente estaba en condiciones de realizar mucho esfuerzo. Ella lo miró con recelo, pero no rechazó su ayuda.
—Cuando ingresaste —continuó al ver que ella permanecía en silencio—, noté algunos moretones en tus brazos que no fueron provocados durante tu último ataque.
—¿Qué importa lo que yo diga? —preguntó ella con resignación—. Él ya le contó a la policía lo que sucedió y nadie se atreverá a cuestionarlo. ¿O vio a algún policía interesado en tomar mi declaración?
Ignazio hizo una mueca. Se había preguntado un par de veces porque nadie se había acercado a él para solicitar hablar con la paciente. La policía debía de haber visto las lesiones de Rodolfo y tendrían que haber sospechado algo.
—A mí me importa. —No iba a mirar para otro lado al ver que ella sufría de abuso.
La mujer lo miró con curiosidad y luego sacudió la cabeza como si negara a creer en él.
—Podría dejarme a solas, quiero descansar.
Era consciente que no sería fácil convencerla de que estaba tratando de ayudarla.
—Por supuesto. Regresaré más tarde para ver como continúa. —Se dirigió hasta la puerta y se detuvo antes de salir. Giró la cabeza y la miró sobre el hombro—. No sé cómo él llegó a entrar, pero le aseguro que no se volverá a repetir.
Una chispa de esperanza brilló en los ojos de la mujer.
—Ricci —dijo ella.
—¿Disculpe?
—Mi apellido de soltera es Ricci. Si tiene que ser formal prefiero que me diga Señora Ricci, aunque preferiría simplemente Luciana.
Esa era la oración más larga que había dicho en todo el día. Tomó aquello como un avance.
—Entiendo, Luciana.
—Gracias. —Ella cerró los ojos.
Ignazio estaba furioso cuando abandonó la habitación. Había dejado órdenes estrictas de que nadie podía ver a su paciente y aun así el esposo había llegado a pasar. Alguien iba a pagar por aquello.
La recuperación de su paciente dependía de su tranquilidad. Sin embargo, debido a que sus órdenes fueron pasadas por alto ella casi había vuelto a tener otra crisis.
—¿Quién dejó pasar al señor Olivieri? —demandó al ver a la jefa de enfermeras esperando afuera de la puerta.
—El director del hospital. El esposo lo contactó personalmente y logró convencerlo de que le permitiera acceso. El director nos llamó poco después para ordenarnos que lo lleváramos a ver a su mujer. El señor Olivieri estaba aquí cuando la llamada sucedió y no tuvimos tiempo de avisarte.
No era culpa de su equipo, ellos habían cumplido sus órdenes hasta que el director interfirió. Bueno, al parecer necesitaba recordarle algunas cosas al hombre.
—Las órdenes se mantienen y asegúrate de llamar al personal de seguridad si él intenta acercarse a esa habitación otra vez. Yo lidiaré con las consecuencias.
—Sí, doctor —dijo la enfermera con una sonrisa. Ella conocía el tipo de persona que era el doctor De Luca. Era uno de los pocos en realidad se preocupaba por el bienestar de sus pacientes más que por hacerse famoso y rico—. Ese hombre no me agrada ni un poco.
—Ya somos dos.
Dejó atrás a la enfermera y se dirigió hasta la última planta donde estaban las oficinas del hospital.
El doctor Marini levantó la mirada de los documentos que tenía en mano y abrió los ojos con sorpresa al verlo entrar a su oficina.
—Ignazio, no esperaba verte en mi oficina.
Apretó los dientes. Odiaba que él se sintiera en la suficiente confianza como para llamarlo por su nombre. No eran amigos, su relación siempre había sido meramente profesional.
No era un secreto para nadie lo arrogante que era aquel hombre. La fama de ser uno de los médicos más reconocidos del país se le había subido a la cabeza y había borrado cualquier rastro de humildad, si es que alguna vez la había tenido.
En su opinión personal, era un completo idiota. La única razón por la que lo toleraba era porque era el director del hospital y, por lo tanto, su jefe. Pero no iba a dejar que se metiera en sus decisiones sin una justificación válida.
—Debiste esperarlo, después de que interferiste en mis decisiones.
—Asumo que esto es porque le di acceso a uno de los familiares.
—Es bueno saber que estamos en la misma página —dijo con molestia—. Es mi departamento y yo decido como lo manejo. Tenía buenos motivos para ordenar que nadie se acercara a mi paciente y tú me desautorizaste frente a mi equipo.
—Tienes que entender que el señor Olivieri es alguien importante. Ofreció realizar una donación importante para nuestro hospital a cambio de ver a su esposa durante unos minutos. Era una buena oferta y no iba a rechazarla.
—Me importa muy poco quién sea y cuánto dinero te haya ofrecido, seguimos siendo médicos. Nuestra misión es cuidar de la salud de nuestros pacientes. —Lo señaló con un dedo—. Puede que la mujer este aquí por culpa de su esposo y tú le diste libre acceso a ella. Bravo, bien hecho.
Su jefe tuvo la decencia de lucir avergonzado, pero no se disculpó. Tampoco esperaba que lo hiciera.
—No puedes hablarme en ese tono soy tu jefe y harías bien en recordarlo.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Despedirme? Adelante, hazlo. Hasta que mi carta de despido no este sobre mi escritorio, mi equipo lo manejo yo y harías bien en recordarlo.
Se dio la vuelta y salió de la oficina.
Ignazio aún estaba molesto cuando una de las enfermeras entró a su consultorio para avisarle que el señor Olivieri exigía hablar con él. Eso era genial. Como si no hubiera tenido suficiente de él.
—Hazlo pasar, por favor y si no sale de mi oficina en diez minutos manda a seguridad.
La enfermera asintió con una sonrisa.
El hombre entró a su consultorio como si fuera el dueño del lugar. Le tomó todo su autocontrol no darle una patada en el trasero de regreso por donde había llegado. Eso le enseñaría una lección. A ver si podía enfrentarse a alguien que si pudiera devolverle los golpes.
—¿Qué es lo que desea? —No estaba con ánimos de andarse con rodeos.
—Exijo que me deje ver a mi esposa. Debería estar a su lado. Me necesita, pero por alguna extraña razón usted me impide cuidar de ella. Me dijo que podría pasar a verla en cuanto despertara.
—Su esposa no quiere verlo. Mi trabajo es asegurarme que ella no sufra ningún estrés mientras se recupera.
—¿Cuánto quieres?
No era la primera vez que trataba con un imbécil y no sería la última. Si se exaltara cada vez que se encontraba con uno, habría perdido la licencia hace tiempo.
—Creo que es hora de que se marche. Puede solicitar actualizaciones sobre su esposa, está en todo su derecho; sin embargo, no tiene permitido acercarse a ella a menos que esté de acuerdo.
—Voy a llevarme a mi esposa a otro lugar. Es claro que en este hospital no pueden tratarla. —El hombre le dio una mirada de suficiencia—. Apenas hace un momento vi como tenía una crisis y ustedes no hicieron nada para ayudarla. Ella necesita personal capaz.
—Y como le dije antes, esa ya no es solo su decisión.
—Mi esposa no está en las condiciones mentales para decidir nada. Como su esposo es mi deber asegurarme de velar por su bienestar.
—¿Y es eso lo que hacía cuando la golpeó?
Sus palabras tomaron por sorpresa a Rodolfo y le costó algunos segundos recuperarse.
—No sé de lo que está hablando.
—Sí que lo sabe y si no quiere que llamé a la policía, le aconsejo que se vaya.
—No debería creer todo lo que ella le dice.
—Ahórrese las mentiras ensayadas que le dice a todo el mundo, me las conozco muy bien.
—No tienes idea de con quién te estás metiendo —amenazó él.
Aquello era solo una muestra de lo acostumbrado que estaba aquel hombre a utilizar su nombre para salirse con la suya. Esta vez, sin embargo, no le iba a servir de nada. Ignazio no le tenía miedo.
—Si eso es todo, voy a pedirle que se retire. Tengo trabajo que hacer.
Rodolfo parecía querer decir más, pero al final se fue en silencio. Era un hecho que no sería lo último que sabría de él. Aquel sujeto estaba demasiado acostumbrado a salirse con la suya sin importar las consecuencias.
Ignazio podía encargarse de cualquier ataque que intentara en su contra. Tenía los recursos para defenderse. Luciana, por otra parte, estaría indefensa ante él tan pronto saliera del hospital. A menos que le consiguiera ayuda y sabía quién podía brindársela.
—Hola, hijo. Debería sentirme halagada de que un hombre tan ocupado como tú tenga tiempo para llamarme.
Sonrió.
—Hola, mamá.
Luciana prefería no pensar en lo que haría al salir del hospital o a dónde iría. Había pasado por mucho y solo quería dejarse llevar por la falsa sensación de seguridad que estaba experimentando en aquella habitación de hospital. Además, no le iban a dar el alta hasta dentro de algunos días. Pese a que se estaba recuperando muy bien —según los doctores—, aun no estaba en condiciones de ir a ningún lado. Los moretones se tomarían su tiempo desaparecer y tenía suerte de tan solo tener una costilla fracturada con la cantidad de golpes que había recibido. Pero el verdadero problema era su cabeza. Los mareos continuaban, en especial cuando se levantaba.Pasarse el día en cama sin hacer nada no era para nada de su agrado. Sin embargo, no había vuelto a ver a Rodolfo desde que vino a verla dos días atrás. Eso de por sí ya era una ventaja. Sabía que debía enfrentarlo, pero —después de vivir tantos años atemorizada— no se sentía capaz de hacerlo.«Algún día —pensó no muy convencida».No podí
Ignazio caminó apresurado en dirección a admisión. Una de las enfermeras le había llamado para informarle que Rodolfo estaba allí acompañado por un par de policías que exigían ver a Luciana. En el corto trayecto trató de encontrar una manera para evitar que él la viera.Dio la vuelta hacia la derecha y unos metros más allá vio a la jefa de enfermeras hablando con los policías. Ella estaba delante de ellos bloqueándoles el paso. Era claro que estaba decidida a no dejarlos pasar a la habitación de Luciana. De no ser por la situación en la que estaban, habría soltado una carcajada por su determinación. Siempre había estado orgulloso del equipo que tenía.Notó a su mamá de pie a unos pasos de los oficiales justo unos segundos antes de que ella girara la cabeza y lo viera. Sus ojos se encontraron y supo que ella había escuchado lo que sea que los policías estuvieran diciendo.Su mamá caminó hacia él, pero no se detuvo.—Me encargaré de ella —dijo al pasar.No sabía lo que iba a hacer, pero
El día que se mudó con esposo, él le había dejado claro que no tenía permitido cambiar nada. En su ingenuidad había creído que era porque no estaba acostumbrado a compartir su espacio con otra persona y que con el tiempo le dejaría hacer cambios para que se viera como la habitación de una pareja. Como en tantas otras cosas, había estado equivocada. —¿Te gusta? —preguntó Lia, la madre del doctor De Luca. —Sí, gracias —respondió con una sonrisa—. ¿Segura que no es mucha molestia? Durante el viaje, Lia le había contado sobre el refugio que dirigía y Luciana había asumido que era allí donde la iba a llevar. Es por eso que se mostró sorprendida cuando se bajaron del auto y Lia le dio la bienvenida a su casa. —Para nada, esta casa es enorme y será bueno tener a alguien más por aquí. Además, aun estás delicada y, aunque el refugio cuenta con un doctor y una enfermera en todo momento, ellos no podrán estar pendiente solo de ti. Esta es la mejor opción hasta que te hayas recuperado. No ent
Ignazio salió del baño secándose el cabello húmedo con una toalla. Se sentía renovado después de una noche de sueño ininterrumpida, algo que no conseguía con la frecuencia que le gustaría. Aun así, no cambiaría lo que hacía por un trabajo más tranquilo.Sus ojos se posaron en la cama donde Elise aún descansaba. Le daba pena despertarla, pero tenían que visitar a sus padres y se estaba haciendo tarde.Colocó la toalla en su cuello y se acercó a la cama. Se sentó a un lado y colocó una mano en su espalda. Ella ni siquiera se movió, siempre dormía tan profundo.—Eli —llamó—. Es hora de levantarse —movió su mano a lo largo de su espalda—. Vamos, Eli.Ella se removió y soltó un quejido. Abrió los ojos y arqueó el cuerpo en la cama estirándose.—Buenos días, cariño —saludó.—Buenos días. ¿Qué hora es?—Falta poco para las ocho.—¿Y qué haces levantado tan temprano un fin de semana? —Se quejó ella con un puchero. Lo tomó del cuello con una mano y lo jaló hasta tenerlo a su alcance—. Regresa
Luciana se levantó de la cama con algo de esfuerzo. A pasos lentos se dirigió hacia el baño. Le tomó bastante tiempo. Debido a la falta de actividad, sus músculos estaban adormecidos. Tenía que ir usándolos más si quería recuperarse. El dolor de los golpes ya no era tan intenso como los primeros días y los mareos era cada vez menos. Llegó al baño e hizo sus necesidades. Luego se acercó al lavabo para lavarse las manos. Hizo una mueca al verse en el espejo. Su rostro ya no estaba hinchado, pero los moretones seguían estando allí. Habían pasado de ser morados a un verde oscuro nada atractivo. Llevó las manos hasta el bordillo de su camiseta y la levantó para poder ver su espalda. Esa era quizás una de las zonas que más le molestaba. Observó los golpes, tenían la misma apariencia que las de su rostro, solo que allí se notaban mejor debido a que su piel no estaba tan bronceada como la de su rostro. Una sensación de ahogo la invadió. Empezó a recordar cada golpe y patada como si volviera
Ignazio había disfrutado el día que pasó con sus padres y Luciana. Le había ayudado a olvidarse de sus problemas al menos por un día. Él se había quedado hasta tarde. La compañía de Luciana lo hacía sentirse relajado. Eso había sido hace una semana y desde entonces había ido a ver a Luciana al menos una vez cada dos días. A veces era difícil ir seguido debido a su trabajo, pero procuraba llamarla esos días para asegurarse que todo estaba bien. Sus llamadas podían extenderse a veces por una hora. Era él quien hablaba más, pero de vez en cuando lograba sacarle alguna que otra historia sobre su vida antes de conocer a Rodolfo. Si no habían sido amigos antes, ahora lo eran. O al menos eso quería creer él. Su estado de salud había mejorado bastante. Había dejado de tomar la mayoría de pastillas y los mareos casi habían desaparecido. Aun así, él estaba preocupado. Las ojeras delataban lo poco que dormía, incluso si ella intentaba negarlo. Podía estar mejor por fuera, pero por dentro er
Luciana estaba mucho mejor. Sus moretones estaban desapareciendo y hace días que ya no le daba un mareo. También había empezado a moverse por la casa con más libertad. Su lugar favorito era el extenso campo abierto. Algunas veces Lia se unía a ella y otras Matteo.Le gustaba mucho vivir en aquel lugar, pero ya era hora de que se fuera. No tenía los recursos. Si quería obtener dinero de Rodolfo, tenía que solicitar el divorcio primero. E incluso, si conseguía el valor de hacerlo, el proceso tardaría mucho tiempo.¿Cómo había dejado que su vida dependiera por completo de Rodolfo?Lia le había explicado que las mujeres en el refugio recibían apoyo para estudiar o trabajar. Así que ese era el lugar al que debía ir. No podía seguir abusando de la hospitalidad de los De Luca.Se levantó de la silla de madera. Con la decisión tomada se dirigió a la cocina. —Señorita Luciana —saludó Rosella, la cocinera. Era una mujer de edad muy amable—. ¿Puedo ayudarle en algo?Aun se estaba acostumbrando
Ignazio tenía los ojos fijos en Luciana mientras sus padres se acercaban a saludarla. Todavía tenían que hablar de sus pesadillas y necesitaba convencerla de que viera a alguien, pero eso no era lo que ocupaba su mente.Durante un instante, al tocar sus labios, se había quedado mirándola absorto. Seguía sin tener idea de qué le había sucedido y preferiría no pensar más en ello. Si tan solo su cabeza entendiera la orden, en lugar de repetir la escena una y otra vez.Enfocarse en lo que estaba sucediendo a su alrededor parecía el mejor método para dejar de pensar.—¿Tú cocinaste? —preguntó su madre destapando una de las cacerolas.—Sí, espero que les guste. Quería hacer algo para agradecerles por dejarme quedarme aquí.Su madre hizo un gesto con la mano para restarle importancia.—No tienes nada que agradecer. Esto huele delicioso.—Es una receta que aprendí de mi mamá con algunas variaciones. Siempre me gusta improvisar.—Me gustaría que aprender a prepararlo. ¿Puedes enseñarme? —Su ma