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Capítulo 4: Una mano amiga

Luciana prefería no pensar en lo que haría al salir del hospital o a dónde iría. Había pasado por mucho y solo quería dejarse llevar por la falsa sensación de seguridad que estaba experimentando en aquella habitación de hospital. Además, no le iban a dar el alta hasta dentro de algunos días.  

Pese a que se estaba recuperando muy bien —según los doctores—, aun no estaba en condiciones de ir a ningún lado. Los moretones se tomarían su tiempo desaparecer y tenía suerte de tan solo tener una costilla fracturada con la cantidad de golpes que había recibido. Pero el verdadero problema era su cabeza. Los mareos continuaban, en especial cuando se levantaba.

Pasarse el día en cama sin hacer nada no era para nada de su agrado. Sin embargo, no había vuelto a ver a Rodolfo desde que vino a verla dos días atrás. Eso de por sí ya era una ventaja. Sabía que debía enfrentarlo, pero —después de vivir tantos años atemorizada— no se sentía capaz de hacerlo.

«Algún día —pensó no muy convencida».

No podía ni comenzar a decir lo agradecida que estaba con el doctor De Luca. Una de las enfermeras le había comentado que él había dado órdenes estrictas de mantener a Rodolfo lejos de ella. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien se preocupaba por su bienestar. Incluso si era parte de su trabajo, era un lindo gesto.

—Buenos días.

Luciana salió de sus divagaciones al escuchar al doctor De Luca. Él estaba de pie cerca de la puerta con una sonrisa amable en el rostro. Casi siempre parecía estar de buen humor.

Durante los días que llevaba hospitalizada había escuchado muchos comentarios de las enfermeras acerca de él. Todas lo habían descrito de diversas formas que se podían resumir en una sola, “perfecto”. En su experiencia cuando algo o alguien se veía demasiado bueno para ser verdad, era porque se trataba de una mentira. ¿Sería ese el caso?

El doctor De Luca se aclaró la garganta y ella se dio cuenta que se había quedado mirándolo en silencio.

—Doctor De Luca —saludó luchando contra el sonrojo que, estaba segura, comenzaba a extenderse por sus mejillas.

—¿Sucede algo?

—Nada —dijo demasiado rápido.

—¿Cómo estás esta mañana?

Agradeció en silencio que él no insistiera más.

—Bien, ya puedo moverme sin sentir que me desvaneceré en cualquier momento.

—Recuerda que no debes sobresforzarte, aun estás recuperandote.

—Lo sé. 

—¿La psicóloga vino a verte? —Él miró la pantalla de su tableta.  

—Sí.

Recuerdos de su conversación con la psicóloga llenaron su mente. Ella la había visitado el día anterior. Habían hablado de muchas cosas, algunas sin mucha relevancia. Le preguntó sobre sus pasatiempos, su infancia. Y luego vino la parte más difícil, hablar sobre su bebé.

—¿Cómo te fue?

Era una pregunta complicada.

—Me dio una cita para continuar viéndola en cuanto me den el alta —dijo sin saber que más responder. 

—¿Lo harás?

—¿Es parte de su trabajo hacer todas estas preguntas? —cuestionó a la defensiva.

El semblante del doctor no cambió.

—No es necesario que respondas si no te sientes cómoda.

Se quedó cayada unos segundos, luego soltó un suspiro.

—Tal vez vaya —dijo.

No sabía si quería enfrentarse a su dolor. Había derramado bastantes lágrimas y a esas alturas deberían haberse acabado, pero si pensaba en su bebé la azotaba las ganas de llorar otra vez. El hueco en su corazón no parecía haberse hecho más pequeño con los días, si acaso todo lo contrario.

—Es mejor que un “no” —comentó el doctor y extendió sus manos hacia ella, pero las detuvo antes de tocarla—. ¿Puedo? —preguntó.

Cada vez que alguien iba a tocarla siempre preguntaban lo mismo. Todos allí parecían saber o al menos sospechar lo que le había sucedido en realidad.

El doctor la revisó mientras le hacía algunas preguntas de rutina. Al terminar le dio una sonrisa.

—Todo parece ir muy bien. Si sigues a este ritmo podré darte el alta en un par de días.

Hizo una mueca. Allí estaba ella, esperando prolongar su estancia en el hospital tanto como fuera posible para no enfrentarse a su realidad y venía él a decirle que tenía que hacerlo más pronto de lo que esperaba.

—No pareces muy entusiasmada.

—Hace mucho que no me sentía al menos un poco segura —susurró. No era su intención ser escuchada, pero por su expresión supo que él lo había hecho.

—Todo estará bien.

Deseó tener algo de su confianza. Así podría salir y decirle a Rodolfo que se fuera al infierno.

—¿Cómo está tan seguro? —preguntó con molestia. Desvió la hacia la pared como si habría algo interesante que ver y contuvo las ganas de llorar—. ¿Sabes lo que se siente perder el control total sobre tu vida? ¿Estar tan asustada que el mínimo sonido te altera? No importa lo que hiciera, ni cuanto me esforzara, él siempre encontraba algo que no era de su agrado.

No tenía idea de porque estaba compartiendo su historia con él. Conocía las consecuencias de hablar. Rodolfo se aseguraría de hacérselo pagar si ponía las manos sobre ella. Aun así, continuó porque estaba cansada de guardarse todo.

—En el mejor de los casos él me insultaría —continuó—, pero si había tenido un día muy estresante pasaría a los jalones y golpes. Él era…

Se cayó. Había dicho suficiente. 

El doctor De Luca dijo algo en voz baja que no logró entender, aunque parecía una maldición.

—Así que no, no sabe si todo estará bien. Aquí él no puede llegar a mí, afuera mi esposo vive según sus propias reglas. Nadie jamás se irá en contra de él, le temen demasiado.

—¿Volverás con él?

Sacudió la cabeza. La idea era inconcebible.   

—No. —Se mordió el labio inferior y se abrazó—. Me iré a un lugar donde nunca me encuentre. —Solo tenía que descubrir cómo iba a lograrlo.

—Tal vez pueda ayudarte con eso.

—No es necesario. —Se negó de inmediato—. Ya lo metí en demasiados problemas. Rodolfo encontrará la manera de arruinar su vida por lo que hizo, es mejor si no se involucra más.  

Rodolfo era como un niño malcriado que estaba acostumbrado a salirse con la suya y podía hacer lo necesario para que así fuera. No le importaba si tenía que destruir a alguien en el camino, por el contrario, lo disfrutaba demasiado.

—Deja que yo me preocupe por eso. —Él le dio una sonrisa para tranquilizarla—. Me tomé el atrevimiento de hablarle de ti a alguien, es alguien que puede ayudarte.

—Creí que los médicos tenían algo así como un pacto para no revelar información acerca de sus pacientes.

—Así es. Por eso no le di demasiados detalles, solo lo necesario y es por eso que quiere hablar contigo en persona.

—¿Sabe a lo que se enfrentará si decide ayudarme?

No entendía por qué alguien la ayudaría aun con todos los riesgos.

—Lo sabe y ya decidió que quiere hacerlo. Quiere verte, pero le dije que tenía que preguntártelo primero.

—¿Qué es lo que ganas con esto?

—Nada —dijo él—. Sé que no confías en mí. Entiendo por qué, pero te prometo que solo busco ayudarte.

Después de todo lo que había vivido, le era difícil confiar que alguien podría actuar de manera desinteresada.

—¿Entonces qué dices? —insistió él.

¿Qué tenía que perder? Lo único que realmente le había importado en mucho tiempo, se había ido. No podía desaprovechar esa oportunidad, no después de haber pedido por algo así cada día.

—Está bien, la veré.  

El doctor sonrió. 

—Genial. Ella llegará en algunos minutos —dijo con una sonrisa. Su celular comenzó a sonar en ese momento y él lo sacó del bolsillo de su pantalón—¿Qué sucede? —preguntó—. Ya voy —continuó después de unos segundos en silencio. —Debo irme —dijo dirigiéndose a ella en cuanto colgó.  

Luciana lo observó salir de la habitación con prisa. No le dio demasiada importancia. En aquel lugar siempre había algo que hacer, una emergencia que atender. Incluso durante las noches, podía escuchar personas ir y venir constantemente.

Soltó un suspiro y pensó en lo que el doctor le había dicho antes de marcharse. Trato de no sentirse demasiado entusiasmada ante la idea de que había alguien que podía ayudarla. No se iba a hacerse falsas esperanzas.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la puerta se abrió de repente. Esperaba a ver a alguna de las enfermeras o al doctor De Luca, pero en su lugar estaba una mujer desconocida. Ella dio un vistazo sobre su hombro en dirección al pasillo y luego entró a la habitación. Cerró la puerta y prácticamente corrió hacia Luciana.

—¿Quién eres tú? —preguntó extrañada.

—Tenemos que salir de aquí. Ahora —ordenó ella, sin molestarse en responder a su pregunta.

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