Luciana prefería no pensar en lo que haría al salir del hospital o a dónde iría. Había pasado por mucho y solo quería dejarse llevar por la falsa sensación de seguridad que estaba experimentando en aquella habitación de hospital. Además, no le iban a dar el alta hasta dentro de algunos días.
Pese a que se estaba recuperando muy bien —según los doctores—, aun no estaba en condiciones de ir a ningún lado. Los moretones se tomarían su tiempo desaparecer y tenía suerte de tan solo tener una costilla fracturada con la cantidad de golpes que había recibido. Pero el verdadero problema era su cabeza. Los mareos continuaban, en especial cuando se levantaba.
Pasarse el día en cama sin hacer nada no era para nada de su agrado. Sin embargo, no había vuelto a ver a Rodolfo desde que vino a verla dos días atrás. Eso de por sí ya era una ventaja. Sabía que debía enfrentarlo, pero —después de vivir tantos años atemorizada— no se sentía capaz de hacerlo.
«Algún día —pensó no muy convencida».
No podía ni comenzar a decir lo agradecida que estaba con el doctor De Luca. Una de las enfermeras le había comentado que él había dado órdenes estrictas de mantener a Rodolfo lejos de ella. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien se preocupaba por su bienestar. Incluso si era parte de su trabajo, era un lindo gesto.
—Buenos días.
Luciana salió de sus divagaciones al escuchar al doctor De Luca. Él estaba de pie cerca de la puerta con una sonrisa amable en el rostro. Casi siempre parecía estar de buen humor.
Durante los días que llevaba hospitalizada había escuchado muchos comentarios de las enfermeras acerca de él. Todas lo habían descrito de diversas formas que se podían resumir en una sola, “perfecto”. En su experiencia cuando algo o alguien se veía demasiado bueno para ser verdad, era porque se trataba de una mentira. ¿Sería ese el caso?
El doctor De Luca se aclaró la garganta y ella se dio cuenta que se había quedado mirándolo en silencio.
—Doctor De Luca —saludó luchando contra el sonrojo que, estaba segura, comenzaba a extenderse por sus mejillas.
—¿Sucede algo?
—Nada —dijo demasiado rápido.
—¿Cómo estás esta mañana?
Agradeció en silencio que él no insistiera más.
—Bien, ya puedo moverme sin sentir que me desvaneceré en cualquier momento.
—Recuerda que no debes sobresforzarte, aun estás recuperandote.
—Lo sé.
—¿La psicóloga vino a verte? —Él miró la pantalla de su tableta.
—Sí.
Recuerdos de su conversación con la psicóloga llenaron su mente. Ella la había visitado el día anterior. Habían hablado de muchas cosas, algunas sin mucha relevancia. Le preguntó sobre sus pasatiempos, su infancia. Y luego vino la parte más difícil, hablar sobre su bebé.
—¿Cómo te fue?
Era una pregunta complicada.
—Me dio una cita para continuar viéndola en cuanto me den el alta —dijo sin saber que más responder.
—¿Lo harás?
—¿Es parte de su trabajo hacer todas estas preguntas? —cuestionó a la defensiva.
El semblante del doctor no cambió.
—No es necesario que respondas si no te sientes cómoda.
Se quedó cayada unos segundos, luego soltó un suspiro.
—Tal vez vaya —dijo.
No sabía si quería enfrentarse a su dolor. Había derramado bastantes lágrimas y a esas alturas deberían haberse acabado, pero si pensaba en su bebé la azotaba las ganas de llorar otra vez. El hueco en su corazón no parecía haberse hecho más pequeño con los días, si acaso todo lo contrario.
—Es mejor que un “no” —comentó el doctor y extendió sus manos hacia ella, pero las detuvo antes de tocarla—. ¿Puedo? —preguntó.
Cada vez que alguien iba a tocarla siempre preguntaban lo mismo. Todos allí parecían saber o al menos sospechar lo que le había sucedido en realidad.
El doctor la revisó mientras le hacía algunas preguntas de rutina. Al terminar le dio una sonrisa.
—Todo parece ir muy bien. Si sigues a este ritmo podré darte el alta en un par de días.
Hizo una mueca. Allí estaba ella, esperando prolongar su estancia en el hospital tanto como fuera posible para no enfrentarse a su realidad y venía él a decirle que tenía que hacerlo más pronto de lo que esperaba.
—No pareces muy entusiasmada.
—Hace mucho que no me sentía al menos un poco segura —susurró. No era su intención ser escuchada, pero por su expresión supo que él lo había hecho.
—Todo estará bien.
Deseó tener algo de su confianza. Así podría salir y decirle a Rodolfo que se fuera al infierno.
—¿Cómo está tan seguro? —preguntó con molestia. Desvió la hacia la pared como si habría algo interesante que ver y contuvo las ganas de llorar—. ¿Sabes lo que se siente perder el control total sobre tu vida? ¿Estar tan asustada que el mínimo sonido te altera? No importa lo que hiciera, ni cuanto me esforzara, él siempre encontraba algo que no era de su agrado.
No tenía idea de porque estaba compartiendo su historia con él. Conocía las consecuencias de hablar. Rodolfo se aseguraría de hacérselo pagar si ponía las manos sobre ella. Aun así, continuó porque estaba cansada de guardarse todo.
—En el mejor de los casos él me insultaría —continuó—, pero si había tenido un día muy estresante pasaría a los jalones y golpes. Él era…
Se cayó. Había dicho suficiente.
El doctor De Luca dijo algo en voz baja que no logró entender, aunque parecía una maldición.
—Así que no, no sabe si todo estará bien. Aquí él no puede llegar a mí, afuera mi esposo vive según sus propias reglas. Nadie jamás se irá en contra de él, le temen demasiado.
—¿Volverás con él?
Sacudió la cabeza. La idea era inconcebible.
—No. —Se mordió el labio inferior y se abrazó—. Me iré a un lugar donde nunca me encuentre. —Solo tenía que descubrir cómo iba a lograrlo.
—Tal vez pueda ayudarte con eso.
—No es necesario. —Se negó de inmediato—. Ya lo metí en demasiados problemas. Rodolfo encontrará la manera de arruinar su vida por lo que hizo, es mejor si no se involucra más.
Rodolfo era como un niño malcriado que estaba acostumbrado a salirse con la suya y podía hacer lo necesario para que así fuera. No le importaba si tenía que destruir a alguien en el camino, por el contrario, lo disfrutaba demasiado.
—Deja que yo me preocupe por eso. —Él le dio una sonrisa para tranquilizarla—. Me tomé el atrevimiento de hablarle de ti a alguien, es alguien que puede ayudarte.
—Creí que los médicos tenían algo así como un pacto para no revelar información acerca de sus pacientes.
—Así es. Por eso no le di demasiados detalles, solo lo necesario y es por eso que quiere hablar contigo en persona.
—¿Sabe a lo que se enfrentará si decide ayudarme?
No entendía por qué alguien la ayudaría aun con todos los riesgos.
—Lo sabe y ya decidió que quiere hacerlo. Quiere verte, pero le dije que tenía que preguntártelo primero.
—¿Qué es lo que ganas con esto?
—Nada —dijo él—. Sé que no confías en mí. Entiendo por qué, pero te prometo que solo busco ayudarte.
Después de todo lo que había vivido, le era difícil confiar que alguien podría actuar de manera desinteresada.
—¿Entonces qué dices? —insistió él.
¿Qué tenía que perder? Lo único que realmente le había importado en mucho tiempo, se había ido. No podía desaprovechar esa oportunidad, no después de haber pedido por algo así cada día.
—Está bien, la veré.
El doctor sonrió.
—Genial. Ella llegará en algunos minutos —dijo con una sonrisa. Su celular comenzó a sonar en ese momento y él lo sacó del bolsillo de su pantalón—¿Qué sucede? —preguntó—. Ya voy —continuó después de unos segundos en silencio. —Debo irme —dijo dirigiéndose a ella en cuanto colgó.
Luciana lo observó salir de la habitación con prisa. No le dio demasiada importancia. En aquel lugar siempre había algo que hacer, una emergencia que atender. Incluso durante las noches, podía escuchar personas ir y venir constantemente.
Soltó un suspiro y pensó en lo que el doctor le había dicho antes de marcharse. Trato de no sentirse demasiado entusiasmada ante la idea de que había alguien que podía ayudarla. No se iba a hacerse falsas esperanzas.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la puerta se abrió de repente. Esperaba a ver a alguna de las enfermeras o al doctor De Luca, pero en su lugar estaba una mujer desconocida. Ella dio un vistazo sobre su hombro en dirección al pasillo y luego entró a la habitación. Cerró la puerta y prácticamente corrió hacia Luciana.
—¿Quién eres tú? —preguntó extrañada.
—Tenemos que salir de aquí. Ahora —ordenó ella, sin molestarse en responder a su pregunta.
Ignazio caminó apresurado en dirección a admisión. Una de las enfermeras le había llamado para informarle que Rodolfo estaba allí acompañado por un par de policías que exigían ver a Luciana. En el corto trayecto trató de encontrar una manera para evitar que él la viera.Dio la vuelta hacia la derecha y unos metros más allá vio a la jefa de enfermeras hablando con los policías. Ella estaba delante de ellos bloqueándoles el paso. Era claro que estaba decidida a no dejarlos pasar a la habitación de Luciana. De no ser por la situación en la que estaban, habría soltado una carcajada por su determinación. Siempre había estado orgulloso del equipo que tenía.Notó a su mamá de pie a unos pasos de los oficiales justo unos segundos antes de que ella girara la cabeza y lo viera. Sus ojos se encontraron y supo que ella había escuchado lo que sea que los policías estuvieran diciendo.Su mamá caminó hacia él, pero no se detuvo.—Me encargaré de ella —dijo al pasar.No sabía lo que iba a hacer, pero
El día que se mudó con esposo, él le había dejado claro que no tenía permitido cambiar nada. En su ingenuidad había creído que era porque no estaba acostumbrado a compartir su espacio con otra persona y que con el tiempo le dejaría hacer cambios para que se viera como la habitación de una pareja. Como en tantas otras cosas, había estado equivocada. —¿Te gusta? —preguntó Lia, la madre del doctor De Luca. —Sí, gracias —respondió con una sonrisa—. ¿Segura que no es mucha molestia? Durante el viaje, Lia le había contado sobre el refugio que dirigía y Luciana había asumido que era allí donde la iba a llevar. Es por eso que se mostró sorprendida cuando se bajaron del auto y Lia le dio la bienvenida a su casa. —Para nada, esta casa es enorme y será bueno tener a alguien más por aquí. Además, aun estás delicada y, aunque el refugio cuenta con un doctor y una enfermera en todo momento, ellos no podrán estar pendiente solo de ti. Esta es la mejor opción hasta que te hayas recuperado. No ent
Ignazio salió del baño secándose el cabello húmedo con una toalla. Se sentía renovado después de una noche de sueño ininterrumpida, algo que no conseguía con la frecuencia que le gustaría. Aun así, no cambiaría lo que hacía por un trabajo más tranquilo.Sus ojos se posaron en la cama donde Elise aún descansaba. Le daba pena despertarla, pero tenían que visitar a sus padres y se estaba haciendo tarde.Colocó la toalla en su cuello y se acercó a la cama. Se sentó a un lado y colocó una mano en su espalda. Ella ni siquiera se movió, siempre dormía tan profundo.—Eli —llamó—. Es hora de levantarse —movió su mano a lo largo de su espalda—. Vamos, Eli.Ella se removió y soltó un quejido. Abrió los ojos y arqueó el cuerpo en la cama estirándose.—Buenos días, cariño —saludó.—Buenos días. ¿Qué hora es?—Falta poco para las ocho.—¿Y qué haces levantado tan temprano un fin de semana? —Se quejó ella con un puchero. Lo tomó del cuello con una mano y lo jaló hasta tenerlo a su alcance—. Regresa
Luciana se levantó de la cama con algo de esfuerzo. A pasos lentos se dirigió hacia el baño. Le tomó bastante tiempo. Debido a la falta de actividad, sus músculos estaban adormecidos. Tenía que ir usándolos más si quería recuperarse. El dolor de los golpes ya no era tan intenso como los primeros días y los mareos era cada vez menos. Llegó al baño e hizo sus necesidades. Luego se acercó al lavabo para lavarse las manos. Hizo una mueca al verse en el espejo. Su rostro ya no estaba hinchado, pero los moretones seguían estando allí. Habían pasado de ser morados a un verde oscuro nada atractivo. Llevó las manos hasta el bordillo de su camiseta y la levantó para poder ver su espalda. Esa era quizás una de las zonas que más le molestaba. Observó los golpes, tenían la misma apariencia que las de su rostro, solo que allí se notaban mejor debido a que su piel no estaba tan bronceada como la de su rostro. Una sensación de ahogo la invadió. Empezó a recordar cada golpe y patada como si volviera
Ignazio había disfrutado el día que pasó con sus padres y Luciana. Le había ayudado a olvidarse de sus problemas al menos por un día. Él se había quedado hasta tarde. La compañía de Luciana lo hacía sentirse relajado. Eso había sido hace una semana y desde entonces había ido a ver a Luciana al menos una vez cada dos días. A veces era difícil ir seguido debido a su trabajo, pero procuraba llamarla esos días para asegurarse que todo estaba bien. Sus llamadas podían extenderse a veces por una hora. Era él quien hablaba más, pero de vez en cuando lograba sacarle alguna que otra historia sobre su vida antes de conocer a Rodolfo. Si no habían sido amigos antes, ahora lo eran. O al menos eso quería creer él. Su estado de salud había mejorado bastante. Había dejado de tomar la mayoría de pastillas y los mareos casi habían desaparecido. Aun así, él estaba preocupado. Las ojeras delataban lo poco que dormía, incluso si ella intentaba negarlo. Podía estar mejor por fuera, pero por dentro er
Luciana estaba mucho mejor. Sus moretones estaban desapareciendo y hace días que ya no le daba un mareo. También había empezado a moverse por la casa con más libertad. Su lugar favorito era el extenso campo abierto. Algunas veces Lia se unía a ella y otras Matteo.Le gustaba mucho vivir en aquel lugar, pero ya era hora de que se fuera. No tenía los recursos. Si quería obtener dinero de Rodolfo, tenía que solicitar el divorcio primero. E incluso, si conseguía el valor de hacerlo, el proceso tardaría mucho tiempo.¿Cómo había dejado que su vida dependiera por completo de Rodolfo?Lia le había explicado que las mujeres en el refugio recibían apoyo para estudiar o trabajar. Así que ese era el lugar al que debía ir. No podía seguir abusando de la hospitalidad de los De Luca.Se levantó de la silla de madera. Con la decisión tomada se dirigió a la cocina. —Señorita Luciana —saludó Rosella, la cocinera. Era una mujer de edad muy amable—. ¿Puedo ayudarle en algo?Aun se estaba acostumbrando
Ignazio tenía los ojos fijos en Luciana mientras sus padres se acercaban a saludarla. Todavía tenían que hablar de sus pesadillas y necesitaba convencerla de que viera a alguien, pero eso no era lo que ocupaba su mente.Durante un instante, al tocar sus labios, se había quedado mirándola absorto. Seguía sin tener idea de qué le había sucedido y preferiría no pensar más en ello. Si tan solo su cabeza entendiera la orden, en lugar de repetir la escena una y otra vez.Enfocarse en lo que estaba sucediendo a su alrededor parecía el mejor método para dejar de pensar.—¿Tú cocinaste? —preguntó su madre destapando una de las cacerolas.—Sí, espero que les guste. Quería hacer algo para agradecerles por dejarme quedarme aquí.Su madre hizo un gesto con la mano para restarle importancia.—No tienes nada que agradecer. Esto huele delicioso.—Es una receta que aprendí de mi mamá con algunas variaciones. Siempre me gusta improvisar.—Me gustaría que aprender a prepararlo. ¿Puedes enseñarme? —Su ma
Luciana entró a su habitación sintiéndose débil. El miedo extendiéndose en su interior y consumiéndolo todo. Las risas de ese mismo día, se sentía como un recuerdo lejano. ¿Qué había pensado? ¿Qué Rodolfo se rendiría tan fácil?Él la perseguiría hasta los confines de ser necesario. No porque le importara —la única persona que le importaba, era él mismo—, sino porque a Rodolfo no le gustaba perder. Él creía que la vida se trataba de un juego de poder en el que la única opción era salir vencedor. Al huir, lo había desafiado. Luciana se acercó al armario y busco una maleta. Los padres de Ignazio eran unas personas increíbles y jamás se perdonaría si algo les pasaba. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que Rodolfo descubriera donde estaba y la fuera a buscar?Se había dejado llevar por la sensación de seguridad que le daba aquella casa y las personas a su alrededor. Casi se había llegado a olvidar del mostro que la esperaba afuera. Se había intentado convencer de que las pesadillas eran solo