Luciana se levantó de la cama con algo de esfuerzo. A pasos lentos se dirigió hacia el baño. Le tomó bastante tiempo. Debido a la falta de actividad, sus músculos estaban adormecidos. Tenía que ir usándolos más si quería recuperarse. El dolor de los golpes ya no era tan intenso como los primeros días y los mareos era cada vez menos. Llegó al baño e hizo sus necesidades. Luego se acercó al lavabo para lavarse las manos. Hizo una mueca al verse en el espejo. Su rostro ya no estaba hinchado, pero los moretones seguían estando allí. Habían pasado de ser morados a un verde oscuro nada atractivo. Llevó las manos hasta el bordillo de su camiseta y la levantó para poder ver su espalda. Esa era quizás una de las zonas que más le molestaba. Observó los golpes, tenían la misma apariencia que las de su rostro, solo que allí se notaban mejor debido a que su piel no estaba tan bronceada como la de su rostro. Una sensación de ahogo la invadió. Empezó a recordar cada golpe y patada como si volviera
Ignazio había disfrutado el día que pasó con sus padres y Luciana. Le había ayudado a olvidarse de sus problemas al menos por un día. Él se había quedado hasta tarde. La compañía de Luciana lo hacía sentirse relajado. Eso había sido hace una semana y desde entonces había ido a ver a Luciana al menos una vez cada dos días. A veces era difícil ir seguido debido a su trabajo, pero procuraba llamarla esos días para asegurarse que todo estaba bien. Sus llamadas podían extenderse a veces por una hora. Era él quien hablaba más, pero de vez en cuando lograba sacarle alguna que otra historia sobre su vida antes de conocer a Rodolfo. Si no habían sido amigos antes, ahora lo eran. O al menos eso quería creer él. Su estado de salud había mejorado bastante. Había dejado de tomar la mayoría de pastillas y los mareos casi habían desaparecido. Aun así, él estaba preocupado. Las ojeras delataban lo poco que dormía, incluso si ella intentaba negarlo. Podía estar mejor por fuera, pero por dentro er
Luciana estaba mucho mejor. Sus moretones estaban desapareciendo y hace días que ya no le daba un mareo. También había empezado a moverse por la casa con más libertad. Su lugar favorito era el extenso campo abierto. Algunas veces Lia se unía a ella y otras Matteo.Le gustaba mucho vivir en aquel lugar, pero ya era hora de que se fuera. No tenía los recursos. Si quería obtener dinero de Rodolfo, tenía que solicitar el divorcio primero. E incluso, si conseguía el valor de hacerlo, el proceso tardaría mucho tiempo.¿Cómo había dejado que su vida dependiera por completo de Rodolfo?Lia le había explicado que las mujeres en el refugio recibían apoyo para estudiar o trabajar. Así que ese era el lugar al que debía ir. No podía seguir abusando de la hospitalidad de los De Luca.Se levantó de la silla de madera. Con la decisión tomada se dirigió a la cocina. —Señorita Luciana —saludó Rosella, la cocinera. Era una mujer de edad muy amable—. ¿Puedo ayudarle en algo?Aun se estaba acostumbrando
Ignazio tenía los ojos fijos en Luciana mientras sus padres se acercaban a saludarla. Todavía tenían que hablar de sus pesadillas y necesitaba convencerla de que viera a alguien, pero eso no era lo que ocupaba su mente.Durante un instante, al tocar sus labios, se había quedado mirándola absorto. Seguía sin tener idea de qué le había sucedido y preferiría no pensar más en ello. Si tan solo su cabeza entendiera la orden, en lugar de repetir la escena una y otra vez.Enfocarse en lo que estaba sucediendo a su alrededor parecía el mejor método para dejar de pensar.—¿Tú cocinaste? —preguntó su madre destapando una de las cacerolas.—Sí, espero que les guste. Quería hacer algo para agradecerles por dejarme quedarme aquí.Su madre hizo un gesto con la mano para restarle importancia.—No tienes nada que agradecer. Esto huele delicioso.—Es una receta que aprendí de mi mamá con algunas variaciones. Siempre me gusta improvisar.—Me gustaría que aprender a prepararlo. ¿Puedes enseñarme? —Su ma
Luciana entró a su habitación sintiéndose débil. El miedo extendiéndose en su interior y consumiéndolo todo. Las risas de ese mismo día, se sentía como un recuerdo lejano. ¿Qué había pensado? ¿Qué Rodolfo se rendiría tan fácil?Él la perseguiría hasta los confines de ser necesario. No porque le importara —la única persona que le importaba, era él mismo—, sino porque a Rodolfo no le gustaba perder. Él creía que la vida se trataba de un juego de poder en el que la única opción era salir vencedor. Al huir, lo había desafiado. Luciana se acercó al armario y busco una maleta. Los padres de Ignazio eran unas personas increíbles y jamás se perdonaría si algo les pasaba. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que Rodolfo descubriera donde estaba y la fuera a buscar?Se había dejado llevar por la sensación de seguridad que le daba aquella casa y las personas a su alrededor. Casi se había llegado a olvidar del mostro que la esperaba afuera. Se había intentado convencer de que las pesadillas eran solo
Luciana miró en el espejo sin creer que la mujer que le devolvía la mirada era ella. Estaba usando un vestido verde sin mangas que se amoldaba a su cuerpo y le llegaba hasta las rodillas. No era nada demasiado revelador, ni tampoco exagerado para una cena en casa.Rodolfo jamás le habría permitido usar algo como aquello, algo dejara a la vista los moretones en su cuerpo. Había tenido que asegurarse de que cualquier vestido que escogiera debía cubrir sus brazos y a veces la totalidad de sus piernas. Era la primera vez en mucho tiempo que se ponía algo que le gustaba, aunque no habría sido su elección de haber tenido que decidir. Algunas costumbres eran difíciles de perder.«¡Toma esa, Rodolfo!», pensó al imaginarse a su esposo viéndola usar aquel vestido.—Ves, te dije que te quedaría perfecto —dijo Isabella, la hermana de Ignazio, sacándola de sus pensamientos.Isabella, su esposo e hijos habían venido por la tarde debido a la cena familiar que sus padres habían organizado. Era la pri
Ignazio apretó el volante con fuerza. Estaba furioso… No, eso ni comenzaba a describir como se sentía.Sintió los ojos de Elise sobre él, pero no se atrevió a mirarla. Si lo hacía, detendría el auto justo donde estaban y la dejaría en la carretera sin importarle como llegaba a casa. La idea era demasiado tentadora y le estaba costando todo su autocontrol no llevarla a cabo. No debería haberla llevado a casa de sus padres para comenzar. En el momento en el que la había visto, se había dado cuenta que era una mala idea. Pero tampoco se había sentido bien dejándola plantada en el último minuto. Bueno, sus buenas intenciones habían terminado por darle una patada en el cul0 y no podía decir que no se lo merecía.Ya había decidido terminar con ella de todas formas. No tenía sentido continuar su relación cuando era obvio que no la quería y, peor aún, cuando otra mujer estaba ocupando sus pensamientos. En todos los días que habían estado separados, no había pensado en Elise ni una sola vez.
Luciana había terminado de alistarse para ir a la cama cuando llamaron a su puerta. Era algo tarde, pero a veces —antes de dormir— Lia venía a verificar si estaba todo bien con ella. —Oh… hola —dijo sorprendida al darse cuenta que no se trataba de Lia sino de Ignazio. Después de que se había marchado con su novia, no creyó que el regresaría. Pasaban de las nueve de la noche. Él le dio una sonrisa que no llegó a sus ojos. Se veía agotado. Luciana se hacía una idea de quién lo había dejado así. —Quería hablar contigo —Él dio una mirada a su atuendo—, pero si estás cansada puede esperar hasta mañana. —Ya estás aquí y no tengo mucho sueño. Entra. —Se dio la vuelta y caminó hasta su cama. Se sentó al borde y esperó que Ignazio se acomodara en el sofá. Ninguno de los dos dijo nada durante un momento. —Tu novia es alguien… interesante —soltó de pronto. Una sonrisa ladina se extendió por el rostro de Ignazio. —Esa es una forma elegante de decirlo. —De pronto se puso serio—. Siento