1.Sentada frente a la mesa, mirando los platos que se enfriaban poco a poco, levanté la mano y escribí un escueto mensaje en mi celular: «Está bien», y la envié de inmediato.Media hora antes, Mateo me había enviado un mensaje diciendo que ya había salido de la oficina y que pronto estaría en casa.Emocionada, había preparado su comida favorita. Pero luego vi un nuevo mensaje: «Surgió una cena de negocios de último momento, no te preocupes, come tú sola».De repente, mi corazón se estremeció.No había ningún tipo de cenas. Simplemente, mi «querida hermanita», Yolanda Flores, su primer amor, había regresado del extranjero con su hijo mestizo, y Mateo, junto con algunos amigos, la estaban agasajando.¿Cómo lo supe? Pues por Yolanda quien publicó una historia en las redes sociales, visible solamente para mí. En la foto, Mateo la miraba con una devoción que casi daba risa. Si no fuera porque ella aún guardaba algo de decoro, estoy segura de que me habría invitado a presenciarlo en person
Antes de encontrarme con ellos, me levanté apresurada y corrí al baño, sintiendo la tristeza a flor de piel.3En la sala, Mateo gritó mi nombre varias veces, pero yo, con la mano sobre la boca y las lágrimas corriendo por mi delicado rostro, no me atreví a responder.Cuando finalmente me sequé las lágrimas y me recompuse para salir, los encontré tan tranquilos sentados a la mesa, comiendo la comida que había preparado, conversando y riéndose como si nada. ¡Qué imagen tan feliz de «una familia de tres»!Con paso firme, me acerqué deprisa y me planté frente a la mesa, furiosa, clavando la mirada en ellos.Mateo levantó instintivamente la cabeza, con una expresión de desconcierto, y me preguntó: —¿Adónde fuiste? Te estuve llamando por un buen rato y no me respondiste.Yolanda sonrió con dulzura, pero en su mirada había un claro desafío cuando dijo:—Jimena, siéntate a desayunar con nosotros. —El tono de su voz era como si ella fuera la dueña de la casa y yo fuera una simple mendiga pidi
Mateo se apresuró a salir detrás de Yolanda, pero lo detuve agarrándolo del puño de su camisa, y, con una mano presionando mi estómago con fuerza, temblé al pedirle:—Mateo, me duele muchísimo el estómago. ¿Podrías traerme un vaso de agua?Él, sin embargo, me apartó con brusquedad, y mi cabeza chocó contra la pared, dejándome aturdida.Vi un fuerte destello de remordimiento en sus ojos, pero lo único que salió de su boca fue: —Jimena, cada vez te pones más ridícula. ¿Ahora también necesitas que te traigan agua? Dicho esto, salió disparado detrás de Yolanda.Al final, el brillo de su primer amor siempre fue más fuerte, así que yo, su reemplazo durante ocho años, ¿qué podía significar para él?De repente, sentí que el agudo dolor en mi estómago se desvanecía un poco, pero el dolor punzante en mi corazón era lo que ahora me hacía casi imposible respirar.5Mi médico principal seguía insistiendo una y otra vez en que aceptara la quimioterapia. —Eres joven —me decía—, no puedes rendirte
Mi madre enfermó de inmediato del disgusto. Aunque mi padre estaba furioso, no tuvo más remedio que tragarse el orgullo e ir a disculparse con la familia Guzmán, porque si el hombre más rico de Vistaluna decidía tomar represalias contra nosotros, mi padre no tenía forma alguna de enfrentarlo.Mateo, devastado, se sumergió en la bebida, y, en menos de un mes, ya había sido hospitalizado dos veces por hemorragia estomacal. Su madre lloraba a diario, mientras su padre lo regañaba furioso, diciéndole que no valía la pena arruinar su vida por una mujer. Mis padres, sintiéndose culpables con la familia Guzmán, decidieron casarme con él. Sus padres aceptaron con agrado, pues ya había comenzado a demostrar mi capacidad para gestionar la empresa familiar, y, como Mateo no estaba en condiciones de hacerlo, pensaban que al menos su nuera podría sostener el futuro de la compañía. El único que se oponía a todo esto era Mateo. Un día llegó a mi casa, borracho, y me insultó, señalándome con el dedo
Aquel día, el rojo en sus ojos me asustó demasiado. Me agarró del cuello con fuerza, haciéndome pensar que podría morir en sus manos.Al final, me soltó, se vistió y se rio con desprecio. —Si no fuera porque Yolanda se había ido, ¿tú crees que podrías estar en mi cama? — me dijo con sarcasmo.Yo me tapaba el cuello y tosí durante un buen rato antes de responder desafiándolo: —Sí, pero tu Yolanda simplemente no quiere dormir contigo.Él volvió a llenarse de ira, mirándome fijamente.Sonreí y le pregunté en voz baja: —¿Quieres maltratarme de nuevo?Él, furioso, salió de la habitación de un portazo.Pensé que nunca podría entrar en su corazón, ni siquiera teniendo un rostro idéntico al de Yolanda.7Yolanda y yo éramos gemelas, y como nací dos minutos antes que ella, llevaba el título de hermana mayor.Las gemelas de otras familias solían ser muy unidas, vestirse igual, tener peinados iguales y siempre llevar las mismas mochilas.Pero en nuestro caso especial, desde que Yolanda empezó a e
Lo mantuve en el aula después de clases para que hiciera juicioso su tarea, pasándole una hora dándole clases particulares.Los fines de semana, hacíamos videollamadas para supervisar que terminara las tareas que la profesora le había dejado.Mateo se quejaba siempre de manera lastimosa, pero con una sonrisa decía: —¡A mí me encanta escuchar lo que dice mi compañera de escritorio! —Se veía algo travieso.Pero los resultados eran evidentes; aprobó todas las asignaturas.Saltó de alegría y me abrazó efusivo: —¡Ah, mi compañera de escritorio, es la primera vez que apruebo todas las materias en mi vida escolar!Dijo emocionado: —¿Qué regalo pues quieres? ¿Te invito a comer al restaurante Oro? La comida de allí es super deliciosa.—Cuando muestre este boletín a los Guzmán, ¡sus ojos se quedarán deslumbrados, ja, ja!……Mientras Mateo continuaba hablando sin parar sobre su alegría, yo me sonrojé y me solté con suavidad de su abrazo.Volví a mi silla, apoyando la mano derecha sobre mi pecho,
10Yolanda me envió una vez más, solo a mí, una foto de ella en la cama con Mateo. Sentí un asco profundo y corrí temblorosa al baño, donde vomité sin parar durante tres minutos.Al mirarme al espejo, mis ojos se veían vacíos, sin vida alguna, y mi rostro ya no era joven. Me di cuenta de que había gastado demasiada energía en la familia Guzmán y en Mateo, pero nunca me había prestado atención a mí misma.Al principio, pensé que mientras Mateo no proclamara de manera pública que iba a estar con Yolanda y no me pidiera el divorcio, podríamos simplemente pasar estos últimos meses juntos.Pero al verlos acostados juntos, me invadió una repugnancia insoportable, realmente no quería tener ninguna relación más con él.Él ya estaba manchado, y era hora de que yo soltara todo.Redacté apresurada el acuerdo de divorcio y estaba a punto de enviárselo cuando, de repente, Mateo volvió con Yolanda.Entraron en la casa, y al verme tranquila sentada en la mesa comiendo, él se sentó frente a mí sin nin
—Aunque te pareces muchísimo a Yolanda, ella parece ser más dulce y amable que tú. Deberías sonreír más a partir de ahora, compañera.¡Mateo sabía a la perfección cómo herirme!¿Dulce y amable? ¿Por qué no dijo eso cuando me prometió protegerme?Mientras me escondía detrás de un árbol, observando sorprendida cómo él se arrodillaba ante Yolanda y le decía “te amo”, supe que, para él, yo siempre sería solo su compañera de clase.En ese justo momento, Yolanda alzó la voz con un tono algo agudo que interrumpió mis pensamientos.—¡Jimena! Ven a sentarte aquí. Teo quiere decirte algo.11Apenas me senté, Mateo sacó unos papeles de su maletín y los lanzó rabioso hacia mí.Al fijarme bien, vi que era un acuerdo de divorcio.Recordé el que tenía guardado en mi cajón. Qué irónico, ¿verdad? por una vez estábamos de acuerdo en algo.Mateo se acomodó en el sofá y, con toda seriedad, dijo: —Ábrelo y échale un vistazo. Si no hay ningún problema, en este momento firma.Al notar el leve destello de imp