Después de mi muerte, mi ex lloró frente mi tumba
Después de mi muerte, mi ex lloró frente mi tumba
Por: La Gata Rebelde
Capítulo 1
1.

Sentada frente a la mesa, mirando los platos que se enfriaban poco a poco, levanté la mano y escribí un escueto mensaje en mi celular: «Está bien», y la envié de inmediato.

Media hora antes, Mateo me había enviado un mensaje diciendo que ya había salido de la oficina y que pronto estaría en casa.

Emocionada, había preparado su comida favorita. Pero luego vi un nuevo mensaje: «Surgió una cena de negocios de último momento, no te preocupes, come tú sola».

De repente, mi corazón se estremeció.

No había ningún tipo de cenas. Simplemente, mi «querida hermanita», Yolanda Flores, su primer amor, había regresado del extranjero con su hijo mestizo, y Mateo, junto con algunos amigos, la estaban agasajando.

¿Cómo lo supe? Pues por Yolanda quien publicó una historia en las redes sociales, visible solamente para mí. En la foto, Mateo la miraba con una devoción que casi daba risa.

Si no fuera porque ella aún guardaba algo de decoro, estoy segura de que me habría invitado a presenciarlo en persona. Al fin y al cabo, cuando me casé con Mateo, Yolanda, desde el extranjero, me había llamado para advertirme: —Querida hermana, aunque nos parezcamos demasiado, el corazón de Mateo siempre será solo mío.

En ese entonces, ella ya llevaba dos años casada con su imponente novio y había tenido a su amado al hijo mestizo que tanto había anhelado. Aun así, seguía empeñada en demostrarme que ocupaba un importante lugar de Mateo. De hecho, durante todos aquellos años, la persona que Mateo recordaba con más frecuencia, casualmente era ella.

La noche de nuestra boda, Mateo se había deslizado sobre mi cuerpo con una mezcla de deseo y ternura, besando mis cejas y mis ojos, una y otra vez, como si quisiera grabar cada rincón de mi piel en su memoria. Sin embargo, lo único que pronunciaba era un nombre: Yolanda.

Y yo... yo me llamo Jimena Flores.

2.

Tomé un bocado de la comida fría que estaban sobre la mesa, y empecé a tragar con desesperación, sin detenerme, aunque que la garganta se me cerraba.

El médico me había dicho que mi enfermedad era consecuencia de no comer bien durante mucho tiempo, de saltarme siempre las comidas o por comer a deshoras, y que por eso había empeorado tanto, por lo que me advirtió que debía comer a tiempo y con regularidad.

Antes, por Mateo, podía pasarme si quería todo el día sin comer y cenar a medianoche. Pero hoy, por esperarlo, ya llevaba más de una hora sin comer.

Sin embargo, de ahora en adelante, no quería volver a pasar hambre por él, ni un minuto más.

Después de comer y recoger todo, me fui directo a la cama.

«No sé a qué hora planea venir Mateo esta noche», pensé, antes de dormir.

Sin embargo, cuando me desperté al día siguiente, sorprendida, las sábanas frías y ordenadas a mi lado me indicaron que su dueño no había vuelto en toda la noche, por lo que, casi por instinto, tomé mi celular y revisé las redes sociales de Yolanda.

Tal y como esperaba, había una nueva publicación visible solo para mí. Mostraba sus manos entrelazadas con las de Mateo, acompañada de un pie de foto: «Después de ocho años, volvemos a tomarnos de la mano. ¡Sigue siendo igual de cálido como siempre!»

Mi estómago se retorció como si una mano invisible lo estuviera apretando con fuerza, el aire pareció abandonar mis pulmones y el sudor me corría por la frente.

Con una mano sosteniendo el celular y la otra presionando mi abdomen, me repetí una y otra vez a mí misma:

«No pasa nada, Jimena. Ya vas a morir. Nada de esto tiene que ver contigo».

Sí, tristemente tenía cáncer de estómago. El médico me había dicho que, con suerte, me quedaban aproximadamente tres meses de vida.

Antes, entre la lucha por conseguir contratos para la empresa de Mateo y arreglar todos sus desastres, apenas comía una vez al día, bebía hasta vomitar y había terminado destrozándome el estómago por completo. Sin embargo, ahora, aunque solo me quedara un día más de vida, no iba a seguir maltratando mi cuerpo. Ya había sufrido demasiado.

Pensando en esto, me levanté de prisa y me preparé el desayuno con tranquilidad.

Justo cuando la comida en la mesa, Mateo volvió a casa con Yolanda y su hijo.

Cuando Mateo me mintió sobre ir a ver a su verdadero amor, no lloré. Cuando no volvió a casa en toda la noche, tampoco derramé una lágrima, como tampoco lo hice cuando vi la publicación de Yolanda.

Pero en el momento en que los vi entrar con ella y su hijo, mis lágrimas comenzaron a caer sin control, como una represa rota. Finalmente, hasta ese último espacio que me pertenecía fue profanado por esos dos desgraciados.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP