Quería construir otra escuela secundaria en el lugar, equipada con las mejores instalaciones y personal docente, con la esperanza de que, tal vez, algunos estudiantes llegaran a ser algún día universitarios.Cuando los funcionarios locales supieron de mi idea, no dudaron en ofrecer todo su apoyo.Los habitantes del pueblo, al enterarse, me miraban con lágrimas en los ojos, trayéndome regalos en señal de agradecimiento. Algunos ancianos, sin mucho que ofrecer, incluso intentaban arrodillarse para darme las gracias.Al ver a estas personas tan humildes y bondadosas, sentí cómo mi corazón, de a poquito ya comenzaba a sanar.En comparación con lo que estaba haciendo por ellos, los asuntos de amor y relaciones parecían ser tan insignificantes y egoístas.Me quedé a vivir en una de las casas del pueblo. Durante el día, iba a la escuela, les enseñaba a los canciones a los niños, e incluso jugábamos de vez en cuando. Para mi sorpresa, me sentía increíblemente bien.Mi médico de cabecera me dij
Saqué apresurada el celular y llamé a mi abogado, pidiéndole que enviara el acuerdo de divorcio firmado a Mateo. Luego, le mandé un mensaje de texto: [Les doy mi bendición. Adiós.]¿Qué culpa tenía Mateo? Simplemente él había seguido fiel a su amor, solo que, por desgracia, no era yo a quien amaba.Si hubiera despertado antes de este error de matrimonio, si lo hubiera dejado ir, quizás él y yo podríamos haber vuelto a ser esos grandes compañeros de pupitre de antaño, tan naturales y sin ningún tipo de complicaciones.Lamentablemente, él tenía sus convicciones y yo, las mías.Al final, él consiguió lo que defendía, y yo solo pude optar por soltar.17Esperé paciente, durante mucho tiempo, que Yolanda me enviara una foto de su boda con Mateo. Pero hasta el último suspiro de mi vida, incluso cuando mi alma ya flotaba en el aire, no recibí ningún mensaje de ella.Observaba a los aldeanos y a los niños llorando desconsolados alrededor de mi ataúd. Quería acercarme a ellos y decirles: No llo
Al ver que Mateo no decía nada, Karen suspiró aliviada y le dijo: —Si verdaderamente quieres reconciliarte con Jimena, ve en este momento y búscala. Luego, vive con ella de forma honesta y tranquila.Mateo movió los ojos, levantó con asombro la cabeza y, con una expresión perdida, le preguntó a su madre: —¿Crees que Jimena estaría dispuesta a perdonarme y vivir conmigo otra vez?Negué con la cabeza. Claro que no. No me interesa en lo más mínimo lo que ya ha pasado por las manos de Yolanda.Karen, furiosa, le dio una palmadita en la espalda: —Si no lo intentas, ¿cómo sabrás si está dispuesta o no?Afirmé con la cabeza. ¡Exacto! ¿Cómo vas a saberlo si no lo intentas?Mateo se levantó de un salto, se puso una chaqueta a toda prisa y salió corriendo. Yo lo seguí de inmediato.Sentada en el carro, lo vi haciendo desesperado llamadas, buscando contactos, gastando dinero para que la gente investigara mi paradero. Finalmente, encontró mi tumba en una colina en las montañas.Pude ver la incredu
Después de que todos aceptaron la relación entre Yolanda y Mateo, ya nadie más importaba en mi corazón.20Más tarde, Mateo fue al hospital a buscar a mi médico tratante. De sus palabras, se enteró de que tenía cáncer terminal de estómago y que me negaba a ser hospitalizada.Al regresar a casa, apesumbrado se abrazó a una botella de alcohol y se embriagó, murmurando: —No sabía que realmente solo te quedaban tres meses. Si lo hubiera sabido, habría...— No terminó la frase y en ese instante se quedó dormido.Si lo hubiera sabido, ¿qué habría hecho? ¿Dejar a Yolanda y estar conmigo?Al día siguiente, comenzó entusiasta a seguir tutoriales en video para aprender a cocinar mis platillos favoritos. Se cortó un dedo y, tras colocarse una tirita, continuó. Se le quemó la comida y todo terminó en la basura, así que volvió de nuevo a encender la estufa.Mientras picaba los ingredientes, murmuró: —¿Acaso no eras tú quien, precisamente se esforzaba una y otra vez para aprender a cocinar por mí?Oh
1.Sentada frente a la mesa, mirando los platos que se enfriaban poco a poco, levanté la mano y escribí un escueto mensaje en mi celular: «Está bien», y la envié de inmediato.Media hora antes, Mateo me había enviado un mensaje diciendo que ya había salido de la oficina y que pronto estaría en casa.Emocionada, había preparado su comida favorita. Pero luego vi un nuevo mensaje: «Surgió una cena de negocios de último momento, no te preocupes, come tú sola».De repente, mi corazón se estremeció.No había ningún tipo de cenas. Simplemente, mi «querida hermanita», Yolanda Flores, su primer amor, había regresado del extranjero con su hijo mestizo, y Mateo, junto con algunos amigos, la estaban agasajando.¿Cómo lo supe? Pues por Yolanda quien publicó una historia en las redes sociales, visible solamente para mí. En la foto, Mateo la miraba con una devoción que casi daba risa. Si no fuera porque ella aún guardaba algo de decoro, estoy segura de que me habría invitado a presenciarlo en person
Antes de encontrarme con ellos, me levanté apresurada y corrí al baño, sintiendo la tristeza a flor de piel.3En la sala, Mateo gritó mi nombre varias veces, pero yo, con la mano sobre la boca y las lágrimas corriendo por mi delicado rostro, no me atreví a responder.Cuando finalmente me sequé las lágrimas y me recompuse para salir, los encontré tan tranquilos sentados a la mesa, comiendo la comida que había preparado, conversando y riéndose como si nada. ¡Qué imagen tan feliz de «una familia de tres»!Con paso firme, me acerqué deprisa y me planté frente a la mesa, furiosa, clavando la mirada en ellos.Mateo levantó instintivamente la cabeza, con una expresión de desconcierto, y me preguntó: —¿Adónde fuiste? Te estuve llamando por un buen rato y no me respondiste.Yolanda sonrió con dulzura, pero en su mirada había un claro desafío cuando dijo:—Jimena, siéntate a desayunar con nosotros. —El tono de su voz era como si ella fuera la dueña de la casa y yo fuera una simple mendiga pidi
Mateo se apresuró a salir detrás de Yolanda, pero lo detuve agarrándolo del puño de su camisa, y, con una mano presionando mi estómago con fuerza, temblé al pedirle:—Mateo, me duele muchísimo el estómago. ¿Podrías traerme un vaso de agua?Él, sin embargo, me apartó con brusquedad, y mi cabeza chocó contra la pared, dejándome aturdida.Vi un fuerte destello de remordimiento en sus ojos, pero lo único que salió de su boca fue: —Jimena, cada vez te pones más ridícula. ¿Ahora también necesitas que te traigan agua? Dicho esto, salió disparado detrás de Yolanda.Al final, el brillo de su primer amor siempre fue más fuerte, así que yo, su reemplazo durante ocho años, ¿qué podía significar para él?De repente, sentí que el agudo dolor en mi estómago se desvanecía un poco, pero el dolor punzante en mi corazón era lo que ahora me hacía casi imposible respirar.5Mi médico principal seguía insistiendo una y otra vez en que aceptara la quimioterapia. —Eres joven —me decía—, no puedes rendirte
Mi madre enfermó de inmediato del disgusto. Aunque mi padre estaba furioso, no tuvo más remedio que tragarse el orgullo e ir a disculparse con la familia Guzmán, porque si el hombre más rico de Vistaluna decidía tomar represalias contra nosotros, mi padre no tenía forma alguna de enfrentarlo.Mateo, devastado, se sumergió en la bebida, y, en menos de un mes, ya había sido hospitalizado dos veces por hemorragia estomacal. Su madre lloraba a diario, mientras su padre lo regañaba furioso, diciéndole que no valía la pena arruinar su vida por una mujer. Mis padres, sintiéndose culpables con la familia Guzmán, decidieron casarme con él. Sus padres aceptaron con agrado, pues ya había comenzado a demostrar mi capacidad para gestionar la empresa familiar, y, como Mateo no estaba en condiciones de hacerlo, pensaban que al menos su nuera podría sostener el futuro de la compañía. El único que se oponía a todo esto era Mateo. Un día llegó a mi casa, borracho, y me insultó, señalándome con el dedo