Capítulo 3
Mateo se apresuró a salir detrás de Yolanda, pero lo detuve agarrándolo del puño de su camisa, y, con una mano presionando mi estómago con fuerza, temblé al pedirle:

—Mateo, me duele muchísimo el estómago. ¿Podrías traerme un vaso de agua?

Él, sin embargo, me apartó con brusquedad, y mi cabeza chocó contra la pared, dejándome aturdida.

Vi un fuerte destello de remordimiento en sus ojos, pero lo único que salió de su boca fue:

—Jimena, cada vez te pones más ridícula. ¿Ahora también necesitas que te traigan agua?

Dicho esto, salió disparado detrás de Yolanda.

Al final, el brillo de su primer amor siempre fue más fuerte, así que yo, su reemplazo durante ocho años, ¿qué podía significar para él?

De repente, sentí que el agudo dolor en mi estómago se desvanecía un poco, pero el dolor punzante en mi corazón era lo que ahora me hacía casi imposible respirar.

5

Mi médico principal seguía insistiendo una y otra vez en que aceptara la quimioterapia.

—Eres joven —me decía—, no puedes rendirte tan fácilmente.

Pero él no sabía que tanto mi estómago como mi corazón estaban tan dañados por completo, que no quería seguir soportando más dolor. Me quedaban solo tres meses, y solo quería pasarlos en paz, sin terminar calva y postrada en una cama, esperando pacientemente a la muerte.

Después de ese día en que Mateo corrió detrás de Yolanda, habían pasado ya cuatro sin que él regresara a casa.

Yolanda, por su parte, seguía dándome su informe diario a través de su perfil de redes sociales, siempre con publicaciones que solo yo podía ver.

«Hoy fuimos justo al lugar donde nos prometimos amor eterno. Qué bonito, los arbolitos de entonces ya crecieron», decía una de las fotos de un pequeño bosque en la escuela secundaria de Vistaluna, el mismo lugar donde, hacía años, lo vi arrodillarse para pedirle a Yolanda que fuera su novia.

«Hoy vimos una película. Me pregunto si sigo teniendo el mismo lugar que antes en su corazón», rezaba otra fotografía de dos boletos de cine y dos manos entrelazadas.

«Me dijo que comer también lo hace feliz», decía otra de una olla de guiso picante, a pesar de que Mateo no comía picante...

Y así, día tras día, me mostraba sus extraordinarios triunfos, cada fotografía más provocativa que la anterior.

Yo le daba «me gusta» a todas. ¿Acaso perder la dignidad no sería la mayor derrota? Aunque perdiera al hombre, jamás perdería mi estilo y mi grandeza.

Yolanda, furiosa, me escribió, diciendo:

«Jimena, si fueras lista, ya habrías dejado el puesto de señora Guzmán. Lo que no es tuyo, no lo será nunca, por mucho que intentes retenerlo».

Solté una risa irónica. No me queda otro periodo de ocho años.

«Yolanda, si logras que la madre de Mateo te acepte y te dé su bendición, yo misma iré al registro civil mañana mismo para divorciarme de Mateo», escribí, después de dejar de reírme.

A continuación, vi que comenzaba a escribir, pero nunca me llegó una respuesta.

Por supuesto, ella no obtendría el reconocimiento de la familia Guzmán. Después de todo, ella misma había sido quien había pisoteado su dignidad de la peor manera.

En aquel entonces, las dos familias ya estaban sentadas juntas discutiendo los detalles pertinentes de la boda de Mateo y Yolanda. Los medios ya estaban llenos de noticias sobre la boda esplendorosa.

La madre de Mateo se esmeraba en buscar los mejores obsequios como dote para su nuera favorita, mientras el padre de Mateo prometía un dos por ciento de las acciones de la Corporación Guzmán como muestra de aprecio a Yolanda. Cualquier chica de la alta sociedad hubiera dado lo que fuera por estar en su lugar, y yo solo podía esconderme en rincones oscuros, mirando a Mateos de lejos, con envidia, mientras él siempre estaba junto a Yolanda.

Pero esa felicidad que estaba a su alcance fue destrozada de la peor manera por la misma Yolanda.

5

Una semana antes de la boda, Yolanda dejó una carta y desapareció.

Después de que mi padre la leyó, todos supieron de inmediato que Yolanda había viajado miles de kilómetros al extranjero para perseguir a su amor.

Dijo que solo al ver al fuerte y alto John, había sabido lo que era el verdadero amor y que siempre había soñado con tener un bebé mestizo, por lo que solo podía pedirles disculpas a Mateo y a la familia Guzmán.

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