ANYAEn eso, afloje el agarre del mango del cuchillo y este cayó al suelo haciendo un ruido de cuchillas contra el azulejo. Otro ruido en el pasillo se oyó, y después varios pasos acercándose.Luca tiró de mi brazo y me llevo hacia un armario, es algo reducido para el tamaño de su cuerpo. Cerró detrás de él y me acorralo contra la pared.―Shhh ―me hizo un gesto con su dedo índice para que no hiciera el mínimo ruido.De nuevo se escucharon las pisadas, ahora dentro de la cocina. Varias voces de algunos soldados murmuraron, sabe que cosas, algo de buscar en las otras habitaciones cercanas.Luca y yo nos quedamos quietos y en silencio mientras los hombres salían de la cocina. No me di cuenta de la proximidad de nuestros pechos, su cuerpo pegado al mío. Sentí su respiración en mi cabeza, incluso podía escuchar sus latidos.Bajó su cabeza al instante que yo levante la mía, nuestros labios también estaban a casi un roce de tocarse. Sin embargo, no me beso, levantó una de sus manos y comenzó
ANYAMe estremecí de pies a cabeza cuando sentí sus manos, las tenía por todas partes de mi cuerpo y ni siquiera hice el mínimo intento para apartarlas de mi cuerpo.Quería esto, lo había anhelado desde la primera vez que me tocó, y ahora sentía un fuego más abrazado que el anterior, y eso indicaba que nada ni nadie iba a impedir esto que estaba sucediendo.—Luca, no —aun así me atreví a replicar, pero era más un “no pares”.Finalmente, paró todo y se alejó de mí. Creía que tal vez lo hizo por el “no” que use antes, el aire frío de repente entró entre nosotros, lo único que se escuchaba era el sonido de la lluvia que había cesado un poco y nuestras respiraciones profundas.De repente un miedo me invadió. No quería que se alejará, no quería que me abandonará, quería que me siguiera tocando, que me besará y me hiciera suya.De nuevo cerró la distancia entre nosotros. Me rodeó la cintura, esta vez lo hizo con cuidado, parecía querer llevar las cosas lentamente.Con su otra mano, me tomó
ANYABajé las manos en busca del botón y la cremallera de su pantalón para quitárselo, cuando lo encontré, Luca sostuvo mi mano, pero no me retiró de ahí.—Espera —volvió a hablar. —No traigo ningún condón.Recordé, que yo ya no me estaba cuidando como antes, las píldoras me las quito el ginecólogo con el que Serguéi me envió.—Entonces, ¿qué haremos? —me mordí el labio, inquietamente.—Demonios —siseó. —Estoy limpio, pero…Sabía que le preocupaba, un embarazo. Yo era lo que más evitaba, lo que menos quise en mi vida, tener un hijo, pero de Serguéi. ¿Pero uno de Luca? Apenas estábamos comenzando, a lo que fuera que tuviéramos, esto apenas iba iniciando y tener un bebé ahora, no podía ser posible, más bien nunca podría ser.Estaba por levantarme, ahora sabía que era un capó de auto en el que me encontraba recostada. Luca se dio cuenta y con su cuerpo evitó que me bajará.—Al demonio con el jodido condón —pronunció con un tono firme.Tomó de nuevo mi boca y me beso hasta que nuestros la
LUCAEl jet aterrizó en un pequeño aeropuerto ubicado cercas de Marruecos. El sol se encontraba a toda plenitud, y su intensidad hacía que ardiera mi piel como los mil infiernos. Esto era el maldito infierno y yo había llegado a él. Alan se paró a mi lado, ya había bajado también del jet.Habían pasado unos cuantos días desde aquel día que hice mía a la mujer de mi tío. Y ahora me encontraba al otro lado del mundo, buscando el maldito problema que me ordeno Serguéi que resolviera. —Este calor se siente como el infierno —se quejó a mi lado mientras se retiraba las gafas de sol de los ojos para limpiarse el exceso de sudor de la cara. —Demonios, no tengo ni un minuto que salí del aire acondicionado y ya estoy sudando como ebrio panzón.—Deja de quejarte como niña —le dije, pero no en modo de regaño sino de burla. Se me hacía gracioso verlo sufrir y refunfuñar por algo tan simple como el clima.Por supuesto, ambos estamos acostumbrados a temperaturas bajas, en Rusia es así, mayormente h
LUCA—¡El desgraciado de Bruno dijo que me iba a ayudar si le decía dónde estaba su primo! —exclamaba Narkissa, mientras explicaba, luciendo desquiciada. —¡Yo no lo traicioné! ¡Bruno me traicionó a mí!¿Qué ella no sabía que Bruno era enemigo de Dante? Eso hasta la gente que vivía en el desierto lo sabía. La verdad yo no no me tragaba esa.—A mí no me interesa saber qué hiciste para llamar su atención —le dijo Yakov. —Yo estoy aquí para terminar el trabajo que Snake no completó.—¿Qué? —expresó con los ojos muy abiertos. —¿Me estás diciendo que si Dante está vivo, tú lo asesinarás? —Yakov asintió como si le estuvieran hablando de algo simple, como del clima.Alan y yo nos intercambiamos una mirada cargada de incertidumbre mientras observábamos a Narkissa y a Yakov. Había algo más en juego de lo que inicialmente habíamos previsto, y ahora estábamos atrapados en medio de un conflicto del cual no teníamos todos los detalles.—Esto se está complicando más de lo que esperábamos —murmuró Al
LUCAAlan y yo nos desplazábamos con cautela entre las calles angostas del pueblo, mezclándonos entre los locales con la esperanza de pasar inadvertidos.Era consciente de que cualquier error podría comprometer no solo la misión, sino también nuestras vidas. Las palabras de Yakov resonaban en mi mente como un tambor bélico, marcando el ritmo de nuestro avance: “No debe haber margen de error”. Esa presión era más de lo que quisiera admitir.Nos dirigimos hacia un grupo de tenderetes que parecían menos concurridos, tratando de parecer unos turistas interesados en las artesanías y productos curativos. Cada paso que daba era calculado, fijando mi mirada en cada detalle, en cada rostro que pasaba a mi lado. El peso de mis armas ocultas bajo la camisa me recordaba constantemente por qué estaba allí y cuál era mi misión.Al acercarnos a una tienda de especias y algunas hierbas, un anciano nos miró con ojos perspicaces. Alan inició la conversación; su árabe era fluido y su tono, respetuoso.—
LUCAAl día siguiente, muy temprano, Alan y yo nos pusimos unas kufiyas para pasar desapercibidos entre todos los musulmanes que visitaban el café.Con la ayuda del anciano, ingresamos a la cafetería. Tuve que cubrir bien mis armas para que no se notaran por encima de mi ropa, pero con estos atuendos extraños era imposible que algo más se notara. Lo único visible eran nuestras caras y manos.—Puto calor —dijo en voz baja Alan, inclinándose hacia mí para que solo yo lo oyera—. No sé cómo soportan llevar tanta ropa encima, si por mí fuera andaría encuerado por todo Marruecos.—¿Seguro que te gustaría enseñar todo, hasta tus bolas? —inquirí con una ceja levantada.—Sí —respondió, chasqueando la lengua—. Pero si lo dices porque levantaría suspiros de las mujeres y una que otra mirada de invitación a que las folle, ¿qué culpa tengo yo de estar bien dotado? Y no me refiero solo a mis bolas.—Calla, o querrás que te oigan estos tipos —siseé para que solo él me escuchara—. Con que te oigan de
LUCAMe acerqué un poco más, observando a Dante con detenimiento. Su rostro, aunque golpeado y vendado, era inconfundible. No cabía duda: era él.—Tenemos que sacarlo de aquí antes de que despierte —murmuré a Alan—. Si se dan cuenta de quienes somos y quién nos mandó, los guardias no tardaran en responder.—¿Y cómo demonios planeas sacarlo? —preguntó Alan, su voz teñida de frustración—. Este lugar está más vigilado que una cárcel de máxima seguridad.—Primero, necesitamos ganar tiempo. Vamos a decirles que necesitamos preparar unas hierbas especiales para su tratamiento y que requerimos privacidad. De esa forma, podemos quedarnos aquí y buscar una manera de sacarlo sin levantar sospechas.Alan asintió, comprendiendo la lógica de mi plan. Nos dirigimos al hombre del café y al anciano, explicándoles nuestra necesidad de privacidad para preparar un tratamiento especial. Para nuestra sorpresa, no pusieron objeciones y nos dejaron solos en la habitación, aunque sabíamos que varios guardias