Capítulo 23

LUCA

Al día siguiente, muy temprano, Alan y yo nos pusimos unas kufiyas para pasar desapercibidos entre todos los musulmanes que visitaban el café.

Con la ayuda del anciano, ingresamos a la cafetería. Tuve que cubrir bien mis armas para que no se notaran por encima de mi ropa, pero con estos atuendos extraños era imposible que algo más se notara. Lo único visible eran nuestras caras y manos.

—Puto calor —dijo en voz baja Alan, inclinándose hacia mí para que solo yo lo oyera—. No sé cómo soportan llevar tanta ropa encima, si por mí fuera andaría encuerado por todo Marruecos.

—¿Seguro que te gustaría enseñar todo, hasta tus bolas? —inquirí con una ceja levantada.

—Sí —respondió, chasqueando la lengua—. Pero si lo dices porque levantaría suspiros de las mujeres y una que otra mirada de invitación a que las folle, ¿qué culpa tengo yo de estar bien dotado? Y no me refiero solo a mis bolas.

—Calla, o querrás que te oigan estos tipos —siseé para que solo él me escuchara—. Con que te oigan de
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