Capítulo 22

LUCA

Alan y yo nos desplazábamos con cautela entre las calles angostas del pueblo, mezclándonos entre los locales con la esperanza de pasar inadvertidos.

Era consciente de que cualquier error podría comprometer no solo la misión, sino también nuestras vidas. Las palabras de Yakov resonaban en mi mente como un tambor bélico, marcando el ritmo de nuestro avance: “No debe haber margen de error”. Esa presión era más de lo que quisiera admitir.

Nos dirigimos hacia un grupo de tenderetes que parecían menos concurridos, tratando de parecer unos turistas interesados en las artesanías y productos curativos. Cada paso que daba era calculado, fijando mi mirada en cada detalle, en cada rostro que pasaba a mi lado. El peso de mis armas ocultas bajo la camisa me recordaba constantemente por qué estaba allí y cuál era mi misión.

Al acercarnos a una tienda de especias y algunas hierbas, un anciano nos miró con ojos perspicaces. Alan inició la conversación; su árabe era fluido y su tono, respetuoso.

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