LUCAEl jet aterrizó en un pequeño aeropuerto ubicado cercas de Marruecos. El sol se encontraba a toda plenitud, y su intensidad hacía que ardiera mi piel como los mil infiernos. Esto era el maldito infierno y yo había llegado a él. Alan se paró a mi lado, ya había bajado también del jet.Habían pasado unos cuantos días desde aquel día que hice mía a la mujer de mi tío. Y ahora me encontraba al otro lado del mundo, buscando el maldito problema que me ordeno Serguéi que resolviera. —Este calor se siente como el infierno —se quejó a mi lado mientras se retiraba las gafas de sol de los ojos para limpiarse el exceso de sudor de la cara. —Demonios, no tengo ni un minuto que salí del aire acondicionado y ya estoy sudando como ebrio panzón.—Deja de quejarte como niña —le dije, pero no en modo de regaño sino de burla. Se me hacía gracioso verlo sufrir y refunfuñar por algo tan simple como el clima.Por supuesto, ambos estamos acostumbrados a temperaturas bajas, en Rusia es así, mayormente h
LUCA—¡El desgraciado de Bruno dijo que me iba a ayudar si le decía dónde estaba su primo! —exclamaba Narkissa, mientras explicaba, luciendo desquiciada. —¡Yo no lo traicioné! ¡Bruno me traicionó a mí!¿Qué ella no sabía que Bruno era enemigo de Dante? Eso hasta la gente que vivía en el desierto lo sabía. La verdad yo no no me tragaba esa.—A mí no me interesa saber qué hiciste para llamar su atención —le dijo Yakov. —Yo estoy aquí para terminar el trabajo que Snake no completó.—¿Qué? —expresó con los ojos muy abiertos. —¿Me estás diciendo que si Dante está vivo, tú lo asesinarás? —Yakov asintió como si le estuvieran hablando de algo simple, como del clima.Alan y yo nos intercambiamos una mirada cargada de incertidumbre mientras observábamos a Narkissa y a Yakov. Había algo más en juego de lo que inicialmente habíamos previsto, y ahora estábamos atrapados en medio de un conflicto del cual no teníamos todos los detalles.—Esto se está complicando más de lo que esperábamos —murmuró Al
LUCAAlan y yo nos desplazábamos con cautela entre las calles angostas del pueblo, mezclándonos entre los locales con la esperanza de pasar inadvertidos.Era consciente de que cualquier error podría comprometer no solo la misión, sino también nuestras vidas. Las palabras de Yakov resonaban en mi mente como un tambor bélico, marcando el ritmo de nuestro avance: “No debe haber margen de error”. Esa presión era más de lo que quisiera admitir.Nos dirigimos hacia un grupo de tenderetes que parecían menos concurridos, tratando de parecer unos turistas interesados en las artesanías y productos curativos. Cada paso que daba era calculado, fijando mi mirada en cada detalle, en cada rostro que pasaba a mi lado. El peso de mis armas ocultas bajo la camisa me recordaba constantemente por qué estaba allí y cuál era mi misión.Al acercarnos a una tienda de especias y algunas hierbas, un anciano nos miró con ojos perspicaces. Alan inició la conversación; su árabe era fluido y su tono, respetuoso.—
LUCAAl día siguiente, muy temprano, Alan y yo nos pusimos unas kufiyas para pasar desapercibidos entre todos los musulmanes que visitaban el café.Con la ayuda del anciano, ingresamos a la cafetería. Tuve que cubrir bien mis armas para que no se notaran por encima de mi ropa, pero con estos atuendos extraños era imposible que algo más se notara. Lo único visible eran nuestras caras y manos.—Puto calor —dijo en voz baja Alan, inclinándose hacia mí para que solo yo lo oyera—. No sé cómo soportan llevar tanta ropa encima, si por mí fuera andaría encuerado por todo Marruecos.—¿Seguro que te gustaría enseñar todo, hasta tus bolas? —inquirí con una ceja levantada.—Sí —respondió, chasqueando la lengua—. Pero si lo dices porque levantaría suspiros de las mujeres y una que otra mirada de invitación a que las folle, ¿qué culpa tengo yo de estar bien dotado? Y no me refiero solo a mis bolas.—Calla, o querrás que te oigan estos tipos —siseé para que solo él me escuchara—. Con que te oigan de
LUCAMe acerqué un poco más, observando a Dante con detenimiento. Su rostro, aunque golpeado y vendado, era inconfundible. No cabía duda: era él.—Tenemos que sacarlo de aquí antes de que despierte —murmuré a Alan—. Si se dan cuenta de quienes somos y quién nos mandó, los guardias no tardaran en responder.—¿Y cómo demonios planeas sacarlo? —preguntó Alan, su voz teñida de frustración—. Este lugar está más vigilado que una cárcel de máxima seguridad.—Primero, necesitamos ganar tiempo. Vamos a decirles que necesitamos preparar unas hierbas especiales para su tratamiento y que requerimos privacidad. De esa forma, podemos quedarnos aquí y buscar una manera de sacarlo sin levantar sospechas.Alan asintió, comprendiendo la lógica de mi plan. Nos dirigimos al hombre del café y al anciano, explicándoles nuestra necesidad de privacidad para preparar un tratamiento especial. Para nuestra sorpresa, no pusieron objeciones y nos dejaron solos en la habitación, aunque sabíamos que varios guardias
LUCACuando finalmente logramos alejarnos y aseguramos que nadie nos siguiera, nos dirigimos a un callejón más cercano que quedaba cerca de la tienda del anciano.—Dejémoslo por ahora aquí —propuse después de revisar la zona y comprobar que era seguro.—Sí que pesa el canijo —se quejó Alan, luego de ayudarme a depositar el cuerpo inerte en el suelo.Me decidí por un espacio donde nadie iba a fisgonear. Detrás de unos contenedores de basura, entre cartones y plásticos, lo acostamos abajo de todos esos desechos.—Cúbrelo bien, que no quede ninguna zona de su cuerpo al aire libre.—¿Quieres que muera asfixiado entre tanta porquería? —inquirió Alan, con tono sarcástico. Le lancé una mirada por encima del hombro, con una ceja levantada.—Cierto, el maldito sobrevivió a un ataque explosivo y luego recibió un balazo cerca de su jodido corazón. Y sigue respirando, el desgraciado. Como si en verdad mereciera estar en la tierra.Ninguno de nosotros podía explicar cómo había resistido tanto, per
LUCA—Primero lo sacaremos de este jodido país —dije finalmente. —Y luego trataremos de entrar a Italia.—¡¿Estás loco?! —exclamó. —Lo que te sugerí es bueno, pero irnos a meter a la boca del león, no creo que sea la mejor opción.—¿Entonces qué propones? ¿A dónde lo llevaremos si cambiamos los planes?—Llevémoslo, a Rusia, a Oymyakon.Fruncí las cejas mientras lo miraba.—¿En qué momento te golpeaste la cabeza? ¿Estás idiota o qué? Quieres que lo lleve directo a su fosa y nosotros con él. Es territorio de la Bratva, la zona más protegida por los soldados.—Eso todos lo saben —replicó mientras hacía un movimiento sin importancia con su mano.—Entonces eso quieres, ¿que nos asesinen sin dejarnos dar batalla? No me entregaré.—Nadie está diciendo que nos vamos a entregar.—Pues tu recomendación así fue como se entendió, y si no es así, explícate bien.—Tú tienes gente en Oymyakon. Hombres fieles que le sirvieron a tu padre, si les dices que vamos para allá y les pides que te ayuden a bu
Alan bufó, pero obedeció, inclinándose para retirar la manta que cubría a Dante. Su cuerpo estaba inerte, el rostro pálido y marcado por un rastro de sangre seca. La visión me provocó un nudo en el estómago; este hombre era un recuerdo constante de lo que habíamos perdido en nuestro intento de librarnos de la Bratva y encontrar algo de libertad en un mundo dominado por alianzas y traiciones.Finalmente, mi móvil vibró en algún rincón de mi túnica. Lo saqué rápidamente y vi el mensaje de Vang en la pantalla:“¿Ubicación?”Tecleé de inmediato la ubicación aproximada, evitando detalles exactos por seguridad. Vang había sido uno de los pocos en los que mi padre confiaba plenamente y sabía que en Oymyakon tenía un refugio seguro. Sin embargo, movernos hacia Rusia implicaba muchos riesgos. Aún así, el tiempo corría en nuestra contra y necesitábamos salir del país cuanto antes.—Ya contacté a Vang —le informé a Alan—. Pero el paso seguro a Rusia no estará listo hasta dentro de al menos un dí