Me detuve en un pequeño parque, quería tomar lugar en un banca y comenzar a llorar, pero no creo que sea la mejor de mis ideas, de esto sólo resultaría dos escenarios, alguien llamaría a la policía y terminaría en un centro psiquiátrico o me tomarían una foto y mañana saldría en los titulares Margareth Ford llorando como una loca en público.
Caminé a una pequeña cafetería, busque la mesa más alejada de todos, un joven de cabello rubio me atendió, después de que me llevo una taza de café con una rebanada de pastel, las lágrimas salieron descontroladas, cayeron sobre mi pastel, no quería nada, tampoco sabia qué hacer o a dónde ir, no tenía amigas, mi madre seguramente estaría enfada si le digo lo del divorcio, estaba totalmente sola.
–Señorita, ¿Quiere que le traiga algo? –dudó chico.
–Supongo que la cuenta.
Él se retiró, tardó un poco en volver antes de colocar el papel con la cantidad en la mesa.
–¿Usted sabe qué idioma habla la tortuga?
–¿Qué?
–¿Usted sabe qué idioma habla la tortuga? –repitió.
Era la pregunta más extraña que me hacían en toda mi vida, me limité a negar con un movimiento de cabeza, el chico sonrió antes de inclinarse y darme la respuesta.
–En tortugues.
No sé si fue la sonrisa contagiosa del chico o el hecho que intentaba hacerme sentir mejor, pero solté una pequeña risa, fue un instante que me sentí mejor.
–Lo lamento –bajó la mirada –. Sé que es un poco tonto, pero una mujer como usted no debería estar triste.
–¿Una mujer como yo?
–Si, una mujer hermosa.
Parece que se dió cuenta de sus palabras cuando iba a corregirse un hombre mayor le gritó desde el mostrador.
–¡Dewey! ¡Deja de perder el tiempo y ven aquí!
–Salgo en quince minutos –murmuró –. La puedo llevar a un lugar donde se sentirá mejor, si usted quiere.
–¡Dewey!
–Gracias –respondí al señalar al hombre que no paraba de mirarlo.
No sé si ya perdí la cabeza, pero estoy segura que el día de ayer no estuviera aquí esperando a un chico al que posiblemente le duplico la edad. Aunque ahora mismo no tengo a donde ir.
El chico salió con unos jeans azules y camisa negra, se veía más jovén así.
–¿Vas a venir? –dudó al verme. Afirmé y lo seguí a la salida, caminamos por la acera en silencio, habían pocas personas a pesar de la hora.
–El lugar está cerca –indicó –. Soy Dewey Weiditz.
–Margareth O'Neil. –Supongo que debo comenzar a usar mi apellido de soltera, el Ford ha quedado atrás. –Puedes decirme Maggie.
Su sonrisa es muy sincera y sus ojos brillan con esperanza, no es una sorpresa para un chico tan joven, tiene todo un futuro por delante, una vida con todas las posibilidades.
–Llegamos –murmuró al tomar mi mano y llevarme adentro de un edificio, cerca de una entrada se encontraba un hombre robusto y alto –. Hola Mark.
–Hola Dewey, has venido antes aún no ha salido.
–Lo sé, me gustaría ver el final.
El hombre me dio una mirada, me dí cuenta que fijó su vista en nuestras manos entrelazadas y sonrió, me hizo sentir incómoda por lo que pensaría en este momento.
–Solo por está vez.
Abrió la puerta para dejarnos entrar, me sorprendió cuando ví un elegante teatro, el sonido de la música llego a mis oídos, sentí un cosquilleo en mi cuerpo cuando lo escuché, al darme la vuelta una chica de cabello rubio estaba en el escenario, traía un vestido negro, su brazo se agitaba contra las cuerdas del pequeño violín que tenía en sus manos, el sonido era angelical. La música se sentía en cada parte de mi cuerpo, cada nota era perfecta, no había público, lo estaba haciendo sola, ella tocaba para sí misma.
Disfrutaba la música, pero no cualquier música, recuerdo que papá nos llevaba a ver alguna orquesta sinfónica a mi hermana y a mí, era tan emocionante escucharla, no entendí muy bien como este chico sin conocerme me trajo hasta aquí, a algo que me deleitaba.
–¡Dew! Te he dicho que no traigas a nadie aquí –reclamó la chica desde el escenario, guardó su violín con rapidez y bajó del escenario –. Ich will nicht, dass mich jemand hört.
Le dijo algo en alemán que no entendí, reconocía el idioma, recuerdo que cuando fui a algunas reuniones con Sean algunos socios hablaban en Alemán.
–Es tut mir Leid, Sie war trauring –murmuró Dewey –. Tú música siempre me anima.
–Si estaba triste le podías comprar un helado –gruñó –. No traigas a nadie aquí.
–Lo lamento mucho –interrumpí –. No quería que tuviera problemas, fue amable eso es todo y tocas precioso, hace años que no escuchaba algo tan perfecto.
La chica me vio y cambió de postura.
–Soy Maggie.
–Madeleine Weiditz, la hermana de este tarado.
–Un gusto Madeleine, fue muy hermoso y sí que me siento mejor, muchas gracias.
–Me falta un poco, pero mis vecinos se han aburrido de escucharme así que tuve que venir aquí al menos por unas horas, tengo una presentación el viernes y tiene que sonar bien.
–Suena hermoso.
–Me agradas –sonrió.
–¡Ya debo cerrar, chicos! –gritó el hombre que nos había dejado entrar.
–¿Vienes con nosotros? –preguntó Madeleine.
Mire a Dewey que se había mantenido en silencio con su hermana al lado, ella se veía mayor que él y más sensata, por primera vez en mi vida no tengo nada planeado y por supuesto nada que tenga que ver con Sean.
–¿A dónde van? –dudé.
–Pasaremos por algo de comer y luego iremos al departamento, te podemos llevar a casa más tarde–mencionó.
–Acepto.
Pasamos por un par de hamburguesas y luego fuimos a su departamento, era un edificio retirado del centro, mi atuendo no quedaba con ese lugar, yo no quedaba con ese lugar, ellos hablaban por momentos en Alemán y otros en español cuando se dirigían a mí, tenía la sospecha que iban diciendo algo sobre mí porque de vez en cuando Madeleine me miraba con una sonrisa fingida.Su departamento era pequeño, apenas tenía dos habitaciones, un baño y una cocina en donde también se encontraba un sofá con una pequeña mesa y televisor con varios aparatos conectados, parece que son videojuegos. –Y bien Maggie –habló Madeleine –. ¿Qué te tenía tan triste? –Problemas familiares –respondí –. Cuando Dewey me habló no sabía que iba a hacer al salir de la cafetería. –¿Cómo que no sabías que hacer? –Soy casada –confesé –. Encontré a mi esposo con alguien más y lo único que se me ocurrió fue caminar por la ciudad –murmuré –. Suena ridículo, pero no sé que voy a hacer ahora. Bajé la mirada avergonzada, a
La casa se sintió muy alegre con ellos, Dewey intentó instalar la consola que trae, pero casi incendia la casa, creo que es demasiado vieja, compre una por internet que llegó en un par de horas, solo compré la más costosa sin tener idea, pero cuando llegó Dewey pareció como un niño al recibir un regalo de Navidad, después de almuerzo Madeleine propuso ir al lago.–No puedo creer que te ibas a quedar en nuestro departamento y tienes esta casa.–En realidad, había olvidado por completo está casa –respondí –. Solía pasar los veranos con mi familia aquí –sonreí –. Mi hermana y yo montamos un columpio por allá y nos lanzábamos al lago.–Siempre has sido rica. –Mi padre tiene una empresa multimillonaria –generalicé –. El abuelo la comenzó y él continuó con su legado, a pesar de que tenía mucho trabajo siempre nos dedicaba tiempo. Me sentí un poco triste porque no había ido a la tumba de papá desde que murió, nunca entendí muchas de sus acciones y ahora menos con casarme con Sean, solo ten
Se escuchó el sonido de la puerta y pedí que pasaran, Dewey y Madeleine entraron, me limpie las lágrimas levantándome de la cama, me sentí avergonzada que me vieran de esa forma.–Lo siento, chicos.–No tienes nada de qué disculparte –comentó Dewey.–Si, Maggie –continuo Madeleine –. Además, creo saber lo que sucede.–¿Qué sucede?–Lo que sucede, es que no has vivido una ruptura como se debe. Dewey abrió la mochila que había colocado en suelo, no me había dado cuenta que la traía, sacó varias botellas de licor y por supuesto muchas cervezas, los miré a ambos bastante confundida.–No sabíamos qué es lo que te gusta así que trajimos de todo –mencionó –. Escoge lo que quieras.–¿Qué significa esto? –sonreí.–Pues está noche vamos a emborracharnos.–¡Y jugar videojuegos! –exclamó Dewey.–No vamos a jugar videojuegos, idiota –escupió Madeleine –. Vamos a ver una estúpida película triste en la televisión y vas a llorar todo lo que quieras.–No –murmuró Dewey al levantarse –. Mejor estaré j
Me detuve frente al edificio de la empresa, mi padre había construido este imperio con su astucia, él se encargaba de negocios internacionales, mediadores comprando empresas extranjeras, cerrando tratos que nos beneficiaban a todos y al final las vendía a otras empresas, un negocio algo tramposo, pero el dinero que dejaba era inmenso. Siempre tuvimos una buena vida, nunca nos faltó nada, ni siquiera el cariño de nuestros padres porque mamá estaba en casa todo el tiempo haciéndose cargo de nosotros, había sirvientes para cocinar y los aseos de la casa, el personal era tanto que no podíamos saber el nombre de todos incluso de las otras casas que tenía, pero la favorita de papá era la casa del lago por eso luche por ella. Richard estaba esperándome cerca del ascensor, quería hacer esto rápido, subimos directo a la oficina de Sean, espero que tenga al menos los documentos para revisarlos.–Creo que debí traer un asesor financiero –mencioné.–Podemos llamar a alguien para que venga, conoz
Casi no había visto a los chicos en varios días, Dewey iba a trabajar a la cafetería y Madeleine se la pasaba practicando con su violín, la audición sería este sábado y estaba muy nerviosa.Al salir del edificio para el estacionamiento me encontré con Sean en el ascensor, me sentí nerviosa por estar cerca de él, tenía su traje y peinado impecable, se veía tan imponente y atractivo como siempre, ese hombre perfecto que ahora en mi mente solo quedaba la fachada.–¿Cómo están las cuentas? –preguntó.–Hay algunas inconsistencias, pero se puede solucionar –respondí.–¿Inconsistencias?–Si, parece que son errores en la redacción, pequeñas confusiones, lo vamos a solucionar.–Jennifer se encarga de eso –mencionó –. Le diré que lo revise.–No es necesario, lo arreglaremos ahí mismo, después de todo sigo teniendo mi derecho en esta empresa.Sean bajó la mirada al suelo, se veía triste.–Nunca vas a perdonarme.–No.–¿Ni siquiera te duele?–Si no me doliera, te perdonaría, ¿No lo crees?Las pue
Fuimos a la audición de Madeleine, fue excelente, el director estaba maravillado por sus melodías, ella preguntó sobre el conservatorio y él complacido le dio los requisitos diciendo que las audiciones serán en cuatro meses, pero que debíamos llenar los requisitos lo más pronto posible. Madeleine se ofreció a darme un curso intensivo de todo lo que sabe del Cello, también podía contratar un instructor, estoy segura que cuando firme el divorcio y consiga a un asesor para administrar mi parte de la empresa podré ir al conservatorio, me sentía algo vieja para eso, pero los chicos me animaron, incluso Madeleine mencionó que cuando ella fue había una mujer de sesenta años aprendiendo, para los sueños no hay edad. Me sentía muy ilusionada a pesar de todas las decepciones que había tenido y hubiera sido posible si no fuera por un pequeño inconveniente. –¡Embarazada! –gritó Madeleine.Yo estaba destrozada, lloraba sin control, no podía creer que esto me estuviera pasando, mi periodo era irre
Sus ojos se abrieron por la sorpresa, vio a todos lados y sonrió nervioso.–¿De mí? –No Sean, es del chófer –rodé los ojos –. Ya te lo dije, es tu problema si crees que es tuyo o no, después de todo no necesito nada…–Espera, espera, es solo que… bueno… me puedes dar un minuto para procesarlo.Me detuve al ver su rostro confundido, acepté esperando en silencio, él movió sus manos nervioso, miro a la mesa, estaba inquieto, no pasó mucho antes de que hablará.–¿Cuánto tiempo tienes? –Tal vez dos meses, no estoy muy segura –contesté –. Llamaré a la doctora Becker para programar una cita lo antes posible –murmuré –. Sé que no querías tener hijos por un tiempo y mucho menos ahora, pero sucedió, no te voy a pedir nada, tampoco…–¡Estás embarazada! –sonrió –. ¡Oh vaya! ¡Qué maravilloso! –Se levantó del asiento y gritó. – ¡Mi esposa está embarazada!Todos alrededor aplaudieron, agradecí súper incómoda, uno de los meseros se acercó a dejarnos un pequeño pastel de chocolate cortesía del resta
Programe mi cita con la doctora Becker, tenía que saber que mi bebé estaba bien y los cuidados que debería tener, con o sin Sean iba a tenerlo, fui sola al consultorio porque Madeleine tenía práctica de violín, Dewey tenía que trabajar y no quería interrumpir su rutina, estaba esperando a que me llamarán cuando la puerta se abrió y casi quedé en shock cuando ví a Sean entrar. –Me retrasé –tomó lugar a mi lado y besó mi mejilla –. Había un poco de tráfico, lo lamento.–¿Qué haces aquí?–Es el día de la cita, no me lo voy a perder. Estaba a punto de reclamarle cuando me llamaron, solté un suspiro, me levanté y ambos caminamos hacía el consultorio. La doctora nos saludo muy alegre, ella siempre había sido mi ginecologa incluso cuando vine por los anticonceptivos hace un par de años, me atendió muy amable haciendo unas preguntas, Sean tuvo la sensatez de quedarse en silencio la mayor parte del tiempo, me emocioné demasiado cuando escuché los latidos de su corazoncito, estaba tan feliz,