Capítulo 40
El viento helado cortaba el rostro de Catalina como cuchillas afiladas, adormeciendo su piel del dolor. El viento soplaba con tanta fuerza que le dificultaba la respiración.

Sus dedos largos y delgados, que sostenían la caja de pastel bellamente envuelta, habían perdido toda sensación.

Catalina caminaba lentamente, hundiendo sus pies en la nieve con cada paso. El crujido de la nieve bajo sus pies era el único sonido. Le tomó diez minutos llegar al puente roto.

El puente roto conducía a una pequeña montaña con un templo famoso, una atracción turística conocida por conceder deseos.

Pero ahora, con la fuerte nevada, el puente roto había perdido su bullicio habitual y parecía desolado. Todo lo que se podía ver era un mar blanco.

El paisaje cubierto de nieve era opresivamente hermoso. Catalina miró a su alrededor, pero no vio a nadie. La nieve caía con más fuerza, pegándose a sus pestañas.

No muy lejos había un coche abandonado, sin matrícula. El coche estaba cubierto de nieve, solo los lim
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