4

Tu piel enciende la mecha de mi lujuria, mi boca sedienta beberá cada gota de pasión que brote de tu cuerpo, me cubriré la piel con los jadeos de tu alma y te convertiré en la reina del infierno que llevo en mi interior.

Matteo

Ella es la mujer que necesito a mi lado; es fuerte, valiente y aguerrida, únicamente necesita aprender que la única vida que vale es la propia, pero eso no es problema, puede aprenderlo en poco tiempo, así me tenga que ocupar personalmente de eso.

Desde hoy será mucha la sangre que verá correr a nuestro alrededor y es indispensable que no tema mancharse las manos. Sonrío al recordar nuestro primer encuentro; la perra consigue ponérmela dura con mucha facilidad y aunque me gustó su actuación, la m*****a me hizo ver el infierno en todo su esplendor.

—¿Te volviste loco? ¿Cómo se te ocurre poner un arma en sus manos? —inquiere Lorenzo detrás de mí.

—¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Qué me matará? —Sonrío con arrogancia—. Soy  el maldito Capo, el líder de la mafia Siciliana, ¿crees que puedo morir tan fácilmente?

Tuerce los labios.

—No eres inmortal y si tú caes, la Cosa Nostra se va a la m****a. —Asiento concediéndole razón.

—¿Te ocupaste del intercambio? Necesitamos esas armas. —Cambio de tema.

—Sí, todo está listo, las armas se encuentran en nuestro poder, debemos movernos rápido si realmente quieres recuperar el control en los Estados Unidos. —Hace mucho tiempo Chicago y Nueva York se volvieron independientes, le dieron la espalda a su origen, sin embargo, eso no me interesa, lo que quiero es crear una nueva extensión de nuestro poder en esas ciudades y desplazar a los traidores, sacarlos del juego para luego desaparecerlos.

—Bien, luego de mi boda viajaremos a los Estados Unidos, ella viene con nosotros, así que ocúpate de lo necesario —indico y lo dejo solo.

Tengo que prepararme.

—Recuerda que tienes algo pendiente en la bodega. —Lo había olvidado.

Le hago una señal para que me siga. Me dirijo hacia el lugar que me indicó. Me trajo a uno de los hombres de Federico, puedo dejar que él se encargue de sacarle información, sin embargo, en ocasiones me gusta ocuparme yo mismo de estas cosas.

Llego a la bodega, al entrar me encuentro al desgraciado colgado de una biga gracias a las cadenas que se cierran en sus muñecas.

—Por lo que veo se han estado divirtiendo con él —señalo, al verlo ensangrentado.

Tiene varios cortes en la cara.

Luce deplorable.

—No quiso colaborar con nosotros. —Se encoge de hombros sin esconder la sonrisa que se forma en su rostro. Sé cuánto disfruta descargar sus puños en las ratas traidoras.

Me acerco al sujeto. Sus ojos se abren mucho al reconocerme, sabe cuál es su destino, todos lo conocen, solo un demente es capaz de hacer algo en mi contra.

—¡Le diré todo lo que sé! —exclama robándole toda la diversión a esto.

—Sabes bien que no toleramos a las aves que cantan —siseo—, sin embargo, puedo darte una extensión de vida si me dices todo lo que sepas sobre tu jefe, quiero saber hasta dónde ha llegado y cuanto poder posee ahora mismo. —Le hago una señal a Lorenzo para que lo bajen.

Espero a que hagan lo que pedí, mientras estudio las distintas herramientas sobre la mesa; algunas causan mayor daño que otras. Pero mis favoritas, las más letales, no se encuentran entre esas…

—Matteo. —Giro sobre mi eje y veo que el tipo ya está sobre una silla y uno de mis soldados le ofrece un vaso con agua.

Me acerco de nuevo a él y saco mi pañuelo, para posteriormente ofrecérselo. Me observa con dudas y miedo, pero no puede rechazarme, lo toma y procede a limpiarse la sangre del rostro.

—Habla —ordeno un par de minutos después.

Así es como me entero de que Federico planea una sociedad con los chinos, el muy hijo de perra está ofreciendo a sus hijas a cambio de que ellos los respalden cuando venga hacia mí. Eso significa que no cuenta con el poder suficiente para enfrentarme, no obstante, lo mejor es acabar con la amenaza de forma rápida para evitar las complicaciones futuras.

—Es todo lo que sé, lo juro. —Asiento.

—Lo sé y es una pena, la extensión que te ofrecí solo es válida mientras poseas algún valor para mí. —Sus ojos se abren aterrorizados al entender el significado de mis palabras.

Sonrío antes enterrarle un cuchillo en el muslo derecho, grita por el sorpresivo dolor y antes de que tenga tiempo a reaccionar le asesto una serie de golpes que lo envían al piso. Me subo a horcajadas sobre él y clavo uno tras otro mis puños en su rostro, mis movimientos no se detienen ni siquiera cuando el hombre ha dejado de forcejear y sus gritos se convierten en un murmullo que lentamente se apaga a medida que quiebro cada hueso de su cabeza con mis propias manos.

La sangre me salpica toda la ropa, y me cubre por completo de una tibia tinta carmesí que desciende desde mi cara. Me detengo cuando creo que ha sido suficiente, es necesario enviar una advertencia mucho más clara, son las normas.

Lorenzo me observa sin pestañear. Me levanto y pido una toalla para limpiarme las manos, aunque no me ayuda mucho.

—Espero que esta vez Di Marco entienda el mensaje y recuerde cuál es su lugar —comenta.

—Lo dudo y de verdad espero que así sea. Encárgate. —Me retiro.

La mafia se conforma por distintas familias encabezadas por un Don, y cada Don sabe que no pueden ir por sobre la voluntad del líder de la organización completa, para que alguno llegue a ser líder o Capo como en mi caso, antes debe asesinar a los líderes de familia, luego el cargo pasa de una generación a otra hasta que alguna familia decide que es su hora de gobernar.

En este mundo el respeto y el poder son primordiales y ambos se obtienen mediante el miedo. Al entrar a la casa subo las escaleras rápidamente para ir a mi habitación, sin embargo, me detengo al escuchar los gritos de una voz familiar.

—Con permiso —recitan las mucamas encargadas de las necesidades de mi futura esposa.

Ella se gira y de nuevo me deja ver esa mirada esmeralda que me desafía y me hace desear hacerla mía de una vez por todas. Malditas tradiciones que no me permiten perforar su coño sino hasta después de que sea mi esposa. Aunque no creo que haya delito en tomar algo que me pertenece.

Me repasa y me doy cuenta de que el miedo pasa fugaz por su rostro.

—¿Qué es lo que está sucediendo? —Aspira por la boca.

—No pienso colocarme un maldito vestido blanco para asistir a tu teatro. —Arruga los labios.

—Tal vez prefieras uno rojo. —Me acerco a ella. Retrocede.

—Negro, ese sería el color perfecto para asistir a la sentencia de mi muerte. —Me da la espalda, lo que me hace suponer que el olor a sangre la asquea. Quiero tocarla, tomar su brazo y obligarla a que me mire a los ojos, pero esta noche tendré tiempo suficiente para eso.

—Obedece, no hagas que el demonio que habita dentro de mí sea quien te obligue —advierto y salgo de la habitación.

Retomo mi camino luego de ordenarle a las mucamas que dejen que se vista como se le pegue la gana. Entro a mi habitación y me voy directo al baño, me meto bajo la regadera y dejo que el agua limpie la sangre de mi piel surcada de cicatrices.

Recuerdo cuando me hice la primera, quería conocer el dolor físico, sentir su intensidad y controlarlo, convertirlo en una virtud. Todavía puedo sentir la fría hoja de metal abrirse camino en mi piel; tiempo después tomé mi primera vida con una bala quemándome el hombro.

Salgo de la ducha y me visto, camisa y pantalón negro, mi cadena de oro con la cruz de mi madre, el único recuerdo que me queda del tiempo en el que aún tenía sentimientos dentro de mi pecho. Salgo directo al despacho donde ya me espera el juez, uno de los miembros de nuestra organización.

Con eso será suficiente. Ya encontraré el modo de compensar a Zanetti para que cierre la boca. Al entrar saludo a los presentes, Lorenzo se me acerca y me informa que mi presente fue enviado.

—Es un honor para mí llevar a cabo su matrimonio —declara el juez y me estrecha la mano.

—No podía elegir a ningún otro para esto. —Él entiende a lo que me refiero, mi consigliere ya lo tuvo que haber puesto al tanto.

—¿Y dónde se encuentra la novia? —pregunta pecando de indiscreto.

—Vendrá en cuanto esté lista. —De pronto la puerta se abre y ella entra, luciendo un sexy vestido negro.

Su porte es el de una reina, el de una mujer que sabe poner en su lugar a quien sea; tiene la mirada altanera y refleja el profundo desprecio que siente hacia mí. Le sonrío de vuelta y me acerco a ella para guiarla sin ningún cuidado hasta su lugar.

—Al grano —ordeno sin dejar de mirarla.

Me sostiene la mira y sonríe malévola.

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