5

Desde hoy la oscuridad es mi aliada; el infierno, mi hogar y tu mirada, mi desgracia. Juro que convertiré tu vida en un maldito deseo de querer morir.

Lionetta

De algún modo masoquista, su presencia me estremece, no solo es el miedo que me causa, hay algo más que me niego a reconocer. Por primera vez me permito detallar su rostro mientras ambos nos retamos con la mirada, tiene una cicatriz que le divide la ceja izquierda en dos, y llega hasta dos dedos por debajo  del ojo, es delgada y blanquecina. Acentúa su rasgo peligroso, es un constante recordatorio de su poder en un mundo donde la muerte siempre permanece cerca. Y ahora yo estoy en su camino.

 Giro la cabeza cuando el juez se aclara la garganta llamando la atención de ambos. Un hombre igual de peligroso, pero menos temible, es común ver a hombres de posiciones elevadas pertenecer a organizaciones criminales como esta, claro que su posición subordinada es secreta y sirven de espías para el Capo.

—Señorita Lionetta Petrucci… —Hace una pausa y mira a mi captor con ojos preocupados—. Capo, se ha dado cuenta de que la dama no…

—Continúa. —Su tono frío hiela las palabras del hombre.

En las pocas horas que llevo conociéndolo no lo he visto alzar la voz ni alterarse y no sé si eso sea un aviso mayor de lo que me espera, sin embargo, no pienso solo bajar la cabeza, nunca lo he hecho y aunque no esté segura de sí me conviene o no, no empezaré a hacerlo ahora.

—¿Qué es lo que quería decir? —pregunto mirando al juez directo a los ojos, su mirada se desvía hacia el Capo y con el rabillo del ojo veo como este asiente con la mirada.

—Usted no es miembro de ninguna de las familias de la mafia, no conoce nuestras costumbres ni normas, por lo general no es conveniente que un individúo ignorante, con todo respeto, de todo esto, ingrese de forma directa sin pasar antes por un entrenamiento previo y la ceremonia —explica con claridad.

—¿Y eso significa? —cuestiono intrigada por la ceremonia que menciona.

—Que yo te enseñaré lo que necesites aprender. Prosiga. —El juez asiente y se apresura.

La voz del hombre a mi lado parece ser la única ley que la mafia conoce.

—Señorita Lionetta Petrucci, acepta como esposo al señor Matteo Messina. —Miro con deseos de haber tenido el valor de quitarle la vida a quien ahora es dueño de mi destino.

—Sí. —Trago saliva al ver la sonrisa que se forma en sus labios.

—Señor Matteo…

—Si —responde antes de que el juez termine de formular la pregunta.

—Los declaro oficialmente unidos en matrimonio —declara el juez luego de que cada uno ha dejado su firma plasmada en un grueso libro.

Su segundo y una de las mujeres que me ayudó a preparar sirvieron de testigos. Tenía entendido que las bodas de los mafiosos eran ridículamente ostentosas, sin embargo, esta fue corriente y mucho más ordinaria que una boda convencional.

—Felicidades, Matteo. —Su segundo le estrecha la mano y luego asiente con la cabeza en mi dirección.

El juez toma los documentos y el libro y se retira en silencio asegurándole de que pronto recibirá el acta de matrimonio.

—Que todos lo sepan, desde este momento todo el que se atreva a mirarla dos veces, decir algo indebido sobre ella, tocarla o este en desacuerdo tendrá que entregarme su cabeza —pronuncia el Capo sin ningún tipo de emoción.

—Ya todos están enterados, al menos los hombres que se encuentran aquí, pero me encargue de enviar un mensaje a los Don y a los Caporegime de cada familia para que se encarguen de esparcir la noticia, pero… —La mirada de Matteo detiene sus palabras—. Pero tomarán a mal que el líder de la organización haya ocultado su boda.

—¿Crees que me importa lo que esos imbéciles piensen, Lorenzo? La única reacción que espero disfrutar es la de mi padre, es hora de que al fin deje de joderme y desaparezca por completo. —Trago saliva.

—Como digas, ¿y ahora qué?

—Iremos a América, ¿tienes todo listo?

—No pienso ir a América con ustedes —declaro interviniendo por primera vez. —Matteo ríe y voltea a verme.

—Ya tú no tienes poder sobre ti, querida. —Se me seca la boca cuando se acerca lenta y peligrosamente, sus ojos brillan con intensidad—. Tú iras a donde yo diga, harás lo que te diga y pensarás como a mí se me dé la gana. —Su voz fría me calienta la piel, es imposible que me sienta atraída a un demonio como él.

En alguna parte hace mucho tiempo, escuché hablar sobre el semental de Sicilia, se referían a él, a su crueldad, a lo despiadado de su alma oscura.

—Ya te lo dije, podrás hacer lo que se te dé la gana conmigo, pero jamás tendrás mi voluntad —afirmo sosteniéndole la mirada.

Su segundo retrocede y sale de la estancia sin hacer ruido, es impresionante como le obedecen sin que él tenga que pronunciar ninguna orden. No importa cuando miedo me cause su presencia imponente y despiadada, no voy a retroceder ni un solo paso y aunque me cueste la vida me mantendré firme.

»Puedes matarme ahora mismo, no le tengo miedo a la muerte siempre que me mantenga alejada de ti. —Acabo con el poco espacio que nos separa, puedo sentir su respiración caliente, golpear mi cara.

No había dimensionado antes su altura, pero al tenerlo así, tan cerca me obliga a inclinar la cabeza hacia atrás para poder ver el ébano en sus ojos. Sonríe de medio lado al tiempo que siento como sus dedos se deslizan sobre mi mejilla.

—Antes eras mi prometida y no podía hacerlo, ahora eres mi moglie y antes de hacerte daño, primero tendría que arrancarme mi propia vida. —Mis ojos se fijan en el movimiento hipnotizante de sus labios—. No importa cuánto hagas, ahora estás unida a mí y es para siempre, está en tus manos hacer de este matrimonio algo difícil o el mejor de todos. —Coloca sus manos en mi cintura y me oprime contra su cuerpo, obligándome a colocar las palmas de mis manos sobre su pecho—. Si eliges la segunda opción, te aseguro que tendrás el mundo a tus pies, porque me tendrás a mí y yo soy su único dueño. —Su arrogancia no tiene límites, pero me gusta, morbosamente lo hace.

—Para mí tú sigues siendo nadie... o mejor dicho, solo eres un matón mediocre que usa el miedo para someter a todos a su alrededor, pero conmigo te falló, no te tengo miedo y no pienso bajar la cabeza delante de alguien completamente inferior a mí —declaro rotunda y esbozo una sonrisa que acentúa mis palabras.

Me oprime con más fuerza antes de colocar una de sus manos detrás de mi cabeza y sujetarla con fuerza, al tiempo que inclina la suya y pega su boca a la mía con rudeza. Tira de mi pelo obligándome a abrir la boca cuando jadeo debido al dolor que me produce, lo que aprovecha para meterme su sucia lengua.

Intento con todas mis fuerzas alejarlo de mí, lo empujo, pero el muy maldito parece tener unas tenazas por brazos. Trato de mover la cabeza a los lados para evitar que continúe besándome, sin embargo, su agarre en mi cabello me limita el movimiento.

Golpeo su pecho, lo empujo, gimoteo, pero todo es inútil hasta que decido seguirle la corriente y aceptar que sus labios saboreen los míos, le permito entrar en confianza mientras recurro a toda mi cordura para no dejarme arrastrar por su forma sucia y salvaje de poseer mi boca. De pronto un sabor metálico se impregna en nuestros paladares, él detiene sus movimientos, pero no se separa.

Siento su sonrisa sobre mis labios al tiempo que su sangre mancha su piel y la mía.

—Soy inmune al dolor moglie —confiesa y de nuevo me besa, pero esta vez solo dura un par de segundos.

Me suelta y se aparta sin dejar de mirarme. La sangre le brota desde el labio, pero a él eso parece no afectarle en lo más mínimo, no obstante, yo me limpio como una demente, no solo la cara, sino la lengua, queriendo eliminar el sabor ocre de su sangre y de su boca.

—¡Eres un maldito salvaje! —grito.

Tengo el corazón acelerado y la piel me hormiguea. Y si soy sincera, mi vagina palpita como una demente necesitada de sexo. Pero no pienso darle el gusto de follarme, antes prefiero morir en celibato.

Hace mucho tiempo deje de ser virgen, me harte que mi padre ofreciera mi virtud a cuando mafioso se le cruzaba en el camino. No me importaba no tener un recuerdo especial de mi primera vez, porque al menos estaba segura de que ningún miembro de la mafia querría a una mujer que había sido de otros, al menos no para conformar una familia de honor, pero ahora estoy aquí en manos del Capo de capos.

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