Me encuentro sentada en mi escritorio individual leyendo y releyendo una y otra vez las letras llamativas de diferentes fuentes y colores. Una invitación.
REUNIÓN DE ALUMNOS PROMOCIÓN 2018-2019. Viernes 24 de Noviembre 7PM ¡Ya sabéis como llegar!
En realidad era la tercera noche que me quedaba como una tonta leyendo las pocas letras de la invitación echa un poco malamente con el Microsoft Paint. Cuando recibí un correo de mi antiguo instituto no pensé mucho aunque el asunto del mensaje debió advertirme, decía: INVITACIÓN MAYA MAYNWOOD. ¿Invitación a qué iba a ser sino?
—¿Sigues pensando en si ir? —la voz de Anna resuena estridente en mi cabeza, distrayéndome de la lista de pros y contras que llevo días haciendo sobre si asistir o no—. No puede ser tan malo, de todas formas tienes que ir a ver a tu madre...
—Creo que a mi madre tampoco le haría gracia que fuera. Sabe lo mal que lo pasé y creo que sigue teniendo deudas con el psicólogo que tuvo que pagarme.
—¡Venga ya! No te pareces en nada a esa chica con metales en la boca y un sentido del gusto de m****a. Eres una mujer.
Quiero decirle que ella no me entiende porque siempre ha sido guapa, he visto fotos suyas de cuando iba al instituto y tenía pinta de ser de la clase de chica que se hubiera metido conmigo como lo hacían casi todos. Anna es rubia, pelo largo y ligeramente ondulado, y tiene los ojos grandes y marrones que parecen dos bolas de cristal preciosas que entienden todo lo que ven. Somos de la misma estatura pero de alguna forma u otra yo me siento siempre más pequeña a su lado, no sé si porque casi siempre usa zapatos con tacones o porque su amistad me es abrumadora. Sin embargo, durante los cuatro años que llevo en la universidad he aprendido a que todo me importe menos. Si mi pelo castaño y liso parece ordinario no creo que aquí nadie lo piense porque somos tantos que yo no importo; como mis ojos castaños, normales, que no parecen dos cristales preciosos como los de Anna pero son míos y a través de ellos y de mis lentillas veo el mundo ahora de una forma más madura.
También admito que fue un alivio el quitarme los aparatos dentales y las gafas redondas que me hacían ver ridícula.
—No lo sé... lo pensaré.
Suspira entre risas muy femeninas. Resbala de su cama y aunque se acaba de hacer la manipedi y ha apestado nuestra habitación compartida a esmalte, me apoya las manos con cuidado en los hombros intentando no mancharme el pelo que malamente se me está secando de la ducha.
—Es dentro de dos días, por favor... Tienes que ir y demostrarle a esos capullos que eres toda una mujer.
—Es una tontería, además. Salimos del instituto hace cuatro años, ¿este tipo de cosas no son cuando han pasado veinte o así?
—¿Y qué más da? Seguro que alguno ya está calvo.
Sigo mirando la invitación, en parte estoy tentada a afrontar mi pasado y cerrar ese capítulo de mi vida. Siento que he perdido muchas experiencias por lo que pasó y no quiero seguir aferrada a eso. Entonces ¿debería ir? ¿Debería enfrentar a todas esas personas que tanto me hicieron sufrir en el instituto?
Decido que sí. Es hora de enfrentar mis miedos y cerrar ese capítulo de mi vida de una vez por todas,
—Vale sí —accedo tras mirar en silencio la invitación por cinco minutos más. Sigo pensando que es feísima—. Iré.
---
Elegí estudiar en otra ciudad porque llegué a odiar la mía. Lo pasé tan mal que tampoco me costó convencer a mi madre de mandarme lejos, ella pensó que estaría mejor y la verdad es que estoy firmemente convencida de que es la mejor decisión que he tomado jamás.
Tardo alrededor de cinco horas en ver el cartel: OREGÓN 5km. Y una vez dentro del estado tardo cosa de una hora más en llegar a mi pequeña ciudad. No se a partir de cuanto se considera pequeña o grande, pero en la carretera sigue el cartel que anuncia que hay setenta-mil habitantes. Me parecen demasiados para haberme pasado gran parte de mi vida viéndole la cara a los mismos veinte idiotas populares.
Llevo la maleta en el maletero de la tartana que uso por coche, algún día me dejará tirada pero de momento me ha traído hasta el aparcamiento de mi vieja escuela. Me quedo tras el volante, observando, aquí he pasado los peores años de mi vida y ahora cuando clavo mi mirada en la fachada amarillenta de ladrillo y las ventanas algo mal limpiadas... solo puedo pensar en que parece mucho más pequeño de lo que recordaba. Igual es porque ya no me da tanto miedo estar aquí a pesar de que me va a dar una taquicardia, o porque siento que ha pasado un mundo desde entonces y mi vida ya no está ligada a este lugar.
Antes parecía que el instituto lo era todo, tu vida entera y una micro-sociedad incluso cuando terminaban las clases. Ahora, mientras me atravieso los pasillos recuerdo todo: las veces que me tiraban los libros al suelo, cuando me mojaron un trabajo en la fuente, cuando se burlaban diciendo que de haberlo podido (porque por aquel entonces pesaba veinte kilos más) me hubieran encerrado en una taquilla, incluso al pasar frente a los baños recuerdo como odiaba mirarme al espejo mientras las chicas se retocaban el maquillaje. Lo recuerdo todo pero a su vez parece lejano.
Cuando llego al gimnasio no sé que me espero pero hay mucha gente. Esperaba que no acudieran tantos. El lugar está lleno de rostros conocidos y risas que me resultan familiares. Reconozco a algunos de mis antiguos compañeros de clase, y aunque algunos han cambiado bastante, otros parecen casi iguales que hace años. ¿Hace años? Fue hace tan solo cuatro.
—Hola, ¿tú quién eres? —me aborda una chica más bajita que yo, parece menor. Es menor, lo leo en su placa—. Yo soy Ammy. Noveno grado. Estoy de voluntaria para el reencuentro.
—Oh... Yo... Soy Maya, Maynwood. Maya Maynwood.
Pasa papeles de una lista forrada de nombres. ¿Tantos éramos? Se le suben las cejas poco pobladas: depiladas.
—¡Sí! Toma —me pega una pegatina al la camiseta—. Eres casi de las últimas. Por allí hay bebida y comida y avisaré a los tutores de que ya has llegado. Están súper emocionados de ver antiguos alumnos.
Me quedo ahí, casi apretada contra la pared porque pese a que conozco a esta gente, no son mis amigos ni mucho menos. Pienso que de haberlo sabido le habría pedido a Mary, mi hermana adolescente, que se hiciera voluntaria como esa chica para acompañarme.
—Perdona —reconozco la voz al momento y casi me pongo a temblar. Ella nunca espera que nadie le perdone por nada porque se cree un angelito diabólico—. Eres la Bellotas, ¿verdad?
Nunca supe por qué me llamaban así, supongo que para una cabeza hueca como Jane cualquier palabra le hubiera parecido buena. No creo que tuviera ni que tenga la cabeza amueblada como para pensar en algo que no sea su pelo pelirrojo perfectamente cuidado o su manicura.
—Me llamo Maya.
Sé que no le importa. Agita la mano y llama a unas chicas a las que también reconozco como si acaba de hacer un gran descubrimiento.
—¿Sabéis quién es? —medio grita y deseo no haber venido—. ¡La Bellotas! Qué fuerte, míradla.
Odio que se ria y odio que lo hagan sus amiguitas. Odio sus voces pero como diría Anna: << ¡Qué las den! Ya no son parte de mi vida >> Y tendría razón. No es como si estuviera aquí obligada y teniendo que soportar esto.
Me alejo de la pared y casi diría que parecen ofendidas.
—¿A dónde vas?
—Dónde me dé la gana, ¿qué te parece? —cuando me he alejado unos pasos mascullo—: Zorras —porque en el fondo no soy tan valiente.
Voy hasta la mesa de bebidas. A mi nadie me saluda como lo hacen entre ellos y empiezo a no saber qué hago aquí aunque sí que me alegra un poco ver a mis profesores de hace años. Algunos me ayudaron. Me debato entre coger una cerveza o servirme un zumo. Al final cojo la cerveza.
—¿Y tú eres...?
<< M****a >> La uña casi se me rompe abriendo la lata pero lo consigo y veo el líquido. Voy a necesitar muchas de estas para lidiar con Alex, supongo.
Entiendo que no me reconozca, nadie lo ha hecho, soy una extraña y hasta mi nombre lo es. Pero él sigue igual. Me repito que cuatro años no son para tanto. Sin embargo y aunque siga siendo un imponente tipo que jugaba al rugby y me saca casi tres cabezas, noto que se ha dejado crecer el pelo un poco, ¿lo tenía tan rizado? Igual se ha hecho la permanente. Y parece más cansado, apagado, con menos ganas de empujarme por los pasillos, de tirarme los libros por doquier y de robarme los deberes. Al intentar recomponerme, veo que por primera vez me está dando a mi una de esas sonrisas de chulo que antes eran solo para las animadoras. Y eso me enfada.
—Ya nos conocemos.
—¿Lo hacemos? —lee mi nombre con ojos entrecerrados y duda—. Yo creo que no. Soy Alex.
—Ya lo sé —le pego un trago a mi cerveza porque se la quiero tirar a la cabeza. Y quiero irme. ¿Por qué he pensado que esto era buena idea?—. Yo soy la Bellotas. Bueno, me llamo Maya como ya habrás visto.
Vuelve a fijarse mejor en mi, y en la pegatina. Por la cara que pone creo que se piensa que esto es una broma.
—Ya, ni de coña —suelta, pero me escudriña mejor—. Joder... ¿Maya Maynwood? ¿Tu hermana es Mary Maynwood?
¿Y este tío por qué conoce a mi hermana de quince años? Saberlo me intriga. ¿Ahora es un pervertido de menores?
—¿De qué conoces tú a mi hermana?
—Mi hermano sale con ella.
Wow. Me llevo bien con Mary pero eso no me lo había contado. ¿Lo sabrá nuestra madre? Bah, seguro que no porque mi madre odia a todos los padres de estos capullos, incluídos a estos capullos por lo que me hicieron.
—Solo espero que tu hermano sea mejor que tu.
Abre la boca pero un duo de chicos con chaquetas deportivas que parecen clones entre si lo flanquean. Me miran y tampoco saben quién soy.
—¿Y esta muñequita? —suelta uno, al que parece que se le va a caer la baba por la comisura del labio.
Espero que Alex diga quién soy, la Bellotas o la gorda asquerosa de los pasillos, como él me recuerde. Cuando yo los miro a los tres él es el más desaliñado, no lleva una chaqueta de fútbol, tiene las manos más callosas de lo que creo que las deja el fútbol y no lleva el pelo engominado sino más bien revuelto.
—Maya —dice sin embargo—. Es la hermana de la novia de mi hermano.
—Ah... —dicen los otros dos y yo me doy la vuelta.
Los siento mirarme el culo pero no sé si es uno o son los tres. Y eso en realidad no me importa porque me he esforzado para bajar de peso y como Anna me arrastra a mi a clases de pilates yo la hago ir conmigo al gimnasio casi todas las tardes.
¿Si no soy tan valiente para que he venido? Me lo pregunto mientras hurgo en mi pequeño bolso buscando las llaves del coche. Encima me estoy congelando, ¿por qué he dejado el abrigo en el coche? Refunfuño.—Oye, espera.Finjo no escucharle. Encuentro las llaves por fin, tintinean entre mis dedos y como mi chatarra no tiene mando a distancia tengo que acercarme (aunque quiero correr) y meter la llave en la puerta y abrirla.—Eh, espera —me repite—. Maya.Levanto la cabeza y el viento me quita el pelo de la cara. Alex tiene las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta de cuero aunque saca una para apartarse los rizos castaños de la frente. ¿Y este qué quiere ahora?—¿Qué quieres? Tengo que irme.—¿Tienes o estás huyendo?—Llevo conduciendo todo el día, quiero irme.Hago el amago de refugiarme en mi coche pero su mano se cierne en mi codo, me da escalofríos pero antes de poder reprocharle, da un paso atrás. Ni yo entiendo por qué acaba de hacer eso ni seguramente él tampoco. Por pr
ALEX—¡Voy a llamar a la policia! Saca tu culo de mi casa.Estoy a nada de entrometerme cuando un vaso vuela tan deprisa por los aires que se estrella contra la pared haciéndose añicos. Miro a mi madre y después a la mujer más joven, podría ser mi novia antes que la de mi padre. Al final me hundo en el sofá subiéndole el volumen al partido de fútbol. Por lo menos Denver no está aquí, para cuando él llega la casa parece de lo más normal. Nuestra madre se ha duchado y no huele a alcohol y nuestro padre se ha quitado los rastros de haber traído (de nuevo) a su amante a casa.Se deja caer en el sofá a mi lado, trae la misma cara de alelao que siempre lleva cuando está con su noviecita.—La hermana mayor de Mary es una pasada. —No me parece que sea capaz de decir eso de la chica que yo veía por los pasillos del instituto—. Y te odia un huevo.No me sorprende.—¿Has ido a hablar de mi o qué?—Que va, tu nombre debe de estar prohibido en esa casa —aunque bromea yo estoy seguro de tiene parte
MAYA—¿Y así es cómo vas a superar tu pasado? —la risa de Anna es casi contagiosa si no se riera de mi—. Quiero decir, que vas a estar allí sólo una semana, habla con el chico y te quedas a gusto insultándolo. No lo puedes esquivar. Tu hermana se está besuqueando con su hermano.Arrugo la nariz.—Estoy tranquila.—Si, porque he visto que te has llevado las maría. ¡Ni para dos porros me has dejado!—La iba a necesitar.No fumo en exceso, pero me viene bien para relajarme. Anna fumaba habitualmente cuando empezamos a compartir habitación el primer año de universidad y es un hábito que ahora compartimos. Durante ese año me sirvió para pensar menos, relajarme y no ir temblando por el campus esperando que me empujaran.—¡Maya! —.Tiro el cigarro al suelo y sacudo el humo antes de que mi madre salga al jardín. Hace tanto frío que no sé cómo no sospecha de lo que hago aquí fuera—. Tengo al abogado al teléfono, quiere hablar contigo.Cuelgo a Anna y me rocío con el pequeño bote de colonia que
ALEXLa idea de ni siquiera acordarme de la mitad de cosas que ha dicho me hace sentir raro gran parte del día.—Suéltalo.Levanto la cabeza de mi cerveza.—¿Qué?Finch se ríe y no es por las tres cervezas que lleva. Esta rutina de venir al bar después del trabajo es tan habitual que ni cinco cervezas del tirón nos afectan como deberían.—Estás empanado, ni siquiera has mirado a Jane, ¿has visto el escote que trae hoy? Te ha puesto las tetas en la cara y nada. ¿Qué te pasa? Llevas días raro.Considero a Finch mi mejor amigo, se toma las cosas serias enserio y las tonterías a broma. Y que Jane me ponga las tetas en la cara es una mala broma. Tuvimos lo que tuvimos en el instituto y durante el siguiente año ya sólo follábamos, nada de salidas ni de que viniera a cenar a casa. Dejamos de ser populares que era lo único que teníamos en común.—Ya lo sé, tío. Es que...—¿Es por esa tía a la que le vas a arreglar el coche gratis?—Sí.—¿Y es porque piensas en tu hermano?—En parte, sí.Yo es
MAYAComo puedo saco el teléfono de mi bolso. Las cosas dentro están un poco mojadas pero gracias a Dios he metido mis papeles en una carpeta de plástico. Intento encender el móvil. Nada. Rebusco el mechero.—¿Te importa?Sacude la cabeza de lado a lado. Él está seco, sé que ha ido a recoger a Mary y Denver del instituto y por la hora que es seguramente venga de dejarlos en casa.Me mira, es de noche pero las luces de las farolas en la calle le alumbran la cara y le forman sombras de cansancio. Desde que he llegado, cada vez que lo veo me recuerda a un Goldern Retriever más que al perro de raza peligrosa que era antes. Y no sé si me he subido en su coche por eso, o porque llevaba quince minutos en una parada de autobús sin batería en el móvil y con el ánimo por los suelos. Hoy ha sido el primer día en mucho tiempo que recuerdo a mi padre tan vivo haciendo algo tan contradictorio a como firmar papeles de una herencia por su muerte.—¿Quieres hablar de tu día de mierda? —me pregunta.—¿
ALEX—Joder, pues está buena que te cagas. —Finch sabe bien lo que dice—. Raro me parece que no te la estés intentando follar.—Lo intenté en la reunión de antiguos alumnos de la semana pasada. Me mandó muy a la mierda.Se descojona y vuelve a meter la cabeza en el motor de la furgoneta.—Te ha perdonado que era lo que querías, ¿no?Sí, y he dormido extrañamente bien. Compartir un rato con ella me sentó bien. Me perdonó. Es un gran desquite, como si respirara mejor ahora.—Sí. Aunque no sé, tío, es raro.—¿En qué sentido?—En el sentido de que quiero follarla.Vuelve a reírse pero a mi eso no me soluciona nada. Hasta para pedirle perdón ha sido raro. Ha sido como pedírselo a una persona que ya no existe. Esta chica, Maya, no es la Bellotas a la que miraba por encima del hombro.—Yo también, así que no es raro.Resoplo. Sigo trabajando. Durante un rato que vuelve a llover nos cogemos un descanso sentados en unas pilas de cajas y ruedas desgastadas que son para tirar. Tengo un mensaje d
MAYADecir que estar aquí entre adolescentes no me tiene algo inquieta sería mentir. Me siento como si viviera una experiencia que ya no me pertenece. Voy a partidos de fútbol de la universidad con Anna y me lo paso bien, pero aquí no tengo amigos y luego voy a tener que llevar a la parejita a una fiesta. Mi madre le ha dado permiso a Mary hasta la una así que supongo que me tocará estar despierta hasta esa hora para recogerla. No es que tenga otro plan mejor.—¡Ahí está! —grita. Para mi sorpresa no ha traído una pancarta que diga: "Te quiero Denver"—. ¡Vamos Denver!Me río porque se la ve divertida dando brincos. Temo que de la emoción se caiga por la barandilla. Estoy tentada a sujetarla por el abrigo, sin embargo, cuando estiro la mano alguien me roza. Giro la cabeza y Alex se está colocando en la grada de atrás. Está tan alto que sus ojos dan con los míos mientras se rebusca en los bolsillos. ¿Qué hace aquí? ¿Suele acompañar a Mary y ella no me lo ha dicho? No, es una estupidez, e
ALEXEstá acojonada y no necesito que siga clavándome las uñas en la mano para saberlo. Se le ve en la cara. Mira todo como si fuera su primera vez en una fiesta; me pregunto si es así. La llevo a través de la gente, apartando borrachos y la escucho mascullar cada vez que alguien la pisa o se choca con ella. Intenta tirar de mi para ir hacia el camello de Antón cuando lo pasamos por delante, yo no la suelto. Subo las escaleras y empujo la puerta de la última habitación. Me la conozco muy bien, diría que casi todos los fines de semana me encuentro en este cuarto, en esta cama, con una chica diferente.—¿Por qué me traes aquí?Cuando la miro ya no tengo su mano en la mía y ha cogido distancia. Ya veo que me ha perdonado pero no mucho.—Vamos a fumar. Es a lo que has venido, ¿no?Si yo camino hacia el lado derecho de la cama, ella va por el izquierdo. La habitación no tiene mucho que admirar así que vuelve a mirarme. Abro el cajón de la mesilla de noche, es dónde siempre encuentro la hie