ALEX
La idea de ni siquiera acordarme de la mitad de cosas que ha dicho me hace sentir raro gran parte del día.
—Suéltalo.
Levanto la cabeza de mi cerveza.
—¿Qué?
Finch se ríe y no es por las tres cervezas que lleva. Esta rutina de venir al bar después del trabajo es tan habitual que ni cinco cervezas del tirón nos afectan como deberían.
—Estás empanado, ni siquiera has mirado a Jane, ¿has visto el escote que trae hoy? Te ha puesto las tetas en la cara y nada. ¿Qué te pasa? Llevas días raro.
Considero a Finch mi mejor amigo, se toma las cosas serias enserio y las tonterías a broma. Y que Jane me ponga las tetas en la cara es una mala broma. Tuvimos lo que tuvimos en el instituto y durante el siguiente año ya sólo follábamos, nada de salidas ni de que viniera a cenar a casa. Dejamos de ser populares que era lo único que teníamos en común.
—Ya lo sé, tío. Es que...
—¿Es por esa tía a la que le vas a arreglar el coche gratis?
—Sí.
—¿Y es porque piensas en tu hermano?
—En parte, sí.
Yo estaba medio bien antes de verla, con mis cargos de conciencia y esas cosas pero sin el peso tan grande de ser consciente de las consecuencias de mis actos. Nunca he pedido perdón. Nunca he sentido que fuera tan necesario hasta ahora.
—Pídele perdón, no puede ser tan difícil. Ahora no eres tan capullo, de echo, eres uno de los mejores tíos que conozco. —Sé que Finch lo dice enserio, pero no conoce a muchas más personas como tampoco me conocía a mi cuando hacía las gamberradas de idiota—. Eso de ayudar a una drogadicta el mes pasado todavía me tiene loco.
De vez en cuando hago mis buenas acciones.
Unas horas después ya estoy de vuelta en casa y solo ronda mi madre por ahí con una copa de vino en la mano. Son las siete de la tarde. No me molesto en decirle nada. Normalmente en casa cada uno va a su bola, solo estuvimos unidos cuando decidieron cambiar a Denver de instituto hará cosa de un año. Fue el único momento en el que se preocuparon como padres y yo cómo hermano; la diferencia es que ellos se relajaron una vez todo se solucionó y yo aún pienso en ello. Cada día.
Cuando vuelve de los entrenamientos de fútbol se pasa por mi altillo. Suelta la mochila por el suelo junto a una máquina recreativa del Street Fighter que tengo y se pone a jugar.
—¿Qué tal? —Cada vez le pregunto me preocupo por su respuesta.
Siempre es la misma:
—Guay. Tengo partido el viernes por la noche, ¿estarás?
—Sí, claro.
Levanto el libro para seguir leyendo pero con Denver aquí arriba apretando botones como loco no puedo juntar más de un párrafo. Me gusta el silencio, lo disfruto demasiado.
—¿Ha pasado Maya por el taller? —pregunta—. ¿Le has vuelto a pedir perdón?
—No ha servido de nada. ¿Por qué no la conocías de antes?
—¿Eh? —duda. Sigue aporreando botones—. Oh. No vive aquí. Mary me contó que está viviendo en Seattle por la universidad.
Asiento. No hago mucho con esa información.
—¿Crees que arreglándola el coche gratis hago algo?
Se ríe.
—Sí, arreglarla el coche gratis. Pensaba que eras más lanzado con las chicas, se te dan bien.
Sí, las chicas, los coches y el fútbol se me dan bien. Soy típico. Un hombre básico. Puede que por eso no esté llegando lejos en la vida. No he tenido metas. Y no voy a decirle a mi hermano que intenté ligar con Maya sin saber que era ella.
—¿A ti te servirían unas disculpas?
No me gusta hablar de esto con él. A Denver tampoco.
—No quiero hablar de esto —dice.
Así que le dejo tranquilo jugando a la maquinita hasta que se aburre. Cuando vuelvo a estar solo puedo empujar la ventana redonda del altillo lo suficiente como para que el aire frío entre y se lleve el olor al porro que me enciendo.
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Mi vida no es interesante y por eso tengo tiempo para pensar. Sé lo que hice, lo mucho que incordiaba a la gente, pero también sé lo que no hice. Y me parece injusto cargar con lo mío y lo de otros.
El miércoles saco su teléfono de su registro en el taller; no me contesta las dos veces que intento contactarla y tampoco devuelve la llamada. Está diluviando y sé que ha estado haciendo de taxi para Denver y su hermana, por eso me sorprende un poco que me llamen a mi para ir a buscarlos.
—Tengo que irme.
Finch resopla pero se termina la cerveza de un trago. Del bar a taller no hay más de dos calles, le llevo en coche a que recoja el suyo y cada uno por su lado. Son las seis de la tarde, seis y media cuando llego al instituto y dos quinceañeros corren bajo sus mochilas hasta lanzarse a los asientos traseros de mi coche. Me escuece un poco que mojen la tapicería de cuero pero no digo nada.
—Gracias por venir —dice mi hermano.
Por el retrovisor veo a su novia, casi nunca me habla.
—Hola, Mary. Pensaba que tu hermana os estaba acercando a casa.
Se sacude el pelo mojado de la cara y me mira. Me reta con la mirada.
—Está haciendo cosas —responde sin más.
Visto lo visto decido mejor no preguntarle si puedo saber dónde encontrarla. La dejo en su casa y Denver se queda con ella.
—Me quedo a cenar.
—Vale, llámame para que venga a buscarte.
Me palmea el hombro y desliza por los asientos restregando más lo mojado. Le tengo envidia porque a parte de ser feliz a él le acogen en una casa tranquila para pasar algunas horas al día. Mary le hace bien y si a su hermana le debo el pedir perdón, a ella le debo dar las gracias por hacer feliz a mi hermano y sacarlo de casa.
Arranco el coche, mi idea principal es volver a llamar a Finch para beber cervezas otra vez o bien podría encerrarme en mi cuarto a fumar y leer un rato. Mientras me debato en qué hacer o no, doy vueltas con el coche, sigue lloviendo sin parar.
Entonces la encuentro. La lluvia le ha hecho refugiarse en una parada de autobús y apenas la veo.
—¡Maya! Sube.
No sé si tiembla o si niega con la cabeza.
—¡Venga ya! Te acerco a casa. No va a parar de llover en toda la noche y estás esperando un autobús que va en dirección contraria.
Lo duda, se levanta del banco metálico y ojea la ruta plastificada.
—Joder —escucho que dice—. Llamaré a un taxi. —Vuelve a decir—: Joder.
A sabiendas de que se me va a calar el coche, estiro el brazo y abro la puerta.
—Sube.
Se sienta de copiloto y subo la calefacción. El pelo oscuro se le pega a la cara, se lo aparta y resopla, cuando lo hace le tiemblan los mofletes.
—Llévame a casa, por favor.
—¿Voy a poder hablar ahora?
Mira hacia la ventana. Aun empapada de lluvia sigue oliendo a fresas.
—Estoy teniendo un día de m****a, Alex, no lo empeores.
—Solo quiero pedirte perdón una y otra vez, Maya. No soy el mismo gilipollas de antes y de verdad que me arrepiento, no te haces una idea de cuanto. Perdón.
La escucho suspirar, su abrigo de plumas sube y baja con su pecho. Le he visto el escote: tiene buenas tetas. ¿Y por qué coño estoy pensando en esto ahora?
—¿Tienes hierba? —Como si no me hubiera enterado, repite—: María o lo que sea...
No giro en ninguna parte, sigo recto hasta las afueras de la ciudad dónde conozco un sitio. Me rebusco en el bolsillo del abrigo y le doy mi cajetilla.
—Los más oscuros son porros.
—Ya, ya sé cómo son.
MAYAComo puedo saco el teléfono de mi bolso. Las cosas dentro están un poco mojadas pero gracias a Dios he metido mis papeles en una carpeta de plástico. Intento encender el móvil. Nada. Rebusco el mechero.—¿Te importa?Sacude la cabeza de lado a lado. Él está seco, sé que ha ido a recoger a Mary y Denver del instituto y por la hora que es seguramente venga de dejarlos en casa.Me mira, es de noche pero las luces de las farolas en la calle le alumbran la cara y le forman sombras de cansancio. Desde que he llegado, cada vez que lo veo me recuerda a un Goldern Retriever más que al perro de raza peligrosa que era antes. Y no sé si me he subido en su coche por eso, o porque llevaba quince minutos en una parada de autobús sin batería en el móvil y con el ánimo por los suelos. Hoy ha sido el primer día en mucho tiempo que recuerdo a mi padre tan vivo haciendo algo tan contradictorio a como firmar papeles de una herencia por su muerte.—¿Quieres hablar de tu día de mierda? —me pregunta.—¿
ALEX—Joder, pues está buena que te cagas. —Finch sabe bien lo que dice—. Raro me parece que no te la estés intentando follar.—Lo intenté en la reunión de antiguos alumnos de la semana pasada. Me mandó muy a la mierda.Se descojona y vuelve a meter la cabeza en el motor de la furgoneta.—Te ha perdonado que era lo que querías, ¿no?Sí, y he dormido extrañamente bien. Compartir un rato con ella me sentó bien. Me perdonó. Es un gran desquite, como si respirara mejor ahora.—Sí. Aunque no sé, tío, es raro.—¿En qué sentido?—En el sentido de que quiero follarla.Vuelve a reírse pero a mi eso no me soluciona nada. Hasta para pedirle perdón ha sido raro. Ha sido como pedírselo a una persona que ya no existe. Esta chica, Maya, no es la Bellotas a la que miraba por encima del hombro.—Yo también, así que no es raro.Resoplo. Sigo trabajando. Durante un rato que vuelve a llover nos cogemos un descanso sentados en unas pilas de cajas y ruedas desgastadas que son para tirar. Tengo un mensaje d
MAYADecir que estar aquí entre adolescentes no me tiene algo inquieta sería mentir. Me siento como si viviera una experiencia que ya no me pertenece. Voy a partidos de fútbol de la universidad con Anna y me lo paso bien, pero aquí no tengo amigos y luego voy a tener que llevar a la parejita a una fiesta. Mi madre le ha dado permiso a Mary hasta la una así que supongo que me tocará estar despierta hasta esa hora para recogerla. No es que tenga otro plan mejor.—¡Ahí está! —grita. Para mi sorpresa no ha traído una pancarta que diga: "Te quiero Denver"—. ¡Vamos Denver!Me río porque se la ve divertida dando brincos. Temo que de la emoción se caiga por la barandilla. Estoy tentada a sujetarla por el abrigo, sin embargo, cuando estiro la mano alguien me roza. Giro la cabeza y Alex se está colocando en la grada de atrás. Está tan alto que sus ojos dan con los míos mientras se rebusca en los bolsillos. ¿Qué hace aquí? ¿Suele acompañar a Mary y ella no me lo ha dicho? No, es una estupidez, e
ALEXEstá acojonada y no necesito que siga clavándome las uñas en la mano para saberlo. Se le ve en la cara. Mira todo como si fuera su primera vez en una fiesta; me pregunto si es así. La llevo a través de la gente, apartando borrachos y la escucho mascullar cada vez que alguien la pisa o se choca con ella. Intenta tirar de mi para ir hacia el camello de Antón cuando lo pasamos por delante, yo no la suelto. Subo las escaleras y empujo la puerta de la última habitación. Me la conozco muy bien, diría que casi todos los fines de semana me encuentro en este cuarto, en esta cama, con una chica diferente.—¿Por qué me traes aquí?Cuando la miro ya no tengo su mano en la mía y ha cogido distancia. Ya veo que me ha perdonado pero no mucho.—Vamos a fumar. Es a lo que has venido, ¿no?Si yo camino hacia el lado derecho de la cama, ella va por el izquierdo. La habitación no tiene mucho que admirar así que vuelve a mirarme. Abro el cajón de la mesilla de noche, es dónde siempre encuentro la hie
MAYALe quito la camiseta, no sé dónde cae y tampoco me importa. Tengo la cabeza hecha un lío. Alex me rodea con sus brazos, los notó fuertes sujetándome sobre él mientras nos restregamos como animales. Siento el calor de sus manos deslizarse desde mi culo hasta el enganche de mi sujetador. Lo pellizca y me lo saco a tirones del cuerpo como el resto de la ropa. Alex tiene las manos grandes, me abarcan casi los pechos enteros para llevárselos a la boca. Yo solo puedo revolcarme de placer aquí, sentada sobre él, sintiendo como el calor me recorre desde la punta de los pies hasta las mejillas. Su lengua rodea mis pezones de uno a uno, me devora mientras le desabrocho los pantalones. Está tan duro que lo escucho jadear cuando le rozo.Todo va demasiado rápido.Sus labios vuelven a mi boca y solo dejamos de besarnos para quitarnos el resto de ropa. Tengo un par de segundos para pensar cuando se estira por la cama para llegar a la mesilla de noche y sacar un preservativo. Sin embargo no pie
MAYA—¿Has visto la hora que es? —refunfuña Maya metiéndose de copiloto—. Mamá me va a regañar.—Mamá lleva dormida horas. ¿No viene Denver?—No, a él le dejan mucho más tiempo. —Me mira raro porque pocas veces me muerdo las uñas—. Hueles a haber fumado.Arranco, por la posibilidad de que Alex venga ahora mismo a buscar a su hermano.—¿Y su mochila?—Se la daré mañana, cuando sea. ¿Has fumado?—Ya sabes que lo hago. Sé que has hurgado en mi maleta.—Solo te he cogido una camiseta. No es que te has esforzado mucho por ocultarla.—No se lo digas a mamá.Sé que Mary no se lo dirá porque no le importa mucho lo que hago. Aunque no es en lo que pienso ni lo que más me preocupa el resto del fin de semana.---En lo que llega el domingo por la mañana recibo unos cuantos mensajes de Alex queriendo hablar conmigo que yo no respondo. Para el sábado por la noche ya no insiste y el recuento de mensajes suman cuatro. Lo paso todo por alto. El domingo por la mañana cojo el coche rezando porque no me
LEXCuando me despierto es tarde, pero eso no importa porque no es cómo si le importara a nadie. Cuando arrastro los pies a la cocina Denver tiene la cabeza metida en un bol de cereales de colores y en su teléfono porque será mejor que intentar establecer una conversación con la rubia que hay sentada a dos sillas de distancia.—Buenos días, Alex.—Hola, Gloria.Gloria es más mi madre que mi propia madre. Lleva trabajando en esta casa desde que nací porque claramente iban a necesitar a alguien que me cuidara. Hoy en día Gloria hace otras tareas: cocina, limpia, y aguanta las borracheras de mi madre.Me siento en la silla frente a Denver y Gloria deja un plato con gofres en mis narices. Todavía no le ha puesto nada delante a la tía rubia y la entiendo. Empujo el plato hacia ella.—Para ti —digo. No tengo hambre, he dormido como la mierda y no voy a desperdiciar algo que ha hecho Gloria.—Gracias.La he visto pocas veces caminar por los pasillos en sus idas y venidas. Es jodidamente guap
MAYA—Bah, pasa de él. ¿Se te olvida lo que te hizo? —me aconseja Anna agarrando rebanadas de pizza de la cafetería como si la vida le fuera en ello.No me puedo creer que anoche me dedicara a cotillearlo en redes y soltar > por ahí. Mirando lo mejor es que por lo menos no comenté nada.—Ahora solo puedo pensar en la mala idea que fue beber tanto anoche. Y mi madre ya me está insistiendo para saber a que hora voy a llegar.Las dos nos arrastramos a una mesa vacía que no es difícil de encontrar. La gente ya lleva días saliendo del campus para ir a pasar las vacaciones en familia. Hoy quedamos los últimos.—Y yo tengo que coger un vuelo, me va a dar algo.Llevo a Anna en el aeropuerto antes de emprender camino. Para cuando llego al cartel de: OREGÓN 5km, ya ha pasado la hora de comer. Voy más lento. Aquí ha nevado y era lo que me faltaba, por lo menos Mary me ha dicho que ha quitado la nieve de la entrada y puedo dejar el coche encajado.Hago el intento de buscar las llaves