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MAYA

—¿Y así es cómo vas a superar tu pasado? —la risa de Anna es casi contagiosa si no se riera de mi—. Quiero decir, que vas a estar allí sólo una semana, habla con el chico y te quedas a gusto insultándolo. No lo puedes esquivar. Tu hermana se está besuqueando con su hermano.

Arrugo la nariz.

—Estoy tranquila.

—Si, porque he visto que te has llevado las maría. ¡Ni para dos porros me has dejado!

—La iba a necesitar.

No fumo en exceso, pero me viene bien para relajarme. Anna fumaba habitualmente cuando empezamos a compartir habitación el primer año de universidad y es un hábito que ahora compartimos. Durante ese año me sirvió para pensar menos, relajarme y no ir temblando por el campus esperando que me empujaran.

—¡Maya! —.Tiro el cigarro al suelo y sacudo el humo antes de que mi madre salga al jardín. Hace tanto frío que no sé cómo no sospecha de lo que hago aquí fuera—. Tengo al abogado al teléfono, quiere hablar contigo.

Cuelgo a Anna y me rocío con el pequeño bote de colonia que siempre llevo encima. Mi madre no comenta nada así que yo me hago la normal mientras hablo por teléfono con el abogado.

Mi padre estaba muy enfermo antes de fallecer, dejó un testamento y herencia para cuando Mary y yo fuéramos mayores. Cumplí veintiuno a principios de año y he postergado este momento hasta ahora. Voy a necesitar el dinero y quiero darle algo a mi madre para que pueda terminar de pagar algunas deudas.

Devuelvo el teléfono a mi madre y me mira impaciente.

—Dice que puedo pasarme por su despacho el miércoles —digo.

Durante el resto del día no me atrevo mucho a salir de casa yo sola y Mary se ha ido con Denver y sus amigos así que ayudo a mi madre con cualquier tontería. Le cuento de mis planes para cuando el año que viene me gradúe: Anna y yo vamos a vivir juntas, voy a intentar conseguir trabajo estable y me quedaré en Seattle.

—¿Y qué te han dicho del coche? Deberías comprarte uno cuando tengas el dinero.

Sí, debería. Sin embargo al hablar de mi coche solo puedo pensar en el tipo alto y tonto que había en el taller y en el por qué alguien como Alex estaría trabajando en un taller de coches de barrio.

—Alex estaba allí. —Ya tiene mala cara, sé que odia su nombre y a él—. Me lo va a mirar gratis.

—No quiero nada gratis de ese.

—¿Tú sabías que trabaja allí?

—No. Lo único que me interesa de esa familia es Denver. Es un buen muchacho y quiere a tu hermana así que él siempre será bienvenido.

Vale, lo pillo: no quiere hablar de Alex.

---

Por la mañana es lunes y Mary me espera con la mochila del instituto a los hombros.

—Tienes que llevarme al instituto, y hay que pasar por Denver.

Me froto los ojos y azoto mi teléfono sobre la mesilla de noche. ¡Las siete de la mañana! Su pelo liso se azota sobre la mochila cuando da la vuelta.

—Hay que salir en veinte minutos, ¡date prisa!

En veinte minutos no hago mucho con mi cara, no me da tiempo a ponerme las lentillas así que cojo mis gafas cuadradas y me peino con los dedos mientras salto como puedo dentro de unos vaqueros. He bajado mucho de peso: tengo estrías y las caderas anchas pero el culo algo blandengue. Tengo el pecho grande, lo suficiente como para tener que ajustarme el sujetador tan fuerte que me corta la circulación en los hombros y si bajo las escaleras sin usarlo me duelen las tetas al rebotar. Y me siento mal conmigo misma cuando no hago ejercicio durante un par de días.

—¿Puedo por lo menos tomarme un café? —¿por qué le estoy suplicando a la mocosa?.

Mira la hora en su teléfono.

—Para llevar, te lo metes en ese vaso de plástico del Starbucks que hay por ahí. Denver nos espera.

Si nos ponemos a discutir ninguna llegará a lo suyo.

—¿Mamá no ha usado el coche para irse a trabajar? —pregunto mientras lo arranco, así que es una pregunta tonta.

Este coche es otra chatarra, está para tirar si lo comparo con los coches que se ven en la calle de la familia Peyffer. Viven en un barrio de casas grandes, limpias y con jardines tan bien cuidados que podría dormir ahí una noche. Nunca he estado aquí, Mary me indica desde los asientos traseros dónde debo parar.

La casa de los Peyffer es grande, parece tener dos plantas y un altillo que se asoma por la ventana redonda bajo el tejado. La pintura blanca de la fachada sigue siendo blanca y el tejado azul oscuro (casi negro) combina con los marcos de las ventanas y la puerta de la entrada bajo un tejadillo arqueado. Además, el jardín delantero está tan bien cuidado que solo puedo imaginar lo bonita que será la casa por dentro.

Freno justo delante del camino de cemento blanquecino que lleva hasta la entrada. Denver sale apresurado y se tira tan en plancha a los asientos traseros que el vaso de plástico en el que llevo el café se tambalea en el posa-vasos.

—Hola —exhala.

Miro al frente conduciendo pero escucho como se besan. Hablan de cosas del instituto, de que una tal Tammy se ha besado con un amigo de Denver y de un examen que tienen pronto. Los dejo en la entrada del instituto.

—Oye, Maya —Dever se inclina entre los asientos antes de salir y se queda un segundo en silencio, creo que por verme por las gafas—. Te quedan guay —dice. Yo no le creo. Y luego—: Mi hermano me ha dicho que te diga que te pases por el taller. Algo de tu coche.

Lo apunto mentalmente, sin embargo, no pienso en que volver al taller supone ver a Alex hasta que me pongo en rumbo. Anna me animaría a hablar con él, porque si lo hago puede que lo mucho que me pesa lo que me hicieron desaparezca. Un punto y final. Yo no estoy tan segura de que eso sea lo que necesito. Me he arrepentido. ¿Qué creía que iba a pasar por ir a esa tonta reunión? No hice mucho y no duré ni una hora entera allí. Y sé qué es lo que más odié: que me miraran.

Dejo el coche en casa, en el garaje, y me cambio las gafas por las lentillas antes de enfundarme en el abrigo y en una bufanda para ir dando un paseo hasta el taller. Dejé ayer el coche, no sé que ha podido conseguir en un día. Pero hoy es lunes, quizás Alex no está y solo trabaja los fines de semana. Quizás no tengo que afrontarlo hoy ni fingir que su presencia no me hace temblar. Sigo algo más relajada hasta que empujo la puerta del taller y ahí está. Se levanta tan rápido de la silla que se tropieza con algo y unos papeles se le revuelven sobre el escritorio.

¿Qué hace aquí un lunes a estas horas?

—Me ha dicho Denver que viniera —digo.

—Eh... Sí. Miré ayer tu coche.

Parece mentira que este chico sea el mismo que me hacía la vida imposible en el instituto. El otro día en la reunión intentó ligar conmigo, ¿y ahora de qué va?

—Vale, ¿y?

—Tengo que pedir unas piezas, necesito que firmes unos papeles para eso.

Espera.

—¿Piezas? —Me acerco al mostrador viendo los papeles que deja—. ¿Por qué?

—Porque tienes quemadas unas gomas del motor, las que tienes no te van a durar ni media hora en carretera.

—Joder —musito—. ¿Y van a tardar mucho?

—Depende, ¿tienes prisa?

—Algo. Como para la semana que viene.

Me mira, solo nos separa el mostrador y cómo es más alto que yo veo como aprieta la mandíbula. Parece pensar algo.

—Ya no vives aquí, ¿verdad?

—No te importa.

—Oye, de verdad que siento lo hijo de puta que fui en el instituto —ha bajado la voz. Le avergüenza hablar de esto tanto a como a mi me avergüenza recordarlo—. Joder, lo siento muchísimo, en serio. Arreglaré tu coche lo antes que pueda, corre por mi cuenta.

—No necesito que intentes redimirte de tus cagadas conmigo.

Aprieta los labios. Yo cojo el bolígrafo y firmo los papeles. Tampoco sé por qué estoy siendo tan dura cuando no me viene nada mal que haga esto por altruismo gratuito.

—No me redimo. Sé qué fui un gilipollas y que eso de intimidarte por los pasillos y quitarte los deberes era de niñato inmaduro.

¿Él sólo recuerda eso? ¿Tan pocas cosas de todo lo que me hizo?

—¿Y qué hay de lo de encerrarme en el cuarto de la limpieza? Y mojarme los deberes, y ponerme sobrenombres estúpidos... Hay tantas cosas y no se me olvida ni una, Alex. —Ver cómo mis palabras le afectan tampoco me hace sentir mejor, ¿por qué? Porque puede que no le desee sentirse como yo me sentí, porque no soy mala—. Arreglarme el coche gratis al final no me parece tan malo.

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