19.

Tal vez era un instinto, supongo, lo que me llevó a agacharme y tomar una rama que tenía cercana. Pero era una idiota. ¿Cómo se suponía que aquello podría salvarme contra un lobo de dos metros de altura, que podía desgarrar barras de hierro si quisiera con sus fauces?

Con fuerza, tomé la rama.

Entonces Mael comenzó a avanzar hacia mí. El viento sopló y su pelaje fue acariciado con la brisa, derribando los copos de nieve que habían aterrizado sobre él. Cuando estaba a unos tres o cuatro metros de mí, extendí mi vara hacia él, como si fuese una espada.

— ¿Así es como va a terminar todo? — pregunté — . ¿Así es como va a terminar el cariño que un día dijiste tenerme?

Eso lo hizo detenerse.

Regresó a su forma humana y me miró a los ojos. Su cabello castaño, despeinado por la transformación, su cuerpo desnudo brillando con la luz que se reflejaba en la nieve.

— ¿Por qué piensas que ese cariño ya se desvaneció? — me dijo.

Pero apretaba con fuerza los puños, a pesar de que sus palabras y su
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