Cuando estaba en el palacio, el abrigo me parecía que conservaba muy bien el calor, pero afuera, en la tormenta eterna, pude notar todo lo contrario. Era tan intenso aquel frío que mis dientes comenzaron a castañetear solo una hora después. A pesar de que el cuerpo del Alfa despedía bastante calor corporal, yo comenzaba a sentir que los dedos entumecidos ya no eran lo suficientemente fuertes como para aferrarme a su blanco pelaje.Artemisa volteó a mirar hacia atrás. — ¿Estás bien? — me preguntó. Apenas pude oírla con el viento golpeando nuestros rostros, pero asentí. — Sí, estoy bien — le dije.De reojo pude ver el lobo de Valentín, pero no quise mirarlo. Ni siquiera cuando me levanté en la mañana y lo vi afuera quise verlo a la cara. ¿Era eso lo que pretendía? ¿Acaso estaba coqueteando conmigo?Él había sido muy claro. Habló sobre las parejas destinadas, y también Bastian me había hablado sobre que algún día yo gobernaría Flagela. Apreté con fuerza el pelaje del Alfa. ¿Acaso lo es
— Tendrá que pasar por encima de mi cadáver el que quiera la cabeza de mi hija — repitió Bastián.Pude notar cómo todos se tensaron al momento, cómo la atmósfera se hizo tan espesa que, casi literalmente, los copos de nieve se detuvieron en el aire. Todos guardamos silencio. Entonces mi madre — o la que alguna vez creí que era mi madre — levantó su afilado dedo hacia mí, señalándome. — Quiero que traigan su cabeza — ordenó con un tono de voz firme que no daba espacio a la negativa.Y entonces vi cómo Mael levantó la cabeza, como si esperara una orden, pero los lobos que saltaron hacia el frente no alcanzaron a escucharla. Todos se transformaron en ese momento. Pude escuchar cómo los huesos crujían, cómo el sonido de las telas al rasgarse llenó el aire. Una mano fuerte se afianzó a mi muñeca y me tiró hacia atrás. Era Artemisa, que me guiaba para protegerme de la batalla. Ambos alfas transformados se lanzaron uno frente a otro. Pude ver cómo la pelea se formó. Pude ver cómo blancos pe
Tal vez era un instinto, supongo, lo que me llevó a agacharme y tomar una rama que tenía cercana. Pero era una idiota. ¿Cómo se suponía que aquello podría salvarme contra un lobo de dos metros de altura, que podía desgarrar barras de hierro si quisiera con sus fauces?Con fuerza, tomé la rama.Entonces Mael comenzó a avanzar hacia mí. El viento sopló y su pelaje fue acariciado con la brisa, derribando los copos de nieve que habían aterrizado sobre él. Cuando estaba a unos tres o cuatro metros de mí, extendí mi vara hacia él, como si fuese una espada. — ¿Así es como va a terminar todo? — pregunté — . ¿Así es como va a terminar el cariño que un día dijiste tenerme?Eso lo hizo detenerse.Regresó a su forma humana y me miró a los ojos. Su cabello castaño, despeinado por la transformación, su cuerpo desnudo brillando con la luz que se reflejaba en la nieve. — ¿Por qué piensas que ese cariño ya se desvaneció? — me dijo.Pero apretaba con fuerza los puños, a pesar de que sus palabras y su
Caí al suelo, en medio de la nieve. Qué amor, te comenté. El viento levantó una capa de nieve que cayó sobre nosotros mientras los dos hombres se cernían uno sobre el otro, peleando. Tuve miedo. Ambos cuerpos chocaron. Me sorprendió que de inmediato no se transformaran. Pelearon como humanos, desnudos, uno sobre el otro. — ¡No te la vas a llevar! — le gritó Valentín.Mael le dio una patada en el estómago que lo lanzó un par de metros atrás, y ambos se pusieron de pie, uno frente al otro. Yo, casi en medio de los dos. — Tampoco voy a permitir que se la lleven ustedes, para que la sigan usando y manipulando como lo están haciendo. ¿Acaso crees que ella está en el cielo como para dejarse manipular? Ella está con nosotros porque quiere. — No importa — dijo Mael, apretando los puños — . Si te la vas a llevar, vas a tener que pasar por encima de mi cadáver.Valentín lo observó fijamente. Sus ojos claros se oscurecieron por la rabia que llenaba su cuerpo en ese momento. — Lo mismo te dig
Tuve un sueño tranquilo, espeso y profundo. Fue extraño porque no tuve ningún tipo de pesadilla, ningún sueño, pero tampoco estuve completo y absolutamente sumergida en la inconsciencia. Sabía que estaba ahí, flotando en una especie de limbo sin encontrarme. Cuando al fin comencé a recuperar la conciencia, antes de abrir los ojos, lo primero que vino a mí fue aquel pensamiento oscuro: — Los maté — dije — . Cuando el poder del hielo escapó de mí, pude ver cómo la onda los alcanzó... a Valentín y a Ismael. Los había matado. Así como había matado a los cazadores. Ahora sus cuerpos congelados yacían a un metro de donde había enterrado el cuerpo congelado de mi amiga. A ese lugar donde había pasado tantas horas alegres... aquella cabaña ahora se convertía en una maldición de muerte. Ya no podía recordar los buenos momentos porque se congelaron ahí, porque los iba a asociar con aquellas muertes, con aquel dolor. Cuando abrí los ojos, era de día, pero era imposible distinguir qué hora er
La verdad no quería hablar con él. A pesar de que siempre había sido amable conmigo y de que, en efecto, tal vez era mi padre, yo sabía de qué hablaría. El mechón de cabello que ahora cubría mi cabeza era más grande y notorio. Y Sirius, previendo que tal vez era lo que yo pensaba, sacó de uno de los cajones — que habían llenado con ropa para mí — un pequeño gorrito que me entregó. Me hizo sentir un poco más cómoda poder cubrir mi cabello. Aparte, el frío que entraba por las ventanas de los pasillos no era precisamente muy agradable. Tampoco lo era hacia el salón del trono. Cuando abrí la puerta, el Alfa inmediatamente no estaba en el pedestal del centro, como la vez pasada que hablamos. Estaba en la ventana al fondo, una ventana enorme que había visto pero que yo pensaba tenía una vista a la tormenta eterna. También era por el salón; las botas de cuero resonaban mientras caminaba. Cuando el emisario señaló mi ropa, supe que Sirius sería un buen compañero. — Te queda bien — le dije
Por alguna extraña razón, me sentí muy feliz de ver a Valentín. Me había asustado bastante el hecho de que tal vez lo hubiera matado, y aunque Sirius me dijo que estaba vivo, no me sentí tan tranquila hasta que lo vi entrar por la puerta. Cuando llegó conmigo, le di un corto abrazo. — ¡Qué bueno que estés bien! Él sonrió. Luego, la mirada de Bastian y la suya se cruzaron. No tenía que ser una bruja ni tener sangre de ningún tipo para darme cuenta de que tramaban algo. Ambos sonrieron, y Valentín me tendió el brazo. — Bien, vamos. Te llevaré con Ariadna. Es mejor que me acompañes porque esa mujer me da miedo — dijo el Alfa antes de retirarse conmigo colgando del brazo. Yo le di una última mirada al Alfa, y él asintió con calidez. Y yo le sonreí de vuelta. Cuando salimos, Sirius nos estaba esperando afuera. — Esta vez voy con ustedes — sentenció el joven. Valentín le dio una fiera mirada, pero el muchacho se encogió de hombros. — Dejaste de ser mi maestro hace como cinco año
Los tres nos quedamos prácticamente paralizados en la entrada de la puerta. La mujer nos observó uno a uno. — ¿Se van a quedar ahí parados todo el día o van a entrar? — dijo después de un gemido. Entró a la casa y Sirius fue el primero en entrar. Lo primero que percibí al cruzar el umbral de la puerta fue el olor a incienso y canela, algo que me extrañó. La casa estaba bien ordenada, aunque no era extraño que hubiera cosas esotéricas en el lugar: atrapasueños, imágenes un poco demoníacas colgando de los cuadros en las paredes. Pero al fin de cuentas, no parecía una casa tan "de bruja". Supongo que mi pensamiento fue muy prejuicioso. Pero Ariadna tampoco parecía ser una mujer de ese estilo. Era escalofriantemente joven para lo que yo me había imaginado. Fácilmente podrías pensar que tenía unos 40 años pero aparentaba al menos 30. Se veía aseada y limpia, con unos vibrantes ojos verdes como esmeraldas. Pero me extrañó no ver su cabello blanco como la mayoría de la gente de la manada