El abogado se retiró dejando a una Adeline a punto de escupir fuego por la boca. Se sentía al borde de una combustión. Inmediatamente, tomó el teléfono de su oficina y marcó el número de su hermano.—Gustavo —saludó con los dientes apretados, incapaz de contener todos los sentimientos negativos que la estaban atravesando. —Iré por un poco de agua —dijo Georgia al ver su estado alterado. La asistente se retiró y Adeline respiró profundamente, mientras escuchaba el saludo de su hermano.—¿Qué pasa, Adeline? No te escuchas en buen estado —notó él de inmediato. —Es que no lo estoy Gustavo —decidió ir al grano—. Ha venido un abogado a traerme una citación. Lo que nos temíamos está pasando. Humberto demandó la custodia de los niños. ¡No puedo permitir que me los quité! —lloró de rabia e impotencia.—No te los quitará, Adeline. Ya te lo dije —la seguridad en la voz de su hermano, ayudó a regular un poco su respiración. Adeline se calmó, mientras escuchaba el plan de Gustavo. —¿Y crees
De una patada fue rota la puerta de entrada de la casa, haciendo que la persona en el interior se sobresaltara por completo. —Muy audaz de tu parte —dijo Gustavo antes de dar una profunda calada a su cigarrillo.Sus hombres rodearon la guarida de Humberto, la cual no era otra que una casucha en muy mal estado. Había latas, residuos de comidas, y parecía que no habían pasado un plumero desde hacía más de un siglo.—¿Y aquí es donde piensas traer a los niños?—no pudo ocultar su sarcasmo.El hombre había quedado en la quiebra absoluta, ya que se había encargado personalmente de eso.—Pues eso dependerá de lo que tengas para ofrecerme —contestó Humberto con descaro. Estaba haciendo todo este show por dinero y ni siquiera le daba vergüenza revelarlo.—Me preguntó cómo es que conseguiste el dinero para pagarle a ese abogado. —Tengo mis métodos.—¿Y cuáles son esos? Dímelos para encargarme de desaparecerlos. Sabes que tengo el poder suficiente para borrarte de la faz de la tierra —la voz d
Adeline se sentía ansiosa ante la demanda de custodia impuesta por Humberto. No lograba conciliar el sueño, debido a que cada vez que cerraba los ojos las pesadillas la alcanzaban, atrayéndola a un estado de constante zozobra. En todos esos sueños indeseados, la sonrisa maliciosa de Humberto era lo que más destacaba. Sus hijos corrían a los brazos del hombre, mientras ni siquiera volteaban a verla una última vez. Lo peor de todo era el veredicto del juez, quien ordenaba que no podía volver a acercarse a sus pequeños. —No lo permitiré —se encontraba diciendo cada vez que despertaba con la piel empapada y el corazón latiendo como loco.Pero no era esa la única razón de su insomnio, también estaba Anthony y su boda de ensueño. Los comentarios sobre el matrimonio le llegaban de todas partes como abominables bombardeos de los que no podía refugiarse. Se había jurado que no permitiría que eso le afectara, que no les daría el gusto de verla decaída por un corazón roto, no ahora cuando la
El corazón de Adeline subía y bajaba en su pecho sin control, a medida que las manos de Mauricio presionaban su piel, intentando crear una atmósfera erótica, una que, lamentablemente, no parecía aparecer. «¿Por qué no me puedo relajar?», se preguntaba sin entender. Era una mujer adulta, no debería sentir esto como un trauma. Pero no dejaba de sentirse incómoda en su propia piel. Sabía que su figura no estaba precisamente en forma y no sabía que esperaba Mauricio encontrar debajo de sus ropas. —Mauricio, los niños pueden venir —se excusó tratando de sonar lo más convincente posible para no ofenderlo. Mauricio pareció captar la indirecta, porque se alejó de forma inmediata, sin embargo, no parecía nada contento. —¿Sabes qué pienso? —su voz se oscureció—. Que no son los niños lo que te preocupa, creo que hay otro motivo para tu rechazo.Adeline tragó saliva, procesando su ligero reclamo. No necesitaba ser muy inteligente para saber qué era lo que estaba insinuando. Por más que prome
La vida parecía retomar su ritmo tranquilo y monótono. Al principio pensó que el matrimonio de Anthony con Lorena la derrumbaría de forma irreparable, ya que su corazón le dolió durante semanas, pero ahora, que el tiempo iba pasando, se sentía como si estuviese renaciendo. Renacimiento, esa era una palabra con un gran y valioso significado. Renacer era como volver al capullo, como abrir las alas de nuevo a una nueva oportunidad. La oportunidad de estar con sus hijos sin la amenaza de Humberto, la oportunidad de intentarlo con un hombre maravilloso que le había ayudado a recuperar la confianza. Era cierto que no amaba a Mauricio, pero el amor no era el único motor capaz de mantener a flote una relación. Había más que eso, como: el compañerismo, la complicidad, la amistad, y todo eso, lo encontraba en él. Su novio. Habían pasado de los besos a las caricias indecentes. En esos momentos, siempre le decía que se veía hermosa, que su cuerpo lo traía como loco. A Adeline le costaba cre
—Anthony —susurró su nombre al escuchar su historia. Aquello no era algo que hubiese esperado—, creo que no tomaste la decisión correcta al casarte con Lorena, es evidente que su estado mental es inestable. Pero realmente no me gusta verte en este estado. Así que ven, usa mi baño. Anthony entró en el baño de su habitación y Adeline se sentó en la cama, escuchando el sonido de la regadera, mientras se debatía entre qué ropa darle para que usara. En su armario aún quedaban algunas camisetas de Humberto, al igual que unos pantalones cortos. Minutos después, el hombre salió envuelto en una toalla y la mirada de Adeline se quedó por un momento perdida en las gotas que chorreaban su pecho. Aquella situación encendió una alarma en su interior, una que le decía que esto no estaba bien. —Anthony, puedes usar esto—le extendió la ropa y salió de la habitación para darle espacio.Camino de un extremo a otro del pasillo, mientras pensaba en las consecuencias de todo esto. Si Mauricio se llegaba
Adeline desvío la mirada, mientras pensaba en una excusa para darle a Mauricio, evidentemente no podía decirle que su sonrisa se debía a la inesperada visita de Anthony en su casa. Decir eso sería como dar inicio a una guerra mundial, una catástrofe sin precedentes.—Es solo que tuve un buen sueño. Hacía tiempo que no dormía tanto—afortunadamente esa parte era cierta. Por lo general, se despertaba muy temprano en la mañana, así que le sorprendió pararse con tan poco tiempo para alistarse para ir al trabajo. Pero, al parecer, esa era otra de las consecuencias de la presencia de Anthony en su habitación. «No, no, no vayas por ahí, corazón», se reprendió. —¿Estás segura? —preguntó Mauricio, con una mirada que parecía dudar de su palabra.Al parecer había olvidado su presencia y se había sumergido tanto en sus pensamientos, al punto en el que estaba haciendo muecas, mientras su acompañante la observaba con atención. —Completamente segura. Vamos a almorzar—le tomó del brazo, mientras s
Decir que sentía miedo era minimizar el sentimiento, la realidad era que tenía terror. Mauricio acababa de transformarse en una persona diferente, sus ojos desquiciados y exigentes no dejaban de taladrarla por completo. —No te atrevas a mentir —su voz sonaba a pura amenaza. —Mauricio, por favor. Detente —habló Adeline tratando de buscar un punto de mediación. —¿Detenerme en qué? —ladró—. “Vayamos más despacio”, “no me siento preparada” —hizo una pésima imitación de su voz—. ¡Mentira! —gritó—. ¡Puras mentiras! ¡Eres una puta como todas las demás! A la acusación le siguió una cachetada que le hizo palpitar su cara. —Ahora, atrévete a negarlo—la jaló del cabello y la alzó antes de lanzarla al suelo de la habitación. Adeline gimió de dolor ante el maltrato, tenía deseos de gritar y de pedir ayuda, pero el miedo de que arremetiera en contra de sus hijos era más fuerte que su deseo de autopreservación. Necesitaba mantener alejado a este hombre endemoniado de su familia. Mauricio