La vida parecía retomar su ritmo tranquilo y monótono. Al principio pensó que el matrimonio de Anthony con Lorena la derrumbaría de forma irreparable, ya que su corazón le dolió durante semanas, pero ahora, que el tiempo iba pasando, se sentía como si estuviese renaciendo. Renacimiento, esa era una palabra con un gran y valioso significado. Renacer era como volver al capullo, como abrir las alas de nuevo a una nueva oportunidad. La oportunidad de estar con sus hijos sin la amenaza de Humberto, la oportunidad de intentarlo con un hombre maravilloso que le había ayudado a recuperar la confianza. Era cierto que no amaba a Mauricio, pero el amor no era el único motor capaz de mantener a flote una relación. Había más que eso, como: el compañerismo, la complicidad, la amistad, y todo eso, lo encontraba en él. Su novio. Habían pasado de los besos a las caricias indecentes. En esos momentos, siempre le decía que se veía hermosa, que su cuerpo lo traía como loco. A Adeline le costaba cre
—Anthony —susurró su nombre al escuchar su historia. Aquello no era algo que hubiese esperado—, creo que no tomaste la decisión correcta al casarte con Lorena, es evidente que su estado mental es inestable. Pero realmente no me gusta verte en este estado. Así que ven, usa mi baño. Anthony entró en el baño de su habitación y Adeline se sentó en la cama, escuchando el sonido de la regadera, mientras se debatía entre qué ropa darle para que usara. En su armario aún quedaban algunas camisetas de Humberto, al igual que unos pantalones cortos. Minutos después, el hombre salió envuelto en una toalla y la mirada de Adeline se quedó por un momento perdida en las gotas que chorreaban su pecho. Aquella situación encendió una alarma en su interior, una que le decía que esto no estaba bien. —Anthony, puedes usar esto—le extendió la ropa y salió de la habitación para darle espacio.Camino de un extremo a otro del pasillo, mientras pensaba en las consecuencias de todo esto. Si Mauricio se llegaba
Adeline desvío la mirada, mientras pensaba en una excusa para darle a Mauricio, evidentemente no podía decirle que su sonrisa se debía a la inesperada visita de Anthony en su casa. Decir eso sería como dar inicio a una guerra mundial, una catástrofe sin precedentes.—Es solo que tuve un buen sueño. Hacía tiempo que no dormía tanto—afortunadamente esa parte era cierta. Por lo general, se despertaba muy temprano en la mañana, así que le sorprendió pararse con tan poco tiempo para alistarse para ir al trabajo. Pero, al parecer, esa era otra de las consecuencias de la presencia de Anthony en su habitación. «No, no, no vayas por ahí, corazón», se reprendió. —¿Estás segura? —preguntó Mauricio, con una mirada que parecía dudar de su palabra.Al parecer había olvidado su presencia y se había sumergido tanto en sus pensamientos, al punto en el que estaba haciendo muecas, mientras su acompañante la observaba con atención. —Completamente segura. Vamos a almorzar—le tomó del brazo, mientras s
Decir que sentía miedo era minimizar el sentimiento, la realidad era que tenía terror. Mauricio acababa de transformarse en una persona diferente, sus ojos desquiciados y exigentes no dejaban de taladrarla por completo. —No te atrevas a mentir —su voz sonaba a pura amenaza. —Mauricio, por favor. Detente —habló Adeline tratando de buscar un punto de mediación. —¿Detenerme en qué? —ladró—. “Vayamos más despacio”, “no me siento preparada” —hizo una pésima imitación de su voz—. ¡Mentira! —gritó—. ¡Puras mentiras! ¡Eres una puta como todas las demás! A la acusación le siguió una cachetada que le hizo palpitar su cara. —Ahora, atrévete a negarlo—la jaló del cabello y la alzó antes de lanzarla al suelo de la habitación. Adeline gimió de dolor ante el maltrato, tenía deseos de gritar y de pedir ayuda, pero el miedo de que arremetiera en contra de sus hijos era más fuerte que su deseo de autopreservación. Necesitaba mantener alejado a este hombre endemoniado de su familia. Mauricio
La expresión en el rostro de Mauricio se tornó mucho más maquiavélica, al punto en el que Adeline intuyo que estaba tramando algo mucho peor.—Tu amante acaba de llegar—le sonrió de forma desquiciada—. ¿Qué dices? ¿Lo dejamos entrar? ¿O lo dejamos de espectador? —agregó con malicia.Adeline negó con miedo ante la posibilidad de violarla a la vista de Anthony. No, no quería eso, se negaba a la idea de que esta pesadilla continuara.—Vayamos al grano—rompió sus ropas y desabrochó su pantalón con suma agilidad. Los golpes en la ventana se intensificaron, mientras Mauricio buscaba completar su cometido como un animal. De repente, la silueta en el balcón desapareció, llevándose consigo toda la esperanza de Adeline, la cual no pudo hacer otra cosa que cerrar sus ojos y llorar sintiéndose desamparada. «Se acabó», pensó, un segundo antes, de que Mauricio hubiese sido apartado de su cuerpo con un puñetazo.Adeline se enderezó, mientras observaba con horror como Anthony propinaba un golpe t
Mauricio no tuvo más alternativa que enfrentarse a las autoridades. No solamente estaba acusado del intento de violación, sino también había otras agresiones físicas cometidas en contra de su exesposa, la cual aprovecho la oportunidad de denunciarlo. Adeline se encontró con la mujer afuera del juzgado. Era alta, delgada y muy hermosa. No pudo evitar recordar que esa misma mujer había estado también con Humberto. —Gracias por unirte al caso —le agradeció, dejando a un lado el sentimiento de rechazo que sentía por el simple hecho de haber sido una más en la lista de su exmarido. —Esto es algo que debí hacer hace mucho tiempo —habló ella, mostrándose arrepentida por no haber dado el paso antes—. Realmente no lo hice porque en aquel entonces pensé que me lo merecía, pero la realidad es que nadie merece ser maltratado. —Así es —le concedió la razón, al tiempo en que le regalaba una sonrisa. Adeline salió de ese lugar, sintiéndose conforme consigo misma. Estaba empezando a superar lo
—¡Caro! ¡Caro! Una niña entró corriendo en la sala, rodeando a la joven mujer en un apretado abrazo. —Detente, Sophie, ¿dónde están tus modales? —habló una voz masculina detrás de ellas. Carol se tensó, mientras sus ojos marrones se encontraban con los verdes de su ex jefe. —Señor Gustavo —susurro, sorprendida. La expresión del hombre se endureció, evaluando la escena con notorio desagrado. —Ya la viste, Sophie. Ahora, déjanos hablar en privado. —Papá, recuerda, lo prometiste—se acercó la niña corriendo a su padre, mientras parecía suplicarle algo con sus ojitos de cachorro. —Soy un hombre de palabra. Sophie no necesitó escuchar nada más para salir del sitio con una sonrisa resplandeciente, una sonrisa que significaba triunfo. —Regresa a tu puesto —su voz fue parca y carente de toda emoción. —¿Perdón? —mostró Carol su confusión. —Odio repetirme y lo sabes—la mirada del hombre se tornó más oscura y parecía querer fulminarla. —Disculpe, pero yo odio que
Sophie salió corriendo a recibirla cuando cruzó la puerta de entrada de la mansión Cooper. La efusividad por parte de la niña, le transmitió una ligera sensación de calma que fue rápidamente reemplazada por la ansiedad de estar de vuelta a la guarida de la bestia. «Vamos, Carol. No puedes dejar que ese hombre gane. Es solo un trabajo», intentó darse ánimos, mientras acariciaba los cabellos de la pequeña. —Papá te está esperando en su estudio. Me pidió que te avisará en cuanto llegarás—le sonrió la niña, ajena a lo que esas simples palabras significaban para ella. Carol asintió en respuesta. —Entonces lo mejor será que vaya a ver a tu padre. Sophie pareció entenderlo y le informó que estaría viendo una caricatura muy divertida que recién había descubierto. —En un momento me reuniré contigo —con estas palabras se despidió de la pequeña.Tomando una profunda inhalación, sus pasos la guiaron hasta el estudio de Gustavo Cooper. La joven odiaba la idea de estar frente a esta puerta de