Decir que sentía miedo era minimizar el sentimiento, la realidad era que tenía terror. Mauricio acababa de transformarse en una persona diferente, sus ojos desquiciados y exigentes no dejaban de taladrarla por completo. —No te atrevas a mentir —su voz sonaba a pura amenaza. —Mauricio, por favor. Detente —habló Adeline tratando de buscar un punto de mediación. —¿Detenerme en qué? —ladró—. “Vayamos más despacio”, “no me siento preparada” —hizo una pésima imitación de su voz—. ¡Mentira! —gritó—. ¡Puras mentiras! ¡Eres una puta como todas las demás! A la acusación le siguió una cachetada que le hizo palpitar su cara. —Ahora, atrévete a negarlo—la jaló del cabello y la alzó antes de lanzarla al suelo de la habitación. Adeline gimió de dolor ante el maltrato, tenía deseos de gritar y de pedir ayuda, pero el miedo de que arremetiera en contra de sus hijos era más fuerte que su deseo de autopreservación. Necesitaba mantener alejado a este hombre endemoniado de su familia. Mauricio
La expresión en el rostro de Mauricio se tornó mucho más maquiavélica, al punto en el que Adeline intuyo que estaba tramando algo mucho peor.—Tu amante acaba de llegar—le sonrió de forma desquiciada—. ¿Qué dices? ¿Lo dejamos entrar? ¿O lo dejamos de espectador? —agregó con malicia.Adeline negó con miedo ante la posibilidad de violarla a la vista de Anthony. No, no quería eso, se negaba a la idea de que esta pesadilla continuara.—Vayamos al grano—rompió sus ropas y desabrochó su pantalón con suma agilidad. Los golpes en la ventana se intensificaron, mientras Mauricio buscaba completar su cometido como un animal. De repente, la silueta en el balcón desapareció, llevándose consigo toda la esperanza de Adeline, la cual no pudo hacer otra cosa que cerrar sus ojos y llorar sintiéndose desamparada. «Se acabó», pensó, un segundo antes, de que Mauricio hubiese sido apartado de su cuerpo con un puñetazo.Adeline se enderezó, mientras observaba con horror como Anthony propinaba un golpe t
Mauricio no tuvo más alternativa que enfrentarse a las autoridades. No solamente estaba acusado del intento de violación, sino también había otras agresiones físicas cometidas en contra de su exesposa, la cual aprovecho la oportunidad de denunciarlo. Adeline se encontró con la mujer afuera del juzgado. Era alta, delgada y muy hermosa. No pudo evitar recordar que esa misma mujer había estado también con Humberto. —Gracias por unirte al caso —le agradeció, dejando a un lado el sentimiento de rechazo que sentía por el simple hecho de haber sido una más en la lista de su exmarido. —Esto es algo que debí hacer hace mucho tiempo —habló ella, mostrándose arrepentida por no haber dado el paso antes—. Realmente no lo hice porque en aquel entonces pensé que me lo merecía, pero la realidad es que nadie merece ser maltratado. —Así es —le concedió la razón, al tiempo en que le regalaba una sonrisa. Adeline salió de ese lugar, sintiéndose conforme consigo misma. Estaba empezando a superar lo
—¡Caro! ¡Caro! Una niña entró corriendo en la sala, rodeando a la joven mujer en un apretado abrazo. —Detente, Sophie, ¿dónde están tus modales? —habló una voz masculina detrás de ellas. Carol se tensó, mientras sus ojos marrones se encontraban con los verdes de su ex jefe. —Señor Gustavo —susurro, sorprendida. La expresión del hombre se endureció, evaluando la escena con notorio desagrado. —Ya la viste, Sophie. Ahora, déjanos hablar en privado. —Papá, recuerda, lo prometiste—se acercó la niña corriendo a su padre, mientras parecía suplicarle algo con sus ojitos de cachorro. —Soy un hombre de palabra. Sophie no necesitó escuchar nada más para salir del sitio con una sonrisa resplandeciente, una sonrisa que significaba triunfo. —Regresa a tu puesto —su voz fue parca y carente de toda emoción. —¿Perdón? —mostró Carol su confusión. —Odio repetirme y lo sabes—la mirada del hombre se tornó más oscura y parecía querer fulminarla. —Disculpe, pero yo odio que
Sophie salió corriendo a recibirla cuando cruzó la puerta de entrada de la mansión Cooper. La efusividad por parte de la niña, le transmitió una ligera sensación de calma que fue rápidamente reemplazada por la ansiedad de estar de vuelta a la guarida de la bestia. «Vamos, Carol. No puedes dejar que ese hombre gane. Es solo un trabajo», intentó darse ánimos, mientras acariciaba los cabellos de la pequeña. —Papá te está esperando en su estudio. Me pidió que te avisará en cuanto llegarás—le sonrió la niña, ajena a lo que esas simples palabras significaban para ella. Carol asintió en respuesta. —Entonces lo mejor será que vaya a ver a tu padre. Sophie pareció entenderlo y le informó que estaría viendo una caricatura muy divertida que recién había descubierto. —En un momento me reuniré contigo —con estas palabras se despidió de la pequeña.Tomando una profunda inhalación, sus pasos la guiaron hasta el estudio de Gustavo Cooper. La joven odiaba la idea de estar frente a esta puerta de
—De rodillas. La orden envió un estremecimiento al cuerpo de la mujer, quien no tuvo más remedio que obedecer. Carol tragó grueso y se dejó caer de rodillas frente a él. El hombre hizo un puño de sus cabellos y alzó su cara para que lo mirara fijamente a esos ojos verdes intensos. —Las reglas son simples: yo ordeno, tú obedeces —soltó de manera prepotente. La mujer maldijo a su tono autoritario y a los efectos que causaban en su cuerpo. De alguna manera inexplicable, sintió avivar un fuego en su interior, un fuego que no era de ira contenida o de deseos de venganza, se trataba de algo completamente diferente, de algo que comenzaba a humedecer sus partes más íntimas y que la avergonzaban enteramente. —Ahora, muéstrame lo que sabes hacer. Carol estuvo a punto de decirle que no sabía hacer nada, porque nunca había estado sexualmente con un hombre, pero prefirió guardarse esa información para sí misma. Sin embargo, no fue necesario decirlo en voz alta para que Gustavo se d
Lorena acababa de llegar al hospital para llevar a cabo su segunda cita obstétrica. La primera había sido hace un mes, dónde el doctor le había indicado que todo estaba en orden. Rápidamente, entró al consultorio, encontrándolo limpio y ordenado, con un ligero aroma a desinfectante que le provocó un poco de náuseas. Últimamente, hasta los olores más habituales le ocasionaban esa reacción. —Señora Lorena, ¿cómo se siente? ¿Ha tenido algún síntoma nuevo? —preguntó el doctor al reparar en su mueca de asco.—Hay algunos olores que no tolero, pero nada fuera de lo normal. Solo un poco de cansancio —contó.—Comprendo —contestó el especialista, guiándola hacia la camilla—. Vamos a hacer una ecografía para verificar el desarrollo del bebé. ¿Está emocionada por saber el sexo?La realidad era que no le emocionaba nada respecto al niño, pero aun así se obligó a decir: —Sí, mucho.El gel frío en su abdomen la hizo estremecerse, mientras miraba la pantalla con ansiedad. El corazón de su bebé ap
No tuvo más remedio que asistir en contra de su voluntad a uno de esos eventos benéficos organizados por la empresa de su suegro. Su padre, aparentemente harto de sus vacaciones injustificadas, le exigió que se presentará, porque, de lo contrario, su puesto estaría en peligro de perderlo. “Basta de jugar. Preséntate o despídete de la vicepresidencia comercial”, fue su mensaje de texto.Anthony se encontraba de pie en el lugar elegido para tal evento, mientras miraba a su esposa, la mujer a la que no había visto en varias semanas. —Muy bonito —le riñó ella, simulando una sonrisa, para que los espectadores no notarán el extraño intercambio de palabras entre los esposos. —No arruines esto, Lorena. Recuerda que estamos en público —le siguió el juego simulando una sonrisa en su cara. —Tengo algo importante que decirte, Anthony. Así que espero que me acompañes hoy a casa. —O puedes decirlo aquí y nos ahorramos ese mal rato —sugirió, renuente, a renunciar a sus planes de dormir esa noch