Carol había querido comunicarse con Gustavo luego de la conversación con Adeline, pero no sabía cómo tocar ese duro corazón. Amaba a Gustavo, pero había momentos en los que su frialdad la dejaban desarmada, y no quería volver a ser víctima de sus crueles palabras. Estaba segura de que, en su estado, su rechazo le dolería demasiado. Así que decidió darle tiempo al tiempo. Pero el tiempo era implacable en ocasiones. —Gustavo —gimió Carol, a través del teléfono. —¿Qué pasa, Carol? ¿Qué ocurre?—la voz preocupada del hombre no se hizo esperar. —E-es hora —anunció la joven, apoyándose de la pared, mientras sentía un dolor intenso que la atravesaba desde la parte baja de su abdomen. —Bien, no te preocupes. Mis hombres te llevarán al hospital —habló con confianza, transmitiéndole la seguridad que tanto necesitaba. Sin embargo, Carol no entendió su último señalamiento. «¿Sus hombres la llevarían? ¿Cuáles hombres?», pensó confundida. Y mientras ella reflexionaba sobre esto,
Carol abrió la puerta de la habitación sintiendo una mezcla de emoción y curiosidad. Sus ojos inmediatamente se llenaron de lágrimas al ver el hermoso lugar que había sido preparado para su bebé. Sophie se adelantó y entró corriendo, mientras señalaba todo a su alrededor, abriendo sus bracitos preguntó: —¿Te gusta?—sus ojitos se iluminaron. —Me encanta —reconoció Carol. Se había mostrado escéptica ante la idea de mudarse por unos meses a la mansión Cooper, pero luego de la insistencia de la pequeña Sophie de querer tener cerca a su hermanito, no pudo hacer otra cosa que rendirse. Gustavo, aunque no se lo había pedido directamente, era evidente que estaba detrás de todo esto; pensó, al detallar mejor el lugar. La habitación estaba pintada de un suave color azul, creando un ambiente cálido y acogedor. En el centro, se encontraba una cunita de madera blanca con delicados detalles tallados. La cuna estaba vestida con sábanas de algodón suave y una manta tejida a mano por su madre.A
Gustavo quiso alejarse por la fuerza, pero nuevamente el hecho de estar atado a una silla de ruedas lo dejó en clara desventaja y eso lo hizo sentir muy enojado. Carol notando esto lo soltó rápidamente, suplicando: —Por favor, solo escúchame. El hombre no dijo nada, pero Carol supo que esta era su oportunidad de oro. No le daría ninguna otra. —Yo sé que es difícil para ti entenderlo, realmente no pretendía que las cosas entre nosotros se tornarán tan complicadas. Pero más allá del contrato y de todo lo que pasó entre los dos, yo me enamore de ti, Gustavo —confesó con la mano en el corazón y los ojos rebosantes de lágrimas. —No digas esas palabras, Carol —contestó él apartando la mirada. —¿Por qué no?—se acercó un poco más—. Es lo que siento, Gustavo. No estoy esperando que me correspondas si es lo que te preocupa —dijo lo último, sintiendo un poco de tristeza ante la posibilidad de no ser correspondida nunca—. Pero el amor es así, irracional. No puedo mandar en mi corazón ni en
Cuatro años después… El césped verde y bien cuidado se extendía como alfombra bajo sus pies descalzos. Carol, con una gran sonrisa, no dejaba de perseguir a sus hijos, mientras estos corrían entre risas, cada vez más rápido. Sus cabellos ondeaban al viento, mientras las carcajadas eran el único sonido que imperaba muchos kilómetros a la redonda. En la puerta corrediza que daba al jardín, se encontraba Gustavo, viendo a su mujer y sus hijos extender sus piernas libremente, sin ningún tipo de ataduras. Sería tonto si dijera que no sentía el deseo de también pararse y perseguirlos, porque la verdad era que sí lo sentía. Quería correr al igual que ellos, alcanzarlos, jugar como lo haría cualquier padre con sus hijos. Quería ser más que un espectador en momentos como estos. —¡Carol! —llamó a la mujer, haciendo que su rostro se girará con una gran sonrisa. —¡Oh, amor, estás ahí!—corrió hacia él. Gustavo le regaló una mirada dura y entonces Carol detuvo sus movimientos, transformán
Bueno, esta hermosa novela ha terminado, pero no con ello ha terminado mi deseo de seguir regalándole historias fascinantes. Por ello les invito a lo que sería mi próximo proyecto, disponible ya en mi perfil. La historia se llama: Cuñado cruel, creo que mis hijas son tuyas Sipnosis: “POSITIVO”, leyó en la pantalla de la prueba de embarazo. La vida de Amaya Reyes acababa de desmoronarse con esa simple palabra. Un niño venía en camino y no tenía ni la menor idea de quién era el padre de dicha criatura. Había entregado su virginidad a un desconocido y ahora no tenía más opción que casarse con su rico y apuesto compañero de clases. Ben Greiner solamente sabía que iba a ser padre, sin sospechar que, en realidad, esas niñas no eran sus hijas y que, por el contrario, habían resultado ser hijas de su hermano adoptivo. Las mentiras tienen patas cortas y las mentiras de Amaya, estaban a punto de explotarle de lleno en la cara. ¿Qué haría cuando se descubriera todo? …. Si el te
—Por favor, un arreglo floral para la oficina del señor Carson—pidió una voz dulce a través de una llamada telefónica. —Por supuesto, señora Adeline—contestó la persona en la otra línea, muy acostumbrada a recibir ese tipo de órdenes—. ¿Algún mensaje que desee agregar? —Sí—sonrió Adeline—. Me gustaría adjuntar lo siguiente: “Ya hace diez años que me concediste el mejor regalo del mundo: el honor de compartir mi vida contigo. ¡Feliz aniversario!”—Perfecto, señora. Su pedido estará listo para dentro de una hora. —Gracias. Adeline colgó la llamada y pegó el teléfono en su pecho, abrazándolo, mientras no dejaba de sonreír como una jovencita enamorada. Su esposo había partido muy temprano esa mañana y, conociendo sus ocupaciones, al parecer se le había olvidado su aniversario. Pero eso a ella no le importaba, seguramente regresaría más tarde con algún regalo o con una invitación a una elegante cena. Humberto en ocasiones podía ser muy despistado. —Vamos, niños, se les hará tarde para
Pasó la noche más larga de su vida, una noche que se suponía sería la más linda, porque después de todo, no se cumplían diez años de matrimonio todos los días. Sin embargo, Humberto había elegido justamente ese día para demostrarle lo poco que le importaba y lo fea que le parecía.Adeline amaneció con sus ojos hinchados y con un dolor insoportable en su corazón, era como un pinchazo que no dejaba de doler, incesante. «Cerdo»«Cerdo»«Cerdo»Sentía que la palabra se repetían como un mantra, una y otra vez, y otra vez…—Gustavo—murmuró Adelina, sorbiendo por la nariz. Su hermano acababa de llamarla. —Ade, ¿qué pasa? No te escucho bien, esta mañana—se preocupó él de inmediato. «Que bien la conocía», pensó la mujer, suspirando. —No es nada, Gustavo—ella agradeció el hecho de que no pudiera verla, porque de lo contrario le sacaría la verdad, así no quisiera—. Solo he tenido un poco de gripe. Ya sabes. —Ade, ¿estás segura?—su tono era suave.—Sí—trato de que su voz sonara más convincen
—Niños, mamá y papá ya no podrán seguir juntos—informó Adeline con tristeza, aquella tarde, luego de haber hablado con el abogado que tramitaría su divorcio. —¿Por qué, mamá?—preguntó Camilo, el mayor de ellos. —Es difícil de explicar, cariño—comenzó, tratando de encontrar las palabras adecuadas para decirlo—, pero cuando las personas ya no se aman, lo mejor es alejarse para no hacerse daño mutuamente. Algo así pasó con nosotros, ya no nos amamos como antes y no queremos lastimarnos en el proceso. «Mentira», pensó. Humberto ya la había lastimado lo suficiente. —¿Quiere decir que no veremos más a papá?—Lucio no pudo ocultar el temor en su voz, era el más menor y amaba a sus padres por igual. —No, cariño—Adeline acarició su mejilla—. Claro que no. El hecho de que nosotros ya no nos entendamos no tiene nada que ver con ustedes. Son nuestros hijos y siempre los amaremos y estaremos disponibles para cada uno. Así que no tienen que tener temor. Todo estará bien, mis pequeños—di