Gustavo quiso alejarse por la fuerza, pero nuevamente el hecho de estar atado a una silla de ruedas lo dejó en clara desventaja y eso lo hizo sentir muy enojado. Carol notando esto lo soltó rápidamente, suplicando: —Por favor, solo escúchame. El hombre no dijo nada, pero Carol supo que esta era su oportunidad de oro. No le daría ninguna otra. —Yo sé que es difícil para ti entenderlo, realmente no pretendía que las cosas entre nosotros se tornarán tan complicadas. Pero más allá del contrato y de todo lo que pasó entre los dos, yo me enamore de ti, Gustavo —confesó con la mano en el corazón y los ojos rebosantes de lágrimas. —No digas esas palabras, Carol —contestó él apartando la mirada. —¿Por qué no?—se acercó un poco más—. Es lo que siento, Gustavo. No estoy esperando que me correspondas si es lo que te preocupa —dijo lo último, sintiendo un poco de tristeza ante la posibilidad de no ser correspondida nunca—. Pero el amor es así, irracional. No puedo mandar en mi corazón ni en
Cuatro años después… El césped verde y bien cuidado se extendía como alfombra bajo sus pies descalzos. Carol, con una gran sonrisa, no dejaba de perseguir a sus hijos, mientras estos corrían entre risas, cada vez más rápido. Sus cabellos ondeaban al viento, mientras las carcajadas eran el único sonido que imperaba muchos kilómetros a la redonda. En la puerta corrediza que daba al jardín, se encontraba Gustavo, viendo a su mujer y sus hijos extender sus piernas libremente, sin ningún tipo de ataduras. Sería tonto si dijera que no sentía el deseo de también pararse y perseguirlos, porque la verdad era que sí lo sentía. Quería correr al igual que ellos, alcanzarlos, jugar como lo haría cualquier padre con sus hijos. Quería ser más que un espectador en momentos como estos. —¡Carol! —llamó a la mujer, haciendo que su rostro se girará con una gran sonrisa. —¡Oh, amor, estás ahí!—corrió hacia él. Gustavo le regaló una mirada dura y entonces Carol detuvo sus movimientos, transformán
Bueno, esta hermosa novela ha terminado, pero no con ello ha terminado mi deseo de seguir regalándole historias fascinantes. Por ello les invito a lo que sería mi próximo proyecto, disponible ya en mi perfil. La historia se llama: Cuñado cruel, creo que mis hijas son tuyas Sipnosis: “POSITIVO”, leyó en la pantalla de la prueba de embarazo. La vida de Amaya Reyes acababa de desmoronarse con esa simple palabra. Un niño venía en camino y no tenía ni la menor idea de quién era el padre de dicha criatura. Había entregado su virginidad a un desconocido y ahora no tenía más opción que casarse con su rico y apuesto compañero de clases. Ben Greiner solamente sabía que iba a ser padre, sin sospechar que, en realidad, esas niñas no eran sus hijas y que, por el contrario, habían resultado ser hijas de su hermano adoptivo. Las mentiras tienen patas cortas y las mentiras de Amaya, estaban a punto de explotarle de lleno en la cara. ¿Qué haría cuando se descubriera todo? …. Si el te
—Por favor, un arreglo floral para la oficina del señor Carson—pidió una voz dulce a través de una llamada telefónica. —Por supuesto, señora Adeline—contestó la persona en la otra línea, muy acostumbrada a recibir ese tipo de órdenes—. ¿Algún mensaje que desee agregar? —Sí—sonrió Adeline—. Me gustaría adjuntar lo siguiente: “Ya hace diez años que me concediste el mejor regalo del mundo: el honor de compartir mi vida contigo. ¡Feliz aniversario!”—Perfecto, señora. Su pedido estará listo para dentro de una hora. —Gracias. Adeline colgó la llamada y pegó el teléfono en su pecho, abrazándolo, mientras no dejaba de sonreír como una jovencita enamorada. Su esposo había partido muy temprano esa mañana y, conociendo sus ocupaciones, al parecer se le había olvidado su aniversario. Pero eso a ella no le importaba, seguramente regresaría más tarde con algún regalo o con una invitación a una elegante cena. Humberto en ocasiones podía ser muy despistado. —Vamos, niños, se les hará tarde para
Pasó la noche más larga de su vida, una noche que se suponía sería la más linda, porque después de todo, no se cumplían diez años de matrimonio todos los días. Sin embargo, Humberto había elegido justamente ese día para demostrarle lo poco que le importaba y lo fea que le parecía.Adeline amaneció con sus ojos hinchados y con un dolor insoportable en su corazón, era como un pinchazo que no dejaba de doler, incesante. «Cerdo»«Cerdo»«Cerdo»Sentía que la palabra se repetían como un mantra, una y otra vez, y otra vez…—Gustavo—murmuró Adelina, sorbiendo por la nariz. Su hermano acababa de llamarla. —Ade, ¿qué pasa? No te escucho bien, esta mañana—se preocupó él de inmediato. «Que bien la conocía», pensó la mujer, suspirando. —No es nada, Gustavo—ella agradeció el hecho de que no pudiera verla, porque de lo contrario le sacaría la verdad, así no quisiera—. Solo he tenido un poco de gripe. Ya sabes. —Ade, ¿estás segura?—su tono era suave.—Sí—trato de que su voz sonara más convincen
—Niños, mamá y papá ya no podrán seguir juntos—informó Adeline con tristeza, aquella tarde, luego de haber hablado con el abogado que tramitaría su divorcio. —¿Por qué, mamá?—preguntó Camilo, el mayor de ellos. —Es difícil de explicar, cariño—comenzó, tratando de encontrar las palabras adecuadas para decirlo—, pero cuando las personas ya no se aman, lo mejor es alejarse para no hacerse daño mutuamente. Algo así pasó con nosotros, ya no nos amamos como antes y no queremos lastimarnos en el proceso. «Mentira», pensó. Humberto ya la había lastimado lo suficiente. —¿Quiere decir que no veremos más a papá?—Lucio no pudo ocultar el temor en su voz, era el más menor y amaba a sus padres por igual. —No, cariño—Adeline acarició su mejilla—. Claro que no. El hecho de que nosotros ya no nos entendamos no tiene nada que ver con ustedes. Son nuestros hijos y siempre los amaremos y estaremos disponibles para cada uno. Así que no tienen que tener temor. Todo estará bien, mis pequeños—di
Su primera semana en la oficina fue todo menos placentera, en medio de papeles y pendientes que atender, tuvo que reconocer que esto de ser ejecutiva era demasiado agotador. Por un momento deseó estar de regreso a su rutina, cuidando de sus hijos y de su hogar, sin tener que preocuparse por negociaciones y contratos que firmar. Pero ya no era esa mujer, ya no era la misma Adeline de antes. —Señora, disculpe—se escuchó la voz de su asistente personal. —¿Qué sucede, Georgia?—Le recuerdo que a las 2 PM tiene una cita con los ejecutivos de la importadora. Es muy importante que asista. —Oh, sí, por supuesto—se levantó rápidamente de su asiento, al darse cuenta de que lo había olvidado por completo—. Cielos santos, ¿qué hora es?—Un poco más de la una y media, señora. —¡Estoy retrasada!—chilló tomando su cartera y la carpeta con los documentos que contenían la propuesta para la negociación. —¿Desea que la acompañe, señora?—No, no—agito su mano, ansiosa—. Puedo con esto—aseguró. Adel
Las mejillas de Adeline se sonrojaron ante el recuerdo del inusual almuerzo de esa tarde. «Anthony Spencer», pensó, recordando la manera en que la había mirado, el fuego abrasador en esos ojos celestes. Tenía tiempo que no sentía ese cosquilleo en el estómago, eran nervios mezclados con algo más: anticipación, deseo, la esperanza de verse atractiva ante los ojos de un hombre. —Imposible—se dijo, negando con la cabeza.Ya no era una niña para estarse ilusionando con cosas como esa, debía de aceptar que era una mujer divorciada, con tres hijos y con cero esperanza de rehacer su vida amorosa. ¿Después de todo quién la querría con su apariencia?Adeline se obligó a mantener el recuerdo del desconocido, lejos de su mente. Lo único que le interesaba de Anthony Spencer era que aceptará su trato y comenzarán con las importaciones lo más antes posible.Sin embargo, el destino tenía unos planes completamente diferentes. Adeline lo supo, aquel lunes por la mañana, cuando encontró a Anthony cóm