Su primera semana en la oficina fue todo menos placentera, en medio de papeles y pendientes que atender, tuvo que reconocer que esto de ser ejecutiva era demasiado agotador. Por un momento deseó estar de regreso a su rutina, cuidando de sus hijos y de su hogar, sin tener que preocuparse por negociaciones y contratos que firmar. Pero ya no era esa mujer, ya no era la misma Adeline de antes.
—Señora, disculpe—se escuchó la voz de su asistente personal. —¿Qué sucede, Georgia? —Le recuerdo que a las 2 PM tiene una cita con los ejecutivos de la importadora. Es muy importante que asista. —Oh, sí, por supuesto—se levantó rápidamente de su asiento, al darse cuenta de que lo había olvidado por completo—. Cielos santos, ¿qué hora es? —Un poco más de la una y media, señora. —¡Estoy retrasada!—chilló tomando su cartera y la carpeta con los documentos que contenían la propuesta para la negociación. —¿Desea que la acompañe, señora? —No, no—agito su mano, ansiosa—. Puedo con esto—aseguró. Adeline estaba cansada de que todos le dedicarán una mirada de pesar, era como si el único pensamiento que pasará por sus mentes fuese de lástima. “Pobre mujer engañada, jugando a ser una ejecutiva”, incluso le parecía escuchar algunos de sus pensamientos. Nadie tenía fe en sus capacidades, todos dudaban. De esa manera, salió de la empresa y se dirigió a su auto, tomando una profunda inhalación, puso a funcionar el motor del mismo y comprobó la dirección de la reunión en su GPS antes de ponerse en marcha. —Puedo con esto—se repitió, tratando de darse valor. Veinte minutos más tarde, llegó al lugar elegido para la reunión, se trataba de un restaurante campestre, bastante alejado del centro de la ciudad. Sin embargo, no le sorprendía la elección del sitio, por lo general, era más fácil tomar decisiones importantes en medio de la naturaleza y el aire fresco. —Buenas tardes, tengo una reservación—le dijo a la recepcionista al entrar. —¿A nombre de quién?—contestó ella con amabilidad. Adeline se quedó en blanco por un momento, recordaba el nombre de la empresa, Importadora Houssmel, más no recordaba el nombre del individuo con el que se reuniría. Ni siquiera sabía si era un hombre o una mujer. —Un momento—dijo con torpeza, escarbando en su bolsa y sacando un papel—. A nombre de Anthony Spencer—leyó, a la vez que aquel nombre le generaba cierta sensación de incomodidad. «Spencer», pensó, tratando de recordar algo, pero no sabía qué. Luego de eso, fue guiada por el lugar hasta llegar a la mesa correspondiente. Adeline respiró profundamente al encontrarse frente a la persona con la que haría negociaciones, se trataba nada más ni nada menos que de un hombre. Un jodido hombre. Y no cualquier hombre, era bastante apuesto, parecía una especie de modelo. —Señor Spencer—tartamudeó, brevemente perdida en el azul de su mirada. Era un azul intenso, similar al del océano. —Señora Cooper—saludo con un breve asentimiento—. O quizás deba decir Carson. —Oh, no, ya no—negó rápidamente ante la mención del apellido de su exmarido. —¿Acaso no está usted casada? El repentino interés del extraño le llamó la atención, sin embargo, se apresuró en aclarar la situación. —Lamento decir que no. Mi matrimonio ha terminado. —Es una pena—dijo con una tenue sonrisa. Una sonrisa cínica a su parecer. Ignorando aquello, Adeline miró una de las sillas junto a él. —¿Puedo? —Adelante—concedió el extraño hombre. Pero por más que lo miraba, la sensación de familiaridad era persistente. «A este sujeto lo he visto antes», pensó Adeline sin lograr recordar de dónde. Pero ya no le quedaban dudas, lo conocía. —¿Y entonces me gustaría escuchar su propuesta?—Su voz era firme y varonil, y un poco intimidante también. —Primero que nada, señor Spencer, nuestra intención es expandir nuestra mercancía a nuevas fronteras—comenzó Adeline, tratando de mostrarse segura—. Conozco su capacidad de importación y sus conocidos por todo el mundo, por eso le propongo que hagamos un trato. Usted se encarga de expandir nuestro mercado y nosotros le damos un porcentaje generoso por su colaboración. ¿Qué le parece? —Suena tentador—dijo él, viéndola fijamente. Su mirada penetrante ocasionó que Adeline sintiera un temblor por todo su cuerpo, por un momento le dio la impresión de que no estaba hablando únicamente del convenio. —¿Eso quiere decir que trabajará con nosotros? —Eso quiere decir que lo pensaré—contestó con un timbre bajo en su voz—. Ahora que le parece si me deja estos documentos—tomo la carpeta que reposaba sobre la mesa— y pasamos a disfrutar de nuestro almuerzo. Adeline trago grueso, sintiéndose ahora mucho más nerviosa que antes. Por algún motivo le daba la impresión de que le estaba coqueteando. «Pero no podía ser posible, ¿cierto?», pensó, dándose cuenta de que no era más que una mujer gorda y fea. Tenía treinta y dos años de edad, pero por alguna razón se sentía como de cuarenta. —Sí, por supuesto—dijo forzando una sonrisa en su rostro. La comida estuvo silenciosa la mayor parte del tiempo, solo se interrumpió con el sonido de los cubiertos. Hasta que su acompañante decidió romper el silencio con su potente voz. —¿Y cuál fue el motivo de su divorcio?—pregunto sin miramientos. —¿Qué?—dijo Adeline, casi atragantándose con la comida. —Supongo que hubo un motivo—contestó con simpleza—. Me gustaría conocerlo. —¿No le parece que eso es un poco personal? No quería sonar grosera, pero ¿qué le importaba a él por qué se divorció? —Desde luego que sí—dijo sin más—. Pero me gusta conocer a mis futuros socios. Adeline se lo pensó por un momento, la realidad era que necesitaba darle un giro a su empresa y expandir el mercado era un cambio muy significativo, así que pensando en ello contestó: —Me fue infiel—las palabras se sintieron amargas en su paladar. —Ya veo—respondió él dedicándole otro de esos escaneos, que parecían querer desnudarla por completo, escudriñar hasta el último rincón de su abatida alma. El resto del almuerzo pasó en un silencio sepulcral. Adeline abandonó aquel restaurante con la promesa de que recibiría una respuesta pronto, por lo que no le quedaba más opción que esperar y desear que su futuro socio fuese un hombre de fiar. Aunque tenía la impresión de que ocultaba algo tras esa careta de amabilidad.Las mejillas de Adeline se sonrojaron ante el recuerdo del inusual almuerzo de esa tarde. «Anthony Spencer», pensó, recordando la manera en que la había mirado, el fuego abrasador en esos ojos celestes. Tenía tiempo que no sentía ese cosquilleo en el estómago, eran nervios mezclados con algo más: anticipación, deseo, la esperanza de verse atractiva ante los ojos de un hombre. —Imposible—se dijo, negando con la cabeza.Ya no era una niña para estarse ilusionando con cosas como esa, debía de aceptar que era una mujer divorciada, con tres hijos y con cero esperanza de rehacer su vida amorosa. ¿Después de todo quién la querría con su apariencia?Adeline se obligó a mantener el recuerdo del desconocido, lejos de su mente. Lo único que le interesaba de Anthony Spencer era que aceptará su trato y comenzarán con las importaciones lo más antes posible.Sin embargo, el destino tenía unos planes completamente diferentes. Adeline lo supo, aquel lunes por la mañana, cuando encontró a Anthony cóm
—Estuve llamándote toda la tarde. ¿Dónde estabas?—interrogó una voz femenina al hombre que acababa de cruzar la puerta de entrada. —¡Estoy en casa!—anunció Anthony con sarcasmo, extendiendo los brazos en forma de saludo. —¿Y acaso debería felicitarte por eso?—se mofó la mujer, acercándose para percibir su aroma impregnado a alcohol—. ¿Estuviste tomando? —¿En serio necesitas preguntarlo? —Eres un… —Tranquila, Lorena—la silenció—. Recuerda que aún no estamos casados, así que guarda algunos reclamos para después. —Pues para mí es como si ya lo estuviéramos—contestó con seguridad—. ¿De verdad necesitas el papel? —Por supuesto—aclaró tajante—, el papel es importante, ¿por qué si no entonces cómo se unirán las empresas de nuestros padres? No olvides que esto no es más que un acuerdo entre familias, somos solo un par de peones en un juego de ajedrez. —Ya yo hice las paces con eso, Anthony. Este matrimonio es lo mejor para los dos, lo sabes. —Lorena—la llamó con seriedad—,
—Solo se trata de un hombro dislocado, señora Cooper —explicó el médico—. Afortunadamente, la caída no fue grave. Solamente resta colocar el hueso en su lugar y mandar algunos analgésicos. —Gracias, doctor. Lo dejo en sus manos. Adeline salió del consultorio y esperó pacientemente, un grito se escuchó en el interior y supo que se trataba de su hijo Alberto. Esa mañana, cuando se encargaba de alistar a sus tres hijos para llevarlos al colegio, hubo una pequeña discusión entre el mayor y el del medio. Camilo y Alberto discutían por cuál de los dos era el más amado por su padre. Ciertamente, las visitas de Humberto eran reducidas, dando la apariencia de que se había desentendido de los niños, pero aun así, ellos esperaban recibir alguna de sus pocas migajas de cariño. Entonces, luego de que Alberto dijera que él era el preferido por ser menor, Camilo lo empujó, ocasionando que se golpeara el hombro con un mueble. Adeline apareció después en compañía de Lucio, el más pequeño, y
—¿Y por qué harías eso?—preguntó Adeline con curiosidad. —Porque, a pesar de todo, siento que no eres una mala persona. —¿Eso parece? —Sí. —Pero fui una mala persona ese día, cuando te dije esas cosas tan feas—recordó—. Jugué con tus sentimientos y rompí tu corazón. —Éramos unos niños en ese entonces, Adeline, dejémoslo atrás. —Está bien. Adeline sonrió de alguna manera aliviada por esa pequeña oportunidad que Anthony le estaba dando. Ese día, diecisiete años atrás, se había sentido demasiado mal al decirle esas palabras. Y no era que el Anthony de ese entonces no le pareciera atractivo, todo lo contrario, el asunto era que ella estaba enamorada de un imposible. Su interés amoroso radicaba en Humberto, el recién contratado asistente de su padre. En ese momento, muy pocas veces lograba verlo, solo en cenas o eventos especiales. Su fallecido padre, Rodrigo Cooper, era una persona con gran calidad humana que trataba con respeto y consideración a todos sus empleados. Era po
Ese día, al llegar a casa, Adeline se miró al espejo: su semblante en el mismo reveló a una mujer cansada, llena de ojeras y unos cachetes regordetes; pero, a pesar de esa apariencia que no le agradaba, vio algo más, vio la luz de la esperanza brillando en sus ojos verdes. —Anthony—murmuró Adeline, recordando su propuesta. En ese momento tomó una decisión, una decisión por su salud y por su bienestar. Por primera vez en mucho tiempo, se pondría en primer lugar y trataría de encontrar a esa Adeline que se había perdido en la monotonía de un matrimonio.Fue así como a la mañana siguiente, luego de dejar a sus hijos en el colegio, Adeline hizo un desvío que la llevó a un gimnasio de la zona. —Buenos días —saludo al entrar. La mujer, encargada de recibirla, la miró de arriba a abajo con una mueca. —Dígame, ¿qué necesita?—pregunto en un tono aparentemente amable, que en realidad ocultaba toda su hostilidad. —Deseo inscribirme—balbuceo insegura, ante su mirada juzgadora. —¿Cuáles son
Los días siguientes en los que Adeline asistió al gimnasio, procuró que fuese en un horario que no coincidiera con el de Anthony. De esa manera pasó exactamente una semana, una semana favorable en dónde lo evitó a él y a su despampanante novia. Sin embargo, la suerte no siempre estaría de su lado y lo supo cuando lo vio en el estacionamiento del gimnasio con sus brazos cruzados. —¿Estás evitándome?—le preguntó, girándose. —¿Qué? No—se hizo la desentendida de inmediato, ni siquiera entendía la razón del reclamo. —He estado viniendo a diferentes horas y nunca logro verte—soltó con amargura—. Leyla, la recepcionista, me dijo que habías preguntado por mis horarios. —Oh. Adeline maldijo internamente a Leyla y a su gran bocota llena de chismes. —¿Entonces? ¿No vas a decir nada?—Solamente no quería incomodarte. —No es cierto—la contradijo tajante—. Es por lo de la última vez, ¿no?—¿Qué?—Lorena te intimidó—soltó las palabras como si fuesen un hecho irrefutable. En parte, aquello
Contratar a una niñera no le resultó difícil, había muchas disponibles “en línea”; pero aun así, prefirió pedir el contacto de la niñera de su sobrina. Gustavo le hizo una serie de preguntas antes de acceder a darle el número: “¿A dónde irás?” “¿Quién te acompañará?”“Ten mucho cuidado, Adeline, puede ocurrirte un accidente”Su hermano siempre había sido muy sobreprotector y después de su accidente, se había vuelto mucho más paranoico. Adeline lamentaba su situación y lo mucho que estaba sufriendo, sabía que, luego de la muerte de su esposa y de ese accidente de tránsito que lo dejó en silla de ruedas, no volvió a ser el mismo. No había manera de que volviese a ser el mismo, pero si no se daba por vencido era por su hija. Carol, la niñera, era una joven universitaria muy hermosa, se dedicaba al cuidado de niños en sus ratos libres y estudiaba para ser maestra. —Mucho gusto, señora Adeline—la saludo, en cuanto le abrió la puerta. —Mucho gusto, Carol. Mi hermano me habló maravilla
En cuanto Adeline se encontró de pie frente a esos tres hombres, supo que algo no andaba del todo bien. Una carcajada surgió de los labios de uno de ellos y, al instante, un coro de risas se alzó en medio del sonido de la música estridente. Adeline se encogió más en sí misma en ese instante, sintiéndose el producto de todas las burlas. —Chicos, ella es Adeline, la mujer de la que les hablé—la presentó Anthony alzando la voz para que pararan las risas. —Debes estar bromeando, amigo—contestó uno con un tono cargado de amargura. —No, no estoy bromeando—la seriedad estaba presente en su voz. —Por favor—soltó otro con exasperación—, solo mírala. ¿Crees que vinimos aquí buscando ese tipo de mujer? Ante esas palabras despectivas, algo dentro de su corazón se rompió. Era una persona realista, así que no se había hecho ilusiones con respecto a esa noche, pero aun así, sintió tristeza al escuchar a viva voz lo que pensaban de ella. «Es una gorda», sabía que eso era lo que realmente q