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Ese día, al llegar a casa, Adeline se miró al espejo: su semblante en el mismo reveló a una mujer cansada, llena de ojeras y unos cachetes regordetes; pero, a pesar de esa apariencia que no le agradaba, vio algo más, vio la luz de la esperanza brillando en sus ojos verdes. —Anthony—murmuró Adeline, recordando su propuesta. En ese momento tomó una decisión, una decisión por su salud y por su bienestar. Por primera vez en mucho tiempo, se pondría en primer lugar y trataría de encontrar a esa Adeline que se había perdido en la monotonía de un matrimonio.Fue así como a la mañana siguiente, luego de dejar a sus hijos en el colegio, Adeline hizo un desvío que la llevó a un gimnasio de la zona. —Buenos días —saludo al entrar. La mujer, encargada de recibirla, la miró de arriba a abajo con una mueca. —Dígame, ¿qué necesita?—pregunto en un tono aparentemente amable, que en realidad ocultaba toda su hostilidad. —Deseo inscribirme—balbuceo insegura, ante su mirada juzgadora. —¿Cuáles son
Los días siguientes en los que Adeline asistió al gimnasio, procuró que fuese en un horario que no coincidiera con el de Anthony. De esa manera pasó exactamente una semana, una semana favorable en dónde lo evitó a él y a su despampanante novia. Sin embargo, la suerte no siempre estaría de su lado y lo supo cuando lo vio en el estacionamiento del gimnasio con sus brazos cruzados. —¿Estás evitándome?—le preguntó, girándose. —¿Qué? No—se hizo la desentendida de inmediato, ni siquiera entendía la razón del reclamo. —He estado viniendo a diferentes horas y nunca logro verte—soltó con amargura—. Leyla, la recepcionista, me dijo que habías preguntado por mis horarios. —Oh. Adeline maldijo internamente a Leyla y a su gran bocota llena de chismes. —¿Entonces? ¿No vas a decir nada?—Solamente no quería incomodarte. —No es cierto—la contradijo tajante—. Es por lo de la última vez, ¿no?—¿Qué?—Lorena te intimidó—soltó las palabras como si fuesen un hecho irrefutable. En parte, aquello
Contratar a una niñera no le resultó difícil, había muchas disponibles “en línea”; pero aun así, prefirió pedir el contacto de la niñera de su sobrina. Gustavo le hizo una serie de preguntas antes de acceder a darle el número: “¿A dónde irás?” “¿Quién te acompañará?”“Ten mucho cuidado, Adeline, puede ocurrirte un accidente”Su hermano siempre había sido muy sobreprotector y después de su accidente, se había vuelto mucho más paranoico. Adeline lamentaba su situación y lo mucho que estaba sufriendo, sabía que, luego de la muerte de su esposa y de ese accidente de tránsito que lo dejó en silla de ruedas, no volvió a ser el mismo. No había manera de que volviese a ser el mismo, pero si no se daba por vencido era por su hija. Carol, la niñera, era una joven universitaria muy hermosa, se dedicaba al cuidado de niños en sus ratos libres y estudiaba para ser maestra. —Mucho gusto, señora Adeline—la saludo, en cuanto le abrió la puerta. —Mucho gusto, Carol. Mi hermano me habló maravilla
En cuanto Adeline se encontró de pie frente a esos tres hombres, supo que algo no andaba del todo bien. Una carcajada surgió de los labios de uno de ellos y, al instante, un coro de risas se alzó en medio del sonido de la música estridente. Adeline se encogió más en sí misma en ese instante, sintiéndose el producto de todas las burlas. —Chicos, ella es Adeline, la mujer de la que les hablé—la presentó Anthony alzando la voz para que pararan las risas. —Debes estar bromeando, amigo—contestó uno con un tono cargado de amargura. —No, no estoy bromeando—la seriedad estaba presente en su voz. —Por favor—soltó otro con exasperación—, solo mírala. ¿Crees que vinimos aquí buscando ese tipo de mujer? Ante esas palabras despectivas, algo dentro de su corazón se rompió. Era una persona realista, así que no se había hecho ilusiones con respecto a esa noche, pero aun así, sintió tristeza al escuchar a viva voz lo que pensaban de ella. «Es una gorda», sabía que eso era lo que realmente q
La cabeza de Adeline daba vueltas sin poder procesar lo que estaba ocurriendo, lo único que sabía era que los labios de Anthony se movían ávidamente sobre su boca. Un segundo después se descubrió a sí misma jadeando, era algo completamente inusual. El calor que inundaba su cuerpo no podía ser normal, no podía sentir tantas ansias y deseo por un simple beso. «¿Qué estaba sucediendo?», se preguntó de nuevo.Tenía tiempo sin sentirse de esa forma. Ni siquiera recordaba sentirse así en los momentos de intimidad con su exmarido, de hecho, aquellas noches eran completamente monótonas y nunca realmente había experimentado lo que era el placer sexual. Humberto era un hombre que siempre pensaba únicamente en su propio disfrute, y ella, era una mujer que se había acostumbrado a ser demasiado complaciente. Una mala combinación, ahora que lo pensaba bien. Sin embargo, en este instante, en este mínimo roce de labios, sentía la adrenalina correr por su sistema y humedecer su zona más íntima. E
Adeline había decidido tomar distancia. Sabía lo que significaba sentirse traicionada y no quería que otra mujer experimentará ese mismo sufrimiento. En realidad, no tenía idea de las intenciones de Anthony, lo único que sabía era que estaba comprometido y que seguramente también estaba muy confundido. Porque, de lo contrario, ¿quién en su sano juicio cambiaría a una novia tan bella por ella?Aunque claro, no era como si Anthony le hubiese confesado su amor o algo por el estilo. Sin embargo, había expresado su deseo de besarla y eso seguía siendo algo igual de peligroso. Así que prefería no arriesgarse ni caer en tentación. —Quiero cancelar mi suscripción—le dijo Adeline a la encargada del gimnasio. —Sabía que te rendirías, más no me imaginé que sería tan pronto.Leyla no se contuvo al soltar su veneno. Desde el inicio se veía que la mujer no le tenía buena estima. —No me estoy rindiendo—sintió el deseo de explicarlo, no podía permitir que Leyla ni nadie la subestimara de esa maner
—Hasta que te dignas a venir—dijo Adeline al hombre frente a ella. —He estado ocupado—se defendió el susodicho, con un encogimiento de hombros—. No tengo tanto tiempo libre como tú. —¿Como yo? ¿De qué hablas, Humberto? —De que siempre has sido una haragana. —¡No seas insolente! —¿De qué te ofendes?—soltó sin pudor—. Siempre preferiste quedarte a holgazanear en casa. —Pues estás equivocado si eso piensas—le aclaró—. Siempre quise trabajar, pero tus creencias machistas me lo impidieron. Además, el trabajo del hogar es igual de importante. —¡Ahora resulta que la culpa es mía!—se indignó. —Por supuesto que lo es. —Busca a mis hijos, mujer. No vine a perder mi tiempo discutiendo contigo. —Desde luego que no—dicho eso, se encaminó a avisarle a los niños de la presencia de su padre. Cómo era de esperarse, sus tres pequeños bajaron corriendo las escaleras para encontrarse con el hombre, quien los tomó en sus brazos en un abrazo. Era fin de semana, así que Adeli
Adeline trató vanamente de contener la rabia que sentía tras la amenaza de Humberto. «¿Con qué derecho se atrevía a querer controlar sus salidas? ¿Qué le importaba a él a qué hora llegaba?», se preguntó, sintiendo cada vez la furia aumentar y aumentar. Respiró profundamente intentando serenarse y se dispuso a no permitir que su exmarido condicionara su vida, por supuesto que saldría todas las veces que quisiera, por supuesto que conocería a gente nueva. Le demostraría a Humberto y a todo el mundo que seguía siendo una mujer interesante, una mujer capaz de rehacer su vida en todos los sentidos. Día a día, Adeline era la primera en levantarse, antes de disponerse a preparar el desayuno para sus hijos, tomaba cuarenta y cinco minutos exactos para hacer ejercicio. Esto era una tarea ardua que le costaba bastante seguir llevando a cabo, sin embargo, tenía un compromiso consigo misma que no quería defraudar. —¿Mami, solo desayunarás esa manzana?—preguntó su hijo Alberto. —Sí, c