Adeline trató vanamente de contener la rabia que sentía tras la amenaza de Humberto. «¿Con qué derecho se atrevía a querer controlar sus salidas? ¿Qué le importaba a él a qué hora llegaba?», se preguntó, sintiendo cada vez la furia aumentar y aumentar. Respiró profundamente intentando serenarse y se dispuso a no permitir que su exmarido condicionara su vida, por supuesto que saldría todas las veces que quisiera, por supuesto que conocería a gente nueva. Le demostraría a Humberto y a todo el mundo que seguía siendo una mujer interesante, una mujer capaz de rehacer su vida en todos los sentidos. Día a día, Adeline era la primera en levantarse, antes de disponerse a preparar el desayuno para sus hijos, tomaba cuarenta y cinco minutos exactos para hacer ejercicio. Esto era una tarea ardua que le costaba bastante seguir llevando a cabo, sin embargo, tenía un compromiso consigo misma que no quería defraudar. —¿Mami, solo desayunarás esa manzana?—preguntó su hijo Alberto. —Sí, c
No había nada anormal en querer cerrar la puerta, por lo general, las personas que deseaban conversar sin interrupciones optaban por esta opción. Sin embargo, Adeline tenía el presentimiento de que lo último que deseaba hacer Anthony era hablar. —¿Qué necesitas decirme?—probó entonces, tomando la mayor distancia posible. El hombre le dedicó nuevamente esa mirada salvaje, esa mirada ardiente. No tenía idea de cómo con una simple mirada podía transmitir tanto, porque sus ojos parecían gritarle todo su deseo. —Quería hablar del beso—confesó con seguridad, como si fuese una conversación de lo más normal. La mujer rodeó su escritorio y se alejó mucho más, aquello era un vano intento de ponerse en salvaguarda. —Pensé que eso ya había quedado claro. Fue un error. —De mi parte no—nuevamente estaba presente toda su confianza. —Anthony, por favor… —Adeline, siento que ese beso solamente hizo que se despertaran sentimientos que no han muerto—su voz se convirtió en un murmullo que se
Al llegar a casa, Adeline se dirigió directamente a la ducha para dejar que el agua caliente envolviera su cuerpo. Mientras el vapor llenaba el baño, su mente regresaba al beso. Sus labios aún conservaban la dulzura del momento, la pasión transmitida.«Anthony», pensó, consciente de que todo esto era una locura. “Veámonos mañana”, le pidió. “No está bien, Anthony. No podemos” “Podemos, Adeline. Claro que sí”No supo cómo, pero terminó accediendo a esa cita llena de clandestinidad.Adeline salió de la ducha y se miró en el espejo. Su reflejo no coincidía con la imagen que Anthony parecía ver en ella. Las palabras bonitas que él le había dicho resonaban en su cabeza, pero también surgían las dudas. ¿Estaría mintiendo? ¿Realmente la encontraba hermosa o solo estaba siendo amable?Tenía miedo de descubrir que todo era un engaño, que era simple lástima de su parte. No se creía capaz de soportar una cosa así. Con esos pensamientos, se secó y se vistió, tratando de ignorar sus miedos. Au
Aun con toda su resolución de no convertirse en una amante, Adeline no pudo decirle que no a Anthony cuando sugirió la idea de ir a otro lugar. No necesitaba ser muy inteligente para saber a qué tipo de lugar se refería, se trataba de un hotel. La habitación que les asignaron era sencilla pero acogedora. La cama matrimonial estaba cubierta con una colcha en tonos suaves, y las almohadas invitaban al descanso, con la única diferencia de que no iban precisamente a descansar. Las cortinas eran de encaje y dejaban pasar la tenue luz de la luna, creando un ambiente más íntimo y romántico.En una esquina, un pequeño ramo de rosas adornaba una mesita de noche. El suelo estaba limpio y pulido, y las paredes pintadas en un tono crema que transmitían calma y serenidad. Adeline se acercó a la ventana y abrió las cortinas, revelando una vista de jardines bien cuidados y de un cielo estrellado.—Es hermoso—las palabras escaparon de sus labios.—No tan hermoso como tú—unos fuertes brazos la rodear
Adeline parpadeó, confundida por la suavidad de las sábanas y la luz tenue que se filtraba por las cortinas. El aroma a café y tostadas recién hechas flotaba en el aire, y al girar la cabeza, encontró a Anthony sonriéndole desde el borde de la cama.—Buenos días, hermosa —susurró él, acariciando su mejilla con el dorso de la mano—. ¿Cómo has dormido?Parpadeó de nuevo, tratando de recordar cómo había llegado allí. La noche anterior había sido un torbellino de pasión y deseo, y ahora estaba en un hotel, con Anthony. «¡Mis hijos!», pensó Adeline, alarmándose. Había pasado la noche fuera de casa, no había regresado con sus pequeños. Se sintió terriblemente mal por eso. —Anthony —murmuró, luchando contra la culpa—. ¿Por qué no me despertaste?Él le ofreció una sonrisa tranquilizadora y se inclinó para besarla suavemente en los labios.—Dormías plácidamente, parecías un ángel.—¡Necesito regresar ahora! —gimió, colocándose de pie al instante. —Tranquila. Puedes llamar a tu casa y confir
Adeline entró en la casa con pasos lentos y vacilantes. Se sentía como un niño que acababa de hacer una travesura y que temía ser descubierto. El recuerdo de la noche anterior la asaltó de repente, haciendo que sus mejillas se tornaran de un carmesí intenso. —Mamá —la voz de su hijo Camilo, la sorprendió en medio del vestíbulo. —Cariño—se giró para verlo.Los niños corrieron desde la sala, con la niñera siguiendo sus pasos. —¿Dónde estabas, mamá?—frunció el ceño su pequeño. Por alguna razón, sintió que la pregunta estaba cargada de reproche.Adeline se mordió el labio inferior, buscando una respuesta en su mente. —Estuve con una amiga —dijo, tratando de sonar convincente—. Había perdido la noción del tiempo, mientras conversábamos, y como se hizo muy tarde me quedé a dormir en su casa. Lo siento. —Oh —los niños se sorprendieron, por la inesperada información. —¿Conocemos a tu amiga, mami? —preguntó el más pequeño. —Aún no. Pero la conocerán muy pronto —prometió. Eso pareció s
Un empujón tras otro hizo que la cama se sacudiera con mayor fuerza. La mujer, víctima de esas violentas embestidas, no paraba de gritar, extasiada con cada intromisión repentina. —¡Más! ¡Más! —suplico en medio de esa bruma de lujuria. El hombre, de cabello rubio, canoso; meció sus caderas con fuerza, llevando su virilidad a puntos más profundos. En cuestión de segundos, el orgasmo los alcanzó a ambos, los gemidos se intensificaron al punto en que parecían atravesar las paredes de aquel recinto. El individuo se alejó de la mujer y arrojó un preservativo a la papelera después del acto. La chica, quien no era otra que Lorena, suspiró y luego habló, mostrándose complacida: —Eso estuvo magnífico. —Me alegra que te gustará —la felicito su acompañante, con una sonrisa cargada de suficiencia—. Al parecer mi hijo no sabe hacer otra cosa que mantenerte tensa. —No me lo menciones, por favor —le pidió ella. —¿Por qué no? —No lo soporto, Roberto —se quejó como una niña pequeña—. Tu
—Lorena, ¿qué haces en mi cama?—le reclamó Anthony, aun negándose a la idea de que habían tenido sexo. Ella estiró los brazos como una gatita somnolienta. —¿Por qué hablas tan fuerte?—fue su queja. —¿Que si estoy hablando fuerte?—se indignó al instante—. Te hice una jodida pregunta. ¿Qué. Haces. En. Mi. Cama?—deletreo molesto. —¡Ya te oí! ¡Ya te oí!—la mujer se enderezó en la cama—. Estoy haciendo lo normal después del sexo. Dormir. —Me estás jodiendo —se pasó las manos por la cabeza y se sacudió bruscamente el cabello, mientras daba pasos ansiosos en la habitación—. Eso no puede ser. Yo no lo recuerdo. —Ah, ahora no lo recuerdas. Lorena se puso de pie completamente desnuda y señaló su cuerpo dónde varias marcas de dedos y chupetones adornaban su piel. —¿Y entonces esto qué es? —preguntó después. Anthony se quedó de piedra al ver toda esa evidencia. Eso no lo pudo haber hecho él, ¿o sí? —Yo no lo recuerdo—se mostró confundido ante todo lo que señalaba. —