Amenazas
—Hasta que te dignas a venir—dijo Adeline al hombre frente a ella.

—He estado ocupado—se defendió el susodicho, con un encogimiento de hombros—. No tengo tanto tiempo libre como tú.

—¿Como yo? ¿De qué hablas, Humberto?

—De que siempre has sido una haragana.

—¡No seas insolente!

—¿De qué te ofendes?—soltó sin pudor—. Siempre preferiste quedarte a holgazanear en casa.

—Pues estás equivocado si eso piensas—le aclaró—. Siempre quise trabajar, pero tus creencias machistas me lo impidieron. Además, el trabajo del hogar es igual de importante.

—¡Ahora resulta que la culpa es mía!—se indignó.

—Por supuesto que lo es.

—Busca a mis hijos, mujer. No vine a perder mi tiempo discutiendo contigo.

—Desde luego que no—dicho eso, se encaminó a avisarle a los niños de la presencia de su padre.

Cómo era de esperarse, sus tres pequeños bajaron corriendo las escaleras para encontrarse con el hombre, quien los tomó en sus brazos en un abrazo.

Era fin de semana, así que Adeli
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