Un empujón tras otro hizo que la cama se sacudiera con mayor fuerza. La mujer, víctima de esas violentas embestidas, no paraba de gritar, extasiada con cada intromisión repentina. —¡Más! ¡Más! —suplico en medio de esa bruma de lujuria. El hombre, de cabello rubio, canoso; meció sus caderas con fuerza, llevando su virilidad a puntos más profundos. En cuestión de segundos, el orgasmo los alcanzó a ambos, los gemidos se intensificaron al punto en que parecían atravesar las paredes de aquel recinto. El individuo se alejó de la mujer y arrojó un preservativo a la papelera después del acto. La chica, quien no era otra que Lorena, suspiró y luego habló, mostrándose complacida: —Eso estuvo magnífico. —Me alegra que te gustará —la felicito su acompañante, con una sonrisa cargada de suficiencia—. Al parecer mi hijo no sabe hacer otra cosa que mantenerte tensa. —No me lo menciones, por favor —le pidió ella. —¿Por qué no? —No lo soporto, Roberto —se quejó como una niña pequeña—. Tu
—Lorena, ¿qué haces en mi cama?—le reclamó Anthony, aun negándose a la idea de que habían tenido sexo. Ella estiró los brazos como una gatita somnolienta. —¿Por qué hablas tan fuerte?—fue su queja. —¿Que si estoy hablando fuerte?—se indignó al instante—. Te hice una jodida pregunta. ¿Qué. Haces. En. Mi. Cama?—deletreo molesto. —¡Ya te oí! ¡Ya te oí!—la mujer se enderezó en la cama—. Estoy haciendo lo normal después del sexo. Dormir. —Me estás jodiendo —se pasó las manos por la cabeza y se sacudió bruscamente el cabello, mientras daba pasos ansiosos en la habitación—. Eso no puede ser. Yo no lo recuerdo. —Ah, ahora no lo recuerdas. Lorena se puso de pie completamente desnuda y señaló su cuerpo dónde varias marcas de dedos y chupetones adornaban su piel. —¿Y entonces esto qué es? —preguntó después. Anthony se quedó de piedra al ver toda esa evidencia. Eso no lo pudo haber hecho él, ¿o sí? —Yo no lo recuerdo—se mostró confundido ante todo lo que señalaba. —
El miedo que sentía ante el mensaje de Anthony no era normal, se suponía que quería verlo después de una semana sin noticias suyas; pero ahora que finalmente había obtenido un encuentro, algo le decía que no asistiera. Era como un mal presentimiento. Ignorando ese malestar, Adeline se arregló para su cita con él. En esa ocasión, habían pautado verse en una cafetería que no quedaba muy lejos de su casa. No era una cita como tal, solamente era un lugar de encuentro para conversar, por lo que sabía que no tardaría en regresar. Aun así, llamó a la niñera para que cuidara de sus hijos en ese tiempo. —Ya vuelvo —les dijo a sus pequeños—. Cuando regrese vemos esa película de la que tanto me han hablado. ¿De acuerdo?—Está bien, mami. Te esperaremos, mientras hacemos palomitas de maíz. —Esa parece una buena idea—les sonrió.Adeline salió de casa con esa mala sensación. Sentía que la Adeline que regresaría con sus hijos no sería la misma, pero no podía dar marcha atrás. Necesitaba saber qué
Adeline llegó a su casa y metió el auto en el garaje, antes de salir se limpió la cara con un pañuelo y trató de que sus ojos no mostrarán la evidencia de su llanto. ¿Pero a quién engañaba? Era imposible que no se viese la rojez que empeñaba su mirada, aun así, dibujó una sonrisa en su rostro para disimular su tristeza y que sus hijos no se dieran cuenta de nada. Después de todo, ellos eran los únicos que importaban. —He vuelto, niños —anunció animadamente, entrando a la sala. Sus tres varones corrieron a abrazarla y ella se sintió desfallecer en ese momento. Deseaba tanto cerrar sus ojos y llorar por horas, sintiendo esos bracitos rodeándola. Pero no, sus hijos no se merecían esa versión deplorable de su madre. Ellos merecían a una Adeline fuerte. —¿Está todo listo para nuestra noche de películas?—les sonrió. Los niños asintieron y tomaron asiento en las butacas predispuestas para ver la función. En ese momento, Carol se acercó a ella para despedirse, pero antes de irse murmuró:
Minutos después, Adeline y Mauricio llegaron a la cafetería de la empresa, ambos se sentaron frente a una ventana con vista al bullicioso tráfico de la ciudad. El aroma del café recién molido flotaba en el aire, creando un ambiente íntimo y cálido para conversar.Mauricio tomó un sorbo de su taza y miró a Adeline con ojos sinceros. —Adeline, ¿sabes que te conozco desde antes de que te casaras con Humberto?Adeline parpadeó, sorprendida por tal información. Ella no lo lograba recordar, pero ya entendía el motivo por el cual, a diferencia de los otros empleados, no le hablaba con tanta formalidad. —¿En serio? No lo recuerdo —trato de no ofenderlo con la falta de reconocimiento.—Claro —continuó Mauricio—. Hace más de diez años, cuando viniste con tu padre a una reunión de la empresa. Eras una joven muy bonita, llena de energía y ambición. Yo estaba impresionado por tu carisma.Adeline no pudo evitar sonreír, sintiéndose halagada por sus palabras. En ese entonces era una joven con dese
—Cancelaré la boda —prometió de nuevo—. Y luego, quiero pedirte que estés conmigo, Adeline. Dime, ¿me aceptarías? —suplicó. —¿Estar contigo en qué sentido? —repitió. La respuesta por parte del hombre llegó casi de manera inmediata, haciendo que su corazón se saltará un latido de la emoción. —Casémonos. «Casémonos»«Casémonos»«Casémonos»Pum. Pum. Pum.Su corazón no dejaba de latir, de manera acelerada. No podía estar hablando en serio, ¿o sí?La idea de casarse nuevamente, pero ahora con Anthony, hacía que una especie de sudor frío se apoderara de todo su cuerpo. Tenía miedo. Miedo al fracaso, miedo a que luego él se arrepintiera y terminará traicionándola justo como lo había hecho Humberto. Miedo a ser desechable también para él. —Anthony, no creo que…El hombre tomó sus manos y la hizo mirarlo a los ojos, la hizo conectar con la sinceridad en su ser. —Deja de poner en duda mi palabra —soltó enojado—. Si te estoy pidiendo que seas mi esposa, es porque estoy completamente segur
Al salir de la oficina de su padre se dirigió directamente al hospital para ver a su madre, tenía un mal presentimiento con respecto a la amenaza de Roberto, ya que sabía que no eran simples palabras vacías. Su padre era un hombre siniestro. «No permitiré que te salgas con la tuya, papá», pensó decidido a impedir su plan malvado. Su corazón se encontraba acelerado en cuanto cruzó la puerta del hospital, el aroma a desinfectante lo inundó de inmediato, mientras caminaba por esos largos pasillos. No era la primera vez que percibía ese aroma tan penetrante, pero en esta ocasión se le hacía más desagradable que nunca. Le desagradaba tener que venir aquí a ver a su madre, soñaba con el día en que Alicia despertara y pudiera salir de este lugar. Entró en la habitación esperando encontrar un ambiente agitado, la maldad de su padre desatada; pero en su lugar, la enfermera tenía una expresión tranquila y estaba sentada al lado de la cama donde su madre descansaba. —Disculpe —le dijo—, ¿mi
Adeline se retiró las gafas de los ojos sintiendo su vista cansada, no sabía cuántas horas llevaba frente al computador, pero sentía que eran demasiadas. —Señora—la cabeza de Georgia se asomó por la puerta de la oficina—, disculpe que la interrumpa, pero debo informarle que termino mi jornada. ¿Necesita algo más? —Oh, no, Georgia. Muchas gracias—la despidió con una sonrisa en su rostro. Su pobre asistente llevaba trabajando horas extras, por lo que era justo que regresará a casa—. Cuídate. Nos vemos mañana. Una vez sola, Adeline revisó los informes en los que había estado trabajando, comprobando que todo estaba en orden. A pesar de su agotamiento físico, sus esfuerzos había válido completamente la pena, así que estaba satisfecha con el resultado. —Es hora de también regresar a casa —se dijo, colocándose de pie para recoger sus cosas. En ese momento, Anthony entró a la oficina con una flor en la mano, se trataba de una margarita. Sus numerosos pétalos blancos le daban la graci