Adeline llegó a su casa y metió el auto en el garaje, antes de salir se limpió la cara con un pañuelo y trató de que sus ojos no mostrarán la evidencia de su llanto. ¿Pero a quién engañaba? Era imposible que no se viese la rojez que empeñaba su mirada, aun así, dibujó una sonrisa en su rostro para disimular su tristeza y que sus hijos no se dieran cuenta de nada. Después de todo, ellos eran los únicos que importaban. —He vuelto, niños —anunció animadamente, entrando a la sala. Sus tres varones corrieron a abrazarla y ella se sintió desfallecer en ese momento. Deseaba tanto cerrar sus ojos y llorar por horas, sintiendo esos bracitos rodeándola. Pero no, sus hijos no se merecían esa versión deplorable de su madre. Ellos merecían a una Adeline fuerte. —¿Está todo listo para nuestra noche de películas?—les sonrió. Los niños asintieron y tomaron asiento en las butacas predispuestas para ver la función. En ese momento, Carol se acercó a ella para despedirse, pero antes de irse murmuró:
Minutos después, Adeline y Mauricio llegaron a la cafetería de la empresa, ambos se sentaron frente a una ventana con vista al bullicioso tráfico de la ciudad. El aroma del café recién molido flotaba en el aire, creando un ambiente íntimo y cálido para conversar.Mauricio tomó un sorbo de su taza y miró a Adeline con ojos sinceros. —Adeline, ¿sabes que te conozco desde antes de que te casaras con Humberto?Adeline parpadeó, sorprendida por tal información. Ella no lo lograba recordar, pero ya entendía el motivo por el cual, a diferencia de los otros empleados, no le hablaba con tanta formalidad. —¿En serio? No lo recuerdo —trato de no ofenderlo con la falta de reconocimiento.—Claro —continuó Mauricio—. Hace más de diez años, cuando viniste con tu padre a una reunión de la empresa. Eras una joven muy bonita, llena de energía y ambición. Yo estaba impresionado por tu carisma.Adeline no pudo evitar sonreír, sintiéndose halagada por sus palabras. En ese entonces era una joven con dese
—Cancelaré la boda —prometió de nuevo—. Y luego, quiero pedirte que estés conmigo, Adeline. Dime, ¿me aceptarías? —suplicó. —¿Estar contigo en qué sentido? —repitió. La respuesta por parte del hombre llegó casi de manera inmediata, haciendo que su corazón se saltará un latido de la emoción. —Casémonos. «Casémonos»«Casémonos»«Casémonos»Pum. Pum. Pum.Su corazón no dejaba de latir, de manera acelerada. No podía estar hablando en serio, ¿o sí?La idea de casarse nuevamente, pero ahora con Anthony, hacía que una especie de sudor frío se apoderara de todo su cuerpo. Tenía miedo. Miedo al fracaso, miedo a que luego él se arrepintiera y terminará traicionándola justo como lo había hecho Humberto. Miedo a ser desechable también para él. —Anthony, no creo que…El hombre tomó sus manos y la hizo mirarlo a los ojos, la hizo conectar con la sinceridad en su ser. —Deja de poner en duda mi palabra —soltó enojado—. Si te estoy pidiendo que seas mi esposa, es porque estoy completamente segur
Al salir de la oficina de su padre se dirigió directamente al hospital para ver a su madre, tenía un mal presentimiento con respecto a la amenaza de Roberto, ya que sabía que no eran simples palabras vacías. Su padre era un hombre siniestro. «No permitiré que te salgas con la tuya, papá», pensó decidido a impedir su plan malvado. Su corazón se encontraba acelerado en cuanto cruzó la puerta del hospital, el aroma a desinfectante lo inundó de inmediato, mientras caminaba por esos largos pasillos. No era la primera vez que percibía ese aroma tan penetrante, pero en esta ocasión se le hacía más desagradable que nunca. Le desagradaba tener que venir aquí a ver a su madre, soñaba con el día en que Alicia despertara y pudiera salir de este lugar. Entró en la habitación esperando encontrar un ambiente agitado, la maldad de su padre desatada; pero en su lugar, la enfermera tenía una expresión tranquila y estaba sentada al lado de la cama donde su madre descansaba. —Disculpe —le dijo—, ¿mi
Adeline se retiró las gafas de los ojos sintiendo su vista cansada, no sabía cuántas horas llevaba frente al computador, pero sentía que eran demasiadas. —Señora—la cabeza de Georgia se asomó por la puerta de la oficina—, disculpe que la interrumpa, pero debo informarle que termino mi jornada. ¿Necesita algo más? —Oh, no, Georgia. Muchas gracias—la despidió con una sonrisa en su rostro. Su pobre asistente llevaba trabajando horas extras, por lo que era justo que regresará a casa—. Cuídate. Nos vemos mañana. Una vez sola, Adeline revisó los informes en los que había estado trabajando, comprobando que todo estaba en orden. A pesar de su agotamiento físico, sus esfuerzos había válido completamente la pena, así que estaba satisfecha con el resultado. —Es hora de también regresar a casa —se dijo, colocándose de pie para recoger sus cosas. En ese momento, Anthony entró a la oficina con una flor en la mano, se trataba de una margarita. Sus numerosos pétalos blancos le daban la graci
Se mordió el labio inferior ante la falta de respuesta, era su quinto intento, pero Anthony no contestaba ninguna de sus llamadas. «¿Estará durmiendo?», se preguntó Adeline, recostándose en la cama. Tenía tanto deseo de hablar con él, de darle las buenas noches como se había vuelto costumbre hacerlo. Los días en los que no se veían siempre se llamaban por la noche, se contaba sobre su día, sobre el trabajo. A Adeline le gustaba escuchar su voz antes de cerrar los ojos, de esa forma, podía soñar con él de una manera más nítida. «Seguramente está durmiendo», suspiró con desánimo. En ese día, Anthony casi no le había escrito mensajes, por lo que intuía que pasaba algo malo. Quizás estaba muy saturado con el trabajo, ya que le había comentado que su padre era muy exigente. Adeline colocó el teléfono en la mesita de noche y cerró sus ojos para dormir. El sueño vino a ella de manera rápida, la verdad era que estaba demasiado cansada. Esa noche, contrario a las otras, su sueño no fue
Adeline se había prometido a sí misma que haría dieta y ejercicio, sin embargo, se encontraba en frente de la nevera, contemplando un pote grande de helados, una bolsa de papas fritas y toda la comida chatarra disponible. Agarró sus golosinas y se dirigió a su habitación, era de madrugada, una noche de insomnio, al parecer. Odiaba no poder dormir, no poder dejar de llorar ni sentirte tan destruida. Quería ser fuerte, pero en ese justo instante no encontraba la forma de serlo. A pesar de que intentaba enfocarse en sus hijos, en sus sonrisas y en su vitalidad, toda esa fuerza era momentánea. Una vez que sus pequeños desaparecían de su campo de visión, volvía a caer en la depresión. La depresión era asfixiante y sofocaba su vida, como si la apretara con manos grandes. Su hermano había estado sospechando un poco de ello, porque siempre la llamaba, pero Adeline colocaba su mejor máscara de “todo está bien” y desviaba la atención de ella. Gustavo también tenía sus propias luchas y eran p
A Adeline no le gustaba ingerir alcohol, pero aun así, estaba sentada en la barra de un bar con un martini en su mano. A su lado, Mauricio no dejaba de mirarla, detallando hasta el más mínimo aleteo de sus pestañas. Él era muy observador y eso era algo que la ponía demasiado nerviosa. —Háblame de tu hijo—le saco conversación para que su atención se desviara. —Es un niño encantador —comenzó con un ligero toque de orgullo—. Lamentablemente, no vivimos juntos, pero todos los fines de semana hacemos cosas los dos. Hoy fuimos al campo de fútbol y presencié uno de sus partidos. —Oh, Mauricio, eres un padre presente en la vida de tu hijo—suspiró pensando en Humberto y en lo poco que veía a los niños últimamente. Sus hijos no dejaban de preguntar por su padre y esa era otra de las cosas que no dejaba de romperle el corazón con cada día que pasaba. —Trato de serlo —habló con humildad—. La relación con mi exesposa no es fácil de sobrellevar. No nos divorciamos en buenos términos. —¿Qu