Adeline se había prometido a sí misma que haría dieta y ejercicio, sin embargo, se encontraba en frente de la nevera, contemplando un pote grande de helados, una bolsa de papas fritas y toda la comida chatarra disponible. Agarró sus golosinas y se dirigió a su habitación, era de madrugada, una noche de insomnio, al parecer. Odiaba no poder dormir, no poder dejar de llorar ni sentirte tan destruida. Quería ser fuerte, pero en ese justo instante no encontraba la forma de serlo. A pesar de que intentaba enfocarse en sus hijos, en sus sonrisas y en su vitalidad, toda esa fuerza era momentánea. Una vez que sus pequeños desaparecían de su campo de visión, volvía a caer en la depresión. La depresión era asfixiante y sofocaba su vida, como si la apretara con manos grandes. Su hermano había estado sospechando un poco de ello, porque siempre la llamaba, pero Adeline colocaba su mejor máscara de “todo está bien” y desviaba la atención de ella. Gustavo también tenía sus propias luchas y eran p
A Adeline no le gustaba ingerir alcohol, pero aun así, estaba sentada en la barra de un bar con un martini en su mano. A su lado, Mauricio no dejaba de mirarla, detallando hasta el más mínimo aleteo de sus pestañas. Él era muy observador y eso era algo que la ponía demasiado nerviosa. —Háblame de tu hijo—le saco conversación para que su atención se desviara. —Es un niño encantador —comenzó con un ligero toque de orgullo—. Lamentablemente, no vivimos juntos, pero todos los fines de semana hacemos cosas los dos. Hoy fuimos al campo de fútbol y presencié uno de sus partidos. —Oh, Mauricio, eres un padre presente en la vida de tu hijo—suspiró pensando en Humberto y en lo poco que veía a los niños últimamente. Sus hijos no dejaban de preguntar por su padre y esa era otra de las cosas que no dejaba de romperle el corazón con cada día que pasaba. —Trato de serlo —habló con humildad—. La relación con mi exesposa no es fácil de sobrellevar. No nos divorciamos en buenos términos. —¿Qu
—¿Destruirme? ¿Crees que puedes hacer eso? —se burló Humberto. —Puedo —la frialdad en su voz la impresionó. —No juegues con fuego, Adeline. Puedo cumplir mi amenaza. —Y yo puedo cumplir la mía, Humberto. —Tú no vas a cumplir nada—la tomo fuertemente del brazo, enterrándole los dedos—. Podría hacerte tragar tus palabras con facilidad. No olvides a quién sigues perteneciendo. —¿De qué hablas? ¡Yo no te pertenezco! —Lo haces. Sigues perteneciéndome, pero simplemente te deseché y no me interesa recuperarte. —¿Y qué crees que soy, imbécil?—se soltó bruscamente de su agarre—. ¿Crees que soy algo desechable? ¿Cómo la basura, tal vez? —Justo así, Adeline. Justo así—le dio dos palmaditas en el hombro, para quitarle un polvo imaginario. —Eres un maldito—sus dientes crujieron—. No olvides quién tiene el dinero y el poder. —Y hablando de dinero y poder—agitó el teléfono, dónde tenía guardadas las fotos—. Si no quieres que esto se sepa, podríamos negociar mi silencio. —Con que t
Su estado de ánimo no mejoró después del incidente con Humberto. Sin embargo, tomó medidas drásticas al respecto, así que esa misma mañana llamó a su hermano y lo puso al tanto del chantaje de su exmarido. —¿Ese malnacido se atrevió a eso? —la voz de Gustavo estaba cargada de rabia. —Quiere dinero. No sabe qué hacer ahora que se le cerraron todas las puertas para posibles trabajos —explicó el motivo del actuar tan desesperado de su exesposo, aunque claro, eso no justificaba ninguna de sus acciones. —Y se le seguirán cerrando, porque esto no se quedará así —soltó Gustavo, decidido a seguir haciendo la vida de cuadritos a Humberto—. Quédate tranquila, Adeline. De ese infeliz me encargaré yo. —¿Qué harás, Gustavo?—Asegurarme de que desee no haber nacido. —Por favor, no hagas nada malo —le pidió. —No puedo garantizarte eso. Y ahora, hablando de otro tema, ¿cómo es eso de que estás saliendo con alguien? —indagó. —Eso fue un error —las palabras tuvieron un sabor amargo, pero sabía q
—Por favor, un arreglo floral para la oficina del señor Carson—pidió una voz dulce a través de una llamada telefónica. —Por supuesto, señora Adeline—contestó la persona en la otra línea, muy acostumbrada a recibir ese tipo de órdenes—. ¿Algún mensaje que desee agregar? —Sí—sonrió Adeline—. Me gustaría adjuntar lo siguiente: “Ya hace diez años que me concediste el mejor regalo del mundo: el honor de compartir mi vida contigo. ¡Feliz aniversario!”—Perfecto, señora. Su pedido estará listo para dentro de una hora. —Gracias. Adeline colgó la llamada y pegó el teléfono en su pecho, abrazándolo, mientras no dejaba de sonreír como una jovencita enamorada. Su esposo había partido muy temprano esa mañana y, conociendo sus ocupaciones, al parecer se le había olvidado su aniversario. Pero eso a ella no le importaba, seguramente regresaría más tarde con algún regalo o con una invitación a una elegante cena. Humberto en ocasiones podía ser muy despistado. —Vamos, niños, se les hará tarde para
Pasó la noche más larga de su vida, una noche que se suponía sería la más linda, porque después de todo, no se cumplían diez años de matrimonio todos los días. Sin embargo, Humberto había elegido justamente ese día para demostrarle lo poco que le importaba y lo fea que le parecía.Adeline amaneció con sus ojos hinchados y con un dolor insoportable en su corazón, era como un pinchazo que no dejaba de doler, incesante. «Cerdo»«Cerdo»«Cerdo»Sentía que la palabra se repetían como un mantra, una y otra vez, y otra vez…—Gustavo—murmuró Adelina, sorbiendo por la nariz. Su hermano acababa de llamarla. —Ade, ¿qué pasa? No te escucho bien, esta mañana—se preocupó él de inmediato. «Que bien la conocía», pensó la mujer, suspirando. —No es nada, Gustavo—ella agradeció el hecho de que no pudiera verla, porque de lo contrario le sacaría la verdad, así no quisiera—. Solo he tenido un poco de gripe. Ya sabes. —Ade, ¿estás segura?—su tono era suave.—Sí—trato de que su voz sonara más convincen
—Niños, mamá y papá ya no podrán seguir juntos—informó Adeline con tristeza, aquella tarde, luego de haber hablado con el abogado que tramitaría su divorcio. —¿Por qué, mamá?—preguntó Camilo, el mayor de ellos. —Es difícil de explicar, cariño—comenzó, tratando de encontrar las palabras adecuadas para decirlo—, pero cuando las personas ya no se aman, lo mejor es alejarse para no hacerse daño mutuamente. Algo así pasó con nosotros, ya no nos amamos como antes y no queremos lastimarnos en el proceso. «Mentira», pensó. Humberto ya la había lastimado lo suficiente. —¿Quiere decir que no veremos más a papá?—Lucio no pudo ocultar el temor en su voz, era el más menor y amaba a sus padres por igual. —No, cariño—Adeline acarició su mejilla—. Claro que no. El hecho de que nosotros ya no nos entendamos no tiene nada que ver con ustedes. Son nuestros hijos y siempre los amaremos y estaremos disponibles para cada uno. Así que no tienen que tener temor. Todo estará bien, mis pequeños—di
Su primera semana en la oficina fue todo menos placentera, en medio de papeles y pendientes que atender, tuvo que reconocer que esto de ser ejecutiva era demasiado agotador. Por un momento deseó estar de regreso a su rutina, cuidando de sus hijos y de su hogar, sin tener que preocuparse por negociaciones y contratos que firmar. Pero ya no era esa mujer, ya no era la misma Adeline de antes. —Señora, disculpe—se escuchó la voz de su asistente personal. —¿Qué sucede, Georgia?—Le recuerdo que a las 2 PM tiene una cita con los ejecutivos de la importadora. Es muy importante que asista. —Oh, sí, por supuesto—se levantó rápidamente de su asiento, al darse cuenta de que lo había olvidado por completo—. Cielos santos, ¿qué hora es?—Un poco más de la una y media, señora. —¡Estoy retrasada!—chilló tomando su cartera y la carpeta con los documentos que contenían la propuesta para la negociación. —¿Desea que la acompañe, señora?—No, no—agito su mano, ansiosa—. Puedo con esto—aseguró. Adel